Traducción propia de Le Monde 18.02.2010
Alain Badiou (Filósofo)
El viento del este prevalece sobre el viento del oeste. ¿Hasta cuando el Occidente ocioso y crepuscular, la “Comunidad Internacional” de quienes se creen todavía los amos del mundo, van a continuar dando lecciones de buena gestión y buena conducta a todo el planeta? ¿No es risible ver a algunos intelectuales de servicio, soldados derrotados de del sistema capitalista – parlamentario que toman posición de un paraíso apolillado, donar sus vidas a los magníficos y bellos pueblos tunecinos y egipcios, con el fin de enseñar a esos pueblos salvajes el abc de la “democracia”?
¡Que preocupante persistencia de la arrogancia colonial! En la situación de miseria política, que es la nuestra, después de tres decenios ¿No es obvio que somos nosotros los que tenemos todo que aprender de la sublevación popular del momento? ¿Acaso no es urgente examinar de cerca, todo lo que allá ha hecho posible el derrocamiento, por la acción colectiva, de los gobiernos oligárquicos, corruptos, y también – quizás sobre todo – en un estado de vasallaje humillantes en comparación Estados occidentales?
Sí, es nuestro deber ser alumnos de estos movimientos, y no sus estúpidos profesores. Porque son ellos los que dan vida, en el genio propio de sus invenciones, a algunos principios de la política, los cuales desde hace ya buen tiempo muchos buscan convencernos de que son obsoletos. Y sobre todo el principio que Marat no se cansaba de recordar: “cuando se trata de libertad, cuando se trata de emancipación, nosotros debemos todo a los levantamientos populares”.
Tenemos derecho a la insurgencia. De igual forma que en la política, nuestros estados y aquellos que lo invocan (partidos, sindicatos, e intelectuales serviles), prefieren la gestión, mucho más que la rebelión, ellos prefieren la reivindicación, la petición, y en todo momento de ruptura prefieren la “transición ordenada”. Aquello que los pueblos de Túnez y Egipto nos recuerdan es que la única acción que se corresponde con un sentido compartido de la ocupación escandalosa del poder del Estado es el levantamiento de masas. Y en este caso, el único lema que puede unir a los elementos dispares de la multitud es: “Tú, que estás allí, lárgate”. La importancia excepcional de la revuelta, en este caso, es que la consigna repetida por millones de personas, da la medida de lo que será, indubitable e irreversiblemente la primera victoria: la fuga del hombre allí designado. Pase lo que pase enseguida, este triunfo, ilegal por naturaleza, de la acción popular, ha sido siempre victorioso. Ahora bien, que una revuelta contra el poder del Estado pueda ser absolutamente victoriosa es una enseñanza de alcance universal. Esta victoria señala, más aún, el horizonte de sobre el cual se desata toda acción colectiva que se sustrae a la acción de la Ley, aquello que Marx denomina “la decadencia del Estado”.
A saber, que un día, libremente asociados desplegando la fuerza creadora que es de ellos, los pueblos podrán escapar de la fúnebre coerción del Estado.
Por ello, esta última idea, que una revuelta que echa abajo una autoridad instalada provoca en todo el mundo un entusiasmo sin límites.
Una chispa puede incendiar la pradera. Todo comienza con la inmolación por acción del fuego de un hombre sumido en el desempleo, a quien se le quiere prohibir el miserable comercio que le permite sobrevivir, y que una mujer policía lo abofeteara para hacerle comprender que este bajo mundo es real. Este gesto se expande en pocos días, en algunas semanas, millones de personas que gritan su alegría en alguna plaza lejana y el comienzo de la catástrofe de poderosos potentados. ¿De donde viene esta fabulosa expansión? ¿Es la propagación de alguna epidemia de libertad? No. Como lo dice poéticamente Jean-Marie Gleize, “un movimiento revolucionario no se expande por contaminación. Sino por resonancia, alguna cosa que se constituye aquí, resuena con la onda de choque emitida con alguna cosa que se constituye allá”. Esta resonancia, llamémosla “evento”. El evento es la brusca creación de, no de una nueva realidad, sino un sin número de posibilidades.
Ninguna de estas posibilidades es la repetición de lo ya conocido. Por ello, es oscurantista decir que “este movimiento reclama la democracia” (se sobreentiende, aquella que disfrutamos en occidente), o “este movimiento exige una mejora social” (es decir, la prosperidad media de la pequeña burguesía occidental). Iniciado de casi nada, resuena por todos lados, el levantamiento popular crea para todo el mundo posibilidades desconocidas. La palabra “democracia” casi no se pronuncia en Egipto. Se habla de un “nuevo Egipto”, de un “verdadero pueblo egipcio”, de Asamblea Constituyente, del cambio absoluto de la existencia, de posibilidades inauditas y antes desconocidas.
Se trata de la “nueva pradera” que vendrá a reemplazar aquella que fue arrasada por el fuego iniciada por la chispa del levantamiento. Esta pradera por venir esta entre la declaración de la transposición de las fuerzas y la toma en mano de nuevas tareas. Entre lo que dijo un joven tunecino: “Nosotros, hijos de obreros y campesinos, somos más fuertes que los criminales”; y lo que dijo una joven egipcio: “a partir de hoy, 25 de enero, tomo en mis manos las cosas de mi país”.
El pueblo, sólo el pueblo, es el creador de la historia universal. Es sorprendente que, en nuestro occidente, los gobiernos y los medios de comunicación que las revueltas en una plaza del Cairo sean “el pueblo egipcio”. ¿Cómo es esto? El pueblo, el único pueblo razonable y legal, para estas personas, no es por lo general reducido, sea a la mayoría de una encuesta, sea a la mayoría de una elección? ¿Cómo es que de repente, cientos de miles de revoltosos sean representativos de un pueblo de ochenta millones de personas? Esta es una lección para no olvidar, que no olvidaremos.
Pasado un cierto nivel de determinación, obstinación y coraje, el pueblo puede, de hecho, concentrar todo su espíritu en una plaza, en una calle, en unas cuantas fábricas, en una universidad… Es que el mundo será testigo de este coraje, y sobre todo, de las sorprendentes creaciones que la acompañan, estas creaciones serán la prueba de esas personas que están allí. Como lo ha dicho fuertemente un manifestante egipcio: “antes yo miraba la televisión, ahora es la televisión la que me mira a mí”.
Resolver los problemas sin ayuda del Estado
A raíz de un evento, el pueblo se compone de aquellos que saben como resolver los problemas que el evento les plantea. Así, la ocupación de una plaza: la alimentación, la vigilancia, las banderolas, los rezos, los combates defensivos, de tal forma que el lugar donde sucede todo, el lugar se convierte en un símbolo, de cuidar a su pueblo, a todo precio. Problemas que, a la escala de miles de personas venidas de todas partes, parecen irresolubles, y sobre todo que, el Estado ha desaparecido. Resolver problemas irresolubles sin ayuda del Estado, este es el destino de un evento. Esto es lo que hace un pueblo derepente y por un tiempo indeterminado, existe, aquí donde decidieron unirse.
Sin movimiento comunista, no hay comunismo. El levantamiento popular del que hablamos es manifiestamente sin partido, sin organización hegemónica, sin dirigente reconocido. Ya habrá tiempo de medir si esta es una fortaleza o una debilidad. En todo caso esto es lo que hay, bajo una forma muy pura, sin duda la más pura después de la Comuna de París, todas las características de lo que es necesario llamar comunismo de movimiento. “Comunismo” significa: creación conjunta del destino colectivo. Este “común” tiene dos características esenciales. Primero, es genérico, lo que representa un lugar común de toda la humanidad. En este lugar hay, todo tipo de personas de las que se compone un pueblo, todas las voces son escuchadas, toda proposición analizada, toda dificultad es atacada por lo que es. Entonces, supera todas las grandes contradicciones que el Estado pretende ser el único capaz de gestionar, sin llegar nunca a superarlas: trabajadores intelectuales y manuales, entre hombres y mujeres, entre pobres y ricos, entre musulmanes y católicos (coptes), entre las provincias y la capital…
Miles de nuevas posibilidades relacionadas con estas contradicciones surgen a todo momento, hacia las cuales el Estado, todo Estado, es completamente ciego. Vemos jóvenes doctoras venidas de provincia a curar a los heridos, durmiendo en medio de jóvenes salvajes, y ellas está más tranquilas de lo que han sido jamás, ellas saben que nadie les tocará un pelo. Vemos también una organización de ingenieros dirigirse hacia los jóvenes de las barridas para pedirles que mantengan la plaza, de proteger el movimiento con energía en el combate.
Vemos una fila de cristianos haciendo guardia de pie, para cuidar a los musulmanes curvados en su plegaria. Vemos a los comerciantes alimentando a los desempleados y a los pobres. Vemos a todos hablando con sus desconocidos vecinos. Vemos miles de pancartas donde la vida de cada uno se mezcla sin diferencias con la de todos los otros.
Todas estas situaciones, estas invenciones, constituyen el comunismo de movimiento. De ahí que el problema político único desde hace dos siglos es el de: ¿Cómo establecer en el tiempo los inventos del comunismo de movimiento? Y el único lema reaccionario que se mantiene: “esto es imposible, incluso dañino. Confiemos en el Estado”. Gloria a los pueblos de Tunez y Egipto, que nos recuerdan el verdadero y único deber político: frente al Estado, la fidelidad organizada en el comunismo de movimiento.
No queremos la guerra, pero no le tenemos miedo. Se ha hablado en todas partes de calma pacífica de las manifestaciones gigantescas, y se ha relacionado la calma al ideal de “democracia electoral” que recogía el movimiento. Constatamos, sin embargo, que ha habido muertos por centenares, y todavía los hay cada día. En muchos casos, estos muertos han sido combatientes y mártires de esta iniciativa, defensores del movimiento mismo.
Las posiciones políticas y simbólicas, han debido ser protegidas al precio de feroces combates contra los milicianos y la policía del régimen amenazado. De allí, ¿quienes han pagado con sus vidas, sino los jóvenes salidos de las poblaciones más pobres? como las “clases medias”, de las cuales nuestra inesperada Michèle-Alliot Marie ha dicho que el resultado democrático de los hechos en curso dependía de ellas y sólo de ellas, recuerda ese momento crucial la duración del levantamiento no estaba garantizado que por el compromiso sin restricciones de los destacamentos populares. La violencia defensiva es inevitable. Ella procede del resto, en las situaciones difíciles, en Túnez, después que hayan sido regresados a su miseria los jóvenes activistas provincianos.
¿Puede alguien pensar que estas innumerables iniciativas y sacrificios crueles tienen por objetivo fundamental nada más que conducir al pueblo a elegir entre Souleiman y El-baradei, como sí aquí entre franceses nos resignáramos lamentablemente a elegir entre los señores Sarkozy y Strauss-Khan? ¿Esta será la única lección de este esplendido episodio?
¡NO, mil veces no! Los pueblos de Túnez y Egipto nos dicen: insurgir, construir el espacio público del comunismo de movimiento, defenderlo por todos los medios, inventando las etapas sucesivas de acción, tal es el estado real de la política popular de emancipación. Ciertamente los Estados árabes no son los únicos anti-populares, en el fondo, con o sin elecciones ilegítimas. Cualquiera que sea el porvenir, los levantamientos de Túnez y Egipto tienen una significancia universal. Prescriben nuevas oportunidades cuyo valor es internacional.