El País 19.02.2011
Vicente Verdú
¿Puede el amor concebirse sin dolor? No es fácil pero se puede.
¿No fue posible hacer un café que sin cafeína no nos pondría nervioso, y no abundan ya los vinos y cervezas que no marean, o unas sandías sin pepitas, uvas sin granujas, azúcares sin azúcar o jamones sin colesterol? ¿Por qué esta misma idea matriz no iba a ser extendida por todos los rincones, sobre todas las cosas y sin ninguna excepción cultural?
Hace apenas dos años Anagrama publicó la traducción de Cómo hablar de los libros que no se han leído que había publicado Pierre Bayard con formidable éxito en más de media docena de países. El ser ateo pero creyendo en Dios o creer en Dios pero siendo ateo es la ecuación canónica de tantas y tantas ofertas religiosas de nuestro tiempo.
Adelgazar comiendo, musculares sin hacer gimnasia, tener hijos sin dolor, vecinos sin ruidos, adhesiones sin compromisos, compromisos sin promisión forman parte de la misma inspiración. ¿Por qué no extirpar también del amor aquello que hace sufrir y convertirlo en una auténtica fruta de maracuyá, la auténtica fruta de la pasión que ni hace daño al estómago ni tampoco al corazón?
Lucía Etxebarria escribió hace unos años un libro -Ya no sufro por amor- que expresaba el mismo anhelo de amar mucho sin sufrir nada, no sufrir por algo tan complejo como es el amor y, en consecuencia, con tantos resortes ajenos.
Esta receta de “no padecer”, imposible de imaginar hace unos años, se halla hoy casi en cualquier avance tecnológico o, más aún, de todas las disciplinas que, desde la medicina a la acupuntura, desde la acupuntura a la epidural y desde la epidural al coma inducido, tratan de dejar el cuerpo en paz. Rehuyendo el dolor se han anestesiado los duelos, se han desarraigado las fuertes pertenencias locales, se ha diluido el peso de la vocación y se ha vaciado de plomo la gravedad de las ideologías. Toda revolución, egipcia o de su estilo, viene a ser una fiesta. Toda agitación contra el tirano parte de un ciberespacio invisible y se dirige hacia un destino sin resolución.
La extirpación constante de lo que duele o pesa, da dolor o da pesar ha llevado a la pedagogía del aprender jugando, a la penitenciaría de reinsertarse aprendiendo, a la política del nada de nada, el talante sin talento y la indolencia en la decisión.
Pero, además, lejos de que alguien solicite alguna norma para reconstituir el pasado, lejos de aceptar cualquier prohibición que duela (desde la ley del tabaco al cinturón de seguridad, desde las multas incesantes a la persecución del drogata o su suministrador) las leyes caen o son recibidas como torturas.
Leyes o torturas fuera del tiempo, fuera del mundo que induce a vivir sin sufrir y sufrir sin correlato religioso o pasional alguno. Pero, en todo caso, ¿hay en verdad pasión sin dolor? En un librito del filósofo Alain Badiou publicado por La Esfera de los Libros se recuerdan los eslóganes que la web de encuentros Meetic lanzaba para atraer clientes y clientas. Uno de estos eslóganes decía exactamente: “Puede usted estar enamorado sin sufrir por ello”. Pero ¿cómo? Meetic se las había ingeniado para que la relación se dotara de reservas, salvavidas y salvaguardas que neutralizaran los efectos de la traición, la decepción o el hastío.
“¡Se puede estar enamorado sin caer enamorado!”. Ciertamente el fall in love inglés alude a una temible caída en un abismo. Los directores de Meetic trataban, por tanto, de hacerse ricos eludiendo del amor su porrazo. No habrá desdicha después de la dicha, como no hay azúcar para el diabético tras ingerir un polvorón.
Contra el viejo binomio del bien y el mal y el rancio canje de la felicidad y la infelicidad, la actualidad crea una traza continua que lleva, como en las pistas de peaje, por caminos sin tropiezos, pasos sin peatones, velocidades sin accidentes, accidentes sin dolor. El cielo está aquí y no precisamente tras haber trasladado a la tierra paladas de su divinidad, sino tras haber acabado con el vicioso par de indignidad y dignidad, inocencia y culpa, condena y salvación.
Esta magna idea, para ser exactos, es la que habrá de regir todo el pensamiento futuro -caso en que lo haya- como un contínuum cuya cinta de Moebius llevará de un universo a otro, de un castillo a otro, de un polo al polo opuesto: al polo de lo puesto. Lo puesto y nada más. Sin fin, sin procesión, sin penitencia.