Archivo por meses: septiembre 2017

“El Principito”, un viaje hacia el aprendizaje del valor de la vida

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Por Giuliana Catari:

Quienes hayan leído “El Principito” del escritor francés Antoine De Saint-Exupéry, no pueden negar las fascinantes metáforas que se esconden tras cada historia narrada. La novela describe las peripecias del encuentro de un aviador perdido y un pequeño príncipe en el desierto del Sahara, cuya única trama de la historia, son las conversaciones entre ambos personajes, las que oscilan entre la sabiduría, la amistad, la pérdida y el sentido de la vida. Cabe agregar que los recuerdos del narrador-personaje parecen ser el alter ego del autor, ya que en la vida real, Antoine fue aviador, elemento que le sirvió como experiencia para escribir tal texto.
Desde la dedicatoria, el autor enfatiza el valor de la amistad y del aprendizaje que conlleva conocer a un niño: “Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo…Si todas esas excusas no bastasen, bien puedo dedicar este libro al niño que una vez fue esta persona mayor. Todos los mayores han sido niños. (Pero pocos lo recuerdan). Corrijo pues mi dedicatoria: A Leon Werth. Cuando era niño.”. Es decir, el libro está dedicado al niño que llevamos dentro y que por las circunstancias de la vida, lo fuimos olvidando.
Ser niño implica no olvidar el despertar por la curiosidad, la emoción ante lo desconocido, la aventura de permanecer en la vida y el valor de las relaciones con las personas en la sociedad. Por ello, las vivencias del principito y su aprendizaje con relación al mundo de los adultos es uno de los principales caminos de la lectura. Así, cada viaje del Principito hacia el planeta del monarca, del vanidoso, del bebedor, del hombre de negocios y del geógrafo, cuestiona la perspectiva planteada de los adultos, como el sentido de lo qué es realmente útil en la sociedad. El texto también revela la forma de cómo nos relacionamos con lo que conocemos a través del diálogo con el zorro, donde el Principito le pregunta: “¿Qué significa domesticar? -Es algo demasiado olvidado- dijo el zorro. – Significa crear lazos”. Así, queda aprendida la lección de que somos responsables de lo que “domesticamos”, es decir, de las emociones y de los vínculos que creamos con las personas que conocemos en la vida. Para conocer realmente a alguien, es necesario hacerlo sin prejuicios. No es en vano, la sabiduría que el zorro ofrece a través del texto: “He aquí mi secreto: Es muy simple. No se ve muy bien, sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”.
Finalmente, de todas las reflexiones que el Principito plantea, me quedo con la del valor de la amistad, que nos permite darle mayor importancia al aspecto cualitativo que al cuantitativo, apreciando la diversidad de pensamientos, la creatividad y la belleza de las actitudes. Sin duda, “El Principito”, es una travesía hacia el aprendizaje del valor de la vida… ¡A seguir creciendo!

 

Fuente: http://hbanoticias.com/cultura-el-principito-un-viaje-hacia-el-aprendizaje-del-valor-de-la-vida-por-giuliana-catari/

El misterio del topónimo Arequipa

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Por Giuliana Catari:

A puertas de celebrarse el 477. ° aniversario de Arequipa, son diversas las versiones que se tejieron sobre el origen del nombre de la ciudad, siendo dos las principales. La primera, de autoría del Dr. Vladimiro Bermejo que, basándose en el libro del Dr. Ventura Travada y Córdova, indica que el inca Mayta Cápac, luego de la petición de uno de sus súbditos de quedarse en el valle del Chili, respondió: “Are qquepay”, que en voz quechua significa: “Sí, también quedaos”. Mientras que la segunda versión se refiere a la procedencia de la voz aymara: “Arequepan” que Fray Valera la relaciona con una “trompeta sonora”. Pero, ¿cuán fidedignas son ambas versiones? Pues bien, este cuestionamiento fue revisado anteriormente por el profesor, abogado, historiador y ganador del tercer premio del concurso de Historia en 1968, Artemio Peraltilla Díaz en su libro “La etimología científica del topónimo “Arequipa” (1980) donde explica que el nombre originario de Arequipa deriva de las voces “Ati y qquipa” y no de “Are qquepay”. El autor indica que la palabra “Ati” corresponde al nombre de una deidad de la teogonía oriental y a uno de los más antiguos dioses del imperio Inca relacionado con la oscuridad de la “luna que no alumbra” y con el culto a la “luna húmeda” mediante la fiesta de las aguas (Chirapa) que se llevaba a cabo en enero o febrero durante varios días, y consistía en que la población se tiraba agua (costumbre que aún persiste).

De otro lado, la voz quechua “qquipa” significa “semilla abandonada que retoña sin cultivo” (p. 13). En consecuencia, “Atiquipa”, según el autor, hace referencia a las aguas y a los pastos de las lomas de Arequipa. Pero, ¿por qué cambió el topónimo “Atiquipa” por el de Arequipa? El profesor Artemio explica que fue por la deficiente escritura de la época, el escaso dominio de la lectura y el desconocimiento de la fonética y geografía del Perú. En efecto, en aquella época la escritura de la t se confundía con la de la r, y los vascos no pronunciaban bien la i.
De otro lado, si regresamos a los vocablos “Are qquepay”, el profesor Artemio dice que lo que en realidad aparece en el libro del Dr. Ventura del año 1752 es “ari qqepas”.
Así, esta nueva discrepancia del autor permite conocer más la complejidad de la procedencia del topónimo Arequipa.

Fuente: http://hbanoticias.com/cultura-el-misterio-del-toponimo-arequipa-por-giuliana-catari/

¿Lealtad o canibalismo canino en la Conquista de América?

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Por Giuliana Catari:

Alguna vez escuchamos la frase: “el perro es el mejor amigo del hombre”. Sin embargo, ¿hasta qué punto es válida su interpretación? Pues bien, la lealtad de este animal adquiere relevancia en el periodo de la Conquista española donde los primeros conquistadores de América trajeron los canes peninsulares como acompañantes naturales desde el segundo viaje de Colón, convirtiéndolos posteriormente en fieles cazadores de indígenas. El investigador Ricardo Piqueras refiere en su artículo Los perros de la Conquista o “Canibalismo canino” en la Conquista que los primeros perros que atravesaron el Atlántico distaban mucho de las primeras especies de perros nativos –en tanto estos últimos eran más dóciles y callados. Dicha apreciación es confirmada por el cronista Oviedo en su Historia general y natural de las Indias en el que comenta: “Eran todos estos perros, aquí en esta e las otras islas, mudos, e lo aunque los apaleasen ni los matasen, no sabían ladrar; algunos gañen o gimen bajo cuando les hacen mal”. Así, el carácter y tamaño pequeño de los perros nativos, fue un factor importante a la hora de su sacrificio, como parte del ritual practicado en el México Prehispánico, donde se creía que acompañaban a las almas de los muertos en el mundo subterráneo. De otro lado, es probable que tales canes formaron parte del destino culinario de los españoles: “…como fue el caso y necesidad en la villa de la Isabela, isla de la Española, cuyos habitantes acabaron comiéndose a todos los perros gozques que encontraron por la isla, y a cuantos animales de cuatro patas comestibles pudieron cazar” (p. 188).

En este sentido, de la existencia de perros pequeños nativos, domesticados y consumidos por los indios, se pasa a la presencia de perros peninsulares, grandes y entrenados para matar y devorar indígenas. La agresividad y fiereza de los perros de Castilla se convirtió en el principal instrumento de miedo para con los indios pues no entendían lo que percibían ni la utilidad de dichos animales. Así, Cristóbal Colón fue el primero en utilizar perros de presa en las primeras campañas represivas en Jamaica y La Española en 1494 y 1495. También fueron utilizados por Ponce de León durante la conquista de Puerto Rico y México, entre otras.
Sin embargo, la versatilidad de las funciones caninas abarcó, no solo el aspecto militar y bélico de la Conquista, tales como la prevención de emboscadas o ataques de vanguardia, sino que la incitación del conquistador al consumo de carne indígena, se convirtió en la principal forma de poder sobre los indígenas. El “aperreo” o canibalismo canino como fuente de represión para los indios, era usado como premio alimenticio del conquistador a los servicios de su perro, de forma que solucionaba el hambre del can y estimulaba la conducta asesina del mismo. A esto se suma, los casos de consumo de cuerpos de indígenas muertos en los encuentros bélicos. Así, la crueldad y ansias de poder del conquistador español se alimentaba de la forma de muerte de los indígenas al punto de que no era necesario buscar motivo alguno para el uso de los perros en la represión, simplemente llegó hacerlo por diversión.

Empero, la fidelización del animal por su amo conquistador tuvo un final en la etapa colonial puesto que su función ya no era necesaria y así se convertiría en el enemigo que debe controlarse para reducir las muertes del ganado. Para ello, se desarrollaron políticas públicas donde se prohíbe el “aperramiento” de indios y se apela a la evangelización, donde el perro peninsular pasa a domesticarse y defender a los indios de fieras mayores como tigres y leones. La estrategia de adaptación del perro de indias de parte de los españoles funcionaba –en tanto permitió conservar vida de estos y por ende, los años de esclavitud. Así, los ladridos de los perros de guerra peninsulares, alanos, lebreles, mastines, galgos o sabuesos, dejaron de ser el inicio de un despertar terrorífico en el continente americano. 

Fuente: http://hbanoticias.com/cultura-lealtad-o-canibalismo-canino-en-la-conquista-de-america-por-giuliana-catari/

El rol del gestor cultural

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Por Giuliana Catari:  

El Perú es uno de los países más ricos culturalmente hablando –en tanto, su gastronomía, música, danzas y tradiciones representa un capital simbólico en la identidad nacional. Sin embargo, ¿qué tan comprensible resulta hoy el significado de la palabra “cultura” en la política de vida de sus ciudadanos? La apreciación de su etimología como “proceso de cultivo a la persona, sea intelectualmente y en su grado de conciencia para con su sociedad”, parece ser insuficiente en la acepción cotidiana de los peruanos, puesto que su valoración es ajena o solamente válida para spots publicitarios. 

En ese sentido, es necesario enfatizar que la “cultura” es un derecho y un servicio connatural al ser humano, es decir: es de la persona humana, por la persona humana y para la persona humana. Por tal motivo, cada actividad realizada en nombre de la “cultura”, debe corresponder a un aporte y crecimiento individual de sus habitantes, al tiempo que visibilice su diversidad cultural. Sin embargo, existen eventos que aunque utilicen espacios de cultura, apuntan al puro entretenimiento y no otorgan calidad de vida y reflexión para el público, confundiéndose el valor de la cultura con el de espectáculo. En este punto, es clave la función del gestor cultural como mediador de la relación entre la sociedad y el Estado, ya que su labor no se limita a la de un crítico o educador que fomenta espacios de cultura, sino contribuye a crear una sociedad que estime la riqueza de su patrimonio, valores y amplíe su visión del mundo a través de la participación de los ciudadanos en proyectos de temáticas cotidianas como discriminación, salud pública, educación, arte, medio ambiente, etc.
Así, el trabajo de un gestor cultural implica un proceso de investigación, diálogo, convocatoria y recojo de iniciativas que derivan en un proyecto, donde exista una visión comunitaria que se corresponde con la de una misión social. Sin embargo, este espíritu de servicio y perseverancia de los gestores culturales, no deben ser ajenos al rol del Estado -en tanto la cultura es un bien público que beneficia a todos los involucrados. El Estado debe instaurar un marco que favorezca el desarrollo de la vida cultural y de sus agentes a través de un incremento de presupuesto como política pública, de forma que la cultura sea accesible y no termine en el baúl de los privilegiados. Para ello, se necesitan evaluar más alternativas de desarrollo que involucren la descentralización de las comunidades más alejadas de la ciudad, replantear los objetivos trazados en el Ministerio de Cultura, construir políticas responsables con las municipalidades, gestionar la creación de más espacios de proyectos y recursos, así como la apuesta de nuevas inversiones privadas.
En consecuencia, es momento de cambiar la labor “altruista” de los gestores culturales para así alcanzar un equilibrio en la gestión de un bien público como es la cultura.

Fuente: http://hbanoticias.com/cultura-el-rol-del-gestor-cultural-giuliana-catari/