La situación de los adultos mayores está muy lejos de ser un tema central en la agenda de políticas públicas en el Perú. Los motivos por los cuales esto es así no quedan del todo claros. Una posibilidad es que exista una especie de “conciencia colectiva” de que el Perú es un “país joven” y que el envejecimiento es un fenómeno de “países ricos” como los de Europa o Norteamérica. Las cifras nos dicen lo contrario. Los datos del Censo de 2017 mostraron que alrededor del 12% de peruanos ya son mayores de 60 años y las proyecciones de la División de Población de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe muestran que esta proporción se elevará a 22% en 2050, una cifra muy similar al panorama de envejecimiento que las regiones “ricas” del mundo ya experimentan hoy en día.
Una segunda conjetura (que no necesariamente excluye a la primera) es que, dado que los adultos mayores no contribuyen o contribuyen menos a la producción, no constituyen un “capital humano” en el que sea prioritario “invertir”. Los cuestionamientos éticos a este tipo de razonamiento son evidentes. No obstante, en un mundo traspasado por lo que líderes espirituales como el Papa Francisco han denominado como “cultura del descarte”, responsabilizar a este tipo de lógica instrumental por la ausencia del tema en la esfera pública no parece ser del todo descabellado.
Lo cierto es que en el Perú sabemos todavía muy poco sobre nuestros adultos mayores y las políticas orientadas a ellos continúan siendo en gran medida desarticuladas e insuficientes. Avances como la creación del programa Pensión 65 para adultos mayores en extrema pobreza monetaria constituyen iniciativas prometedoras, pero es necesario sumar esfuerzos para potenciar aquello que ya sabemos que el programa logra y articularlo con otras iniciativas que permitan conseguir resultados en otras dimensiones.
En economías de mercado, las pensiones y, en general, los ingresos son muy importantes para los adultos mayores. No obstante, hablar de políticas orientadas al bienestar de esta población no puede agotarse en la (crucial) discusión sobre las pensiones. Implica considerar dimensiones no monetarias que no se transan en el mercado pero que, lejos de poder ser consideradas como “first world problems”, son centrales para la vida de los adultos mayores.
Hace unas semanas el Instituto de Estudios Peruanos (IEP) publicó “Desigualdad y pobreza en un contexto de crecimiento económico”[1]. En este libro, Johanna Yancari, Angelo Cozzubo y yo dedicamos un capítulo a explorar la situación de los adultos mayores en el Perú desde una perspectiva de pobreza multidimensional inspirada en las percepciones de aquello que los mismos adultos mayores consideran que significa llevar una “buena vida”. En particular, nuestro interés fue poner énfasis en la identificación de brechas entre diferentes subgrupos de adultos mayores como, por ejemplo, aquellos que pertenecen a pueblos originarios y aquellos que no.
Lo que encontramos es alarmante. Alrededor del 49% del total de adultos mayores en el Perú son multidimensionalmente pobres. Es decir, sufren al menos el 30% de un conjunto de privaciones ponderadas que incluyen dimensiones tan básicas como atención en salud, educación primaria, seguridad social, acceso a medios de comunicación, acceso a servicios básicos (agua, saneamiento, electricidad), condiciones de vivienda, trabajo y conectividad social.
Con respecto a las brechas encontramos que, si bien estas se han reducido en la última década, están aun muy lejos de desaparecer. Con datos al año 2015, la incidencia de pobreza multidimensional en adultos mayores pertenecientes a un pueblo originario era de 68%, mientras que la cifra fue de 39% para aquellos que no pertenecen a un pueblo originario. En esa línea, nuestros resultados mostraron que el ser un adulto mayor perteneciente a un pueblo originario, vivir en el medio rural y ser mujer están asociados con una mayor probabilidad de ser pobre multidimensional.
La literatura sobre pobreza multidimensional en adultos mayores es un campo de exploración relativamente joven en los estudios de pobreza si la comparamos con aquella relacionada, por ejemplo, a la pobreza monetaria. Los debates metodológicos persisten y las limitaciones de datos no son un desafío menor. En ese sentido, nuestros hallazgos no pretenden constituirse en un diagnóstico definitivo, sino que buscan motivar la discusión acerca de cómo evaluar las condiciones de vida de la creciente población de adultos mayores en el Perú. No obstante, el desafío no termina ahí. Además de buenos diagnósticos, el compromiso con la construcción de una sociedad justa y humana requiere de acciones concretas orientadas a reducir las privaciones intolerables que un significativo grupo de adultos mayores peruanos enfrenta en dimensiones mas allá de los ingresos. El momento de dar visibilidad a los desafíos del envejecimiento en el Perú no es el 2050, es hoy.
[1]https://iep.org.pe/fondo-editorial/tienda-virtual/desigualdad-y-pobreza-en-un-contexto-de-crecimiento-economico/
Las opiniones presentadas en este artículo no necesariamente reflejan la posición institucional del IDHAL ni de la PUCP.
Interesante texto. El reto es seguir avanzando en el conocimiento de los problemas de la población que son adultos mayores y proponer políticas públicas eficaces.
¿Cuál es la bibliografía y data, más importante y reciente, sobre adultos mayores en el Perú?
Interesante texto