Ana nació en 1960 en el distrito de San Miguel, provincia de La Mar, en la región de Ayacucho. En 1983 su localidad sufrió un atentado por parte de Sendero Luminoso y muchos murieron. En 1984 las Fuerzas Armadas (FFAA) llegaron a su comunidad y se llevaron, entre otros, a su esposo. Ella nunca lo volvió a ver. A raíz de todo esto, Ana tuvo que dejar San Miguel y dirigirse con sus dos hijos a la provincia de Huamanga, específicamente a Ayacucho. El contexto era amenazante y la desconfianza y el miedo rondaban en todo lugar.
Al llegar a Ayacucho, Ana fue tildada de “terrorista” y/o “esposa de un terrorista” cada vez que intentaba averiguar por el paradero de su esposo en algunos centros policiales y de las FFAA. Constantemente era rechazada por las autoridades locales cuando pedía ayuda. Al hacerlo, muchas de estas autoridades resaltaban dos características suyas: el ser quechua-hablante y venir del campo. Este rechazo, la amenaza y el estigma fueron una constante cada vez que Ana intentaba, individualmente, recabar algún tipo de información sobre su familiar. El conjunto de estas experiencias hizo que Ana empezara a experimentar dificultades para dormir, tristeza prolongada, pensamientos intrusivo y desesperanza, ya que no tenía conocidos o gente de confianza a su alrededor y no se sentía capaz de hacer algo frente a la desaparición de su esposo.
La historia de Ana refleja una serie de elementos sobre su vivencia de la violencia. De todos ellos, centrémonos en tres: a) la destrucción de sus vínculos interpersonales más cercanos y la poca o nula acogida por parte del lugar al que migró, b) dificultades internas para lidiar con lo vivido, a nivel de lo que pensaba y lo que sentía, y c) la sensación de incapacidad para hacer algo frente a lo que ella consideraba importante en ese momento: encontrar a su esposo. Aunque estos elementos parecerían no estar conectados, exploremos con más detalle su experiencia.
Entre las diferentes metas que Ana consideraba importantes para su vida, la afectación de la violencia la llevó a estructurar una meta nueva de profunda importancia: el encontrar a su familiar. Para lograrlo, Ana invirtió sus recursos, materiales y no materiales, hacia dicho fin, aun cuando la búsqueda ponía en riesgo su propia vida, dada la situación de amenaza constante. No obstante, el sentir rechazo, estigma y amenaza permanente y el no contar con gente de confianza a quienes acudir para recibir soporte y apoyo empezó a minar su energía mental y física. Como consecuencia, Ana experimentó malestar, un malestar tan profundo que eventualmente empezó a afectar su propia auto-evaluación en torno a si encontrar a su esposo era posible.
El caso de Ana revela algo que viene siendo investigado en la literatura psicológica y la del enfoque de capacidades: la importancia de los lazos que creamos con otros, no solo a nivel de cantidad, sino principalmente de calidad (1). Dicha importancia radica tanto en los beneficios que implica el contar con personas significativas (2), como también en los riesgos que conlleva el experimentar situaciones de aislamiento y/o de soledad (3). No olvidemos que un rasgo inherente a los seres humanos es el ser una especie profundamente social. Justamente, entre los muchos beneficios de vincularnos con otras personas significativas a uno, resaltemos, particularmente, el incremento de las capacidades para lograr fines que consideremos valiosos, individual y/o colectivamente.
Al respecto, dado que mucho de lo que las personas valoran y quieren lograr está inherentemente asociado a las relaciones que establecemos, podemos plantear una hipótesis sobre si el estar conectado a otros puede incluso ayudarnos a enfrentar una experiencia adversa y lograr algo que previamente nos parecía imposible, es decir, fortalecer nuestra agencia. En relación a esto, continuemos analizando el caso de Ana:
Tras semanas experimentando estigma, soledad, malestar y desesperanza, Ana escuchó de una organización que agrupaba a familiares de desaparecidos y decidió buscarles. Al llegar, encontró personas, en su mayoría mujeres, con quienes compartía características comunes – casi todas venían del campo y habían experimentado estigma y rechazo – y también objetivos – el principal de ellos, encontrar a sus familiares –. En la organización, lo primero que hizo fue llorar y contarles lo que había vivido y lo que sentía, recibiendo inmediatamente apoyo y consuelo.
Dentro de la organización, Ana participó en sus actividades de movilización, primero desde atrás, con miedo, y poco a poco empezó a sentir confianza para expresarse y también confianza en que, a través del grupo, podría encontrar a su esposo. Ella dice que le hizo bien el soporte, la escucha y una serie de apoyos que le brindaron.
Hoy en día, ella sigue en la organización, la considera su familia, participa en sus actividades, no solo en las de búsqueda. Aún no encuentra a su esposo, pero se mantiene firme, considera que los desaparecidos de la organización son también suyos y en ese sentido celebra los casos identificados y judicializados. La organización recibe apoyo de diversas instituciones y actores. Aunque por momentos la tristeza vuelve, ella siente que cuenta con un grupo que la ayudará en los momentos difíciles y que juntas podrán encontrar justicia y verdad.
En esta segunda parte de la historia, podemos focalizarnos en tres elementos: a) La identificación de un grupo al cual vincularse significativamente, b) El encontrar una oportunidad para compartir lo vivido, recibir soporte y poco a poco resignificar la experiencia y c) El fortalecimiento interno, individual y colectivo, y el direccionamiento hacia la búsqueda de justicia y verdad, contando además con apoyos externos.
Estos elementos, estructurados en el Gráfico 1, revelan lo que denominaremos crecimiento. En esa línea, evidencia psicológica reciente refiere que, en ocasiones, es posible crecer psicológicamente tras una experiencia de trauma, siempre y cuando se den algunas condiciones: tener la capacidad para resignificar lo vivido y contar con un grupo significativo que brinde apoyo y soporte continuo (4). En el caso de Ana, dicho crecimiento, ha sido posible tras volver a conectarse con otras personas a quienes, en el tiempo, considera importantes para su vida.
Gráfico 1: El proceso experimentado por Ana.
Además de lo referido, el gráfico revela un proceso que trasciende la esfera psicológica en el caso de Ana. Esto a la luz de que, a través del colectivo, ella ha logrado volver a sentir confianza sobre las metas de justicia y verdad, con las cuales inició su historia. Desde la estructuración como grupo, ella y los miembros de su organización han ido logrando aquello que, individualmente, consideraban imposible de lograr: judicializar sus casos, identificar a sus desaparecidos y estructurar espacios para que la violencia no vuelva a ocurrir. Es importante resaltar aquí, junto a la solidez y cohesión del grupo, la importancia que habrían cumplido estos actores e instituciones externas para que se pueda lograr todo aquello que Ana y su organización habían fijado.
El caso de Ana (cuyo nombre real no es ese) refleja el grueso de casos de familiares de desaparecidos producto del periodo de violencia política experimentado en el Perú entre los años 1980 y 2000. Dicho periodo, además de la cantidad de desaparecidos que dejó, evidenció también las enormes distancias que muchos peruanos y peruanas establecimos con nuestros propios compatriotas en momentos de dificultad y dolor. En ese sentido, es importantísimo resaltar la enorme labor que estructuraron y estructuran las organizaciones de familiares de desaparecidos, quienes, durante muchos años y sin apoyos concretos por parte del estado, generaron estrategias para enfrentar su dolor y movilizarse hacia algo que hasta el día de hoy se mantiene vigente, la meta de justicia y verdad.
La importancia de dichas organizaciones no radica únicamente en los elementos observables al día de hoy en términos de logros, sino también en los procesos llevados a cabo durante todo este tiempo y que permitieron mantener vigente la demanda por justicia y verdad. En el marco de estos procesos, el fortalecimiento individual y colectivo producto de los vínculos interpersonales y la convivencia al interior de la organización han funcionado como elementos centrales, los cuales hemos podido ir identificando en investigaciones recientes con este tipo de colectividades (5). A la luz de estos hallazgos, nos es posible plantear que, existe un potencial emergente en estas organizaciones, el cual ha ido fortaleciéndose en el tiempo y cuyos efectos se hacen palpables no solo en términos de salud mental – aun cuando son también innegable los rezagos de la violencia vivida a nivel clínico -, sino también en términos de empoderamiento hacia un dominio específico como es el de la búsqueda de justicia y verdad. Esto último dado que se hacen visibles una serie de funcionamientos logrados y que se encaminan hacia la consecución de dicha meta, como por ejemplo la identificación de familiares, la judicialización de casos, la construcción de espacios de memoria y/o el apoyo a iniciativas individuales y colectivas para que la violencia no vuelva a ocurrir y para la defensa de los derechos humanos, por mencionar solo algunos de ellos.
A modo de cierre, la historia de Ana y las ideas expuestas invitan a continuar analizando el periodo de violencia incluyendo nuevas aristas, aristas que, además de ser conscientes del profundo dolor vivido, plantean el mirar y reconocer el enorme esfuerzo que las propias personas afectadas emprendieron durante todos estos años por salir adelante, es decir, reconocer su agencia y también su crecimiento.
BIBLIOGRAFÍA:
* Las ideas centrales y hallazgos expuestos en la presente entrada toman como base los resultados de una reciente investigación con organizaciones de familiares de desaparecidos realizada por el autor. La referencia exacta se encuentra en la cita número cinco.
- Zavaleta, D., Samuel, K., & Mills, C. (2014). Social Isolation: A Conceptual and Measurement Proposal. OPHI Working Papers 67, University of Oxford.
- Zavaleta, D. (2015). Las dimensiones faltantes en la medición de la pobreza. Oxford Poverty & Human Development Initiative (OPHI) & Corporación Andina de Fomento (CAF). Disponible en http://scioteca.caf.com/handle/123456789/833
- Holt-Lunstad, J. (2018). Why Social Relationships Are Important for Physical Health: A Systems Approach to Understanding and Modifying Risk and Protection. Annual Review of Psychology, 69, 437 – 458
- Tedeschi, R. & Calhound, L. (2004). Posttraumatic Growth: Conceptual Foundations and Empirical Evidence. Psychological Inquiry, 15, 1, 1 – 18.
- Guillen, H. (2019). Conectividad social, crecimiento postraumático y empoderamiento en la búsqueda de justicia y verdad en miembros de la “Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos del Perú” – ANFASEP” (Tesis de Maestría), Pontificia Universidad Católica del Perú.