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Eros

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Eros, el amor, fue el hijo no deseado entre Poros -dios de la inteligencia y abundancia- y Penia, una mujer que representaba la pobreza y mendicidad. Quizá ello explique por qué el amor le toca el hombro a cualquier ser humano así tenga oro o migajas sobre su mesa.  Además, Eros fue concebido el día en que celebraban el nacimiento de Afrodita, la diosa de la belleza. Esta circunstancia explicaría por qué el amor casi siempre está ligado con el concepto de hermosura: “me gusta, me enamora”.

San Valentín, un sacerdote, unía en matrimonio a las jóvenes parejas de Roma, a pesar que el emperador había prohibido los casamientos con el fin de tener más soldados para ir a la guerra. Claudio II, el emperador, aducía que un joven enamorado difícilmente sería capaz de entregar la vida por su nación. Un joven enamorado en la guerra aguarda en el corazón la esperanza de regresar vivo a casa y formar una familia con su amada. A pesar de esto, por santificar el amor con casamientos San Valentín fue apresado y ejecutado el 14 de febrero del año doscientos setenta. De allí la conmemoración que se hace cada año en occidente.

Los secretos que se refugian como fantasmas en nuestras vidas, sucumben ante la embriaguez del amor. Preguntémosle a Sansón, sino, que por amor reveló el secreto de su fuerza, aunque Dalila lo haya hecho a cambio de unas piezas de plata que agranden su riqueza.

Ciriaco de Urtecho, un hombre libre, se casó con la esclava Dionisia Masferrer en la Cajabamba de 1782. Ciriaco, posteriormente, entabló un juicio y litigó por amor contra Juan de Dios Cáceres, dueño de Dionisia, con el fin de comprar su libertad. Ciriaco ganó el proceso judicial porque el amor fue su motivo, siendo el profesor Fernando De Trazegnies el que a todos nos hizo testigos, al desempolvar el expediente y plasmarlo en el libro: “Ciriaco de Urtecho: Litigante por Amor”.

Dioses, semidioses y humanos de Esparta y Troya fueron parte de batallas, traiciones, sufrimientos, castigos divinos y muertes, cuando el príncipe Paris rapta a Helena, en un arrebato de deseo, amor y viceversa. También existió un rey enloquecido por amor. Fue Eduardo VIII que, en 1936, con solo 325 días en el trono del Reino Unido, renunció por amor, pues sólo así podía casarse con Wallis Simpson, una mujer estigmatizada socialmente por ser divorciada.

Todo esto sucedió en nombre del amor. Palabra que los poetas no han podido definir, pero que la historia nos dice como ha sido su sentir.

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La desconcentración en el debate sobre el acaparamiento de la prensa escrita.

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Dos de las empresas más influyentes de los mass media del país (Grupo La República GLR y El Comercio GEC) pasan sus días atrayendo la atención pública para discutir el asunto de la presumible vulneración del derecho a la libertad de expresión e información por acaparamiento empresarial.

Constitucionalmente se prohíbe el establecimiento de monopolios (el mercado concentra), acaparamiento (gestar con la especulación) o exclusividad (el Estado concentra) en los medios de comunicación (llámese prensa escrita, radio y televisión), dado que con el ejercicio de la libertad empresarial  el libre mercado debería garantizar directamente la no vulneración sistemática de la libertad de expresión, información, opinión y difusión del pensamiento e, indirectamente, la forma democrática de gobierno. ¿Un cúmulo de derechos constitucionales por analizar, no? Un tema serio y complejo.

El problema: un día de aquellos, tres de los grupos patrones de la prensa escrita (GEC, GLR y EPENSA), como cualquier empresa, entraron en negociaciones para la compra-venta de un cúmulo de acciones de Epensa, que, finalmente, el Grupo El Comercio adquirió.

Entonces, el panorama empresarial quedó así: antes de la compra de EPENSA, el Grupo El Comercio tenía un 49.3% del mercado de periódicos en el país. Después de la compra, pasó a ostentar un 77.8%, seguido del Grupo La República con el 16.39% que se mantuvo invariable. Evidentemente GEC tiene una presencia trascendental en la prensa escrita por ahora y, al parecer, eso es peligroso.

Por otro lado, en cuanto a la radio, las tres empresas más importantes en el país son la Corporación Universal, CRP y El Grupo RPP. Estas empresas son pequeños pulpos que, sumadas, concentran unas veinticinco emisoras con presencia importante a nivel nacional. Asimismo, en cuanto a la televisión, existen canales de señal abierta que pertenecen a diversos propietarios, salvo por Red Global y ATV que pertenecen al mismo dueño. Sin embargo, tanto la Tv como la radio son medios en los que el acceso empresarial está fuertemente reglamentado por cuestiones técnicas (se hacen necesarias licencias de uso del campo electromagnético), en cambio el acceso empresarial a la prensa escrita es menos engorroso al no estar reglamentado, pero a su vez requiere un considerable capital para acceder como competidor.

Ante esta realidad se dice que la prensa viene siendo acaparada por una empresa (que técnicamente sería posición de dominio) sin embargo, entre la radio, Tv y prensa escrita, aquí el asunto en debate concierne de manera exclusiva a la prensa escrita. Y, entonces, vale reiterar la pregunta de qué tan relevante es este medio en la sociedad como para atraer la atención del Ejecutivo y Legislativo con intensión de interpretar una vulneración constitucional a la libertad de expresión con el fin de intervenir en la esfera privada. Es importante, definitivamente, pero a la prensa escrita no solamente se le debe considerar como la del papel, sino a la que se trasmite digitalmente o a través del internet (tal como Rubio Correa bien ha definido). En consecuencia, si se analiza la prensa escrita tradicional, en conjunto con los demás medios de comunicación digital o virtual que bajo empresas u organizaciones sin fines de lucro también ejercen periodismo, estoy convencido que no se habría generado el ´acaparamiento´ del medio. ¿Por qué? Porque en el país existen diarios digitales que ejercen mayor influencia que los diarios tradicionales y porque, a su vez, los ciudadanos están cada vez más vinculados con el uso del internet como medio informarivo.

Para rebanar un poco el tema de la prensa digital, diremos que dentro de este tipo de medio, sucede algo singular. A nivel mundial –y nacional también– el periódico viene perdiendo influencia en la sociedad. El fenómeno social demuestra que cada mes se compra menos periódico y se consume más internet, y los países europeos pueden dar cuenta de este futuro inmediato. De acuerdo al Libro Blanco de la Prensa Diaria (2014), en el 2001 los españoles que leían prensa a través del internet sumaban 144 000 y, en el 2013, ascienden a 4 millones. En 2001, el 96.8% de españoles leían prensa escrita, actualmente sólo lo hacen el 59.8%; a su vez los que exclusivamente leían prensa digital (internet) sumaban un 1.1% en el 2001 y para el 2013 sumaron 22.3%. El informe señala, también, que cada vez se observa una mayor incorporación de jóvenes y mayores a la lectura de prensa digital. En conclusión, la digitalización de la prensa es un fenómeno actual en Europa y en Latinoamérica, aunque en nuestra región sea más lenta debido al incipiente acceso al internet en zonas urbano marginales o rurales. Sin embargo, aquí en Perú, conectar el país entero al internet, es cuestión de poco tiempo gracias a la red de fibra óptica que viene negociando el Estado y la empresa privada.

Asimismo, sobre la digitalización de la prensa, Lima sería un buen referente de lo que sucederá a nivel nacional. A través de una encuesta realizada por el Instituto de Opinión Pública (PUCP), se preguntó ¿cuál es el medio que prefiere para informarse? los limeños calificaron a la Internet por encima del periódico y a la Tv por encima de la internet. Y ante la pregunta: ¿Cuál considera Ud. que es el Medio de Comunicación más influyente en la sociedad peruana actualmente?, los limeños respondieron en este orden: Tv: 71%, radio: 13%, internet: 11% y periódicos: 4%.  Esta encuesta fue publicada en el 2009 y bastante agua, sobre todo en cuanto al avance del uso de la internet, ha corrido debajo de ese puente. Pero vemos que, al menos, ya desde el 2009, la prensa escrita tradicional ha sido desplazada por la internet en Lima: una cosa muy singular.

Y esa será la tendencia. Los jóvenes ingresan con más frecuencia al internet y ellos son el grueso calibre con los que hay que medir cómo será la ciudadanía en las próximos decenios. Ellos prefieren la prensa independiente, la prensa en las redes sociales, los líderes de opinión desconocidos pero retwiteados o mil veces compartidos, aquellos a los que se conoce de su capacidad aunque no tengan una columna en el papel. En fin, esta es la generación del bicentenario, donde los ciudadanos serán consumidores y productores de información y la prensa tradicional se la tendrá que ver para adaptarse a ello.

La conclusión final es que en la internet nada asegura que el Grupo El Comercio sea el más vendido o más leído. Veamos como el fenómeno de la prensa digital cambia la naturaleza de las cosas. Por ejemplo: actualmente un vistazo a la última encuesta realizada por Llorente y Cuenca (2013) demuestra que los periodistas más influyente en la internet son Rosa María Palacios, seguida de Beto Ortiz, Marco Sifuentes, Alvares Rodrich, Milagros Leiva y Renato Cisneros. ¡Qué paradójico! de estos seis periodistas referentes en la internet, cuatro trabajan para el Diario La República (RMP, MS,  AR y RC). O sea, acaso ¿la tortilla se ha dado vuelta?

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EL POLVO DEL SABER

“El Polvo del Saber” – Julio Ramón Ribeyro. (trascripción)

“Todos los días al salir de la universidad o entre dos cursos caminaba hasta la calle Washington y me detenía un momento a contemplar, por entre las verjas, los muros grises de la casona, que protegían celosa, secretamente, la clave de la sabiduría.

Desde niño sabía que en esa casa se conservaba la biblioteca de mi bisabuelo.

De esta había oído hablar a mi padre, quien siempre atribuyó la quiebra de su salid a la vez que tuvo que mudarla de casa, Mientras mi bisabuelo vivió, los diez mil volúmenes estuvieron en la residencia familiar de la calle Espíritu Santo. Pero a la muerte del patriarca, sus hijos se repartieron sus bienes y la biblioteca le toco al tío Ramón, que era profesor universitario.

Ramón era casado con una señora riquísima, estéril, sorda e irritante, que lo martirizó toda su vida. Para desquitarse del fracaso matrimonial, la engañaba con cuanta mujer le pase por delante. Como no tenía hijos, hizo de mi padre su sobrino preferido, lo que significaba al mismo tiempo que una expectativa de herencia una fuente de obligaciones. Es así que cuando hubo que trasladar la biblioteca de espíritu santo a su casa de la calle Washington, mi padre fue el encargado de la mudanza.

Contaba mi padre que en trasladar los miles de volúmenes tardó un mes. Tuvo que escalar altísimas estanterías, encajonar los libros, llevarlos a la otra casa, volver a ordenarlos y clasificarlos, todo esto en un mundo de pelusas y polilla. Cuando terminó su trabajo quedó cansado para el resto de su vida. Pero toda esa fatiga tenía su recompensa. Cuando tio Ramón le preguntó qué quería que le dejara al morir, mi padre respondió sin vacilar:

-tu biblioteca.

Mientras tío ramón vivió, mi padre iba regularmente a leer a su casa. Ya desde entonces se familiarizaba con un bien que algún día sería suyo. Como mi bisabuelo había sido un erudito, su biblioteca era la de un humanista y constituía la suma de lo que un hombre culto debía saber a fines del Siglo XIX. Más que en la universidad, mi padre se formó a la vera de esa colección. Los años más felices de su vida, repetía a menudo, fueron los que paso sentado en un sillón de esa biblioteca, devorando cuanto libro caía en sus manos.

Pero estaba escrito que nunca entraría en posesión de ese tesoro. Tío ramón murió súbitamente y sin testar y la biblioteca con el resto de sus bienes pasaron a propiedad de su viuda. Como tío ramón murió además en casa de una querida, su viuda guardó a nuestra familia, y a mi padre en particular, un odio eterno. Jamás quiso recibirnos y optó por encerrase en la calle Washington con su soledad, su encono y su sordera. Años más tarde cerro la casa y se fue a vivir donde unos parientes a Buenos Aires. Mi padre pasaba entonces a menudo delante de esa casa miraba la verja, sus ventanas cerradas e imaginaba las estanterías donde continuaban alineados los libros que nunca terminó de leer.

Y cuando mi padre murió, yo heredé esa codicia y esa esperanza. Me parecía un crimen que esos libros que un antepasado mío había tan amorosamente adquirido, coleccionado, ordenado, leído, acariciado, gozado, fueran ahora patrimonio de una vieja, avara que no tenía interés por la cultura ni vínculos con nuestra familia. Las cosas iban a parar a su a las manos menos apropiadas pero como yo creía aun en la justicia inmanente, confiaba en que alguna vez regresarían a su fuente original.

Y la ocasión se presentó. Supe que mi tía, que había pasado varios años en Buenos Aires sin dar signo de vida, vendría unos días a Lima para liquidar un negocio de venta de tierras. Se hospedó en el Hotel Bolívar y después de insistentes llamadas telefónicas logre persuadirla para que me concediera una entrevista.

Quería que me autorizara a elegir aunque sea algunos volúmenes de una biblioteca que, según pensaba decirle, “había sido de mi familia”.

Me recibió en su suite y me invitó una taza de té con galletas. Era una momia pintarrajeada, enjoyada, verdaderamente siniestra. No abrió prácticamente la boca, pero yo adivine que veía en mi la imagen de su marido, de mi padre, de todo lo que aborrecía. Durante los diez minutos que estuvimos juntos, tomo nota de mi embarazoso pedido, leyendo mi discurso en el movimiento de mis labios. Su respuesta fue tajante y fría: nada de lo que era suyo pasaría a nuestra familia.

Al poco tiempo de regresar a buenos aires falleció. Su casa de la calle Washington y todo lo que contenía fue heredado por sus parientes y de este modo la biblioteca se alejó aún más de mis manos. El destino de estos libros, en verdad, era derivar cada vez más, por el mecanismo de las trasmisiones hereditarias, hacia personas cada vez menos vinculadas a ellos, chacareros del sur o anónimos bonaerenses que fabrican tal vez productos en los que entraba el tocino y la rapiña.

La casa de la calle Washington continuó un tiempo cerrada. Pero quien la heredo –por algún misterio, un médico de Arequipa- resolvió sacar de ella algún provecho y como era muy grande la convirtió en pensión de estudiantes. De ello me enteré por azar, cuando terminaba mis estudios y había dejado de rondar por la vieja casona, perdida ya toda ilusión.

Un condiscípulo de provincia, de quien me hice amigo, me pidió un día que loa acompañara a su casa para preparar un examen. Y sorpresa mía me condujo hasta la mansión de la calle Washington “yo creí que se trataba de una broma impía” pero me explico que hacía meses vivía allí, junto con otros cinco estudiantes de su terruño.

Yo entré en la casa devotamente, atento a todo lo que me rodeaba. En el vestíbulo había una señora guapa, probablemente la administradora de la pensión, motivo que yo desdeñé, para observar más bien el mobiliario e ir adivinando la distribución de las piezas, en busca de la legendaria biblioteca. No me fue difícil reconocer sofás, consolas, cuadros, alfombras, que hasta encontré solo había visto en los álbumes de fotos de familia. Pero todos aquellos objetos que en las fotografías perecían degradación, como si los hubieran despojado de sus insignias, y no eran ahora otra cosa que un montón de muebles viejos, destituidos, vejados por usuarios que no se preocupaban de interrogarse por su origen y que ignoraban muchas veces su función.

-aquí vivió un tío abuelo mío- dije al notar que mi amigo se impacientaba al verme contemplar absorto un enorme perchero, del que antaño prendían pellizas, capas y sombreros y que ahora servía para colgar plumeros y trapos de limpieza-.  Estos muebles fueron de mi familia.

Esta revelación lo impresiono apenas y me conminó a pasar a su cuarto para preparar el curso. Yo lo obedecí pero me fue imposible concentrarme, mi imaginación continuaba viajando por la casa en pos de los invisibles volúmenes.

-fíjate –le dije al fin- ; antes de que empecemos a estudiar, ¿puedes decirme donde está la biblioteca?

-aquí no hay biblioteca.

Yo intenté persuadirlo de lo contrario: diez mil volúmenes, encargados en gran parte a Europa, mi bisabuelo los había reunido, mi tío abuelo ramón poseído y custodiado, mi padre sopesado, olido y en gran parte leído.

-nunca he visto un libro en esta casa.

No me deje convencer y ante mi insistencia me dijo que tal vez quedaba alfo en la habitaciones de los estudiantes de medicina donde nunca había entrado. Fuimos a ellas y no vi más que muebles arruinados, ropa sucia tirada por los rincones y tratados de patología.

-¡pero en algún sitio tienen que estar!

Mi amigo era ambicioso y feroz, como la mayoría de los estudiantes provincianos, y mi problema le interesaba un pito, pero cuando le dije que en esa biblioteca debía haber preciosos libros de derecho utilísimos o para la preparación de nuestro examen, decidió consultarle a doña maruja.

Doña Maruja era la mujer que había visto a la entrada y que –no me había equivocado- tenía a su cargo la pensión.

-¡ah los libros! – dijo ¡que trabajo me dieron!

Había tres cuartos llenos. Eran unas vejeces. Cuando me hice cargo de esta pensión, hacer tres o cuatro años no sabía qué hacer con ellos. No podía sacarlos a la calle porque me hubieran puesto una multa.

Los hice llevar a los antiguos cuartos de sirvientes. Tuve que contratar a dos obreros.

Los cuartos de la servidumbre quedaban en el traspatio.

Doña maruja me entregó la llave, diciéndome que si quería llevármelos encanada, así le desocuparía esas piezas, pero claro que era una broma, para ello necesitaría un camión, que un camión, varios camiones.

Yo vacilé antes de abrir el candado. Sabía lo que me esperaba, pero por masoquismo, por la necesidad que uno siente a veces de precipitar el desastre, introduje la llave. Apenas abrí la puerta recibí en plana cara una rima de papel mohoso. En el piso de cemento quedaron desparramados encuadernaciones y hojas apolilladas. A esa habitación no se podía entrar sino que era necesario escalarla. Los libros habían sido amontonados casi hasta llegar al cielo raso. Emprendí la ascensión, sintiendo que mis pues, mis manos se hundían en una materia porosa y polvorienta, que se deshacía apenas trataba de aferrarla. De vez en cuando algo resistía a mi presión y lograba rescatar un empaste de cuero

-¡sal de allí! –me dijo mi amigo- . Te va a dar un cáncer. Eso está lleno de microbios.

Pero yo persistí y seguí escalando esa sapiente colina, consternado y rabioso, hasta que tuve que renunciar allí no quedaba nada, sino el polvo del saber. La codiciada biblioteca no era más que un montón de basura. Cada incunable había sido roído, corroído por el abandono, el tiempo, la incuria, la ingratitud, el desuso. Los ojos que interpretaron esos signos hacia años además que estaban enterrados, nadie tomo el relevo y en consecuencia lo que fue una época fuente de luz y placer era ahora excremento, caducidad. A duras penas logré desenterrar un libro en francés, milagrosamente intacto, que conservé, como se conserva el hueso de un magnifico animal prediluviano. El resto naufragó, como la vida, como quienes abrigan la quimera de que nuestros objetos, los más queridos, nos sobrevivan. Un sombrero de Napoleón, en un museo, ese sombrero guardado en una urna, está más muerto que su propio dueño.”

(París abril de 1974)

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