No dudo que existan jóvenes heroicos que tengan la vocación docente, sin embargo, al conversar con muchos de ellos encontramos que la mayoría prefiere estudiar para chef o barman, antes que convertirse en maestro de escuela. No podemos culpar a los jóvenes de no querer ser profesores, si tomamos en cuenta el desprestigio social y la paupérrima situación económica en que se encuentran. Como dato a tener en cuenta diremos que en 2010 el sueldo promedio de un maestro en el sector público era de S/. 1087, aproximadamente US$ 392 dólares mensuales, mientras que en Chile un profesor en el sector estatal gana poco más de US$ 975 y es considerado bajo.
Desde un enfoque puramente económico, asumiendo una racionalidad de maximización de beneficios, podemos decir que los jóvenes egresados de secundaria no tienen incentivos económicos para abrazar la carrera magisterial. De esta forma, como es “lógico”, los mejores alumnos se orientarán hacia carreras más “rentables”, como las ingenierías, la arquitectura, la medicina, la economía u otros oficios como la gastronomía, profesiones todas valiosas y necesarias. Pero si nos ponemos a pensar ¿Cómo es posible que ser remunere tan mal a quienes tienen la alta responsabilidad de formar a las nuevas generaciones? Conclusión, vivimos en un mundo al revés, en la absurdidad total.
Dejemos de lado el enfoque económico “clásico”, de los incentivos económicos o materiales, e incorporemos la satisfacción del docente, producto de la valoración social, como uno de los elementos a ser maximizados por quienes evalúan seguir la carrera magisterial, es decir, puede que como maestro no gane un buen salario, pero al menos puedo encontrar el reconocimiento de la sociedad. Lamentablemente pasa todo lo contrario. Es inconcebible que el propio Ministerio de Educación promueva una campaña de estigmatización contra los maestros, intentando enfrentarlos con los padres de familia y los alumnos, culpándolos por el miserable nivel educativo que ostenta el Perú. A esta campaña se han sumado los medios de comunicación y los políticos oportunistas que sólo buscan evadir sus responsabilidades.
Resultado, los maestros en nuestra sociedad son considerados como profesionales de segunda categoría, peor aún como una sarta de incapaces e ignorantes, que como no tuvieron otra alternativa mejor en la vida, siendo su único camino posible ante sus “propias” limitaciones tuvieron que estudiar educación. Muchos profesores, no la mayoría, sienten vergüenza de su profesión cuando están frente a frente con otros profesionales. En los exámenes de admisión a las universidades, tenemos que los puntajes más bajos son obtenidos por los ingresantes a la carrera de educación, una realidad que no debe avergonzar a los maestros, sino al sistema y la sociedad que los ha relegado y vejado sistemáticamente.
El maestro como centro de la solución
Está probado que los países con más éxito educativo son aquellos que han puesto al maestro en el centro de la solución, debido a que maestros más motivados y mejor reconocidos económica y socialmente, dedican más tiempo a velar por sus estudiantes, tanto en el aula como en su entorno familiar y social. Por el contrario, un maestro poco motivado, mal reconocido económica y socialmente, dedicará tiempo, como ocurre en el Perú, a buscar trabajos alternativos en el comercio o enseñando más tiempo del que le permite preparar sus clases, hacer seguimiento a sus estudiantes y capacitarse continuamente.
Es necesario entonces revalorar socialmente la carrera magisterial y remunerarla no sólo mínimamente, sino dignamente. A partir de allí, con profesores motivados, satisfechos laboralmente, familiarmente, socialmente, con tiempo disponible para ocuparse verdaderamente en la enseñanza, sólo así se podrá mejorar verdaderamente la educación de las nuevas generaciones. Se deben generar incentivos para que los jóvenes tengan entre sus principales opciones laborales la carrera docente. Al mismo nivel que las ingenierías, la medicina, la economía, la arquitectura y otras carreras profesionales.
No es necesario descubrir la pólvora
A partir de los resultados de las pruebas PISA podemos ver las mejores prácticas en educación y adaptarlas a nuestra realidad. Por ejemplo, Finlandia es uno de los países que resalta por su calidad educativa, manteniéndose sostenidamente en los primeros lugares a nivel mundial durante los últimos 10 años. La profesión docente en Finlandia se encuentra entre las más reconocidas socialmente, prueba de esto es que para acceder a ella se debe superar un riguroso examen de admisión, al que sólo pueden presentarse los estudiantes egresados en el 10% superior de su clase. Luego los elegidos entre este selecto grupo, pasaran por una rigurosa formación tanto en los contenidos de las materias que van a enseñar, pero sobre todo tendrán una rigurosa formación en pedagogía. Porque hay que diferenciar; saber matemáticas, no significa saber enseñar matemáticas; saber lenguaje, no significa saber enseñar lenguaje, podemos tener premios Nobel en física o química que no sabrán transmitir enseñanzas sobre la naturaleza a niños de primaria, por ejemplo.
Tengamos claro entonces que el problema educativo no se soluciona construyendo más colegios, ni comprando más computadoras, ni con conexión de banda ancha a Internet, ni con e-Books, ni entregando uniformes, ni cuadernos, ni lápices y borradores, como dijeron casi todos los candidatos, particularmente como dijo la Sra. Keiko Fujimori, que ahora cosecha los frutos del clientelismo y asistencialismo político de su padre, el nefasto dictador y violador de derechos humanos Alberto Fujimori. Tengamos claro que la educación es una construcción social, donde las personas son lo fundamental, aunque para ello son necesarios los recursos materiales, pero como medios, no como un fin en sí mismo.
El problema de la educación hoy en día exige comenzar por el actor “operante” en el proceso de enseñanza aprendizaje, es decir, el maestro, a quien se debe reconocer económicamente pero también socialmente. Una medida de reconocimiento puramente social no será efectiva, mientras que los maestros tengan que seguir “recurseándose” como puedan para mal vivir, pero tampoco una media puramente economicista será efectiva, si no va acompañada del reconocimiento y valoración social de la profesión docente.