Vivimos en una crisis ambiental global sin precedentes. La comunidad científica ha formulado una serie de respuestas a la pregunta sobre qué debemos hacer para enfrentarla. Aunque relativamente menos difundidas, la filosofía también viene ensayando algunas respuestas a esta pregunta. Algunas de ellas han puesto énfasis en que las acciones que se realicen frente a la crisis ambiental no solo han de ser reducidas al campo de la innovación tecnológica, sino que deben enmarcarse en un cambio de la forma en cómo vivimos y en cómo entendemos nuestras obligaciones. Esto último no se restringe solo a nuestros contemporáneos, sino también los futuros humanos y seres no humanos.

Una de las propuestas desde la filosofía es entender este cambio desde una aproximación antropocéntrica a la justicia Podríamos definirla a partir de tres elementos que la componen:

  1. Plantea la idea de que cierto tipo seres no humanos (animales, plantas, ecosistemas) no pueden ser considerados solo como instrumentos o medios para otros, sino son fines en sí mismos. Por lo que no pueden ser tratados de forma arbitraria, solo según la voluntad de los seres humanos
  2. Al ser fines en sí mismos, demandan algún tipo de equidad, generalmente en igual consideración; lo que no significa necesariamente que sean tratados de la misma forma.
  3. Este reconocimiento como fin en sí mismo debe poder ser aceptado por distintas culturas o concepciones de qué es una “vida buena”.

Una aproximación antropocéntrica a la justicia establece así que debemos actuar con límites y obligaciones frente a otros seres no humanos.  Lo que plantea un tipo de responsabilidad que no solo se basa en las consecuencias de nuestras acciones sino en cómo se puede afectar a estos seres incluso antes de actuar. Esto resulta fundamental para cuestiones ambientales, donde algunas decisiones pueden impactar irreversiblemente en, por ejemplo, algún ecosistema; por lo que solo gestionar las consecuencias resulta no adecuado.

El punto esencial de esta discusión es por qué somos capaces de reconocer qué ciertos seres no humanos son fines en sí mismos. Planteo que ello se basa en nuestra propia forma de relacionarnos con distintos seres en el mundo. Si bien esto puede sonar abstracto, en realidad no lo es tanto. Pensemos, por ejemplo, en la forma en la que nos conmueve la interacción con nuestras mascotas, o en el asombro que surge en nosotros cuando contemplamos un paisaje (que, en realidad, es un ecosistema). En este tipo de relaciones sentimos que el mundo nos mueve, nos afecta y es capaz de transformar nuestro accionar. Pues hay ciertas ocasiones donde esa exigencia nos lleva a salir de nosotros mismos y centrar nuestra atención en el otro ser y en comprender cómo nuestras propias acciones pueden afectarlo.

A partir de ese tipo de experiencias, donde hay un llamado a limitar nuestras acciones (porque aquello que nos conmueve es vulnerable a nuestro accionar), somos capaces de reconocer que otros seres tiene cierta autoridad sobre si mismos y que impone límites a mi propio accionar. Es así que demanda ser reconocido como un fin en sí mismo, y que nosotros actuemos de forma responsable; es decir autolimitarnos o no actuar de forma arbitraria. A veces no somos plenamente conscientes de estos llamados, pero podemos verlos presente en acciones como de rescate de los animales en derrames petroleros o en la relación que tienen ciertos pueblos indígenas con algunos ecosistemas.

Esta es la base de una aproximación antropocéntrica a la justicia: el reconocimiento de la necesidad de actuar responsablemente. El mandato de responsabilidad es también un llamado para limitar no solo nuestras propias acciones, sino la de otros. Y, en tanto seres humanos con capacidad de razonar, aun cuando no hayamos experimentado directamente un tipo de relación dónde el mundo nos exige una respuesta podemos, por medios de razones, entender que debemos actuar responsablemente con distintos tipos de seres.

Una aproximación antropocéntrica a la justicia consiste así en manejar las distintas responsabilidades que tenemos para con no solo humanos sino otros seres con los que entendemos que tenemos esa clase de responsabilidades. El fin de la misma es construir instituciones y relaciones, no gobernadas por la arbitrariedad o solo la propia voluntad humana, sino donde todos, humanos y no humanos son tratados con respeto, responsablemente, y son tenidos en consideración en cuestiones que podría afectarlos. La crisis ambiental que vivimos es una oportunidad no solo para generar tecnologías más sustentables, sino también para construir un mundo guiado por una idea más amplia de la justicia.


Autor:

Julio Cáceda.

Las opiniones presentadas en este artículo no necesariamente reflejan la posición institucional del IDHAL ni de la PUCP.

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Justicia y colapso ambiental: ¿le “debemos” algo a los seres no humanos?

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