La metáfora de la historia: Hombres del sol de Carlos Flores-Guerra Portillo
Por Giuliana Catari:
Tras un vida intensa de actividades multifacéticas, el docente y ahora escritor Carlos Flores-Guerra Portillo (Puno, 1972), debuta en el escenario literario con el título Hombres del sol (Arequipa, Ed. Cascahuesos, 2014), una excelente novela que nos remonta a la piedra angular de nuestra historia prehispánica y los orígenes de la violencia.
Las descripciones de lugares místicos, la presencia de lo foráneo y andino y el lenguaje de la ayahuasca, constituyen la atmósfera adecuada en el registro histórico a través de un objeto singular: el medallón dorado y sus poderes ancestrales. Sin embargo, confinar el eje narrativo a una sola temática, sería desmerecer su sentido colectivo y la carga misteriosa que adopta cada pasaje literario.
Así, la historia de Gunter Henninger, un ex oficial nazi y la permanente búsqueda de este tesoro incaico de parte de un grupo judío, traspone el conflicto histórico no solo de una generación, sino conlleva la angustia de un sujeto perseguido: Fabián Contreras, quien por el ser el último miembro generacional de su familia, no se exime de esta memoria violenta y que a su vez va deconstruyendo los rezagos de sendero luminoso en el país. Asimismo, el tópico de venganza por la desaparición de su padre es una arista que lo interpela directamente con el sistema político de nuestra sociedad.
Cabe resaltar que esta imagen de lo perseguido se evidencia desde la figura de Mario Contreras, padre de Fabián, quién desde niño concibe dicha amenaza como una sensación inexplicable pero vital. Ese “miedo” inevitable del personaje por los raíces de su historia asoma cada viaje y se nutre sutilmente en las relaciones de familia, pareja y patriotismo.
La transición de lugares que va desde Alemania, España, Paraguay y Perú, especialmente Cusco y Arequipa, revelan también el proceso psicológico de los personajes a través de los múltiples diálogos con cada ciudad visitada. Si Arequipa tiene la esencia de ser la “Ciudad de los Volcanes” y Cusco, el misterio de un código secreto, Ayacucho es el espacio del desencuentro y la violencia, no por solo por tradición histórica sino por cuestiones aprehendidas. Cada ciudad es un personaje que se ha definido por su construcción cultural, su posición frente a otras se alude siempre desde la óptica del Otro. Por tanto, un panorama disgregado y fragmentado es fácil de domesticar por el poder del discurso positivista.
Es notorio el énfasis del autor por señalar el Cusco como lugar de muerte y vida, de batallas perdidas, de discursos vacíos, pero que reclaman un espacio en la memoria de la colectividad. Los amores del espíritu aventurero de Fabián, también se amalgaman en esa búsqueda de lo enigmático; lo bello y oscuro se materializa en esa mujer-ciudad, complementándola con los rituales de ceremonia y dolor que entretejen la visión performativa de Fabián en la situación de prófugo de su misma historia.
De otro lado, la conjugación no solo referentes históricos y geográficos, sino de personajes literarios como Carlos Oquendo de Amat y César Vallejo ─en tanto semblanza e influencia de su calidad poética─ enriquecen el bagaje cultural de esta historia, así como los intereses del autor por el cine y el alter ego de su personaje.
Sin embargo, Fabián Contreras no es otro arquetipo en la construcción de la novela, es una síntesis de mestizaje ─bávara, español y chanka─ donde los ejes del campo y la ciudad, lo libre y lo establecido, trastocan el laberinto de su propia historia, pues es él un intercesor entre dos políticas culturales: Europa y América, que a su vez d-enuncia una historia incompleta, dentro de la misma Historia. Valga diferenciarlo de un agente conciliador que armoniza dos discursos opuestos como lo fue Garcilaso de la Vega.
Ya el crítico literario y filósofo alemán Walter Benjamin refería el análisis del pasado a partir del presente, criticando la idea del tiempo como algo homogéneo, estático o lineal. La única forma de deconstruir la historia es a través de un devenir no temporal, una dialéctica que necesita una réplica y respuesta. Así, Fabián esboza las líneas de los conflictos sociales y políticos a través de la memoria y no de la historia, como discurso establecido.
El símbolo del medallón incaico y el hecho de no ser poseído por alguien apunta hacia lo oculto, describe una estrategia, una idea metafísica contra el poder no solo de lo simbólico sino de lo que aún no vemos. Tras la valla de los hechos insólitos, la historia es otra forma de violencia inscrita en la estética de lo ilustrado y racional, en términos de Slavoj Žižek, una violencia objetiva. En consecuencia, no se necesita ser héroe para cambiar el discurso de la historia solo el espacio para replantearlo desde su mismo contenido.
Por ello, Carlos Flores Guerra-Portilla es un escritor que equilibra magistralmente el discurso de lo metafísico y lo no tan místico. En ese ámbito, el manejo hábil del lenguaje, la trama ingeniosa y la naturaleza contemplativa de su prosa conllevan una realidad literaria donde la historia es una metáfora más, es el mismo personaje de lo que otros han narrado. Sin duda, esta apuesta por el libro es una travesía fascinante del que auguramos una próspera continuación.