BREAKING BAD, WALTER WHITE Y HEISENBERG
Categoría : General
Durante el verano del dosmiltrece, frente al televisor, abastecidos con gaseosas, doritos y a veces con cervezas enlatadas, analizábamos milimétricamente la vida de Walter White. Al terminar esos cincuenta minutos que duraba cada uno de los capítulos de la serie que protagonizó White, dialogábamos acerca de este tipo que vivió hasta los cincuenta años como lo haría cualquier ciudadano de a pie: adecuando moralmente sus actos a los parámetros que dicta el entorno en comunidad o, en términos sociológicos, colocando donde debía parte de su libertad para mantener una convivencia armoniosa. En lenguaje coloquial diríamos que vivía como cualquier vecino exige que lo hagas: aceptando sin murmuraciones el orden y destino impuesto y debiendo sonreír, a pesar de todo, como un buen cristiano.
Hasta sus cincuenta años, Walter era la muestra de un ciudadano que fuera del umbral de su ser se había conformado a aceptar esa vida sin riesgos y sin gloria que le tocó, pero que –dentro de sí mismo– era consciente de que esa enredadera de frustración económica y profesional que trepaba por sus entrañas a diario, empezaba a lastimar también a su familia. A pesar de ello, vivir así se volvió una costumbre para él, aunque un día apareció un punto de quiebre que le hizo desvestirse el alma: diagnosticado con un cáncer terminal, pensó en qué sería de su esposa e hijo cuando en cuestión de semanas él muera. En este escenario, Walter creó a Heisenberg como ese alter ego que rompió con cualquier escrúpulo o límite moral con tal de conseguir su objetivo de llenar urgentemente de dinero los bolsillos de su familia para cuando él ya no esté. De profesor de química a productor de anfetaminas, teóricamente, no hay distancia que los separe, pero moral y legalmente hay un delito condenable. Walter, sin otra opción aparente, optó por introducirse a ese mundo alegando la dialéctica y el amor al cambio que enseñaba a sus alumnos del colegio, del que además necesitaba en esos cortos días de vida que le quedaban.
Pensar en todo lo que se desencadenó para su vida en los posteriores meses, te lleva a un cuestionamiento íntimo sobre los valores y la moral del ser humano. ¿Justificarías matar a esas personas que también han matado inescrupulosamente? ¿Son los malos del día a día menos dignos de vivir entre los que respetan las normas? ¿Cometerías delitos con tal de asegurar el futuro de tu familia, al saberte condenado a morir en cuestión de meses? Al parecer, estas preguntas, desde el lugar en el que uno las lee sentado y cómodo tras la computadora, automáticamente traen respuestas de negación, pero créeme que al seguir la vida de Walter White –como todos los que vieron la serie– llegas a aplaudir las maldades que se cometen contra los injustos, renegar por la victoria de los buenos y ponerte nostálgico por aquellas rupturas emocionales con la familia, los amigos y tu propia existencia.
En síntesis, ese Walter White en esta vida que llevamos podemos ser todos y es por eso que uno llora anticipadamente para que –a la vez– el destino nunca te obligue a ser como él.