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La habilidad para improvisar conducta: la función adaptativa de las representaciones mentales

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Solo de congas

Foto: Ray Barreto improvisando un solo de congas.

Antonio Diéguez, profesor de filosofía de la Universidad de Málaga nos ofrece un panorama fascinante en un texto muy breve sobre la capacidad humana de improvisar conducta a partir de la utilización de un entorno interno en el que manipulamos nuestras representaciones mentales del mundo:

Representación, cognición y evolución (2005)

En esta entrada presentamos sólo algunos fragmentos:

“El objetivo de este trabajo no es terciar en estos debates. Por el contrario, asumiré aquí sin mayor discusión una posición de partida que puede ser discutible e incluso rechazable para muchos, pero que no intentaré justificar. Asumiré que al menos algunos sistemas cognitivos tienen representaciones mentales y que sólo mediante el recurso a las mismas puede explicarse su función y la conducta que generan. Mi propósito es mostrar que desde un punto de vista evolutivo cabe defender con pleno sentido la existencia de mecanismos cognitivos representacionales tomando como base para explicar dicha existencia la función biológica desempeñada por esos mecanismos. Es decir, trataré de defender, a la luz de ciertos argumentos evolucionistas, un enfoque teleológico de la representación. El enfoque teleológico, que a su vez forma parte de la concepción naturalista de las representaciones mentales, se caracteriza por sostener que las representaciones existen porque cumplen ciertas funciones biológicas (cf. Papineau 1987, cap. 4). No obstante, creo que muchas de las cosas que se dirán a continuación son compatibles con otras concepciones distintas de la representación. En todo caso, no se debe dejar de reconocer, con los críticos del enfoque evolutivo de la cognición, que se trata de hipótesis que no cuentan por el momento con evidencias empíricas suficientes para establecer la cuestión fuera de toda discusión.”

“(…) Parece haber hoy un amplio consenso en que las diferencias que puedan establecerse entre hombres y animales son de grado. Se admite, por ejemplo, que podemos atribuir cognición en sentido amplio, esto es, como capacidad para procesar o manipular información, a una amplia variedad de animales, incluyendo algunos invertebrados (moluscos, anélidos, artrópodos, etc.). (…) No obstante, resulta también innegable que las capacidades cognitivas humanas son muy superiores a las de los otros animales, incluidos nuestros parientes más cercanos, los primates no humanos. Esto marca una discontinuidad sorprendente. Al fin y al cabo nuestro parecido genético y proteico con los chimpancés y los gorilas está en torno al 98 por ciento y, sin embargo, las diferencias cognitivas entre éstos son mucho menores que entre ellos y nosotros (cf. Lewontin 1998). Esta circunstancia ha permitido decir que lo propio del ser humano es haber ocupado lo que cabe denominar el ‘nicho cognitivo’, es decir, “el uso de información contingente para la regulación de la conducta improvisada que se adapte exitosamente a las condiciones locales.” (Cosmides y Tooby 2000).”

¿Pueden las representaciones mentales tener una función adaptativa?

“Si el organismo lleva en la cabeza un “modelo a pequeña escala” de la realidad exterior y de sus propias acciones posibles, es entonces capaz de intentar varias alternativas, de concluir cuál de ellas es la mejor, de reaccionar a situaciones futuras antes de que surjan, de utilizar el conocimiento de los sucesos pasados para tratar con los sucesos presentes y futuros, y, en todos los aspectos, de reaccionar a las emergencias que arrostre de un modo mucho más completo, seguro y competente. (Craik 1943, p. 61).”
En todo caso, es evidente que no todas las representaciones mentales de los distintos seres vivos pueden considerarse iguales, y ni siquiera ponerse al mismo nivel. Peter Gärdenfors (1996a, 1996b y 2003) ha distinguido entre representaciones suscitadas (cued) y representaciones desvinculadas (detached). Las primeras representan algo que de algún modo está presente en la situación externa actual del organismo: alimento, pareja, etc. El objeto representado mismo puede estar ausente, pero debe haber algo en la situación en la que está el organismo en ese momento que desencadene la representación de dicho objeto. Las segundas, en cambio, representan objetos o eventos imaginados que no están presentes ni son desencadenados por situaciones presentes, y que incluso podrían ser completamente inexistentes, como la representación de un centauro. Entre este segundo tipo de representaciones se incluyen los recuerdos o los mapas mentales, que pueden ser evocados sin ningún desencadenante externo. El conjunto de las representaciones desvinculadas constituye una especie de “entorno interno” (inner environment) para el organismo. Sobre él se puede edificar posteriormente el universo simbólico y el uso del lenguaje. Gärdenfors cree –aunque califica esto de “especulación salvaje”– que las representaciones desvinculadas sólo aparecieron en los seres vivos con el desarrollo del neocórtex en los mamíferos. En apoyo de esta idea menciona el hecho de que mientras que los mamíferos juegan, los reptiles no lo hacen. Y el juego es un modo de desarrollar conductas para usarlas en el futuro. Asimismo aduce que sólo los mamíferos sueñan.
Esta distinción es muy útil, en mi opinión, para vislumbrar lo que caracteriza a las representaciones propias de los sistemas cognitivos más sofisticados. Los organismos con el tipo de sistema cognitivo que capacita para tener representaciones desvinculadas pueden realizar mediante ellas simulaciones subjetivas del medio, lo cual les permite a su vez una previsión de las posibles intervenciones sobre él, evitando los riesgos de poner a prueba realmente ciertas conductas. Es importante también destacar que el “entorno interno” constituido por estas representaciones posibilita la aparición del lenguaje, pero no es necesario disponer ya de un lenguaje para el despliegue de representaciones desvinculadas sobre el mundo.”

Conclusiones

“Las aportaciones realizadas en las últimas décadas por diversas disciplinas al estudio evolutivo de la cognición pueden ser muy iluminadoras acerca de la propia naturaleza de los procesos cognitivos y de qué criterios deben seguirse para su atribución. Sea cual sea, la explicación del origen de las altas capacidades cognitivas humanas, puede decirse que, en general, la cognición es una adaptación para el manejo de la complejidad. Y dentro de las capacidades cognitivas, la capacidad para formar representaciones mentales del entorno puede encontrar también una justificación evolucionista. Estas representaciones son la condición de posibilidad de conductas más flexibles y no predeterminadas, y permiten, cuando se trata de representaciones desvinculadas, una simulación mental del medio que ahorra esfuerzos y evita peligros reales al organismo.”

Fragmentos del texto publicado en: P. Martínez-Freire (ed.), Cognición y representación, suplemento 10 de Contrastes, Málaga: Universidad de Málaga, (2005), pp. 15-38.

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