BANDOLEROS EN CELENDÍN

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BANDOLEROS EN CELENDÍN
La escena parece familiar, por lo cinematográfica: un pueblo pequeño, rodeado de montañas, se defiende a balazos de una horda de bandoleros que lo asaltan. La imagen no proviene de una película norteamericana ambientada en el far west. Se refiere, en verdad, al Perú del siglo XIX y, específicamente, a la poco conocida historia y leyenda del pueblo de Celendín del departamento de Cajamarca. Todo esto viene a colación de un antiguo recuerdo que mis abuelos Emiliano y Rosaura transmitieron a mi padre, siendo niño, relativo a los ataques de bandoleros sobre el pueblo de Celendín, en las postrimerías del siglo de Kipling, de la iluminación a gas, y de los acorazados y trenes de hierro. Hoy la entrego a ustedes para que la memoria, aunque hable de imágenes sin fecha precisa, no se pierda en el tiempo.

No se conoce con certeza el origen de la localidad de Celendín, de donde proviene mi apellido. La mayoría de los pueblos y ciudades del Perú —incluida la misma Lima— fueron establecidos sobre estructuras y etnias prehispánicas. Por el contrario, el lejano asiento de Celendín no parece haber estado asociado a ninguna fundación por soldados u organización por sacerdotes que hubiese implicado la sujeción, explotación o exterminio de algún conglomerado indígena previo. Daría la impresión —a juzgar por las escasísimas fuentes escritas que todavía se conservan— que Celendín fue, en los albores de la época colonial, solamente un caserío perdido y apenas poblado, cuya única significación seguramente radicó en su cercanía a “la Montaña”, la región selvática, con la cual se comunicaba a través del paso de Balsas, muy cerca del imponente río Marañón.

Cierta historia antigua, originada probablemente en la propia localidad, habla de manera imprecisa sobre la llegada, en tiempos remotos, a lo que ahora es Celendín, de judíos perseguidos por la Inquisición. Mi tío Carlos Malpica Silva Santisteban -quien no tenía precisamente fama de fantasioso- me habló de las estrellas de David que se decía fueron encontradas en una demolición o en algún desván perdido de la localidad celendina. Que yo sepa, las únicas grandes y sistemáticas persecuciones atribuidas a judíos en el Perú tuvieron lugar en la década del treinta del siglo XVII, cuando la Inquisición arremetió contra los acaudalados comerciantes portugueses que entonces vivían en Lima, con el objeto de apoderarse de sus cuantiosas fortunas y usando, según costumbre de la época, pretextos religiosos. Algunos judíos -reales o supuestos- fueron quemados en macabros «autos de fe». Los más terminaron salvajemente desterrados o penitenciados. Lo cierto es que desaparecieron, como grupo, de la escena del virreinato peruano, y no se volvió a hablar más de ellos. ¿Huyeron algunos, disfrazando su identidad, hacia el interior del país, para escapar de sus implacables perseguidores y torturadores? ¿Llegaron entonces por lo menos algunos de estos contemporáneos de Quevedo y de Góngora al lejano Celendín del entonces corregimiento de Cajamarca, para rehacer allí sus maltrechas vidas? La verdad es que, considerando los antecedentes, no podrían haber escogido mejor refugio, por lo inaccesible y poco significativo del lugar. ¿Cómo saberlo con precisión? Lo cierto que es prácticamente hasta la generación de mis abuelos, entre los siglos XIX y XX, Celendín fue un pueblo de costumbres patriarcales. Además, había hasta hace poco una curiosa abundancia de nombres bíblicos, particularmente femeninos, tales como Esther, Noemí y Betsabé.

Las primeras referencias claras sobre el asiento de Celendín aparecen recién a fines del siglo XVIII y a comienzos del siguiente, cuando el obispo de Trujillo, Baltazar Jaime Martínez Compañón, se topó de bruces, al llegar de visita eclesiástica al lugar que nos ocupa, con gente de evidente lucimiento, que en el lenguaje de la época quería decir gente de posición. Luego de penosa travesía desde la costa, el sorprendido obispo debe haberse preguntado mil veces sobre las razones de este aislamiento y de este abandono de tantas almas que reclamaban pastor. Corteganas, Chávez, Sánchez, Casanovas, Pereyras, Merinos y Díaz debieron haberlo rodeado y agasajado por su visita, con vistosas deferencias y festejos, al uso cortesano y ceremonial de la época. (Por cierto: ¿qué hacía el portugués Raimundo Pereyra viviendo en territorio americano de los reyes Borbones, en un tiempo en que lusitanos y españoles eran hostiles entre sí?) El obispo parece haber realizado una fundación formal de la localidad de Amalia de Celendín, cuyo nombre fue dado en homenaje a la reina de España. Posteriormente, en 1802, y en gran parte como producto de las noticias y recomendaciones transmitidas por el obispo viajero Martínez Compañón, el Rey de España concedió a la nueva población el título de “villa”. Como sucedió con gran parte de los pueblos del norte del Perú, Celendín se declaró partidario de la independencia y alcanzó a dar hijos y dineros para esta lucha que culminó en la batalla de Ayacucho. Un celendino, Basilio Cortegana, parece haber sido incluso protagonista de esta acción de armas que donde se decidió la suerte de la América del Sur. A partir de entonces, hasta comienzos del siglo XX, y salvo los ocasionales envíos de congresistas a Lima, Celendín se aletarga y aísla, particularmente después de la Guerra del Pacífico, cuando el Estado limeño y costeño debilita considerablemente su presencia en el interior.

De esta época de aislamiento, a fines del siglo XIX, data precisamente la imagen que mis abuelos —por experiencia propia de niños de pocos años, o por relato de sus progenitores o parientes— refirieron a mi padre: decenas de bandoleros a caballo, fuertemente armados, irrumpen en el pueblo desde los cerros colindantes en medio de una polvareda y profiriendo gritos espeluznantes. Los habitantes, que estaban preparados para estas eventualidades, se encierran en sus casas y comercios con sus familias. De troneras especialmente preparadas salen cañones de revólveres y rifles que hacen fuego a discreción. Caen por tierra algunos bandoleros. Los que sobreviven -que son los más- roban todo lo que pueden y luego parten con el botín hacia los cerros desde donde llegaron. Terminado el peligro, los hombres celendinos retornan a sus comercios e industrias. Las mujeres, de largos cabellos castaños y ojos zarcos, suspiran aliviadas, y rezan a sus Santos.

El rey Carlos IV concede a Celendín el título de Villa

[Al margen: “Título de villa a la población de Amalia de Zelendín en el distrito del virreynato del Perú”]

[Como título del traslado: “En 19 de diciembre de 1802.
De oficio”]

Don Carlos etc. Por quanto en consideración a lo informado por el reverendo obispo que fue de Truxillo don Baltasar Jayme Martínez Compañón acerca del establecimiento de la nueva población llamada Amalia de Zelendín, y recurso que le dirigieron el procurador y alcalde del[la] solicitando les alcanzase de mi real piedad el titulo de ciudad, y atendiendo igualmente al servicio que han hecho aquellos vecinos comprando territorios y edificando casas sin auxilio alguno de mi real erario, he venido, entre otras cosas, a consulta de mi Consejo de Cámara de Indias de 4 de octubre próximo pasado, en conceder a dicha nueva población el título de villa, exenta de la jurisdicción de la de Cajamarca y sugeta privativamente a la de los yntendentes de Truxillo y sus subdelegados en aquel partido, con la prevención de que mi virrey del Perú le señale mi real aprovación en conformidad de lo que dispone la ley primera, título ocho, libro quarto de las de Yndias componiéndose su ayuntamiento a lo más de seis regidores, dos alcaldes ordinarios, un procurador síndico y un escribano conforme a las leyes primera y segunda, título 10 del mismo libro, eligiendo por la primera vez los vecinos con arreglo a la siguiente ley tercera a los regidores, y éstos a los alcaldes, y procurador anualmente deviendo ser por esta vez vitalicias las varas de regidores y venderse conforme vayan vacando según su calidad de oficios vendibles y renunciables. Por tanto quiero y es mi voluntad se lleve a devido efecto todo lo referido, y que en su consequencia procediendo el entero en mis reales caxas de Lima de lo correspondiente al derecho de la media annata, pueda la referida población de Amalia de Zelendín llamarse y nombrarse y se intitule y nombre villa, poniéndose así en todas las cartas, provisiones y privilegios que se la expidieren por mí y por los Reyes mis sucesores y en todas las escrituras e ynstrumentos que pasaren ante el escribano o escribanos públicos de la misma villa, y que goce igual tratamiento y prerrogativas que las que están concedidas a las demás villas. Y por esta mi carta, o su traslado signado de escribano público, ruego y encargo al serenísimo Príncipe de Asturias mi muy caro y amado hijo y mando a los ynfntes, prelados, duques, marqueses, condes, ricos hombres priores de las ordenes comendadores y subcomendadores, a mis consejos, presidentes, y oidores de mis reinos, audiencias, así de estos reynos, como de los de Yndias, a los gobernadores, corregidores, contadores mayores de cuentas y otros cualesquier jueces de mi casa, y cortes y chancillerías, a los alcaydes de los castillos y casas fuertes y llanas, a todos los cabildos, alcaldes, alguaciles, marinos, caballeros, escuderos, oficiales y hombres buenos de las ciudades, villas, y lugares de estos mis reynos y señoríos, y a los demás mis vasallos de qualquier estado, condición, preminencia o dignidad que ahora son o fueren de aquí adelante, guarden y hagan guardar la expresada merced a la citada población de Amalia de Zelendín, sin contravenir ni permitir se contravenga a ella en cosa alguna. Y de este despacho se tomará razón en la Contaduría General de mi Consejo de las Yndias, y en mis reales cajas de la ciudad de Lima, sin cuya formalidad quiero sea nula y de ningún valor ni efecto esta gracia. Dado en Elche, a 19 de diciembre de 1802.

Yo el Rey

Yo, don Silvestre Collar, Secretario del Rey Nuestro Señor lo hice escrivir por su mandado.

El marqués de Bajamar.
Fernando Josef Mangino
El conde de Pozos Dulces

Tomóse razón en el departamento meridional de la Contaduría General de las Yndias. Madrid, 20 de enero de 1803. El conde de Casa Valencia [aparece al final una rúbrica]

(Traslado de la época conservado en el Archivo General de Indias de Sevilla, Indiferente General 1,610)

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LA REVOLUCIÓN DE REVILLA

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LA REVOLUCIÓN DE REVILLA

Introducción

La revolución encabezada por el líder aprista Ricardo Revilla tuvo lugar en la ciudad de Cajamarca el 6 de enero de 1935.

A mediados de los años treinta, el mundo vivía inmerso en una atmósfera de violencia, de radicalismo ideológico y de intolerancia. La guerra civil estaba a punto de estallar en España y tiranías de diverso signo dominaban por doquier. En muchos lugares, fascistas, liberales, comunistas, socialistas y anarquistas luchaban entre sí con odio y apasionamiento por conseguir el poder.

El Perú no era ajeno a este ambiente de conmoción universal. A diferencia del partido de nuestros días, el APRA de los años treinta era una extraña combinación de elementos antiguos y modernos: caudillismo y fervor de masas, retórica marxista, acciones de fuerza que recordaban al anarquismo europeo y un vigoroso catolicismo popular crítico de la alta jerarquía religiosa del país. En su cúpula se encontraban jóvenes de las clases altas y medias pero también líderes obreros como el legendario Manuel Arévalo. En muchos sentidos, el APRA era heredera del radicalismo decimonómico de Manuel González Prada, con su énfasis en la depuración de las instituciones políticas, en la lucha contra la corrupción, y en la necesidad de integrar a todos los peruanos en un proyecto común, más allá del molde elitista que había caracterizado a la política peruana hasta entonces. De otro lado, pese a haber abrevado del marxismo doctrinario europeo, el partido aprista marcó, desde el comienzo, su distancia frente al stalinismo.

Los enemigos del APRA eran «la casta» (la oligarquía), sus «perros guardianes» (los militares) y los fascistas criollos de camisa de negra, copia del molde italiano de moda. El líder del APRA, Víctor Raúl Haya de la Torre, vivía entonces en la clandestinidad, huyendo de los «soplones» del carnicero Damián Mústiga, jefe de los servicios de inteligencia del «general presidente» Oscar R. Benavides. Muchos líderes apristas y comunistas estaban en el exilio, particularmente en Chile y en la Argentina, y otros poblaban las cárceles del país. Oficialmente, el APRA llegó a ser un partido «internacional» o «marxista», fuera de la ley y, consecuentemente, puesto al margen de cualquier proceso electoral. En verdad, el APRA era, de lejos, el más grande partido de masas del Perú, tan hostil a la Internacional Comunista de la época como a los oligarcas y «cachacos» locales que enfrentaba día a día.

En esos días, para muchas personas ilustradas y con sentido social, era bueno y hasta casi natural ser aprista. Además del bloqueo sistemático de toda forma de elección limpia y abierta, los dirigentes apristas destacaban siempre el hecho (verificable a simple vista) de que unas pocas decenas de familias y de empresas extranjeras eran, literalmente, dueñas del Perú. En sus orígenes, el APRA no fue sino un esfuerzo de las incipientes clases medias —en especial del Norte— de lograr un espacio político y de modernización económica y democrática en ese Perú todavía decimonónico y civilista. De otro lado, las simpatías que por este partido asomaban con claridad entre suboficiales y rasos de las fuerzas armadas, atemorizaron y unieron, en tenaz alianza, a los jefes militares, al alto clero y a la oligarquía contra el «apro-comunismo».

La tradición familiar

Las que con el tiempo serían las dos ramas de mi familia vivían entonces en el departamento de Cajamarca, en dos bandos opuestos, dentro de un país ferozmente polarizado entre apristas y antiapristas. Mi familia paterna, los Pereyra, eran notoriamente adversos al APRA. Mi abuelo Emiliano no era un oligarca o un gamonal-terrateniente. Era, más bien, un comerciante, dueño de un establecimiento conocido en la ciudad de Cajamarca. Fue el introductor, en la Sierra Norte del país, de los vistosos equipos de sonido RCA Victor que entonces usaban pesados discos de acetato. Mi abuelo era, sin lugar a dudas, rara avis en el universo semifeudal y absolutamente parroquiano y provincial de la Cajamarca de entonces. No obstante, por ser amante de la estabilidad, y por su buena posición económica y social, era claramente un hombre del sistema. En cambio, mi familia materna, especialmente los Malpica, propietarios de la hacienda “Los Negritos”, en Hualgayoc, eran abiertos partidarios de la agrupación proscrita. Fanáticos o místicos, según el cristal con que se mire: extraños y atípicos terratenientes radicalizados y anticlericales, cuyas mujeres, sin embargo, rezaban a la Virgen y a los Santos con gran devoción. Sobresalía entre ellos mi tío abuelo Carlos Malpica Rivarola, quien era entonces un joven que no llegaba a los treinta años. Por otro lado, mi abuelo materno Andrés Plasencia Saldaña era juez y, en teoría, integrante del estado antiaprista, pero sus simpatías y su admiración se inclinaban secretamente por la doctrina aprista, por su líder perseguido y por los «mártires» del partido, fusilados o desaparecidos en las ruinas trujillanas de Chan Chan y en las serranías del Norte desde comienzos de los treintas.

Cuando tuvo lugar la revolución del líder aprista Revilla en 1935, mi padre tenía cinco años y mi madre cuatro. Ambos estaban en la ciudad de Cajamarca con sus respectivas familias, a pocas cuadras de distancia uno del otro, sin saber que algún día se casarían.

Tiempos violentos

Mi abuelo Emiliano Pereyra Muñoz era conservador. Encontré una vez el borrador de una carta que le dirigió por esos años José de la Riva-Agüero, instándolo, según se deduce de su fraseo, a unirse a la convergencia antiaprista. No obstante, en una ciudad tan pequeña como era la Cajamarca de los años treinta, mi abuelo tenía inevitablemente algunos amigos apristas, entre ellos, Nazario Chávez Aliaga quien era, además, su compadre. En una ocasión, Chávez Aliaga fue alojado en la casa de mi abuelo, acompañado por dos amigos. Mi padre recuerda cómo los tres compañeros colgaban en un perchero sus cintos, con sus respectivos revólveres y balas, al entrar al comedor. Era la única condición que mi abuelo había puesto a sus amigos apristas para que lo visitaran en su casa.

Tragos de aguardiente en los Baños del Inca

Mi tío Juan Pereyra, hermano mayor de mi padre, me contó una vez que, pese a la posición política de su familia, él era muy amigo de Revilla, el líder aprista. «Lo encontré de casualidad en la mañana de la revolución en los Baños del Inca. Estaba tomando aguardiente con varios de sus compañeros apristas. Me dijo: “Juanito, anda a tu casa, no salgas y no hagas preguntas”».

Fue la última vez que mi tío Juan vio con vida a su amigo Revilla.


Un niño impaciente se asoma para ver la
revolución

Seguramente —no lo he podido reconstruir con claridad— Revilla comenzó su levantamiento donde solían iniciarse todas las insurrecciones y motines de la época: tratando de tomar el cuartel o la estación policial de la ciudad. No obstante, algo falló y los tiros y los gritos se generalizaron. En el segundo piso de su casa, el niño Hugo Pereyra Sánchez y su madre, Rosaura, comenzaron a oír, cerca de las dos de la tarde de ese domingo, las detonaciones y los silbidos de las balas. A mi padre, el pequeño Hugo de cinco años, lo abrasaba la curiosidad. Debido a su insistencia, y pese al tiroteo, mi abuela aceptó, a regañadientes, asomarlo por el balcón durante unos pocos segundos. En ese fugaz vistazo, mi padre recuerda haber topado su mirada con dos personajes que marchaban rápido por la calle, ambos con mandil blanco y con una cruz roja en el brazo, llevando en su camilla a un herido. Mi padre reconoció en uno de ellos a un amigo de su hermano Emiliano, un joven de pelo rubio ensortijado de apellido Silva Mejía. Demás está decir que si una bala hubiera acertado en la cabeza de ese niño asomado por el balcón, yo no estaría escribiendo ahora estas líneas.


La bala que casi mata a mi abuela Isabel

Mi madre y mi abuela, Isabel Malpica Rivarola, pasaban una temporada en la ciudad de Cajamarca, alojadas en la casa de la familia Becerra, antiguos propietarios de la hacienda «Los Negritos». Allí reinaban, con mayor razón, la exaltación y la angustia: siendo un levantamiento aprista, más de un familiar tenía que estar involucrado. En ese momento, ya pasadas las doce del día, mi abuela Isabel y su medio hermano Augusto consideraron prudente no salir a la calle en busca de noticias y permanecieron en el umbral de la puerta, al final de un pasadizo profundo que conectaba con la calle. Desde esta posición, podían ver y sentir el caos que reinaba en la ciudad. De pronto, frente a ellos, en la boca del pasadizo que daba a la calle, un soldado se detuvo bruscamente, vio a mi abuela y a su hermano parados en la puerta, levantó su fusil y les disparó. Todo ocurrió tan rápido que los hermanos no tuvieron tiempo para reaccionar. La bala había pasado entre ambos.

Revilla agoniza

Casi por ese mismo momento del día, Angelita, criada de mi abuela Isabel, que había salido a recoger agua, tuvo la oportunidad de contemplar, de manera totalmente casual, un espectáculo trágico: dos militares arrastraban a Revilla de los brazos por la calle, ya muerto o agonizante, como si fuera un muñeco de trapo. Había fracasado la revolución en la ciudad de Cajamarca ese 6 de enero de 1935.

La toma de Chota

Pocos días después, en otra parte de la región cajamarquina, en el pueblo de Chota, tenía lugar un desenlace totalmente distinto en la historia del levantamiento aprista del departamento. La tradición de mi familia, corroborada por otros testimonios, es muy precisa: armado con un revólver, mi tío abuelo Carlos Malpica Rivarola entró solo al local del destacamento policial de la localidad, y redujo a los guardias sin disparar un tiro. Tomó Chota durante algunas horas para la revolución aprista, se apoderó de las armas y se retiró. El fracaso de la insurrección en la capital del departamento convirtió esta hazaña en un esfuerzo inútil. Desde entonces, hasta mediados de los años cuarenta, mi tío Carlos prácticamente desapareció. Varias veces los «soplones» —policías reclutados entre el hampa— irrumpieron sorpresivamente en la casa hacienda de los Malpica. Nunca encontraron, por entonces, ni al joven líder perseguido, ni descubrieron los ejemplares del periódico Chan Chan, que permanecían escondidos debajo de los tablones de la sala.

Habla La Tribuna clandestina

La «edición extraordinaria clandestina de protesta» de La Tribuna, fechada en Lima, el 25 de enero de 1935, decía lo siguiente:

La revolución de Cajamarca, que continúa en Cutervo y en Chota, ha venido a desmentir una vez más las afirmaciones del gobierno que declara diariamente que «la república está totalmente tranquila». Nosotros hemos dicho y repetimos que esto no es cierto. El Perú está en revolución. Junín, Ayacucho, Huancavelica y Cajamarca, después de los asaltos victoriosos, mantienen una parte de cada departamento en rebelión. Mientras tanto, el bien cebado general presidente, no hace sino provocar más y más a la Nación entera (…) Cajamarca ha insurgido en defensa de las libertades públicas atropelladas por la Tiranía (…) Los cien valientes apristas se apoderaron del cuartel de la Guardia Civil a la 1 de la tarde con la ayuda de varios números de ese cuerpo y de la policía. El objeto del golpe, tomar doscientos fusiles, se obtuvo. En la refriega murió el Jefe aprista c. Revilla, quien valerosamente dirigió el asalto. Cayeron con él ocho, pero los doscientos fusiles están ahora en Chota y Cutervo, provincias que se hallan sublevadas (…) La revolución continúa, pues, en el departamento de Cajamarca (…) El Perú sojuzgado por el Civilismo, va insurgiendo, provincia por provincia.»

La oligarquía

Con los medios de prensa totalmente bajo su control, el gobierno oligárquico-militar ocultó, y posteriormente ahogó en la memoria colectiva, la realidad y el recuerdo del levantamiento de Revilla. Para el diario El Comercio de la familia Miró Quesada, poco o nada estaba sucediendo en el interior del país. Aunque triunfante en 1935, como lo había sido desde comienzos de siglo contra toda amenaza a su hegemonía y, posteriormente, hasta los años cincuenta, la oligarquía peruana —rígida como pocas en América Latina— comenzó a morir naturalmente, sin pena ni gloria, desde el golpe militar izquierdista de 1968. Hoy día, sus hijos y nietos, muchos de ellos empobrecidos, o por lo menos irrelevantes en asuntos de política, deambulan por Lima añorando los viejos tiempos de gloria del club Nacional y del Hotel Bolívar.

Final

Mi tío abuelo Carlos Malpica Rivarola, el protagonista de la toma de Chota, falleció de cáncer casi cincuenta años después de su hazaña en ese pequeño pueblo de la Sierra peruana. En el marco de una vida política difícil que lo condujo en los cuarentas al encarcelamiento en la isla penal de El Frontón, al horror de la represión, de la tuberculosis y de los culatazos, y al exilio en Guatemala, llegó a ser, no obstante, alto dirigente del APRA, dos veces alcalde de Cajamarca y Presidente de la Cámara de Senadores.

Murió pobre, en 1985, en un hospital del Estado.

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UNIFICACIÓN ALEMANA – Referencias

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REFERENCIAS

(1) Incluida en El País del 21.1.92

(2) PFAFF, William. “Germany: Drift and Dismay as Old Moorings Loosen” En: International Herald Tribune del 21-22.3.92

(3) GOYTISOLO, Juan. “Fortaleza o ejido” En: El País del 2.1.92

(4) Entre las fuentes utilizadas para sintetizar en el acápite 1, referido tanto a la génesis como al desarrollo del proceso de la unificación alemana, hemos recurrido, además de las observaciones personales, a los siguientes trabajos de índole general:

KLEIN, Hans. Es begann im Kaukasus (Der entscheidende Schritt in die Einheit Deutschlands). Verlag Ullstein GmbH. Berlin-Frankfurt/Main: 1991
Berlin und die Allierten auf dem Wege zur Einheit. Transcontact Verlagsgesellschaft. Bonn: 1990
THE OBSERVER. Tearing Down the Curtain (The People’s Revolution in Eastern Europe). Hodder & Stoughton. London-Sydney-Auckland-Toronto: 1990

(5) HOBSBAWM, Eric. “1989: para el vencedor, los despojos”. En: El País del 23.10.90

(6) Britannica World Data Annual 1992, p. 416

(7) Britannica World Data Annual 1992, p. 428

(8) BECK, Barbara. “German Giant in Nappies” En: The Economist. The World in 1991

(9) FERNÁNDEZ, Rodrigo. “Los términos del tratado”, y MARTÍ FONT, José M. “Alemania recupera su plena soberanía” En: El País del 13.9.90

(10) VOGEL, Steve. “Bonn Seeks Controls on Foreign Troops” En: International Herald Tribune del 6.7.92

(11) “Alemania cree que ya no hay armas nucleares soviéticas en su suelo” En: El País del 6.1.92

(12) FERNÁNDEZ, Rodrigo … y MARTÍ FONT, José M. Op. Cit.
ADAMSKI, Piotr. “Genscher y Mazowiecki sellan en Varsovia el tratado fronterizo polaco-alemán” En: El País del 15.11.90
“Germany Backs Its Polish Border” En: International Herald Tribune del 18.10.91

(13) MARTÍ FONT, José M. “El tratado entre Bonn y Praga superar las rencillas desde la II Guerra Mundial” En: El País del 23.1.92
TAGLIABUE, John. “Prague Accord Undoes Some of Munich” En: International Herald Tribune del 28.2.92

(14) MARTÍ FONT, José M. “Kohl y Genscher refuerzan la luna de miel con Hungría, Polonia y Checoslovaquia” En: El País del 7.2.92
MAAS, Peter. “Hungary Cultivates German Frienship” En: International Herald Tribune del 5.5.92

(15) Britannica World Data Annual 1992, p. 428

(16) HERTSCH, H. y MARTI FONT, José M. “Alemania se desmarca unilaterlamente de la CE al cortar su comercio con Serbia y Montenegro” En: El País del 5.12.91
Britannica World Data Annual 1992, pp. 428 y s.
MARTÍ FONT, José M. “Tudjman ultima con Kohl en Bonn el inminente reconocimiento de Croacia” En: El País del 6.12.91
“Bonn insiste en el reconocimiento de la secesión en Yugoslavia” En: El País del 15.12.91
MARTÍ FONT, José M. “Kohl reitera su disposición a reconocer esta semana a Eslovenia y Croacia” En: El País del 16.12.91
MONTEIRA, Félix. “Alemania fuerza a los Doce a reconocer el 15 de enero a Croacia y Eslovenia” En: El País del 18.12.91
TAGLIABUE, John. “The New and Bolder Germany: No Longer a Political Dwarf”, y “Germany Sets Fast Pace in Recognition” En: International Herald Tribune del 18.12.91
MARTÍ FONT, José M. “La CE reconoce en bloque a Croacia y Eslovenia” En. El País del 16.1.92
“German Assertiveness Is Supported by U.S.” En: International Herald Tribune del 22.1.92

(17) Britannica World Data Annual 1992, p. 428

(18) FISHER, Marc. “Germany Halts Arms Shipments To Turkey” En: International Herald Tribune del 27.3.92
FISHER, Marc. “Germany Finds Use of Power Stirs Painful Comparisons” En: International Herald Tribune del 31.3.92
KINZER, Stephen. “Bonn Defense Chief Quits Amid Scandal” En: International Herald Tribune del 1.4.92
MARTÍ FONT, José M. “Dimite el ministro de Defensa alemán por el envío de material militar a Turquía” En: El País del 1.4.92
MONTEIRA, Félix. “El conflicto turco-alemán divide a la Alianza Atlántica” En: El País del 2.4.92
JACKSON, James O. “Flexing Its Muscles” En: Time del 13.4.92

(19) MARTÍ FONT, José M. “Alemania va a cambiar la estructura de su Ejército para hacerlo más flexible” En: El País del 15.1.92
PUHL, Detlef. “Nuevas tareas en la Alianza para la Bundeswehr y nuevos amigos en el Este” En: Tribuna Alemana del 27.1.92
“Bonn Supports Cut in Force and Wants Role Outside NATO” En: International Herald Tribune del 20.2.92
MARTÍ FONT, José M. “Una nueva constitución para la nueva Alemania” En: El País del 10.3.92

(20) FISHER, Marc. “One Germany, Still Divided Over Its Military Role” En: International Herald Tribune del 24.2.92
“Kohl Faces Showdown on Wider Role For Troops. Opposition Challenges Decision to Send Ship To Join Balkan Patrol” En: International Herald Tribune del 15.7.92
FISHER, Marc. “Germans Send Ship To Join Blockade” En: International Herald Tribune del 16.7.92
FISHER, Marc. “Kohl’s Foes For Now, Are Unable to Curb New Deployment” En: International Herald Tribune del 23.7.92
FLISZAR, Fritz y HAAN, Brett. “Germans Can’t Hide Any Longer” En: International Herald Tribune del 25-26.7.92

(21) MARTÍ FONT, José M. “Cumbre franco-alemana en Munich” En: El País del 19.9.90

(22) TAGLIABUE, John. “…as 2 Army Divisions Leave Germany” En: International Herald Tribune del 18-19.1.92
FISHER, Marc. “U.S. Officials Take Tough New Line On Europe” En: International Herald Tribune del 10.2.92
Britannica World Data Annual 1992, pp. 228 y s.

(23) DEZCALLAR, Rafael. “Un problema de identidad. Europa tiene la oportunidad histórica de caminar sin tutelas y actuar en el mundo con voz propia” En: El País del 28.2.91

(24) Sobre la posición “atlántica”, véase:

KISSINGER, Henry. “The Atlantic Alliance Needs Renewal in a Changed World” En: International Herald Tribune del 2.3.92
TYLER, Patrick E. “Pentagon’s New World Order: U.S. to Reign Supreme” En: International Herald Tribune del 9.3.92; y “EC Won’t Be Able to Stop Germany, Thatcher Warns” En: International Herald Tribune del 16-17.5.92

(25) GACK, Thomas. “Genscher, intermediario al servicio de la seguridad europea” En: Tribuna Alemana del 15.5.91
FITCHETT, Joseph. “Paris-Bonn Defense Plan Seeks EC-WEU Alliance” En: International Herald Tribune del 17.10.91

(26) FITCHETT, Joseph. Op. Cit.
MARTÍ FONT, José M. “Kohl y Miterrand creen que la CE entrará en declive si fracasa la Cumbre de Mastricht.” En: El País del 16.11.91
MARTÍ FONT, José M. “Bonn convoca a los países de la UEO interesados en formar un Ejército europeo” En: El País del 8.2.92
AZCÁRATE, Manuel. “El camino de La Rochelle” En: El País del 3.5.92
“U.K. Proposes Europe Defense Buildup” En: International Herald Tribune del 15.5.92
FITCHETT, Joseph. “Paris and Bonn Press Ahead to Form de Nucleus of a ‘Euro-Corps'” En: International Herald Tribune del 19.5.92
DROZDIAK, William. “Bonn and Paris to Deploy Euro-Corps by 1995” En: International Herald Tribune del 23-24.5.92
“Alemania garantiza a los aliados que el Euroejército complementar a la OTAN” En: El País del 27.5.92
“Kohl Sends Note Assuring Bush on Euro-Corps” En: International Herald Tribune del 5.6.92
PFAFF, William. “NATO: This European-American Quarrel Serves Neither Side” En: International Herald Tribune del 5.6.92

(27) GALLEGO-DÍAZ, Sol. “La CSCE elabora una redefinición de su papel y sus mecanismos” En: El País del 1.2.92

(28) MARTÍ FONT, José M. “Alemania va a cambiar la estructura de su ejército para hacerlo más flexible” y “Un Mig 29 alemán” En: El País del 15.1.92
KILGUS, Rudi. “La Bundeswehr reducir sus efectivos, aumentado su flexibilidad y profesionalidad En: Tribuna Alemana del 27.1.92
“Optimism for Jet Project” En: International Herald Tribune del 15.5.92
GONZÁLEZ, Miguel. “La salida alemana deja fuera de combate al caza europeo…” En: El País del 19.5.92
“Major and Kohl to Discuss New Plane” En: International Herald Tribune del 2.6.92
FISHER, Marc. “German Rejection of Eurojet Sends Allies a Loud Signal” En: International Herald Tribune del 1.7.92

(29) MARTÍ FONT, José M. “Todos miran a una Alemania ensimismada” En: El País del 3.2.92
“Genscher Quits After 18 Years” En: International Herald Tribune del 28.4.92
FISHER, Marc. “Germany, Eager but Wary, Looks to UN Council Seat” En: International Herald Tribune del 14.8.92
LEWIS, Paul. “Germany Tells UN It Wants Permanent Security Council Seat” En: International Herald Tribune del 25.9.92

(30) SMITH, Richard E. “Germany’s Eastward Reach. Building an Economic Presence in the Old Soviet Bloc” En: International Herald Tribune del 14.1.92

(31) SMITH, Richard. E. “Germany’s…” Op. Cit.
Sobre el problema de la afluencia masiva de ciudadanos del Este europeo hacia Alemania, véase, por ejemplo:
MARTÍ FONT, José M. “La invasión de los ‘roma’ ” En: El País del 9.9.90; y
MARTÍ FONT, José M. “Kohl, recibido con frialdad en la ex-RDA” En: El País del 8.4.91

(32) QUEVEDO, Alina. “Hoechst afronta su crisis con una fuerte expansión en Europa” en: El País del 22.12.91
REDBURN, Tom. “Early Birds Catching Worms” En: International Herald Tribune del 18.3.92
SMITH, Richard E. “Germany’s…” Op. Cit.

(33) SMITH, Richard E. “Germany’s…” Op. Cit.
SMITH, Richard E. “More German Firms Look East to Cut Costs” En: International Herald Tribune del 16.4.92

(34) SMITH, Richard E. “German Banks Are Distinctly Cool To Joining Soviet Debt Deferral” En: International Herald Tribune del 23-24.11.91
KINZER, Stephen. “Yeltsin Fails To Persuade Bonn Investors” En: International Herald Tribune del 23-24.11.91
SMITH, Richard E. “Germany’s…” Op.Cit.
SMITH, Richard E. “Trade With East Daunts Even Germans” En: International Herald Tribune del 28-29.3.92
REDBURN, Tom. “Economic Weight Spreads in East Europe” En: Reportaje especial a Alemania del International Herald Tribune del 1.4.92

(35) Britannica World Data Annual 1992, p. 428.
BONET, Pilar. “La URSS recurre a la presión psicológica para arrancar ayuda al G-7” En: El País del 16.7.91
BROOKE, James. “For Byelorussia, Return of the Germans” En: International Herald Tribune del 19-20.10.91
“EC Says 57 % of Aid to Soviets Is German” En: International Herald Tribune del 22.1.92
“Kohl Seeks More Aid For Ex-Soviet Bloc”. En: International Herald Tribune del 6.5.92

(36) SMITH, Richard E. “Soviet-German Gas Dispute Heats Up” En: International Herald Tribune del 26-27.10.91
MARKOFF, John. “Germans Clinch Soviet Sale Via Loophole” En: International Herald Tribune del 22.11.91
SMITH, Richard E. “German Banks Are Distinctly Cool…” Op. Cit.
PIPER, Nikolaus. “Alemania debe mantener en pie el comercio con la ex-URSS” En: Tribuna Alemana del 13.1.92
SMITH, Richard E. “Trade with East Daunts…” Op. Cit.
BRADSHER, Keith. “Germany Resists Postponement of Debt Repayment by Russians” En: International Herald Tribune del 22.9.92

(37) “Havel Demands Germany’s Level of Investment”. En: International Herald Tribune del 9.3.92
“Siemens Sets Poland Rail Restoration” En: International Herald Tribune del 22.3.92
“Czechs Clear 250 US Million Truck Deal” En: International Herald Tribune del 26.3.92

(38) Die Bundestagsdebatte zu Parlaments -und Regierungssitz (Die gehaltenen und zu Protokoll gegebenen Reden vom 20. Juni 1991) Bouvier Verlag. Bonn-Berlin: 1991, passim.
(39) WAGNER, Wolfgang. “Conjurar en Europa el fantasma de la política de equilibrio de fuerzas” En: Tribuna Alemana del 29.5.91
Britannica World Data Annual 1992, p. 429
MARTÍ FONT, José M. “Kohl y Miterrand creen que la CE entrará en declive si fracasa la cumbre de Maastricht” En: El País del 16.11.91
“Kohl Retreats on EC’s Powers” En: International Herald Tribune del 28.11.91
MARTÍ FONT, José M. “¿Una Europa alemana o una Alemania europea?” En: El País del 6.12.91
MARTÍ FONT, José M. “El Bundesbank retrasa la subida de los tipos de interés ante la cumbre de Maastricht” En: El País del 7.12.91
MONTEIRA, Félix. “La Comisión rechaza que haya discriminación del alemán en la CE” En: El País del 4.1.92

(40) “La Unión Europea nace en Maastricht pese a la oposición del Reino Unido” En: Suplemento especial de El País del 22.12.91
MONTEIRA, Félix. “Los Doce abren paso en Maastricht a la nueva Europa” En: El País del 8.2.92

(41) JACKSON, James O. “The Pohl-and-Kohl Show Folds” En: Time del 27.5.91
SMITH, Richard E. “Bundesbank issues a New Warning on EC Central Bank’s Independence” En: International Herald Tribune del 28-29.9.91
MARTÍ FONT, José M. “Pánico sobre el marco” En: El País del 11.12.91
“Mood Shift in Germany. Growing Nationalism Is Tracked by Poll” En: International Herald Tribune del 30.1.92
REDBURN, Tom. “A Bundesbank Warning as EC Seals Treaty” En: International Herald Tribune del 8-9.2.92
“Danes Appear to Reject Pact” En: International Herald Tribune del 3.6.92
DROZDIAK, William. “Danish Vote Shakes EC But 11 Vow to Press On” En: International Herald Tribune del 4.6.92
“Germany Promises To Ratify EC Treaty” En: International Herald Tribune del 13-14.6.92
IPSEN, Erik. “London Delighted by a Centrifugal EC” En: International Herald Tribune del 30.6.92
DROZDIAK, William. “Old Fears of Germany Surface In French Debate on Maastricht” En: International Herald Tribune del 1.9.92
FITCHETT, Joseph. “France’s Weak Approval of Maastricht Leaves Europe With Fragile Consensus” En: International Herald Tribune del 21.9.92

(42) MARTÍ FONT, José M. “Kohl y Genscher refuerzan la luna de miel con Hungría, Polonia y Checoslovaquia” En: El País del 7.2.92
MONTEIRA, Félix. “Alemania considera inaceptable la factura de Maastricht para reforzar la cohesión” En: El País del 17.3.92
MARTÍ FONT, José M. “Kohl cierra la CE a los países ex-soviéticos” En: El País del 6.4.92
SMITH, Richard E. “Waigel Rejects Setting Up a Fund To Help Nations Meet EC Standards” En: International Herald Tribune del 27.5.92

(43) Las fuentes sobre el tema de la problemática económica interna en Alemania durante 1991 y 1992 son muy abundantes. Tanto para el presente acápite, como para el sub acápite 4.2.1, han sido consultados los siguientes trabajos (en orden cronológico):

BUNDESSTELLE FÜR AUSSENHANDELSINFORMATION Die neuen Bundesländer als Witschaftspartner (2. neubearbeitete und erweiterte Auflage) Köln 1991.
BERGES, Angel y MANZANO, Daniel. “Desequilibrios en Alemania y EEUU” En: El País del 28.4.91
BENJAMIN, Daniel. “Shock and Angst. Bad Forecasts, Bad Politicking and Bad Luck Make Rebirth Harder than Expected” En: Time del 1.7.91
MARTÍ FONT, José M. “El Bundesbank sube los tipos de interés y reafirma su independencia del gobierno alemán” En: El País del 16.8.91
“Decline in German Imports” En: International Herald Tribune del 5-6.10.91
SMITH, Richard E. “East German Jobless Falls But Outlook Is Still Grim” En: International Herald Tribune del 9.10.91
BURTON, Katherine. “When Buying in Germany, Timing is All” En: International Herald Tribune del 19-20.10.91
SMITH, Richard. E. “German Sea Change as the Bills Come In” En: International Herald Tribune del 21.10.91
SMITH, Richard E. “Germany Sees Growth in ’92 For the East” En: International Herald Tribune del 22.10.91
Reporte del Commerzbank (Frankfurt/ Main) En: International Herald Tribune del 22.11.91
“Bundesrat Throws Out Chancellor’s Tax Plan” En: International Herald Tribune del 30 nov. –1 dic. de 1991.
MARTÍ FONT, José M. “Alemania aumenta los tipos de interés en medio punto, por encima de lo esperado”. En: El País del 20.12.91
“Las secuelas del Bundesbank” En: El País del 29.12.91
MARTÍ FONT, José M. “El Bundesbank descarta reducir los tipos de descuento” En: El País del 13.1.92
“El Presidente del Bundesbank advierte contra la inflación en Alemania” En: El País del 17.1.92
SMITH, Richard E. “Bundesbank Leaders United in Mission” En: International Herald Tribune del 20.1.92
“Germany’s current account in the nineties: deficits without end? (The Commerzbank Report on German Business and Finance)” En: International Herald Tribune del 20.1.92
“Los altos tipos de interés alemanes desestabilizan el SME y provocan las críticas de algunos países” En: El País del 21.1.92
MARTÍ FONT, José M. “El aumento de la inflación enfrenta al Bundesbank con el gobierno alemán y a Kohl con los sindicatos” En: El País del 23.1.92
MARTÍ FONT, José M. “El metal de Alemania va a la huelga con primera vez en 13 años en demanda de aumentos salariales” En: El País del 1.2.92
“Germans Vote for Steel Strike” En: International Herald Tribune del 1-2.2.92
MARTÍ FONT, José M. “Los expertos auguran más paro en Alemania por el pacto salarial del metal” En: El País del 4.2.92
“German Railway’s Loss Grows” En: International Herald Tribune del 8-9.2.92
“Kohl Calls for Limit on Pay Increases” En: International Herald Tribune del 10.2.92
MARTÍ FONT, José M. “La ‘locomotora’ alemana afectada por la recesión y los despidos en grandes empresas” En: El País del 18.2.92
“German Trade Plunged Into Deficit Last Year” En: International Herald Tribune del 19.2.92
“El papel de Alemania” En: El País del 24.2.92
SMITH, Richard E. “A Recession Stalks Germany” En: International Herald Tribune del 25.2.92
“Gains Seen in German Trade Data” En: International Herald Tribune del 2.3.92
IPSEN, Erik. “A Debate on the Cost of United Germany. Expense of Reunification Spills Into Rest of Europe” En: International Herald Tribune del 4.3.92
POHL, Karl-Otto. “Un futuro poco esperanzador” En: El País del 6.3.92
SMITH, Richard E. “Inflation Rises in Germany” En: International Herald Tribune del 11.3.92
SMITH, Richard E. “Bundesbank Warns Bonn to Curb Spending” En: International Herald Tribune del 19.3.92
“West German inflation Jumps to 4.7 %” En: International Herald Tribune del 3.4.92
“Unemployment Rate Declines Across Germany” En: International Herald Tribune del 4-5.4.92
“Recuperación del marco” En: El País del 26.4.92
MARTÍ FONT, José M. “El metal se une a las crecientes protestas del sector público en Alemania” En: El País del 30.4.92
SMITH, Richard E. “Metalworkers Join Ranks of Strikers in Germany” En: International Herald Tribune del 30.4.92
SMITH, Richard E. “Unions Assail Kohl, Vow Wider Strike” En: International Herald Tribune del 2-3.5.92
FISHER, Marc. “Aides See ‘Disaster’ in Kohl’s Retreat on Pact” En: International Herald Tribune del 9-10.5.92
MARTÍ FONT, José M. “La victoria del sector público alemán sienta precedente en otras negociaciones salariales” En: El País del 11.5.92.
SMITH, Richard E. “Bonn Moves To Contain Increases in Spending” En: International Herald Tribune del 14.5.92
SMITH, Richard E. “German Union Rejects Pay Deal” En: International Herald Tribune del 15.5.92
MARTÍ FONT, José M. “El sector del metal alemán descarta la huelga tras alcanzar un acuerdo salarial” En: El País del 19.5.92
FISHER, Marc. “German Wage Pacts Brings Labor Peace” En: International Herald Tribune del 19.5.92
REDBURN, Tom. “Bundesbank Raises Rate But Leaves Neighbors Room” En: International Herald Tribune del 17.7.92
REDBURN, Tom. “Germans Heard Europe’s Clamor” En: International Herald Tribune del 18-19.7.92
“Inflation Falls in Germany” En: International Herald Tribune del 25-26.7.92
“Western German Joblessness Up for 5th Month” En: International Herald Tribune del 6.8.92
VILA, Gerard. “Waiting for the Bundesbank Means Too Much Pain for Europe” En: International Herald Tribune del 12.8.92
MITCHENER, Brandon. “West German GNP Slows to Standstill” En: International Herald Tribune del 4.9.92
MITCHENER, Brandon. “EC Devalues the Lira by 7 % ; Bonn to Lower interest Rates” En: International Herald Tribune del 14.9.92
“Reajuste en el Sistema Monetario Europeo para devaluar la lira” En: El País del 14.9.92
MITCHENER, Brandon. “Bundesbank Decision: A Compromising Step?” En: International Herald Tribune del 15.9.92
“El Bundesbank actúa por primera vez como banco europeo y baja los tipos de interés” En: El País del 15.9.92
GERWITZ, Carl. “Rate Relief From Germany Lifts Stock Markets and Dollar” En: International Herald Tribune del 15.9.92
“Europe’s Monetary Chaos Forces Major to Let Sterling Float Free” En: International Herald Tribune del 17.9.92
GONZÁLEZ, Eric. “La libra, a la deriva tras abandonar el SME” En: El País del 18.9.92
“La crisis del SME despierta dudas sobre la cooperación alemana en el proyecto de la Unión europea” En: El País del 18.9.92
“EC Comes under More Strain As Britain and Germany Blame Each Other for Currency Crisis” En: International Herald Tribune del 18.9.92
GEWIRTZ, Carl. “Markets Defy Joint Pledge to Shore Up Franc’s Value” En: International Herald Tribune del 24.9.92
MÖLLEMANN, Jürgen. “Be Fair to German Economic and Monetary Policies” En: International Herald Tribune del 28.9.92
“Two Speed Europe?” (Editorial) y “The glumness behind Germany’s power” En: The Economist del 3.10.92
“Two Years After” En: International Herald Tribune del 3-4.10.92
WALSH, James. “And now, vox populi” En: Time del 5.10.92
SULLIVAN, Scott. “End of the Dream” En: Newsweek del 5.10.92
Britannica World Data Annual 1992

(44) MARTÍ FONT, José M. “Federico el Grande recibe nueva sepultura en Potsdam” En: El País del 18.8.91
Britannica World Data Annual 1992, pp. 137, 252 y 427
FISHER, Marc. “On Migrants, is Bonn ‘Slow on Uptake’?” En: International Herald Tribune del 17.10.91
KINZER, Stephen. “Refugees Crowd Germans Close to Home -at Beer- Fest Site” En: International Herald Tribune del 20.3.92
MARTÍ FONT, José M. “Waldheim consigue almorzar con Kohl en Alemania” En: El País del 28.3.92
FISHER, Marc. “An Angry Kohl Blasts Critics of Waldheim Lunch” En: International Herald Tribune del 28-29.3.92
FISHER, Marc. “German Doors Open Wider to Refugees” En: International Herald Tribune del 1-2.8.92

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LA UNIFICACIÓN ALEMANA

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LA UNIFICACIÓN ALEMANA Y SU REPERCUSIÓN POLÍTICA Y ECONÓMICA EN EL ESCENARIO EUROPEO

“(…) Alemania, desde 1950 hasta ayer, estaba razonablemente satisfecha de su posición de país derrotado pero floreciente (…) Pero repentinamente la situación ha cambiado y hoy Alemania está inquieta (…) Tras su reunificación, Alemania (…) se ha dado cuenta de su nueva fuerza y quiere usarla para recuperar el espacio y el tiempo perdidos (…) Si Bonn decide adoptar una política exterior en Europa, los demás colegas deberán seguirla (…)
La inquietud alemana tiene un sólido fundamento. Es la consecuencia de la desaparición de la URSS como sujeto integrante de un mundo bipolar (…) Una vez desaparecida la bipolaridad, ha vuelto a resurgir con toda su fuerza la Europa central, cuyo motor político y económico es Alemania (…)
Entre Alemania y la CE se ha establecido un nuevo juego (…) En el centro del continente existe una potente área del marco, apoyada por una institución bancaria y un Gobierno que actúan de acuerdo con su propia visión e intereses. Alrededor de esta área hay enanos financieros, enanos industriales e incluso enanos políticos (…)”.

Eugenio Scalfari
La Repubblica, 20 de enero de 1992
(1)

“Los viejos anclajes de la existencia nacional alemana han sido, así, repentina y desconcertantemente aflojados durante los últimos dos años: las suposiciones sobre el valor de la integración europea para resolver el problema nacional de Alemania, y sobre la importancia que la alianza con los EEUU tenía para enfrentar los problemas derivados de la política exterior. Es perfectamente natural que este proceso haya sido seguido de confusión y de ansiedad”

Pfaff, William
International Herald Tribune,
21-22 de marzo de 1992
(2)
CONTENIDO

INTRODUCCIÓN

1. Los condicionamientos básicamente externos de la unificación alemana.

2. Asuntos de seguridad y de fronteras.

2.1 Situación militar y estratégica de Alemania después de la unificación.

2.2 El tema de la frontera con Polonia.

2.3 Relaciones bilaterales con Checoslovaquia y Hungría.

2.4 La nueva actitud alemana en temas militares y de seguridad colectiva.
2.4.1 La crisis yugoslava y la presión alemana en la Comunidad Europea para obtener el reconocimiento de Croacia y Eslovenia. El reconocimiento de los países bálticos.
2.4.2 El caso de la suspensión de venta de armas a Turquía.
2.4.3 Iniciativas de revisión de las barreras constitucionales para el envío detropas alemanas en misiones fuera del marco de la Alianza Atlántica. La OTAN y el proyecto de creación de un sistema de seguridad europeo.
2.4.4 Discrepancias sobre la construcción del Avión de Combate Europeo y modificación de los criterios de Defensa.
2.4.5 Gestiones para lograr la admisión de Alemania como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU.

3. La unificación alemana y la expansión económica germana hacia Europa Oriental.

4. Repercusiones de la unificación de Alemania en el proyecto comunitario europeo.

4.1 El peso y las prioridades de Alemania durante las negociaciones del acuerdo de Maastricht. Desarrollos posteriores.

4.2 El esfuerzo para desarrollar Alemania oriental, y su gravitación en el conjunto de la economía europea occidental.
4.2.1 Influencia de las tasas de interés alemanas.

CONCLUSIONES

INTRODUCCIÓN

Transcurridos dos años desde el día de la integración formal de la RDA en la RFA (3 de octubre de 1990), un simple vistazo a la cronología de los principales acontecimientos ocurridos en la escena europea a partir de esa fecha, revela en forma nítida un aumento notable del peso de Alemania en la arena internacional. Tal y como se plantean las cosas en el momento presente, esta mayor gravitación se refiere ahora no sólo a la tradicional importancia económica que tuvo la Alemania occidental en el pasado, sino que ya se siente vigorosamente en la misma esfera de los asuntos políticos, militares y estratégicos de nuestro tiempo. El presente trabajo intentará presentar un bosquejo del inicio de este proceso, cuyo desarrollo futuro contribuirá decisivamente, según todas las evidencias, a perfilar el mundo que emerge luego del fin de la Guerra Fría.

El contexto del proceso que estudiamos está configurado por tres elementos. Por una parte, el hundimiento del poderío soviético ha determinado la desaparición (o la redefinición) de gran cantidad de instituciones europeas que habían sido forjadas para funcionar en el peculiar marco de la tensión militar Este-Oeste. Por otra parte, pese al evidente reconocimiento de su situación como la gran superpotencia vencedora de la Guerra Fría, los EEUU muestran en la actualidad un perfil contradictorio que oscila entre su deseo de “compartir responsabilidades globales” con los otros grandes de la escena mundial (principalmente Japón y Alemania), y su tendencia a poner resistencias a toda iniciativa que se oriente a socavar su rol como poder hegemónico en el seno de la Alianza Atlántica. El tercer rasgo del actual contexto internacional (con énfasis en la situación europea) ha sido claramente expuesto hace poco en los siguientes términos:

“Los cambios radicales operados en los últimos años tras la caída del muro de Berlín y la liberación de los países del Este de los grillos que les sujetaban, han alterado profundamente el entorno en el que se asienta la casa común europea y han impulsado una política proteccionista, de un nacionalismo de nuevo cuño, frente a las realidades amargas que la rodean: conflictos étnico-religiosos, antagonismos y odios ancestrales desgarran de nuevo la península Balcánica y el vasto territorio de lo que fue hasta hace poco la URSS” (3).

Este trabajo cubre el período que va desde el inicio de la unificación alemana hasta los primeros días de octubre de 1992. Tanto la naturaleza del tema planteado, como las limitaciones de espacio previstas para esta monografía, han llevado al autor a poner énfasis en las variables y repercusiones internacionales del proceso de la unificación, en desmedro de un tratamiento más detallado del rico panorama interno de Alemania.

Además de la evidente dificultad que entraña el estudio de un proceso que todavía no ha concluido, el autor ha tenido que enfrentarse a la (explicable) escasez de trabajos de fondo que se ocupen particularmente de los años 1991 y 1992. Esta carencia ha sido suplida a través de la consulta de materiales de prensa (con las excepciones que serán citadas en su momento), así como mediante el ocasional recurso a la observación del proceso desde el mismo lugar de los acontecimientos, a partir de una óptica personal.

Las referencias sobre las fuentes utilizadas en el presente trabajo se incluyen en un apéndice final, al margen de las 30 páginas del texto propiamente dicho que siguen a esta Introducción.


1. Los condicionamientos básicamente externos de la unificación alemana

La unificación alemana de 1990 (o reunificación, si consideramos la historia del pueblo germano desde el siglo XIX) fue una consecuencia directa del proceso que condujo al fin de la Guerra Fría entre los EEUU y la antigua Unión Soviética. De manera muy clara, el 3 de octubre de 1990, día de la unificación del país y de la solución de la “cuestión alemana”, marcó la cancelación de los últimos rezagos históricos de la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, vale decir, de su ocupación por parte de las potencias vencedoras, y de su ulterior división en función de las zonas de influencia Este-Oeste (4).

Movidos principalmente por el reconocimiento de la creciente debilidad económica y tecnológica de la URSS frente a las potencias occidentales -que hacía cada vez más difícil seguir manteniendo el control sobre Europa oriental- Gorbachov y la nueva generación de políticos soviéticos optaron, a partir de la segunda mitad de los años 80, por impulsar un proceso de apertura dentro de su país, y por favorecer una política de distensión a nivel mundial (5).

Tanto la remoción de Erich Honecker al frente de la RDA (18.10.89), la caída del Muro de Berlín (9.11.89), así como la eliminación definitiva del poder omnímodo que había tenido el Partido Socialista Unificado de Alemania (1.12.89), encuentran su explicación en la evidente atenuación del soporte político y militar que la URSS había brindado hasta entonces a las autoridades de la Alemania comunista. Este cambio de actitud de las autoridades soviéticas, vinculada al espíritu de la Perestroika y de la distensión, alcanzó su punto más alto durante 1989, el año de las grandes revoluciones democráticas de la Europa del Este.

A fines de 1989, pese a la caída del Muro de Berlín y de la frontera interalemana, el curso que debía seguir el proceso de la unificación distaba mucho de estar perfectamente definido. En vista de la enorme popularidad que comenzó a gozar la idea de una unificación rápida (particularmente dentro de la RDA), tanto el Canciller Helmut Kohl como su Ministro de RREE, Hans-Dietrich Genscher, optaron por acelerar el proceso, argumentando que el ambiente de distensión que reinaba por entonces entre los EEUU y la URSS no estaba del todo garantizado.

En un comienzo, salvo en el caso de los EEUU, tanto la idea de una posible unificación de Alemania, como de su consecuente resurgimiento como potencia militar y política, despertaron serios recelos en varios países, particularmente en Francia, el Reino Unido, la Unión Soviética y Polonia. A mediados de febrero de 1990, en gran parte gracias a la importante gestión personal de Hans-Dietrich Genscher, la RFA consiguió atenuar estos recelos y convencer a las cuatro potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial para tratar en forma conjunta, con el concurso de las dos Alemanias (en lo que se consideró el inicio de las negociaciones Dos más cuatro), las consecuencias externas que podía acarrear en el futuro el proceso de unificación.

El otro gran obstáculo para la unificación de Alemania se encontraba hacia fines de 1989 en el propio frente interno de la RDA, cuyo régimen, aunque reformista, se asentaba todavía entonces en las viejas estructuras del orden socialista. Pese a la tibieza con que Kohl comenzó a esbozar sus propuestas para una integración de las dos Alemanias (habló en un principio simplemente de “estructuras confederadas”), el gobierno del Primer Ministro Hans Modrow, temeroso de la destrucción del aparato productivo de la RDA y de una virtual “colonización” del país por parte la Alemania occidental, se negó a aceptar una aceleración del proceso, y comenzó a negociar únicamente los términos que podría tener una posible unificación monetaria. Este entrampamiento fue superado sólo después de las elecciones parlamentarias de marzo de 1990, que acarrearon, a partir del mes siguiente, la instalación del primer régimen no socialista en la historia de la RDA. De manera muy razonable, el claro triunfo de las fuerzas conservadoras en la RDA fue interpretado como el más certero indicio de la voluntad mayoritaria de apurar la incorporación de la RDA dentro de la poderosa RFA. Kohl encontró en el nuevo Primer Ministro de la RDA, el democristiano Lothar de Maizière, el aliado incondicional que necesitaba para marchar resueltamente en pos de la meta que se había planteado. El 18 de mayo de 1990 fue firmado el tratado de la Unión Económica y Monetaria que entrañó, a partir de julio, la desaparición del antiguo signo monetario oriental. Asimismo, los regímenes de Kohl y de de Maizière acordaron la negociación de un tratado de Unificación Política, con la intención (ya entonces de dominio público) de sancionar jurídicamente, en un plazo todavía indeterminado, la virtual desaparición de la RDA como estado soberano.

En tiempos de la conformación de la estrecha alianza política entre Kohl y de Maizière, restaba todavía sobrepasar el tercer y más difícil grupo de obstáculos que debió afrontar el proceso de unificación, esta vez en su frente externo: la negativa de la URSS a aceptar la futura integración de la Alemania unida en la OTAN, y la situación de las tropas soviéticas acantonadas en territorio de la RDA desde los inicios de la Guerra Fría. Recién a mediados de julio de 1990, mediante la concesión de ciertas ventajas estratégicas para la URSS, así como gracias a la promesa de un futuro estrechamiento de las relaciones financieras y comerciales germano-soviéticas, Kohl consiguió flexibilizar la posición de Mikhail Gorbachov sobre el espinoso tema de la futura pertenencia de Alemania a la OTAN.

Finalmente, superado el punto de inflexión en materia internacional, el virtual estado de desgobierno político y económico que dominó a la Alemania oriental a partir de la introducción del marco federal, hizo necesaria la suscripción (31 de agosto) del tratado interalemán de unión política que fijó el 3 de octubre como la fecha de la unificación.

El 12 de setiembre, en lo que se consideró la conclusión de las negociaciones Dos más cuatro, las dos Alemanias y las potencias vencedoras en la Segunda Guerra Mundial firmaron el Tratado sobre el acuerdo final con respecto a Alemania, llamado también Tratado de Moscú, que fue negociado en consonancia con lo pactado por Kohl y Gorbachov en julio, y que eliminó los “derechos y responsabilidades” de los aliados sobre Alemania. El 2 de octubre, pocas horas antes de la unificación, tuvo lugar la disolución de la Kommandatura militar aliada en Berlín occidental, porción de la ciudad que había permanecido bajo un régimen de ocupación militar desde la época de la derrota de Alemania en 1945.

En el plano de la política interna, Kohl cosechó casi inmediatamente los frutos de la unificación con el triunfo de su agrupación política cristiano demócrata (CDU) en las primeras elecciones pan alemanas para renovar el Bundestag, que tuvieron lugar el 2 de diciembre de 1990.

La Guerra Fría había concluido formalmente en noviembre de 1990, merced a los acuerdos alcanzados en París por la OTAN, el Pacto de Varsovia y la Conferencia de Seguridad y Cooperación Europea (6). No obstante, hacia comienzos del año siguiente, no se descartaba del todo un bloqueo de la ratificación del Tratado de Moscú en el Soviet Supremo de la URSS, debido a la relativa influencia que todavía conservaban por entonces ciertos grupos intransigentes del PCUS y de las fuerzas armadas, particularmente en contra del retiro definitivo de las fuerzas soviéticas de territorio alemán. Fue precisamente el temor de una posible desestabilización del régimen de Gorbachov, y la necesidad de no dar argumentos a los sectores militaristas de la URSS, lo que llevó al gobierno alemán a no protestar cuando las tropas soviéticas incursionaron violentamente en Lituania, en enero de 1991. A comienzos del marzo de dicho año, probablemente como un reconocimiento a la posición alemana de entonces de respetar la integridad de la Unión Soviética, el Soviet Supremo ratificó el Tratado de Moscú y garantizó, así, finalmente, el carácter soberano de la nueva Alemania (7).


2. Asuntos de seguridad y de fronteras

2.1 Situación militar y estratégica de Alemania después de la Unificación

Debido a una serie de circunstancias, el proceso de la reunificación de Alemania no ha traído como consecuencia la aparición de un coloso militar y estratégico sin rival en Europa. En cuanto a sus recursos básicos, luego de la incorporación de la RDA en la RFA, la superficie combinada resultante es aproximadamente dos quintos mayor que la de Alemania occidental en el pasado, mientras que la población del país reunificado (80 millones) ha aumentado en un cuarto con relación a la antigua de la parte occidental. Además, la asimilación del antiguo potencial económico de la RDA no ha hecho sino aumentar en apenas un décimo el potencial alemán en su conjunto (8).

La consecuencia principal del Tratado de Moscú (véase el acápite 1.) fue la restitución a Alemania de su carácter soberano, perdido luego de la derrota del Tercer Reich en 1945. Este mismo instrumento especificó, no obstante, las limitaciones que tendría Alemania en el ámbito geoestratégico luego de producida la reunificación del país. Gracias a la suscripción del citado instrumento internacional, Alemania obtuvo el derecho de pertenecer a la Alianza Atlántica, o a cualquier otra organización militar de carácter colectivo que considerara importante para la seguridad del país. Además, aseguró el fin de la presencia de efectivos castrenses en territorio alemán bajo la modalidad de tropas de ocupación. Por otra parte, el despliegue de las tropas soviéticas acuarteladas en territorio de la antigua RDA (cuyo número ascendía en 1990 a unos 370,000 efectivos) no debía prolongarse más allá de 1994. Durante el lapso del desmantelamiento de los restos del ejército soviético de territorio germano oriental, este ámbito geográfico podría ser ocupado únicamente por tropas defensivas alemanas que no estuvieran bajo el mando de la Alianza Atlántica. Una vez completado el proceso, las estructuras de la OTAN sólo podrían ser extendidas a la parte oriental de Alemania mediante el despliegue de tropas germanas. El Tratado de Moscú acordó una prohibición total a la instalación de armamentos nucleares en el viejo territorio de la Alemania socialista. A cambio del fin de los “derechos y obligaciones” de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, Alemania se comprometió a reconocer las fronteras existentes en el momento de la firma del mencionado instrumento, y a reducir, en el plazo de tres años, sus futuros contingentes militares a un máximo de 370,000 efectivos. También renunció a la producción, posesión, y disposición con fines bélicos de armas atómicas, químicas y biológicas (9).

Hacia comienzos de julio de 1992, el gobierno alemán comenzó a promover la firma de un acuerdo que subrayara la desaparición del régimen de ocupación, y que regulara las actividades de los 235,000 efectivos occidentales (de origen estadounidense, británico, francés, canadiense, belga y holandés) que seguían instalados por entonces en el viejo territorio de la RFA (10). Por otro lado, en enero de 1992, permanecían todavía en Alemania oriental cerca de 225,000 soldados de origen soviético, a los que se sumaban 160,000 familiares y personal civil. Para esa época, el supremo comando de esos efectivos había declarado públicamente que todas las armas nucleares habían sido ya removidas del antiguo territorio de la RDA (11).

2.2 El tema de la frontera con Polonia

A raíz de la firma del Tratado de Moscú, la URSS obtuvo el reconocimiento de la frontera alemana marcada por los ríos Oder y Neisse, que suponía la renuncia, por la parte germana (y en beneficio tanto soviético como polaco), de los antiguos territorios de Silesia, Pomerania y Prusia Oriental, que habían formado parte del Reich antes de la guerra. Dicho instrumento previó también la firma de un tratado específico entre Alemania y Polonia para ratificar los límites existentes, el mismo que fue firmado en Varsovia, el 14 de noviembre de 1990 (en tiempos del Primer Ministro Tadeusz Mazowiecki), y ratificado por Bonn el 17 de octubre del año siguiente. En esta última ocasión, invocando argumentos nacionalistas, una minoría parlamentaria alemana encabezada por los cristiano-demócratas se negó a sancionar lo que consideraban como la pérdida definitiva de territorios que habían sido alemanes antes de la última guerra (12).

2.3 Relaciones bilaterales con Checoslovaquia y Hungría

Con Checoslovaquia restaba todavía tratar, además de los asuntos de cooperación económica, el llamado tema de los Sudetes. A raíz de la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, y debido principalmente a su estrecha colaboración con el régimen nazi, la minoría alemana que habitaba en la región de los Sudetes (en número de tres millones) fue expulsada masiva y violentamente del territorio que constituyó Checoslovaquia durante la Guerra Fría. Luego de la caída del régimen comunista, e iniciado el proceso de modernización de la economía checa, el gobierno de Praga ha venido negándose a permitir la participación, en las subastas del proceso de privatización, de los viejos alemanes de los Sudetes, que buscan recuperar por este medio las propiedades que les habían sido confiscadas hace más de cuatro décadas. En la actualidad, los expulsados de los Sudetes se encuentran organizados (junto con los que salieron en similares circunstancias de Silesia, Pomerania y la Prusia Oriental) en el llamado Bund der Vertriebenen (BdV), que tiene algún peso en el conservador partido Social Cristiano (CSU) de Baviera (integrante de la actual coalición de gobierno). Pese a todo, las reclaraciones referidas al problema de los Sudetes no fueron incluidas en el Tratado de Amistad germano-checoslovaco firmado en Praga, el 27 de febrero de 1992, por el Canciller Helmut Kohl y el Presidente Vaclav Havel (13).

El 6 de febrero de 1992, el gobierno alemán firmó en Budapest un tratado de cooperación y amistad con Hungría (14).

2.4 La nueva actitud alemana en temas militares y de seguridad colectiva

Durante los primeros meses que sigueron a la unificación, influida todavía por las tradiciones (y ataduras) heredadas la Guerra Fría, Alemania mantuvo un perfil más bien bajo en temas de política exterior. A comienzos de 1991, debido a la prohibición constitucional de enviar tropas fuera del ámbito de la OTAN, y en medio de un coro de críticas internacionales sobre su supuesta “pasividad”, Alemania no pudo participar activamente en los esfuerzos militares para solucionar la crisis internacional derivada de la invasión de Kuwait por parte de Irak (a excepción del envío de aviones para ayudar a resguardar la frontera turco-iraquí, estrictamente dentro de una operación defensiva de la OTAN). Entonces, Alemania concentró lo esencial de su participación en el otorgamiento de donaciones pecuniarias y de material defensivo tanto a los EEUU como a Israel. También resultó reveladora la lentitud de la reacción de Alemania con relación al putsch de agosto de 1991 en la Unión Soviética. Alemania asumió una posición de dureza frente a los golpistas sólo después de la dura condena efectuada por los EEUU, que contribuyó de manera importante al fracaso de la conspiración (15).

2.4.1 La crisis yugoslava y la presión alemana en la Comunidad Europea para obtener el reconocimiento de Croacia y Eslovenia. El reconocimiento de los países bálticos.

El estallido de la crisis yugoslava probó ser, a la postre, el escenario internacional donde Alemania mostró finalmente un criterio propio en temas vinculados a la seguridad colectiva. Desde el verano de 1991, principalmente a iniciativa de su Ministro de RREE Hans-Dietrich Genscher (entonces a la cabeza de la Conferencia de Seguridad y Cooperación Europea), Alemania comenzó a presionar a la CE para reconocer el derecho de autodeterminación alegado por Croacia y Eslovenia. El 4 de diciembre de 1991, Bonn marcó distancias frente a la postura de la mayoría de los miembros de la CE en esta crisis, al tomar la primera medida unilateral agresiva contra las repúblicas de Serbia y Montenegro (el corte de todas las rutas de comercio y transporte entre Alemania y las dos mencionadas repúblicas). Poco tiempo antes, en una actitud que equivalió al rompimiento de facto de un acuerdo comunitario, el Canciller Kohl había declarado conjuntamente con el Primer Ministro italiano Giulio Andreotti la disposición de Alemania e Italia de reconocer a Croacia y Eslovenia antes de la Navidad. Por esa época, el Secretario General de la ONU, Javier Pérez de Cuéllar, advirtió sobre el carácter prematuro y el peligro que representaba esta decisión, señalando que “cualquier acción descoordinada” contribuiría a aumentar la tensión y a debilitar los trabajos de la misión de paz en Yugoslavia encabezada por Cyrus Vance. El 13 del mismo mes, Genscher envió una dura carta a Pérez de Cuéllar en la que negaba los cargos de “descoordinación” y donde afirmaba que el no reconocimiento de las dos repúblicas podía ser interpretado por el ejército yugoslavo como un respaldo a sus acciones y conducir a una “escalada de violencia”. El 17, en la reunión del Consejo de Ministros de la CE realizada en Bruselas, y luego de hacer una pequeña concesión respecto al plazo de su propuesta inicial, Alemania forzó a los Doce a reconocer la independencia de Croacia y Eslovenia a partir del 15 de enero siguiente. Al haber doblegado la posición de las otras naciones europeas desarrolladas (particularmente Francia y el Reino Unido), Alemania rompió en los hechos la tradición de subordinación en materias estratégicas que había caracterizado a la RFA durante la Guerra Fría. Por otra parte, como se vio en declaraciones (21.1.92) efectuadas por Robert Kimmitt, embajador de los EEUU en Bonn, el gobierno del Presidente Bush apoyó esta nueva actitud “afirmativa” de Alemania “en acciones colectivas concebidas para conseguir metas y objetivos comunes” (16).

Antes de la situación descrita líneas arriba, Alemania ya había dado ciertos indicios de independencia en el tema de los países Bálticos, cuyo reconocimiento fue efectuado por Bonn después del fracaso del golpe de agosto de 1991 en Moscú (17).


2.4.2 El caso de la suspensión de la venta de armas a Turquía

El 26 de marzo de 1992, el inicio de una agria disputa diplomática entre Bonn y Ankara permitió apreciar otra actitud decidida e independiente del gobierno alemán en su frente externo. En esa fecha, el gobierno de Helmut Kohl anunció una inmediata suspensión de los envíos de armamentos de origen alemán a Turquía, luego de haber recibido informes sobre la utilización de esos materiales en la lucha contra la guerrilla separatista kurda. (Gran parte de los armamentos en cuestión habían pertenecido al desarticulado ejército de la RDA.) Por otra parte, Alemania solicitó a sus socios de la CE emitir una protesta formal contra Turquía ante la violación de los derechos de la minoría kurda.

La disputa fue lo suficientemente delicada como para atraer la atención mundial, no sólo por tratarse de una rencilla entre dos miembros de la OTAN, sino debido a la peculiar relación bilateral que existe entre ambos países. (Alemania, el principal socio comercial de Turquía, alberga una población turca ascendente a 1.5 millones de personas.) Durante lo peor de la crisis, el presidente turco Ozal acusó a Alemania de “tratar de probar que es una gran potencia” como la “Alemania de Hitler” lo hizo en el pasado. Además, el incidente también marcó una nueva ruptura con relación a los usos diplomáticos germanos de la postguerra, que llevaron en el pasado a la vieja RFA a aguardar siempre la iniciativa de los EEUU y de sus otros aliados occidentales en eventualidades de esta naturaleza. De hecho, poco antes, el Departamento de Estado había tomado un rumbo distinto, al condenar las acciones terroristas cometidas por el Partido Kurdo de los Trabajadores, y saludar la respuesta militar turca en represalia a estos atentados.

A consecuencia del enfrentamiento germano-turco, se produjo la renuncia de Gerhard Stoltenberg, ministro alemán de la cartera de Defensa. Fue reemplazado por Volker Rühe (18).

2.4.3 Iniciativas de revisión de las barreras constitucionales para el envío de tropas alemanas en misiones fuera del marco de la Alianza Atlántica. La OTAN y el proyecto de creación de un sistema de seguridad europeo.

Durante todo el año 1991, luego de la experiencia de la Guerra del Golfo (donde Alemania participó como simple proveedora de recursos financieros y militares), el Canciller Kohl realizó intentos por introducir una reforma en la constitución que permitiera una futura participación de su país en misiones pacificadoras de las Naciones Unidas fuera del área de la OTAN. Todos estos intentos fracasaron debido a la total negativa de la oposición socialdemócrata, cuyos votos eran imprescindibles para alcanzar los dos tercios necesarios en el Bundestag. El 19 de febrero del año siguiente, el gobierno alemán se reafirmó formalmente en este propósito (19).

Al margen de la disputa jurídica en el legislativo alemán, existen hasta la fecha tres precedentes concretos -aunque de importancia ciertamente menor- de operaciones militares alemanes que ya han sido llevadas a cabo fuera del ámbito de la Alianza Atlántica. Durante la Guerra del Golfo, esgrimiendo el argumento de una defensa humanitaria de Israel, el gobierno autorizó la acción navíos barreminas alemanes en el Mediterráneo. Después de este mismo conflicto, tropas alemanas participaron en los esfuerzos para ayudar a los kurdos en Iraq e Iran (cuyos respectivos territorios no forman parte de la OTAN). Finalmente, el 15 de julio de 1992, el gobierno decidió enviar el destructor Bayern y tres aviones de reconocimiento a la costa yugoslava para colaborar en un operativo de inspección en el marco del embargo comercial dispuesto por la ONU contra Serbia y Montenegro (donde participaron otros países de la OTAN). La oposición socialdemócrata alemana consideró esta última acción como violatoria de la constitución (20).

Desde 1991 hasta octubre de 1992, los esfuerzos político-diplomáticos del gobierno alemán no sólo se han orientado al objetivo de romper el corsé de su membrecía atlántica, sino han llegado incluso al extremo de patrocinar, al menos un caso específico, una iniciativa de defensa colectiva de “vocación europea”. Ya desde antes de la unificación, en un momento tan temprano como setiembre de 1990 (a poco de estallar el conflicto del Golfo), Francia y Alemania habían lamentado explícitamente la carencia de “instituciones europeas” que permitieran jurídicamente una presencia militar conjunta fuera del marco europeo (21).

El trasfondo de esta situación se encontraba en la polémica sobre la vigencia de la OTAN luego del fin de la Guerra Fría, así como en el movimiento contradictorio manifestado por los EEUU de disminuir gradualmente su presencia militar en el Viejo Continente, aunque combatiendo paralelamente toda iniciativa que busque socavar su posición dominante dentro de la OTAN (22).

En el terreno concreto de las iniciativas militares y geopolíticas, la Guerra del Golfo demostró que, pese a la desaparición de la URSS, Washington seguía ejerciendo una tutela en materia de seguridad sobre Europa occidental. Además, fue evidente que la Comunidad Europea no pudo articular entonces una política exterior común y se limitó a seguir el ritmo marcado por los EEUU (23).

En este contexto se han dibujado hasta hoy las posiciones de “europeos” y “atlánticos” sobre el futuro papel de la OTAN. Los primeros parten del supuesto de que una cada vez mayor integración de la CE, particularmente en el ámbito defensivo y estratégico, permitirá contrarrestar cualquier tentación alemana de volver a erigirse en un peligro para el equilibrio mundial. Si el proyecto comunitario se diluyera, dejando espacio libre para el hegemonismo alemán, no quedaría sino volver a depender de la masiva presencia militar norteamericana. Por su parte, los “atlánticos” argumentan precisamente en el sentido contrario: la integración europea no es sino la máscara que utilizan los alemanes para erigirse en el futuro como los nuevos árbitros de Europa. Esta es la razón por la cual Henry Kissinger, antiguo Secretario de Estado de los EEUU y quizá el más famoso de los “atlánticos”, considera necesaria la continuación de una preeminencia norteamericana en la OTAN, aunque ciertamente con una estructura militar más flexible y mejor adaptada al nuevo panorama internacional (caracterizado por los conflictos étnicos y las guerras de tipo más focalizado). Según Kissinger, los mismos europeos han comenzado ya a ver con temor la posibilidad de un resurgimiento de Alemania como potencia militar, lo que explica, en parte, las resistencias prácticas que viene experimentando recientemente el proyecto comunitario. Por lo demás, dada la permanencia de cabezas nucleares y de ejércitos numerosos en el antiguo espacio soviético, todavía no ha desaparecido del todo una potencial amenaza proveniente de la Europa oriental. Desde este punto de vista, de caer países como Francia en la tentación de promover la creación de alguna estructura defensiva europea al margen de la OTAN, no estarían sino abriendo las puertas a las encubiertas tentaciones nacionalistas alemanas, y actuando consecuentemente en contra de su propio interés (24).

Desde 1991, las propuestas específicas de los actores internacionales han partido, casi siempre, por intentar definir el rol que deberá tener en el futuro la llamada Unión Europea Occidental (UEO), que comprende a los nueve países que son miembros tanto de la CE como de la OTAN (25).

En la línea de una propuesta realizada en octubre de 1991, Kohl y Miterrand anunciaron durante la Cumbre de La Rochelle (21-22 de mayo de 1992) la creación de un cuerpo de ejército “con vocación europea” compuesto de aproximadamente 35,000 efectivos, y cuyo estado mayor tenía previsto establecerse a partir de julio en Estrasburgo. Según el proyecto franco-germano, este cuerpo de ejército debía comenzar a funcionar en 1995 y operaría como una estructura de defensa complementaria de la Alianza Atlántica. (A comienzos de febrero de 1992, el gobierno alemán ya había decidido convocar a los países de la UEO para discutir conjuntamente los alcances del proyecto.) Como era de esperarse, esta iniciativa recibió duras críticas particularmente del Reino Unido, país que aceptó la existencia del cuerpo franco-germano, aunque integrado a una UEO concebida, a su vez, como un “pilar europeo” (y subordinado) de la Alianza Atlántica. El proyecto también fue atacado por los EEUU, cuyo gobierno llegó a interpretar el paso como un espaldarazo alemán a la vieja aspiración francesa de afirmar una defensa europea y de librarse de la tutela de la OTAN. Sobre este último punto específico, Bonn retrucó a Washington subrayando que no era intención del proyecto suplantar a la Alianza Atlántica, u oponerse a ella (26).

Para concluir este acápite debe señalarse que, a comienzos de 1992, Genscher hizo pública su propuesta de crear cascos azules europeos que dependieran de la CSCE (27).


2.4.4 Discrepancias sobre la construcción del Avión de Combate Europeo y modificación de los criterios de Defensa

El 30 de junio de 1992, el gobierno alemán decidió retirarse del proyecto EFA (European Fighter Aircraft), destinado a producir el llamado Avión de Combate Europeo a un costo aproximado de 35.5 mil millones de dólares. El EFA, que contaba también con la participación de Italia, el Reino Unido y España, había sido concebido en 1985 con el propósito (obsoleto a partir del fin de la Guerra Fría) de enfrentar un posible ataque de las nuevas versiones de cazas soviéticos. En líneas generales, la decisión alemana había sido influida por un cambio del concepto defensivo alemán, hecho público a partir de comienzos de 1992. Este cambio de perspectiva obedecía al doble objetivo de aumentar la movilidad y flexibilidad de la FFAA alemanas (creando unidades de reacción rápida con menor concurso de armamento pesado), y de ahorrar a los contribuyentes germanos unos 44 mil millones de marcos durante la próxima década (28).

2.4.5 Gestiones para lograr la admisión de Alemania como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU.

El 23 de setiembre de 1992, por boca del Ministro de RREE Klaus Kinkel (quien reemplazó a Genscher a partir de su renuncia en abril), Alemania manifestó por primera vez en la Asamblea General de la ONU su deseo de obtener un puesto permanente en el Consejo de Seguridad. En esa ocasión, Kinkel también prometió que Alemania revisaría su constitución para que los soldados alemanes pudiesen participar en futuras operaciones monitoreadas por la ONU (véase el acápite 2.4.3). A juzgar por el contenido de las declaraciones del Canciller Helmut Kohl, este giro en la política exterior alemana con relación al Consejo de Seguridad ya se había venido produciendo desde agosto, precisamente cuando el Japón comenzaba a adoptar una actitud similar, y cuando el Secretario General de la ONU, Boutros Boutros Ghali, había manifestado su interés en promover una ampliación del número de miembros permanentes de dicho organismo (en cuyo proyecto incluía a japoneses y alemanes). Anteriormente, en tiempos de los albores de la Unificación, esta posición había sido considerada “no prioritaria” por Bonn, pese al enorme peso real del país, y a lo paradójico que resultaba marginar del Consejo de Seguridad al tercer contribuyente neto de las arcas de la ONU (29).


3. La unificación alemana y la expansión económica germana hacia Europa oriental


“El este es nuestro mercado natural”

Heinz Schimmelbusch, cabeza de la
empresa germano occidental Metallge-
sellschaft AG
(30).

Tanto la distensión militar y estratégica provocada por el fin de la Guerra Fría, como las enormes carencias financieras y productivas que aquejaron desde el comienzo a las democracias que emergieron en el antiguo espacio del Pacto de Varsovia, sentaron las bases de una clara proyección económica de Alemania hacia el Este europeo. Además de ser considerado como un campo “natural” de expansión económica para el sector privado, el estado alemán es muy consciente del peligro que representaría para la seguridad germana cualquier perturbación grave de la estabilidad de los países del Este, en la forma ya sea de caos económico, guerras, o de una (temida) emigración masiva hacia Occidente (31).

Algunas de las compañías privadas alemanas más poderosas tienen lazos de inversión y comercio con la Europa del este que se remontan en muchos casos al siglo pasado, como es el caso de la Metallgesellschaft AG, de la química Hoechst (Frankfurt) y de la Siemens (Munich). Tradicionalmente, la historia secular de las relaciones económicas entre Alemania y la Europa del este se caracterizó por el intercambio de tecnología germana por recursos naturales y mano de obra oriental. En la actualidad, a diferencia del tipo de expansión practicada durante los últimos dos años por países como Francia, los EEUU e Italia -centrada en el aprovechamiento de ciertas ventajas inmediatas- la penetración alemana obedece a una planificación de largo plazo, orientada a consolidar una presencia permanente durante las décadas venideras. No es, en efecto, casual que Alemania sea hoy día el principal socio comercial y financiero occidental de casi todos los países que conformaban el antiguo Pacto de Varsovia (32).

Uno de los principales atractivos que tiene el Este para los empresarios alemanes se refiere al tema de la mano de obra:

“El nivel de los salarios de la población trabajadora del Este podría llegar a ser de particular interés con el correr de los años, y en tanto los salarios alemanes, actualmente casi los más elevados del mundo, se mantengan en aumento. De acuerdo con la opinión de la Asociación Alemana de Comercio e Industria, atravesando la frontera con Checoslovaquia se puede encontrar una mano de obra de muy buena calidad por aproximadamente un décimo del costo del nivel salarial alemán” (33).

Pese a su innegable importancia, la expansión económica alemana hacia Europa del Este no debe ser magnificada. Por ejemplo, hacia fines de 1991, la antigua URSS absorbía únicamente el 2 % de las exportaciones alemanas. Hacia esa misma época, en términos absolutos, la inversión alemana acumulada en el Este (contabilizada en millones de dólares) tenía los siguientes niveles: Checoslovaquia (532), Comunidad de Estados Independientes (500), Hungría (350), Polonia (187.7), Rumanía (30.5) y Bulgaria (5.4). Sólo considerando 1991, las exportaciones alemanas hacia el este europeo descendieron un 29 % hasta llegar a los 37.9 mil millones de marcos, mientras que las importaciones alemanas provenientes de Europa oriental bajaron un 10 %, hasta situarse en los 32.9 mil millones de marcos. De hecho, además de considerar el freno económico que ha significado la concentración del esfuerzo nacional alemán en la modernización de la antigua RDA (véase el acápite 4.2), no es en absoluto descabellado sostener que la expansión empresarial hacia Europa del Este es todavía muy cautelosa, debido a la falta de estabilidad política, legal, administrativa y monetaria que caracteriza hoy día a esa región del planeta (34).

Alemania es actualmente el más importante aportador mundial de ayuda oficial para los países de Europa oriental y, en repetidas ocasiones, ha manifestado encontrarse en el límite de sus posibilidades para continuar con este ritmo de erogaciones: hasta comienzos de mayo de 1992, había otorgado 75 mil millones de marcos a las viejas repúblicas soviéticas, y 105 mil millones de marcos al resto de los países del este. (La cantidad correspondiente a la CEI incluía 12 mil millones de marcos que ya habían comenzado a ser utilizados por entonces en la financiación de la retirada de los restos del ejército soviético de la antigua RDA.) (35). Un tipo especial de ayuda, bajo la modalidad de la garantía Hermes para las exportaciones alemanas (en particular a las que se originan en empresas germano orientales), viene siendo otorgada por el estado alemán para promover sobre todo el comercio germano-ruso. Recientemente, esta relación comercial bilateral se ha debilitado mucho debido a la multiplicación de casos de empresas alemanas que deben ser indemnizadas por deudas incobrables de negocios en la antigua URSS, así como por la negativa rusa a conceder garantías a los exportadores alemanes. En general, las relaciones económicas ruso-germanas no han estado exentas de conflictos que, en algunos casos, han llegado a invadir la esfera de los asuntos estratégicos (36).

Entre los proyectos específicos privados alemanes en el Este que han involucrado inversiones contabilizadas en términos de cientos de millones de marcos, cabe mencionar los contratos Volkswagen-Skoda, y Mercedes Benz-Avia y Liaz, en Checoslovaquia, así como la reciente iniciativa de la firma Siemens de participar en un importante proyecto ferroviario en Polonia (37).

El tema de la expansión económica alemana hacia Europa oriental rondó también en la decisión, adoptada por el Bundestag, el 20 de junio de 1991, de designar a Berlín como futura sede del gobierno federal. Durante el reñido debate sobre la materia, varios parlamentarios señalaron las ventajas geográficas que presentaba Berlín sobre Bonn como punto de irradiación comercial y financiera hacia el este (38).

4. Repercusiones de la unificación de Alemania en el proyecto comunitario europeo

4.1 El peso y las prioridades de Alemania durante las negociaciones de los acuerdos de Maastricht. Desarrollos posteriores

Durante los meses de preparación de la Cumbre Comunitaria de Maastricht (9-10 de diciembre de 1991), el gobierno de Helmut Kohl contó a su favor no sólo con la perfecta sintonía y coordinación que le ofrecía el gobierno francés, sino con el mismo apoyo popular que la idea de una profundización del proceso comunitario tenía entonces en su propio país. En líneas generales, antes de acudir a la mesa de negociaciones, el gobierno alemán había manifestado en repetidas ocasiones su aspiración máxima, orientada no sólo a conseguir la integración económica y monetaria (que de por sí consideraba insuficiente), sino también a forjar una futura unión de estructura federal, modelada según el sistema político germano, y con un parlamento fuerte, una moneda única, un banco central independiente y una política exterior y defensa comunes. Debido a la tormenta que se avecinaba a medida que se iba acentuando la oposición británica a acelerar el proceso de integración, Kohl decidió ceder en algunos puntos, colocando en nivel no prioritario su objetivo de conseguir que el Parlamento Europeo tuviera poder real a partir de 1994, así como la propuesta anglo-francesa de creación de un ejército europeo, que había sido anunciada hacia octubre de ese año (véase el acápite 2.4.3). Al parecer, Kohl también planeó dejar de lado toda insistencia especial para conseguir la conversión del idioma alemán en lengua de trabajo de la CE. (Prueba del interés puesto por el Canciller en el proceso comunitario fue la presión que ejerció sobre el nominalmente independiente Bundesbank, con el propósito de retrasar, hacia diciembre de 1991, una inminente alza de los intereses bancarios alemanes -de consecuencias tradicionalmente devastadoras en Europa- hasta después de concluida la Cumbre.) (39).

En términos generales, los acuerdos de Maastricht fueron producto de la dura pugna que enfrentó al Reino Unido (decidida partidaria de diluir el proceso de integración) contra Alemania y Francia. Pese a haberse descartado el uso de la expresión “vocación federal”, el acuerdo final llamó al establecimiento de una Unión Europea (“una Unión más estrecha”) que estableciera relaciones cercanas entre los Doce a través de políticas comunes en asuntos externos, seguridad e inmigración (que no implicaban, como lo subrayó el Reino Unido, la instauración de una voz diplomática única). Los mandatarios reunidos acordaron, asimismo, el establecimiento de un Banco Central Europeo, así como de una moneda única (el ECU) a partir de 1999. Sólo el Reino Unido (que marcó asimismo distancias con la política social ya pactada entre los demás miembros de la CE), consiguió la cláusula especial del opt-out, vale decir, su derecho a la rebeldía a la hora de la implantación del ECU como moneda europea. Estos acuerdos fueron suscritos formalmente por los Doce el 7 de febrero del 1992 (40).

De manera sopresiva, inmediatamente después de concluida la Cumbre de Maastricht, los sondeos de opinión en Alemania comenzaron a revelar una clara preocupación popular por la proyectada desaparición del deutsche mark (símbolo de la estabilidad germana durante la postguerra) y, en general, la pérdida de entusiasmo por la idea comunitaria en el contexto de un cierto resurgimiento de tendencias nacionalistas. El gobierno también recibió fuertes críticas del Bundesbank, entidad que no dejó de señalar el peligro que entrañaba la futura constitución de un banco central europeo sin real independencia para luchar contra la inflación. Las cosas se complicaron aún más con el rechazo danés de los acuerdos de Maastricht (2.6.92), y con la débil victoria del “Sí” en el referendum francés (20.9.92) sobre la misma materia (cuyo debate había revelado, para colmo de males, la reaparición del temor por Alemania en su vecino occidental) (41).

Otros dos temas vinculados a la problemática comunitaria fueron la oposición alemana a aumentar el presupuesto de la CE con el objetivo de ayudar a los países mas pobres en su seno, y la propuesta del gobierno alemán de admitir como miembros, antes del fin de siglo, a Polonia, Checoslovaquia y Hungría (países claves para la seguridad de Alemania). Con relación a los países miembros de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), Bonn ha manifestado que éstos deberían “formar su propia zona económica” (42).

4.2 El esfuerzo para desarrollar Alemania oriental, y su gravitación en el conjunto de la economía europea occidental (43)

A medida que trascurrieron los meses que siguieron a la unificación, aparecía cada vez más evidente que el Canciller Kohl no había conocido con claridad (o no había querido revelar) las enormes diferencias que existían entre los sistemas económicos de la RDA y la RFA en lo que se refiere a calidad de la producción y competitividad. Estas diferencias afloraron dramáticamente a partir de 1991, y obstaculizaron tanto las labores de privatización de la gigantesca Treuhandanstalt como los flujos de inversión productiva provenientes del sector privado germano occidental. Según estimaciones del Bundesbank, por lo menos 180 mil millones de marcos provenientes de Alemania occidental (el 6.5 % del PIB del oeste) habrán sido ya transferidos a fines de 1992 a la parte oriental del país. (En 1991, dicha transferencia anual ya había rebasado de sobra los 100 mil millones de marcos, mientras que, en el plano internacional, la CE colocó mil millones netos en la antigua RDA.)

La situación anterior, con su secuela de endeudamiento y déficit públicos, junto con la necesidad de aumentar los impuestos, y la existencia de sobreabundancia de circulante (herencia de la demagógica unificación monetaria de julio de 1990), determinaron, a partir de 1991, el establecimiento de un peligroso mecanismo de retroalimentación entre el aumento de la inflación y la exigencia de aumentos salariales por parte de los beligerantes sindicatos alemanes. En el año mencionado, la presión salarial (6.7 %) superó ampliamente el nivel de la tasa inflacionaria (4.2 %). (La inflación de 1990 había llegado apenas al 2.7 %) Este peligroso desarrollo inflacionario intentó ser combatido por el Bundesbank, a partir de agosto de 1991, con el aumento de las tasas de interés (véase el sub acápite 4.2.1). Las presiones salariales del sector público y del clave sector del metal continuaron vigorosas en 1992. Pese a esta circunstancia, y al crecimiento de la oferta monetaria, la tasa inflacionaria se doblegó recién a partir de julio de 1992 a un nivel por debajo del 4 %, luego de haber alcanzado una tasa anualizada pico (sin precedentes desde 1982) que rozó en marzo el 4.8 %

A consecuencia de un corto boom importador (que tuvo durante un período breve que siguió a la unificación un efecto benéfico particularmente para los socios comunitarios), y de una declinación del frente exportador (consecuencia de la desaceleración global de las economías desarrolladas), el superávit comercial alemán de 1991 experimentó una aparatosa caída en cerca de 86.6 mil millones con relación al registrado en 1990. Esta situación, junto con la reducción del superávit en servicios, trajeron como consecuencia la aparición de un déficit en la balanza en cuenta corriente alemana de 1991 (que se repetirá con seguridad en 1992). Esta delicada situación (empeorada por los enormes gastos en la antigua RDA), ha llevado a Alemania a recurrir al ahorro externo (generando escasez de capitales fuera de Alemania), y a romper, por lo menos temporalmente, con su imagen de proveedora de financiación para el resto del mundo.

El crecimiento germano occidental, visto en perspectiva, ofrece la siguiente trayectoria: 4.7 % en 1990, 2.7 % en 1991 y una modesta proyección de aproximadamente el 1 % para 1992. Las proporciones correspondientes a la antigua RDA son las siguientes: -15 % en 1990, -30 % en 1991 y una proyección del 7 % para 1992. El crecimiento conjunto de oriente y occidente previsto para 1992 se sitúa apenas en un 1.25 %. Por otra parte, en agosto de 1992, el desempleo real en la Alemania del este rozaba el 40 % de la PEA oriental.

4.2.1 Influencia de las tasas de interés alemanas

Entre los primeros días de agosto de 1991 y el 19 de diciembre de ese mismo año, la llamada tasa de descuento pasó del un 6.5 % al 8 %, mientras que el lombardo pasó del 9 % al 9.75 % Posteriormente, el 16 de julio de 1992, el Bundesbank subió la tasa de descuento hasta 8.75 %, pero mantuvo el más influyente lombardo en su nivel anterior. Este movimiento, orientado explícitamente a combatir la tasa de inflación alemana, tuvo un grave efecto de carácter internacional: al orientar el mercado mundial de capitales hacia el circuito financiero germano, esta alza de los intereses terminó acarreando un importante fortalecimiento del marco frente a otras monedas duras. De hecho, el 13 de setiembre de 1992, la tasa de descuento fue rebajada al 8.25 % y el lombardo al 9.5 % sólo a cambio de una devaluación de la lira. La insuficiencia de este realineamiento se vio con claridad a partir del 16 de setiembre, cuando, en un desarrollo dramático, la libra rompió su paridad estable frente al marco, se devaluó en un 10 %, y terminó abandonando el Sistema Monetario Europeo. El franco se libró de un destino similar, apenas una semana después, por la enérgica intervención y el apoyo decidido que le brindó el Bundesbank. En plena época de la campaña del referendum francés sobre Maastricht, la crisis monetaria dio pie a los enemigos del proyecto comunitario (desde Margaret Thatcher hasta Jean-Marie Le Pen) a hablar de la “fuerza destructiva” del deutsche mark. Reveladoramente, a fines de ese mismo mes de setiembre, comenzaban ya a perfilarse en la opinión pública dos opciones alternativas al proyecto comunitario, ambas enmarcadas dentro de un cierto rebrote de los nacionalismos europeos. Por una parte, desistir de una unión estrecha, y avanzar hacia una confederación laxa. Por otra, la posibilidad de encauzar el proceso hacia el establecimiento de una “Europa de dos velocidades” (con Francia, Alemania y el Benelux encabezando una integración más veloz en función de su mayor estabilidad económica).

CONCLUSIONES

Varios ejemplos pueden ser utilizados para ilustrar el cierto sesgo nacionalista que ha adoptado por momentos el gobierno alemán (y parte de la clase política alemana en general) luego de la reunificación del país. A contrapelo del punto de vista de la oposición socialdemócrata, que ha señalado las dificultades económicas derivadas del proceso de reunificación como el origen fundamental del crecimiento de los grupos neonazis entre 1991 y 1992, el gobierno del Canciller Kohl ha insistido en explicar este fenómeno básicamente en función de la exagerada afluencia de candidatos a asilo político que ingresan a Alemania todos los meses haciendo uso de la generosa cláusula constitucional que existe sobre la materia. En una abierta contradicción, el mismo régimen germano se ha opuesto a poner barreras al “retorno” de cientos de miles de alemanes “étnicos” procedentes del este europeo, cuyo arraigo fuera del actual territorio alemán puede datarse en términos de decenas de años o, incluso, de centurias (como en el caso de muchos de los provenientes de la Antigua Unión Soviética). Quizá más preocupante fue, sin embargo, la poca dureza desplegada por el gobierno para reprimir a los neonazis, así como los desconcertantes gestos políticos del Canciller Kohl de tomar parte (17.8.91) en el entierro ceremonial de los restos de Federico el Grande, el rey prusiano admirado por Hitler, y de brindar atenciones oficiales (27.3.92) al presidente austríaco Kurt Waldheim (acusado de haber participado en las atrocidades nazis de la Segunda Guerra Mundial). Aparentemente, estos tres gestos fueron realizados por el Canciller Kohl con el objetivo electoral calculado de no privarse, en un futuro próximo, de los votos de la ascendente extrema derecha alemana (44).

Pese a la aparición (o revelación) de estos rasgos nacionalistas luego de la reunificación del país, éstos no deben ser sobredimensionados. De hecho, en el plano de la política exterior alemana, no es en absoluto exagerado señalar que el gobierno del Canciller Kohl parece hasta la fecha sinceramente interesado en promover, en estrecha coordinación con el régimen socialista francés, el proyecto comunitario (ya sea en su versión original, o -en un plano todavía reservado- de acuerdo al criterio de la “Europa de dos velocidades”). Por otro lado, no ha ocultado su propósito de concluir la solución de los problemas históricos pendientes con Polonia y Checoslovaquia, de remover las barreras constitucionales que permitan la participación de la Bundeswehr en operaciones de mantenimiento de la paz de la ONU fuera del marco de la Alianza Atlántica, así como de respetar escrupulosamente las importantes limitaciones en política de defensa impuestas a Alemania por el Tratado de Moscú de setiembre de 1990.

Todas estas observaciones no niegan, sin embargo, la realidad de una lógica (y en gran medida inevitable) ampliación del margen de acción internacional de Alemania, claramente visible en la afirmación de criterios propios sobre política de renovación y venta de armas convencionales, en las gestiones para obtener un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, así como en las discutidas acciones alemanas en torno a la delicada crisis yugoslava.

Pese a esta creciente importancia de Alemania en los asuntos estratégicos y de seguridad, no parece probable que dicho proceso culmine, en el mediano y largo plazo, en una crisis europea o planetaria de balance de poder. El mundo de los noventa definitivamente no es el de los años treinta, o el que precedió a la guerra del catorce. Por el contrario, la caducidad del modelo de expansión imperial territorial (evidente en el caso del desplome de la antigua Unión Soviética), así como la explícita aceptación germana de los términos del Tratado de Moscú (que prohíbe el desarrollo de un poder nuclear y limita el número futuro de los efectivos de la Bundeswehr) hacen improbable la configuración de una superpotencia militar que ponga en peligro la estabilidad del equilibrio mundial. De hecho, una interpretación militarista de la propuesta del presidente Bush sobre una “asociación en el liderazgo”, no cuenta con respaldo popular ni oficial en Alemania. En todo caso, no es en la rica y democrática Alemania donde podría encontrarse el origen de un problema de esta naturaleza en el futuro sino, más bien, en territorios que combinan problemas políticos, poblaciones depauperadas y armamentos sofisticados -inclusive nucleares- como ocurre en el caso de la antigua Unión Soviética o del subcontinente hindú.

En el ámbito económico, tanto el cambio global de las circunstancias en Europa derivadas del fin de la Guerra Fría y de la desaparición de la URSS, como el proceso de la reunificación germana, han creado las condiciones necesarias para la configuración de dos fenómenos. Por un lado, tiene lugar actualmente un nítido y gradual proceso de expansión comercial, financiera y de cooperación de Alemania hacia el Este europeo que, en gran medida, retoma una tendencia que ya existía claramente desde antes de la Segunda Guerra Mundial, aunque esta vez sin la clara presencia de un componente militar y geopolítico. Por otro lado, la aparición de un contexto inflacionario en Alemania como consecuencia del enorme peso económico que viene significando la asimilación de la antigua RDA, ha conducido a un polémico manejo de las influyentes tasas de interés alemanas. Durante 1991, y lo que va del presente año, la tendencia del Bundesbank a mantener tipos de interés altos ha coincidido precisamente con un contexto generalizado de desaceleración de las principales economías europeas occidentales y ha terminado golpeando, consecuentemente, la estabilidad de muchas monedas fuertes europeas en beneficio del deutsche mark. No resulta sorprendente que este desarrollo haya sembrado actualmente dudas sobre la viabilidad de los acuerdos en torno a los proyectos comunitarios de Unión Política, Económica y Monetaria de los Doce, tal y como fueron concebidos durante la Cumbre de Maastricht de diciembre de 1991.

Berlín, octubre de 1992

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EL CORONEL UGARTE

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EL CORONEL UGARTE

“Reforzado el enemigo y agotándose las municiones, llegó un momento dudoso para la suerte de nuestras armas, por presentarse al mismo tiempo y a mi derecha caballería enemiga con dos columnas de infantería. Logrando reorganizar la división y proveyéndome de las armas y pertrechos enemigos, emprendí otro ataque, consiguiendo hacerlo retroceder hasta gran distancia. En este empuje estuve acompañado por el coronel Ugarte de la guardia nacional de Iquique y comandante Meléndez de la columna Naval de idem., ambos a la cabeza de su fuerza; y no obstante de resultar herido en la parte superior del cráneo, el coronel Ugarte continuó en el campo hasta los últimos momentos”

Del parte que el coronel Andrés A. Cáceres dirigió al Jefe de Estado Mayor del Ejército del Sur al día siguiente de la batalla de Tarapacá (Pachica, 28 de noviembre de 1879).

“..hombre abnegado y de grandes merecimientos…”

Gonzalo Bulnes. Guerra del Pacífico, v. II, c. IV.

Todos los 7 de junio son ocasión propicia para recordar al coronel Alfonso Ugarte Vernal, compañero de armas de Francisco Bolognesi en la defensa del Morro de Arica en 1880. Como ocurre con Miguel Grau, y desde hace más de un siglo, los niños peruanos oyen de Ugarte no sólo en el colegio sino, quizá principalmente, en el seno de sus hogares. Las que siguen son unas líneas de homenaje a este gran héroe peruano de la Guerra del Pacífico, que buscan situarlo, esencialmente, en su ambiente histórico y espiritual.

El término héroe ha sido siempre complejo y difícil de definir: puede ser héroe el mismo que, para otros, es simplemente un conquistador abusivo o un sátrapa. Héroe fue en la Antigüedad una persona que, por su extraordinario valor, alcanzaba a tener rasgos de divinidad. En una época más profana, el héroe fue descrito alguna vez como un individuo común y corriente que hacía hazañas extraordinarias en tiempos extraordinarios. Ambas definiciones enfatizan, sin lugar a dudas, el valor y el coraje en tiempos de guerra, pero tienen la limitación de no aludir, o de hacerlo sólo tangencialmente, a la grandeza de espíritu y al desprendimiento que pueden estar detrás de las acciones heroicas, ni tampoco a su valor intrínseco, por encima de banderías de facciones o de nación. A mi juicio (lo que brota también naturalmente de las fuentes), Alfonso Ugarte es un símbolo de todas las dimensiones del heroísmo.

Paradójicamente, pese a su ardiente patriotismo, el coronel Ugarte también es símbolo de la fragilidad que puede tener una nacionalidad en un territorio determinado, por más fuerte, antigua y arraigada que ésta sea. Ugarte es, en efecto, el más digno y trágico representante de esa peruanidad desaparecida a la fuerza que estuvo representada por los tarapaqueños ancestrales.

Hoy día, el territorio de Tarapacá, cuna de Alfonso Ugarte, es parte de la República de Chile. No obstante, hace cerca de 130 años, la árida región de este mismo nombre era el extremo sureño del territorio peruano. En esos desiertos salpicados de oasis característicos de la tierra tarapaqueña nació, a finales del siglo XVIII, Ramón Castilla, quien llegó a ser distinguido combatiente patriota en la batalla de Ayacucho y, posteriormente, el más famoso presidente del Perú. Las raíces peruanas de Tarapacá se hundían, sin lugar a dudas, en la profundidad de la historia prehispánica y virreinal y habían nutrido, después de la Independencia, a una interesante y activa comunidad de compatriotas. De otro lado, junto con sus arenales infinitos, Tarapacá tenía también salitre, fertilizante mineral que, exportado por mar, comenzaba a hacer reverdecer los exhaustos campos de cultivo de una Europa en creciente industrialización.

En resumidas cuentas, y dejando de lado pretextos y detonantes, fueron tres las causas de la invasión de 1879 contra el Perú y Bolivia y de la derrota de estas dos naciones aliadas frente al expansionismo chileno. En primer lugar, no nos olvidemos de que estamos hablando de la época de Darwin y de las arbitrarias consecuencias sociales y políticas que varios pensadores conservadores dedujeron -con motivaciones non sanctas– del pensamiento del gran biólogo británico: la ideología y la tradición jurídica de la época estimulaban, de hecho, las conquistas territoriales entre las naciones, y las sociedades encomiaban tácita y hasta explícitamente la supuesta superioridad “natural” del más fuerte frente al más débil. En el lenguaje racista de la época, la guerra fue, en efecto, vista y descrita reiteradas veces como la victoria de los más bien “blancos” chilenos frente a los “indios”, “cholos” o mestizos peruanos y bolivianos. En segundo lugar, al menos parte de la oligarquía “castellano-vasca” chilena, vio en el salitre de Tarapacá y de la Antofagasta boliviana un formidable recurso para superar angustiosas estrecheces económicas nacionales y para fomentar el desarrollo de su país. La tercera causa, quizá la más importante, fue el pavoroso desorden de la vida política e institucional en el Perú y en Bolivia, que sin duda hizo atractiva la posibilidad de una invasión chilena, y que de hecho debilitó hasta extremos grotescos el poderío terrestre y naval que los aliados necesitaron para cuidar de las valiosas riquezas naturales de sus respectivos territorios. En verdad, cuesta creer que si el Perú hubiese comprado oportunamente uno o dos barcos de guerra en los años inmediatamente anteriores a la contienda (como de hecho se pensó hacer) es muy probable que la Guerra del Pacífico no hubiese estallado nunca y que Arica e Iquique fueran hoy día puertos peruanos. El ahorro en vidas humanas y recursos habría sido enorme. El Perú no habría vivido la amargura de la derrota en una guerra que no buscó ni declaró. Tampoco existiría hoy el problema de la mediterraneidad boliviana. Por otra parte, de haber sido bien utilizado, el ingreso del salitre perdido en la guerra habría ayudado a la modernización de la sociedad peruana. Volviendo a lo que realmente ocurrió, la ausencia de una flota peruana respetable en esos momentos cruciales de la historia republicana fue decisiva y fatal para los intereses nacionales tanto en el corto como en el largo plazo. Al Estado peruano le faltó sentido moderno o, en pocas palabras, un enfoque realista que le hubiese permitido adelantarse a los hechos.

Fue en Pisagua (“la puerta del Perú sacudida de sus goznes” a la que se refirió alguna vez Basadre) donde se produjo el primer y terrible desembarco de fuerzas chilenas a comienzos de noviembre de 1879: los notables peruanos del lugar prefirieron sucumbir en combate, e incluso suicidarse, antes de caer en manos de un enemigo tan devastador. Ese día, el primero de una invasión que se prolongaría en el distintas partes del país hasta mediados de 1884, una pequeña guarnición peruano-boliviana débilmente artillada luchó durante varias horas, hasta el límite de su resistencia, para contener en el mar y en las playas a las largas hileras de lanchas de desembarco chilenas protegidas por artillería naval.

El auténtico drama, como es fácil imaginar, no fue la pérdida de los importantes ingresos del salitre, sino la incertidumbre y la angustia de peruanos de siglos que se sintieron súbitamente invadidos por otros acentos, por otras comidas, por otras músicas, por otros usos gubernativos, por otras lealtades ¿Qué habrá sentido, por ejemplo, el valiente tarapaqueño adoptivo coronel Ríos, último jefe militar de Iquique (el puerto principal de Tarapacá), cuando recibió la orden de marchar hacia el interior y de declarar a ese puerto como ciudad abierta? Discrepo en algo con los historiadores de tiempos posteriores, que acusan a los peruanos de entonces de dejar en manos del enemigo pozos de agua y ferrocarriles intactos a medida que retrocedían. Yo creo más bien que ellos tenían la convicción, tan usual en tiempos de grandes conmociones, de que sólo estaban viviendo una pesadilla, y que todo iba a volver pronto a la normalidad.

Quizá por su fuerza y antigüedad milenarias, y no obstante el drama colectivo que fue la chilenización forzosa y violenta de Tarapacá, la tradición peruana dejó, a la postre, una huella en ese territorio. Hoy los chilenos exhiben dentro de su folklore diabladas altiplánicas, y hablan también de tambos y de pucaras, sin reparar en que estos elementos no son sino restos de la ancestral herencia peruana del tiempo anterior a la invasión de 1879.

Pues bien, a Alfonso Ugarte le tocó vivir el comienzo de este holocausto nacional en el entonces Sur del Perú. Los Ugarte, y su familia materna, los Vernal, formaban parte de ese grupo de prósperos empresarios salitreros peruanos, que también contaba entre sus miembros a clanes como los Zavala y los Billinghurst. Alfonso Ugarte no fue un militar profesional, sino un civil al que jamás se le cruzó por la cabeza tomar algún día las armas. Aunque a muchos de nuestros contemporáneos les suene extraño, la invocación a la defensa de la Patria tenía, de acuerdo con la mentalidad de ese entonces, un efecto casi diríamos religioso (por emplear un término aproximado) sobre la voluntad de gran cantidad de personas. Dicen las fuentes que Ugarte era de temperamento amable y alegre, y que su constitución física no era tan adecuada para las agonías de una guerra. Su mundo era la administración de las salitreras de su familia donde convivía a diario con sus trabajadores y participaba incluso en sus fiestas y bailes. Muy rara era, para el Perú, esa clase alta de Tarapacá. Y muy diferente también de sus pares de más al norte, sobre todo de la ciega Lima, cuyos miembros no vacilaban en utilizar (en pleno siglo de industrialización) a trabajadores chinos esclavizados en los hechos, traídos con engaños desde Macao.

Es muy importante señalar que el Ugarte de la preguerra no odió jamás a los chilenos. No podía actuar de otro modo en un ambiente social en el que los trabajadores de sus salitreras eran, en una considerable proporción, esforzados y honrados inmigrantes de esa nacionalidad. Además, como tantos peruanos de la clase alta de entonces, había estudiado en prestigiosos colegios ingleses en Valparaíso y tuvo por ello, y por razones de su trabajo posterior, muchos amigos chilenos. Incluso en el ambiente violento e impiadoso que tienen todas las guerras, hay testimonios que retratan la humanidad de nuestro personaje, como ocurrió luego de la batalla de Tarapacá, en medio del desastre sufrido por las fuerzas invasoras que no afectó el curso de la guerra, cuando dedicó varias horas a recorrer el campo tratando de salvar de la furia de los rasos peruanos a los militares chilenos que yacían heridos en el campo.

Cuando Chile declaró la guerra al Perú, el 5 de abril de 1879, Alfonso Ugarte estaba próximo a partir a Europa en un viaje de negocios. Abandonó inmediatamente estos planes y se enlistó en el ejército para defender –como dice en su hermoso testamento- el santo suelo de mi Patria. Asumió por esa época el comando del Batallón Iquique Nro.1, y lo proveyó generosamente, a su costa, de armas y de vituallas.

Fue en este ambiente polvoriento de campamentos militares al borde del desierto, de prácticas de fuego y de manejo de la bayoneta, de marchas, de transporte de pertrechos, de voces de mando profesionales, y de soldados de línea del Zepita o del Dos de Mayo, acompañados de reclutas bisoños acabados de salir de sus empleos civiles en las salitreras, donde Alfonso Ugarte vistió por primera vez su uniforme de coronel improvisado. Y luego vinieron las primeras acciones de la guerra, en esos meses de pesadilla de 1879: Arica e Iquique embanderadas de rojo y blanco; hombres, mujeres y niños que dan vivas al Perú, al Huáscar y al contralmirante Miguel Grau; luego, perdido el dominio del mar, la caída de Pisagua y la abrasadora y terrible guerra del desierto; el desastre de San Francisco; oficiales inexpertos y sin mapas; soldados descalzos que sólo hablan en incomprensible quechua y aymará de sus pueblos de origen; la desesperada victoria de la infantería peruana en la quebrada de Tarapacá; la implacable voracidad de la metralla; los duelos de fusilería; la rabia del repase; la sangre, el desorden, los gritos y las bayonetas; la bala que roza el cuero cabelludo del coronel Ugarte y que casi lo mata; la sed y el polvo que ahogan; la imposibilidad de utilizar una victoria táctica; la penosa retirada hasta Arica por cordilleras pegadas al desierto de un ejército de espectros: el 18 de diciembre de 1879, Ugarte entró en el puerto de Arica como parte de una de sus cansadas columnas. Su uniforme estaba raído, las suelas de sus botas estaban deshechas, y traía en la cabeza una venda sanguinolenta con raro e insólito aspecto de turbante. Junto con él avanzaban soldados, refugiados peruanos de los territorios perdidos, y setenta prisioneros chilenos tomados en combate en el pueblo de Tarapacá. Había, entre ellos, una cantinera y un adolescente chileno, casi un niño, a quien el contralmirante Lizardo Montero preguntó dónde estaba su mamá.

A comienzos de enero de 1880, poco más de un mes después de la captura de Tarapacá, en un acto que ponía claramente al descubierto los auténticos móviles de la invasión, se dio inicio a la exportación del preciado salitre en el territorio administrado bajo ocupación militar.

Pese a los avatares del coronel Ugarte, y a todos los sacrificios de este civil que aprendió (quizás contra su naturaleza apacible) a dar mandobles y pistoletazos por su país con soltura de veterano, no había llegado todavía su momento supremo. Pese también a los consejos de muchos de sus amigos que le decían que ya había hecho lo suficiente por su Patria, Ugarte se negaba a dejar el servicio en el ejército.

El escenario definitivo fue el puerto de Arica, en junio de 1880, donde una guarnición de 1,800 peruanos se preparaba para resistir el asalto de poco más de 5,000 aguerridos chilenos, con la moral muy alta, luego de la reciente y reñida victoria de Tacna sobre el ejército de la alianza peruano-boliviana. La situación era desesperada. Las tropas peruanas y su guarnición de artillería naval terminaron virtualmente acorraladas al borde del mar: Arica, y el famoso Morro que lo domina, era el último resto del Perú en el sur, defendido por su también postrero ejército en esa parte del país. Desde el asediado puerto, quizá en el mismo Morro rodeado de los soldados de su querido batallón Iquique, Alfonso Ugarte se dio tiempo para escribir resignado a un pariente, diciendo: “Estamos resueltos a resistir con toda la seguridad de ser vencidos, pero es preciso cumplir con el honor y el deber”.

Hay una foto famosa de los oficiales y jefes defensores del Morro de Arica, que fue tomada poco tiempo antes de la batalla del 7 junio de 1880. Reapareció hace pocos años, y estuvo escondida, según deduzco, porque no coincidía con los moldes estereotipados (y absurdos) del heroísmo elegante de fines del siglo XIX. Es una extraña toma donde se respira un aire no se sabe si heroico o fúnebre. Arriba de los fotografiados se distingue incluso un borroso reloj de pared que parecería estar marcando implacablemente el tiempo y anunciando la cercanía de la muerte. La foto muestra en el centro al anciano coronel Francisco Bolognesi, último jefe peruano de la plaza de Arica, con uniforme distintivamente claro, rodeado de varios de sus oficiales superiores. Entre ellos hay también un argentino que —en elocuente solidaridad y protesta contra la guerra de conquista desatada por Chile— combate con uniforme peruano: es el coronel Roque Sáenz Peña, jefe del batallón Iquique, con barba cerrada y brazos cruzados. También aparece, en el otro extremo de la foto, un ojeroso teniente coronel Ramón Zavala, millonario tarapaqueño en sus épocas de civil, ahora jefe del batallón Tarapacá y esforzado veterano de la victoriosa acción de armas del mismo nombre: mira a la cámara como interrogándola, tal vez desafiante, con su mano derecha aferrada al correaje. Están también Marcelino Varela, Manuel C. La Torre, el infortunado capitán de navío Juan Guillermo More, el coronel Justo Arias Aragüez, y el teniente coronel Ricardo O´Donnovan. Y, con gesto indescifrable, nuestro coronel Ugarte, delgado y con una juventud que trasluce sus 32 años. Faltan otros oficiales, que se encontraban de servicio en ese momento, como el coronel José Joaquín Inclán, caído también, como la mayor parte de los retratados, poco tiempo (¿apenas horas?) después. Hay rostros altivos, pensativos, decididos, y también los hay impregnados de tristeza y de una especie de abatimiento no exento de dignidad: en los ojos del coronel Bolognesi aparecen reflejados no sólo el cariño y la incertidumbre por sus hijos oficiales del ejército en otro destino militar, sino también el peso de su responsabilidad como jefe de la plaza y, ciertamente, las grandezas, las miserias y los errores de la República, todos acumulados y como abrumando al viejo militar. De este grupo, y de los demás defensores de Arica, ha dicho el historiador chileno Gonzalo Bulnes, en insólito homenaje: “Estos nombres son dignos del respeto del adversario y de la gratitud de sus conciudadanos […] Bolognesi, More, Ugarte […] fueron los últimos defensores de su Patria […] y lucharon en el último pedazo de tierra firme que les era permitido pisar”.

Finalmente, el 7 de junio, en la madrugada, se produjo el feroz asalto sobre los parapetos peruanos. Comenzó, de manera imprevista, por los fuertes Ciudadela y del Este. En el primero —según referencia del chileno Nicanor Molinare— su bravo jefe, el coronel Arias Aragüez, rehusó rendirse y atravesó a un último adversario con la espada antes de caer acribillado a balazos. Además de hacer sentir su número de tres contra uno, los chilenos atacaban resueltos y destacaban, ciertamente, no sólo sus bayonetas y sus corvos, y su feroz y ensordecedor chivateo tomado de viejas tradiciones mapuches, sino también una destreza y una familiaridad con la violencia provenientes de una sociedad acostumbrada a la práctica de la guerra durante siglos. Enfurecían a los atacantes no sólo la resistencia desesperada de los defensores sino el estallido de minas que volaban a su paso. Del texto (a veces confuso y contradictorio) de partes y relatos de testigos oculares, se deduce que, antes del postrer y brutal asalto, los últimos defensores se agruparon en la cumbre del mismo Morro de Arica, en torno a Bolognesi, en una plazoleta donde ondeaba la bandera del Perú. Allí, baleados por los rasos chilenos que ingresaban al recinto en medio del desorden, hallaron la muerte el valeroso jefe de la plaza y varios de los oficiales que se encontraban junto a él. Unos pocos fueron hechos prisioneros y protegidos por oficiales enemigos que llegaron después. Al pie de la bandera, al declinar el combate, yacía muerto de bala uno de sus últimos defensores, el joven sargento mayor Armando Blondel, con la espada todavía aferrada a su diestra.

¿ Y qué era, a todo esto, del coronel Ugarte?

La imaginación literaria tiene, en algunos casos, una ventaja sobre la Historia, que es también imaginación, aunque restringida por las fuentes. Nos permite vislumbrar aquí, sin forzar las cosas, los últimos momento de este oficial moreno bastante delgado, de uniforme negro con presillas doradas de coronel, que defiende con desesperación, en compañía de sus soldados de uniforme blanco, el estandarte del batallón Iquique bordado con hilos de oro por damas tarapaqueñas. Las balas silban cerca de él, en ese Morro empapado en sangre peruana. Desde lo alto de esa eminencia natural, el joven coronel ve con claridad el mar. Tiene delante de él cientos y cientos de bayonetas chilenas y de fusiles apuntándole: ojos escrutadores bajo viseras y morriones enemigos que lo siguen sin cesar, como si fuera la presa anhelada de una cacería. ¿Qué recuerdos o pensamientos asomarían entonces por su mente allí donde predominan, en macabro concierto, la confusión y la violencia descarnadas, las cuchilladas, las cabezas reventadas a culatazos, los gritos de dolor, y el picante humo de pólvora de los últimos cartuchos? ¿Tal vez se le aparecen los rostros de su madre y de su padre muerto? ¿O las imágenes de su colegio de Valparaíso y de los amigos con quienes jugaba de niño? ¿O de la prima Rosa Vernal, que la guerra le impidió desposar, y del vacío —probablemente atroz en ese momento— de la familia que nunca alcanzó a fundar? ¿O los recuerdos, ya lejanamente eufóricos, de un tiempo de paz: de los bailes del último 28 de julio celebrado en algún oasis de la tierra tarapaqueña, o de sus promisorios años como empresario salitrero y de jovencísimo y elegante alcalde de Iquique?

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Alfonso Ugarte murió, en efecto, combatiendo como un héroe en ese último y trágico día de la Arica peruana. Es un hecho histórico que sus restos mortales fueron encontrados poco tiempo después al pie del Morro, cerca de la orilla del mar.

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Final: El Nacionalismo Campesino a fines de la Guerra con Chile: Una revisión historiográfica de la ejecución del guerrillero Tomás Laymes

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NOTAS

(1) Cabe hacer una precisión de términos. “Guerrilleros” o “guerrillas” son palabras utilizadas para referirse a los campesinos movilizados que tenían sólo una organización militar básica y armamento rústico (muy pocas veces armas de fuego) y que actuaban como fuerza de apoyo de las tropas regulares. El término “montonero”, en cambio, tenía dos significados distintos, uno en sentido positivo y otro negativo. En el caso concreto de la Campaña de la Breña, y omitiendo las referencias al término que existen desde los tiempos de la Independencia, “montonero” podía usarse como sinónimo exacto de “guerrillero”. Por ejemplo, en una carta personal fechada en Izcuchaca el 26 de junio de 1882, un peruano no identificado perteneciente a las fuerzas de Cáceres, conmovido con el dinamismo de los guerrilleros, decía: “En el ejército no hay novedad; mucho entusiasmo con la presencia de los montoneros…” (La Bolsa. Arequipa, lunes, 31 de julio de 1882, p.2.). No obstante, se empleó mucho más en un sentido negativo para referirse al integrante de una partida de salteadores, por lo general montados a caballo. Para los funcionarios y periodistas chilenos que vivían en la Lima ocupada de mediados de 1882, “montonero” era sinónimo de “malhechor” (Diario Oficial. Lima, lunes 31 de julio de 1882, p. 2.). Abusando del lenguaje, pero expresando bien la imagen propagandística violenta que deseaban transmitir, los chilenos llamaron a Cáceres, más de una vez, “montonero”.

(2) La nota apareció en el volumen III Nro.1 de la revista Histórica de la PUCP, de julio de 1979, mientras el artículo fue publicado en el Nro. 2 de diciembre de dicho año en la misma publicación periódica.

(3) De otro lado, desde las catástrofes de San Juan y Miraflores (enero de 1881), los restos del estado peruano comenzaron a trasladarse al interior y a operar desde allí, rompiéndose así un esquema, asentado en el pasado republicano, que organizaba la gestión pública global desde la costa. Finalmente, surgía un contraste notable entre el escaso dinamismo que habían mostrado los campesinos serranos movilizados para la defensa de Lima (la “raza abyecta y degradada” de la que había hablado el tradicionista Ricardo Palma en marzo de 1881) (Palma 1964: 13), y las evidencias de una movilización sacrificada que Cáceres estimulaba en los campesinos, cuyas potencialidades y energías comenzaban a ser canalizadas de una manera asombrosa, en gran parte del territorio, para los fines estatales de la defensa nacional. Sin duda, era algo que iba mucho más allá de los pequeños —y por momentos mezquinos— intereses regionales que habían predominado en el interior antes de la guerra. La resistencia de Cáceres, que se apoyaba fundamentalmente en el mundo campesino, significó también, sobre todo durante la primera mitad de 1882, la sincronización de esfuerzos que unificaron en forma temporal a distintos sectores sociales del país, desde los mencionados campesinos y los soldados profesionales, hasta buena parte de los terratenientes, los pequeños y medianos comerciantes y propietarios mestizos, y los curas de pueblo. Esta evidencia explica el tono de desconcierto, y hasta de rabia reprimida, que mostraba el diario chileno La Situación, que se editaba en la Lima ocupada hacia mayo de 1882, que llamaba a Cáceres “el más rebelde y testarudo de los montoneros de casaca y espada” en el contexto del “levantamiento de las indiadas en los pueblos vecinos a los que ocupan nuestras guarniciones del interior” (La Situación. Lima, mayo de 1882. La referencia sobre Cáceres se encuentra en la edición del 25 de mayo, p. 2 y la de las “indiadas” en la del 9 de ese mes, p.2.)

(4) El Comercio. Lima, sábado 19 de julio de 1884, p. 3. Este reportaje anónimo, titulado “Huancayo. Fusilamientos” (que originalmente iba dirigido al diario limeño La Opinión Nacional) es, sin lugar a dudas, la fuente primaria más importante para reconstruir la identidad de Laymes, sus últimos días y los detalles de su juicio y ejecución. Aparece fechado en Concepción, el 6 de julio de 1884, cuatro días después del fusilamiento. Como se verá, algunos incluso han tomado datos de esta fuente sin citarla.

(5) Oficio del general Andrés A. Cáceres a Tomás Bastidas, comandante militar de la zona occidental de Huancayo (Ayacucho, 28 de febrero de 1884) (Comisión Permanente… 1984: 318).

(6) Oficio del general Andrés A. Cáceres a Tomás Bastidas, comandante de la guerrilla de Chupaca (Huancayo, 26 de junio de 1884) (circular) (Comisión Permanente… 1984: 321).

(7) Que sepamos, ante la ausencia de comentarios relativos a este episodio en las Memorias de Cáceres (1973)[1924], éste es el único documento suscrito por el caudillo ayacuchano en que aparece una opinión sobre Laymes. Fue citado por Henri Favre, aunque sin precisión de la fuente, en un coloquio que tuvo lugar en Grenoble en 1973 (Favre 1975: 65).

(8) El Comercio. Lima, miércoles 18 de junio de 1884, p. 2. El despacho de Ferrandis a El Comercio está fechado el 10 de junio de 1884 desde Huancayo. La identificación de Laymes como el “sanguinario caudillo” aparece en la ya citada edición de El Comercio del 19 de julio (p.3).

(9) Véase, por ejemplo, el editorial de El Comercio del lunes 5 de noviembre de 1883, p. 2. Todavía en enero de 1884, los diarios de Lima seguían hablando de estas conmociones sociales que ocurrieron, al parecer, en distintas partes del Perú. Por ejemplo, La Prensa Libre, efímero diario cacerista del tiempo de Iglesias, de opiniones usualmente liberales, indicaba en su edición del viernes 4 de enero de 1884 (p. 2) que “el interior permanece todavía mal, porque no bien dejaron las fuerzas chilenas y peruanas Huancayo y Jauja, cuando el elemento aborigen oprimido y maltratado por muchos años, se levantó, declarando indistintamente guerra a todos los blancos que residen en esos populosos lugares. Se han destruido las haciendas, sacrificado vidas, robado los ganados, incendiado las casas, y cometido los mil y un excesos que se perpetran en una guerra de razas”. El comentarista de La Prensa Libre añadía que “cerca de una de las ciudades del norte” los indios habían colocado más de cincuenta astas cada una de ellas con “la cabeza de algún hombre o mujer blancos, asesinados por hombres salvajes”. El diario añadía que “en los lugares en que las mujeres no eran asesinadas, quedaban sujetas a terribles ultrajes, y se les obligaba a usar el vestido de sus raptores que en el interior del Perú se mira casi como un traje de servidumbre”. Este es un testimonio extraordinario porque coincide perfectamente con una práctica vengativa que fue bastante frecuente durante los levantamientos andinos del tiempo virreinal (Scarlett O`Phelan, comunicación personal). El periodista concluía diciendo que “las pasiones están excitadas de tal modo, que sólo se calmarán en el lapso de algunos años”.

(10) Véase El Comercio ya citado del 18 de junio de 1884.

(11) Ibid.

(12) El Comercio. Lima, sábado 19 de julio de 1884, p. 3.

(13) Ibid

(14) El Comercio. Lima, sábado 19 de julio de 1884, p. 3

(15) Ibid. Este reportaje llama a nuestro personaje como “Laynes”. Nosotros hemos preferido utilizar en este trabajo la forma “Laymes” que aparece en los facsimilares de la documentación oficial suscrita por Cáceres (Comisión Permanente 1984: 321). De otro lado, vale la pena comentar que la descripción física de Laymes fue copiada casi al pie de la letra, sin ninguna precisión de su fuente, por el historiador regional Ricardo Tello Devoto en su Historia abreviada de Huancayo (1944: 43).

(16) La Situación, 10 de mayo de 1882, p. 2.

(17) La importancia de los arrieros en estos movimientos sociales debe ser sin duda enfatizada más ¿Existía, por ejemplo, un gremio de arrieros? (Scarlett O´Phelan, comunicación personal).

(18) “La impunidad de la agresión de Comas trajo como un cuadro mágico el levantamiento de todos los pueblos de la banda occidental del valle. Premunidos de la enorme creciente del río de Jauja (más adelante llamado Mantaro) cortaron los puentes y se resistieron a seguir trayendo el tributo de víveres para las provisiones a que estaban obligadas las Municipalidades. Mientras los favorecieron el caudal del agua del río, se organizaron, mandaron sus expresos a Ayacucho donde el General Cáceres, a quien ofrecían ayudarlos a millares y formaron batallones numerosos de guerrillas armados de rejones, algunas escopetas y uno que otro rifle. Tomaron la denominación de Los pueblos aliados. Desde entonces han quedado en pie los famosos guerrilleros, que nos aborrecían de muerte a los que formábamos tropas en la verdadera época de la resistencia o sea antes de [la batalla de] Miraflores. Sintieron el calor del patriotismo, solo cuando la invasión les tocó sus reducidos patrimonios; la vaca, la ovejita, la gallina, la sementera y sobre todo los accesos brutales contra sus mujeres. Que los fuegos y rayos de la guerra esparcen la semilla de la civilización, lo confirman las expediciones chilenas, sin cuya presencia en las soledades de los Andes, los indios habrían seguido indolentes, fríos y estólidos la ruina de la Patria, con tal que el invasor siguiera torturando solo a los blancos. El pueblo que se puso a la cabeza del levantamiento fue Chupaca. La gente muy bizarra, poseen el castellano, expertos porque viajan continuamente a la Costa, son los arrieros de todo el comercio del valle, que trafican por Lima, Cañete y Chincha […] Y en las primeras bajas del río se lanzaron los carabineros en los magníficos caballos chilenos y una vez que ganaron la orilla opuesta sus ingenieros improvisaron un puente de cables de alambre. A las 24 horas de la conclusión del puente, la artillería chilena comenzó el bombardeo desde la altura de la Mejorada, sus blancos preferidos fueron las iglesias de los pueblos de Pillo y las otras del bajío, sobre todo Chupaca, a cuya entrada se presentó la caballería sable en mano. El combate fue horroroso; los invasores tuvieron que emplear unos la carabina y otros el sable; un indio empuñaba el caballo, otro lanzaba al jinete; los pocos rifles resistían a toda la infantería enemiga. los chilenos tomaron Chupaca a sangre y fuego. La matanza a los fugitivos fue cruel y los cadáveres los dejaron insepultos, por decenas y centenas, ocultando sus pérdidas los agresores. La población fue entregada al pillaje […] Las dos playas de Chupaca, fueron colmadas de cajones de huevos. En seguida, comenzó el incendio de esa población importante, que duró varios días, a la vez que [de] los caseríos anexos. En una quinta de esa comarca, fue víctima el D.D. Teodoro Peñalosa de una muerte alevosa y horrible […] Idéntica suerte corrió el pueblo de Huaripampa donde murió el cura D. D. Pablo Mendoza, batiéndose como un león…” (Duarte 1983 [1884]: 34-36).

(19) Esta considerable unión de los pobladores de la Sierra Central de todos los grupos sociales, estimulada por la actividad de Cáceres, comenzó a romperse desde la segunda mitad de 1882, sobre todo en el seno del sector terrateniente, a medida que iba ganando adeptos el partido de la paz, encabezado por Miguel Iglesias, desde el Grito de Montán del 31 de agosto de 1882. Aun antes de saber de este gesto del líder cajamarquino, Cáceres había confesado al presidente Lizardo Montero, en una carta personal que le dirigió a Arequipa desde Huancayo, el 20 de septiembre de 1882, que abrigaba “el convencimiento, que también lo tienes tú, de que el sentimiento de la paz domina toda la República…” Biblioteca Nacional del Perú (Sala de Investigaciones). Correspondencia original entre el general Cáceres y el presidente Lizardo Montero, sin número de catalogación.

(20) El Comercio. Lima, sábado 19 de julio de 1884, p. 3. Si se compara el oficio de Cáceres del 26 de junio de 1884 (de un día después del aprisionamiento de Laymes), transcrito líneas arriba, con el reportaje de El Comercio publicado el 19 de julio, en este último aparecen, además de Vilches y de Santisteban, otros dos procesados. El primero es “Briceño”, el ayudante “de más confianza” de Laymes, sindicado aparentemente por el propio líder guerrillero como “asesino de los señores Weelock y Giraldes”. El segundo fue “Zamalloa”, quien aparece mencionado como “secretario” de Laymes. Zamalloa parece haberse librado de la pena de fusilamiento, por lo menos en el marco de la ejecución del 2 de julio de 1884.

(21) Ibid.

(22) Cabe destacar que el punto de vista que Mallon presenta en su trabajo de 1995 es más moderado que el de sus trabajos precedentes, aunque sin dejar de tener un tono muy crítico (y, a nuestro entender injusto) contra Cáceres.

(23) Se trata de la parte central del decreto del Presidente Provisorio Andrés A. Cáceres relativo a la causa criminal seguida por Manuel Fernando Valladares sobre restitución de ganados (18 de julio de 1884).

(24) El Comercio. Lima, lunes 21 de julio de 1884, p. 2.

(25) “In the two years between the Chilean departure and his ascent to the presidency, Cáceres showed himself to be an extremely clever politician in his dealings with the central highland montoneras. In June 1884 he accepted the Ancón Treaty, marking the end of the national resistance and the beginning of the civil war. The following months, as he began his confrontation with Miguel Iglesias, he also began repressing the independent montoneras in Comas and the puna communities of the western bank. At the same time, he gave greater importance to the alliance of merchants, small landowners, and peasants represented by the montoneras near Jauja and in the lowland communities along the Mantaro. This well-planned change in the balance of forces among de region´s guerrilla forces would serve him well in 1885 when the montoneros along the river western side, suitably reorganized under the Chupaca notable Bartolomé Guerra, formed the first line of resistance against Iglesias´s ´Pacifying Army´”

(26) “Gone were the wartime qualifications of bravery and resisting the invaders. With a few strokes of the pen, Cacerista policymakers managed as of 1890 to transform Junin´s citizen-soldiers into barbarian «others». Official amnesia proved a wondrously effective political weapon”

(27) “Convencido de que el único medio de cortar los vicios sociales inveterados y que vienen desde la época del coloniage [sic], es atacar el mal de frente, cortándolo en su origen, esto es, fomentando la instrucción, que es la única independencia del indio, como será la base de la futura grandeza del Perú” El Perú Ilustrado. Nro. 156, Lima, sábado 3 de mayo de 1890.

(28) El pasaje más extraño de la cita de Larson es el que se refiere a la conspiración de oficiales a la que Cáceres se habría unido en mayo de 1886 para “desacreditar a las guerrillas y borrarlas del recuerdo oficial de los héroes de la guerra”. No hemos podido ubicar la fuente de esta insólita afirmación. Lo que sí hemos podido averiguar es que, precisamente por esos días de 1886, Cáceres se entrevistó en quechua, en los términos más cordiales, con el varayoq Atusparia, quien había viajado a Lima para reafirmar su cacerismo y a solicitarle un alivio “de la contribución que se les exigía”, en un tiempo posterior a la gran conmoción social del Callejón de Huaylas de 1885 (Stein 1987: 112-116). El texto Rasgos militares del ilustre y benemérito General Andrés Avelino Cáceres, Presidente de la República. Homenaje a sus relevantes méritos en el día de su cumpleaños, noviembre de 1886 (que parece haberse generado en un contexto castrense), donde los grandes protagonistas de la campaña son los guerrilleros, también refuta frontalmente las aseveraciones de Larson. Volviendo al tema inicial, el comentario de Larson simplemente no tiene sustento, sobre todo cuando se refiere a un personaje como Cáceres que conservó durante toda su vida, precisamente al revés de lo que se afirma, una enorme admiración por los guerrilleros. De hecho, no hemos encontrado ni un solo oficio o carta personal firmada por él donde transmita siquiera la más pálida actitud de doblez o de desprecio por los guerrilleros y por los indios en general. Usando como marco comparativo la historia de los EEUU, la acusación de Larson contra Cáceres sería tan absurda como sostener, por ejemplo, que Lincoln detestaba secretamente el objetivo de la abolición de la esclavitud durante la Guerra Civil de los EEUU.

(29) Citada en Bonilla 1990: 213.

(30) Dra. Scarlett O´Phelan (comunicación personal).

(31) “From Huancayo to Huancavelica to Huanta, from Ayacucho to Acobamba to Chongos Alto, the montoneros constantly harassed the iglesistas. Between Novembrer an December of 1884, Mas was forced to send special expeditions to Acobamba and Huanta to deal with rebellion. In Huancavelica fifteen hundred Indian guerrillas yelled «Viva Cáceres» as they plunged into battle, burning and sacking de houses of Iglesistas”.

(32) El Comercio. Lima, miércoles 14 de enero de 1885, p. 2.

(33) Del informe de Andrés Avelino Aramburu a Manuel Tovar (Jauja, 8 de julio de 1884). El Comercio. Lima, 15 de julio de 1885, p. 1.

(34) Ibid.

(35) El Comercio. Lima, jueves 5 de noviembre de 1885, p. 2.

APÉNDICE DOCUMENTAL

1) Nota del general Andrés A. Cáceres al Honorable Cabildo de Ayacucho (Ayacucho, 29 de noviembre de 1883)

“Ayacucho, Noviembre 29 de 1883

Honorable Cabildo:

Esta Jefatura Superior ha tenido la patriótica satisfacción de recibir el oficio colectivo de ese Honorable Cabildo de fecha 20 de los corrientes.

Cuando todo el país es desmoralización i desconcierto; cuando la ruina de nuestras instituciones no reconoce otra causa que la falta absoluta del sentido moral; cuando los grandes móviles sociales han desaparecido ante el empuje de los innobles propósitos i de los mezquinos i personales intereses, es ciertamente consolador i de fecunda enseñanza el glorioso contraste que ofrecen el pueblo de Acostambo i los demás del Centro de la República levantándose con toda la altivez de la dignidad nacional herida pero no humillada, con toda la desesperación del patriotismo que no se detiene ni ante el sacrificio, resueltos a morir combatiendo contra los enemigos de fuera i de dentro del Perú.

La resistencia que hasta el último instante hacen los pueblos por salvar la integridad i el honor nacional merecerá un lugar en las pájinas brillantes de la historia del Perú, así como ha merecido ya el aplauso i la admiración sincera del mundo, cuyo alto criterio no juzga de las causas humanas por el éxito que tienen sino por la justicia que defienden.

En el trájico poema de nuestra guerra de cuatro años, los que mantenemos nuestra
mente i nuestro corazón, tenemos forzosamente que desprender esta verdad que implica el remedio de nuestra rejeneración en el porvenir.

Dos clases de elementos ha contado el Perú en la lucha sangrienta a que Chile lo provocara. El elemento de los capitalistas i el de los audaces: compuesto el primero de comerciantes enriquecidos con la fortuna pública, i el segundo de empleados civiles i militares sin talento i sin carácter encumbrados por su propia miseria a la sombra de revoluciones injustificables que han desmoralizado la República.

Con bases tan efímeras, con medios de acción tan nulos, el resultado de la contienda tenía que ser fatalmente el que ha sido: una serie de derrotas ignominiosas i de estériles sacrificios individuales que sirven como de puntos luminosos en la oscura noche de nuestros infortunios sin ejemplo.

Mas cuando el vigor del patriotismo parecía haberse extinguido por completo; cuando el hundimiento del Perú amenazaba revestir los oprobiosos caracteres de la cobardía, entonces las grandes virtudes cívicas que no existían en las clases directoras de la sociedad reaparecen con más prestijio i esplendor que nunca en el corazón generoso de los pueblos, de esos mismos pueblos a quienes se titulaba masas inconscientes i a los que menospreciaban siempre, haciendo gravitar sobre ellos en la época de la paz los horrores del pauperismo i la ignorancia, i en el de la guerra los sacrificios i la sangre.

Por mi parte, jamás olvidaré esta lección que puede calificarse de providencial, i desde cualquier punto en que me arroje el destino, tendré una palabra de aplauso i un sentimiento de admiración para los pueblos del Centro i especialmente para el distrito de Acostambo que tantas pruebas de grandeza i valor ha dado en estos últimos años.

Reciba el Honorable Cabildo la expresión de mis respetos i del profundo dolor que esperimento por las nuevas víctimas de la guerra en esa comunidad, i tenga en todo caso presente que el sacrificio de hoy ha de ser la gloria de mañana.

ANDRÉS A. CÁCERES.

Al Honorable Cabildo de Ayacucho”

FUENTE: Pascual AHUMADA MORENO, Guerra del Pacífico…(tomo VIII), p. 329.

2) Nota del general Andrés A. Cáceres al señor alcalde del Honorable Concejo Provincial de Tayacaja (Ayacucho, 3 de diciembre de 1883)

“Ayacucho, Diciembre 3 de 1883

Señor Alcalde:

Esta Jefatura ha recibido la solicitud de los vecinos de Tayacaja, elevada por el mismo órgano de VS.
Sensible es ciertamente la actitud hostil de los indios contra la raza blanca. Ella reclama justicia i la obtendrá completa, pues la moral social i política, así como los intereses permanentes del país imponen a los gobernadores el deber de sujetar con mano vigorosa ese torrente que amenaza volcar las instituciones i desquiciar la sociedad bajo el imperio de la barbarie.

No entra en el propósito de este despacho analizar las causas eficientes de tremenda conmoción de los indígenas, pero sin pretender justificarla no es posible desconocer que ha dado marjen a ella, en mucha parte, el carácter dócil i acomodaticio de las clases superiores por su fortuna i posición, carácter que les ha permitido transigir constantemente con los enemigos del país i con los traidores hasta prestarse a firmar actas contra la causa de la defensa nacional.

Aunque esta conducta tiene honrosísimas excepciones, que en todo tiempo merecen un aplauso, hai que convenir en que la raza indígena no es tan culpable como se la pinta, careciendo como se carece del ilustrado criterio que es necesario para establecer distinciones; habiendo sido antes de la guerra, como es notorio, por parte de los mestizos i los blancos, objeto de especulaciones clamorosas i despotismo sin nombre.

La historia de todas las naciones nos presenta a cada paso ejemplos de sucesos que revisten un carácter análogo a los que denuncian los vecinos de Tayacaja.

Cuando la desmoralización política parte de las clases elevadas i los sentimientos del honor i el patriotismo han llegado a ser meras palabras i que sólo sirven para trastornar el sentido moral y explotar la buena fe de las multitudes, éstas concluyen siempre con estallar con grande estrago, arrastrándolo todo en su empuje ciego i fatal, lo malo i lo bueno, lo que merece destruirse i lo que debe conservarse, efecto inevitable i desgraciado de la cólera de un pueblo que sacrificado en masa hiere en masa también.

Con todo, i resuelto a poner un dique a este desborde peligroso, he dictado ya las más eficaces medidas para evitar en lo sucesivo la repetición de hechos tan lamentables i que vienen, por decirlo así, a recargar de sombras el ya bastante siniestro cuadro de nuestras miserias i desastres.

Anúncielo así al Honorable Consejo de esa digna provincia i a su laborioso vecindario.

Dios guarde a VS.

ANDRÉS A. CÁCERES

Al señor Alcalde del Honorable Concejo Provincial de Tayacaja”

FUENTE: Pascual AHUMADA MORENO, Guerra del Pacífico…(tomo VIII), p. 329 y s.

BIBLIOGRAFÍA

AHUMADA MORENO, Pascual. Guerra del Pacífico. Recopilación completa de todos los documentos oficiales, correspondencias y demás publicaciones referentes a la guerra que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia, conteniendo documentos inéditos de importancia (tomo VIII). Valparaíso: Imprenta de la Librería del Mercurio de Recaredo S. Tornero. 1891.

ANÓNIMO. Rasgos militares del ilustre y benemérito General Andrés Avelino Cáceres, Presidente de la República. Homenaje a sus relevantes méritos en el día de su cumpleaños, noviembre de 1886. Lima: Imp. de Torres Aguirre, Mercaderes 150, 1886.

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 * Publicado en En: Histórica (Pontificia Universidad Católica del Perú), Vol. XXVIII, Num. 1., 2004, pp. 131-175.

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Continuación: El Nacionalismo Campesino a fines de la Guerra con Chile: Una revisión historiográfica de la ejecución del guerrillero Tomás Laymes

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4. Hacia una reinterpretación

Hay muchos comentarios que hacer a la cita anterior de Larson. De diversas maneras, esta cita condensa el pensamiento de toda una generación de historiadores que considera el fusilamiento de Laymes como una especie de línea divisoria en la actividad del general Cáceres y de sus partidarios frente a los campesinos y en el desarrollo de la política nacional en general. No cabe duda de que fue un acontecimiento de resonancia que se comentó en la prensa de Lima. Los historiadores regionales de la zona de Huancayo, como Tello Devotto, ya habían considerado desde muchos años antes la ejecución de Laymes como el “último episodio de la campaña de La Breña” (1944: 44). En un sentido que hoy se percibe bastante controvertido, las investigaciones de los setentas y ochentas hablaban del inicio de una situación novedosa, en el ámbito del poder nacional, a partir de la ejecución, expresada en el supuesto giro negativo que habría dado Cáceres frente a los guerrilleros campesinos con el propósito de adaptarse a la nueva coyuntura de lucha por la presidencia, que emergía una vez finalizada la guerra. Esta tesis fue adelantada, probablemente en forma primigenia, por el historiador Henri Favre (1975: 64 y s.). La repitió Heraclio Bonilla en su conocido artículo de diciembre de 1979 (Bonilla 1979: 29 y s.). Pero, como hemos referido, quien la desarrolló con mucho mayor detalle fue Nelson Manrique en su ya citado libro de 1981 sobre Las guerrillas indígenas en la Guerra con Chile. Publicados más recientemente, los trabajos de Patrick Husson (1992) y Florencia Mallon (1995) [22] dan muchas pistas que pueden ayudarnos a hacer una crítica, lo más rigurosa posible, a la cita de Larson anteriormente copiada, así como a las visiones de Favre, Bonilla y Manrique que, directa o indirectamente, están detrás de ella. También sería muy útil hacer algunas precisiones en el ámbito de la historia política.

Lo primero que habría que decir es que Cáceres nunca llegó a forjar “alianzas tácticas” (como dice Larson) con Iglesias. Sólo existieron conversaciones promovidas inicialmente por Diego Armstrong, secretario del jefe de las fuerzas de ocupación Patricio Lynch, que no expresaban sino el interés del gobierno chileno en lograr un acercamiento entre los dos líderes peruanos para evitar cualquier riesgo de cuestionamiento ulterior del Tratado de Ancón una vez producida la desocupación del Perú (Basadre 1983 t. VII: 9; Bulnes 1955 [1911-1919]: 321). De hecho, al revés de lo que dice Larson, la guerra civil no había concluido, sino que comenzaba un largo y violento proceso de lucha entre peruanos que terminaría recién con la toma de Lima por Cáceres en diciembre de 1885. También hay que señalar que Cáceres no “apostó por lo oligarcas costeños”, sino que mantuvo fuertes vínculos con destacadas personalidades del medio limeño, muchas de ellas civilistas, como Manuel Candamo y Carlos Elías, que llegaron a formar un Comité Patriótico que lo apoyaba logísticamente, según reconocen las mismas fuentes chilenas (Bulnes 1955 [1911-1919]: 139 y s.; 232). Estas personalidades se unieron a Cáceres en su etapa de candidato presidencial a fines de 1885 y a comienzos del año siguiente no sólo por los antecedentes de cooperación en las horas difíciles del conflicto, sino por su común animadversión frente a los rasgos represivos que había mostrado el gobierno de Iglesias, considerado achilenado por muchos peruanos que vivieron durante esa época, como fue el caso de Manuel González Prada (1978 [1914]: 84). Con relación a la “apuesta” por los hacendados serranos hay varias cosas que comentar. En primer lugar, Cáceres era un terrateniente ayacuchano que desde antes de la guerra tenía vínculos de parentesco y de amistad con los integrantes de este grupo social en muchas partes de la Sierra Central. Durante el conflicto, sus relaciones pasaron de la cooperación (sobre todo durante la primera mitad de 1882) a una feroz enemistad con muchos de ellos, a quienes llegó a acusar de traidores por ser partidarios de Iglesias y colaboracionistas. Este fue el caso del ya citado Luis Milón Duarte, a quien Cáceres atacó duramente en un oficio circular de abril de 1883 (Ahumada Moreno 1891: 172 y s.). Como han precisado Florencia Mallon y Nelson Manrique, hay por lo menos una evidencia documental de julio de 1884 —el mes de la ejecución de Laymes— de que Cáceres buscaba una reaproximación con los terratenientes, favoreciéndolos en la recuperación de bienes que habían pasado a ciertas comunidades en el desorden de la guerra (Mallon 1995: 205, 414; Manrique 1981: 364 y s.) [23]. También es revelador que, en su edición del 21 de julio de 1884, el diario El Comercio de Lima haya recogido una noticia del interior que decía que las haciendas de Leyve [¿Laive?], Canipaco y otras “que los montoneros habían ocupado, despojando a sus dueños” habían sido “entregadas a éstos de orden del general Cáceres” (24). Además de considerar a la propiedad como principio sagrado (lo que fluye claramente, por ejemplo, de su oficio contra Laymes del 26 de junio de 1884), es evidente que, concluida la guerra, como se dijo anteriormente, Cáceres buscaba una reestructuración de sus cuadros de apoyo con el doble propósito de asentar el orden (que él conocía) del tiempo anterior a la guerra, así como de conseguir un paralelo fortalecimiento militar y social para un escenario de confrontación con Miguel Iglesias. Esta reorganización no sólo incluyó aproximaciones a los terratenientes, sino también el gesto terriblemente duro de la ejecución de Laymes. Su lectura es, para nosotros, bastante clara: los guerrilleros brutales servían en un escenario de guerra total (como el que llevaron a cabo los chilenos en más de una ocasión), pero no para los fines de una guerra interna y mucho menos para la recuperación del equilibrio social. En este contexto (aunque seguramente no suscribiría los anteriores comentarios), Florencia Mallon ha expresado en forma muy lúcida que, entre agosto de 1884 y junio de 1886, Cáceres se reveló como un político muy inteligente para tratar a las belicosas montoneras de zonas altas. Su actividad consistió en reprimir a las montoneras independientes, y cultivar su alianza con los comerciantes, pequeños terratenientes y campesinos que formaban las guerrillas situadas cerca de Jauja y en las comunidades ribereñas del Mantaro. Se trató, en síntesis, de una modificación sustancial en el balance de fuerzas en el seno de las guerrillas de la región que le fue extremadamente útil a Cáceres, en 1885, durante la guerra civil contra Miguel Iglesias (Mallon 1995: 200 y s.) [25]. Esta autora aclara que está hablando de una política adecuada “desde el punto de vista de la unificación nacional” y no desde la visión e intereses que manejaban las “montoneras independientes” (entre las que incluye la de Laymes). Nosotros nos preguntamos: ¿podía pensar Cáceres en esas circunstancias terribles, luego de la guerra, en algo distinto de la unificación nacional? De otro lado, un aspecto crucial del comentario de Mallon es el que se refiere a la preferencia que tuvo Cáceres por los comerciantes, pequeños propietarios y comunidades de las riberas del Mantaro que actuaban como sus aliados en la nueva situación que se desarrollaba, dejando de lado a los comuneros díscolos de las alturas (como Laymes) y también en relativo segundo plano (y no como señala Larson) al grupo de los grandes terratenientes, debido a su reciente colaboracionismo.

Es injusto el comentario que Mallon hace sobre el olvido del heroísmo de los guerrilleros por parte del stablishment cacerista de la postguerra (Mallon 1995: 218) [26]. Esta apreciación no es en absoluto compatible con las palabras que Cáceres expresó el 28 de julio de 1888, siendo presidente constitucional, en la inauguración del Congreso Ordinario de ese año, donde comentó que de la instrucción primaria dependía “el levantamiento de la raza indígena, que tantas pruebas de valor y abnegación dio en la defensa de la honra nacional” (Cáceres 1888). Tampoco se compagina con el sentido de una carta que Cáceres dirigió a Clorinda Matto de Turner en febrero de 1890, a propósito de la publicación de la novela indigenista Aves sin Nido (27). Estas referencias refutan también la última parte de los comentarios contenidos en la cita de Larson (28).

Es claro que el complejo tema del nacionalismo campesino, superficial o auténtico, es el elemento que aparece asociado claramente a la movilización campesina promovida por Cáceres. En sus declaraciones, Laymes aparece hablando con un lenguaje prestado e inauténtico, que busca encubrir sus crímenes y su resistencia a ser encuadrado dentro de las estructuras jerárquicas que tenían en su cumbre a Cáceres y a los otros jefes del Ejército del Centro. En otros casos, el nacionalismo es claramente consistente o, por el contrario, deja paso a actitudes más asociadas a los odios de castas. ¿Dependía esta variabilidad de las diferentes circunstancias socioeconómicas de donde provenían los guerrilleros, así como de las características específicas que tuvieron la invasión chilena y la campaña de Cáceres en sus respectivos territorios? ¿La historiografía moderna, y también las fuentes de la época, proporcionan pistas para aclarar esta situación?

5. La influencia de las diferentes estructuras regionales en el vínculo de los guerrilleros con Andrés A. Cáceres.

En un pasaje de su libro De la guerra a la rebelión (Huanta, siglo XIX), Patrick Husson ha afirmado, con relación a la participación del sector indígena en la Guerra con Chile, que resulta “imposible generalizar tal o cual comportamiento a toda la sociedad india campesina cuando ésta presentaba ya, por un lado, una heterogeneidad cierta y que, por otro lado, se encontraba a menudo en situaciones concretas muy diferentes” (Husson 1992: 192).

Además del libro de Husson, que comentaremos más adelante, y en el caso específico del valle del Mantaro, creemos que es en el trabajo de Florencia Mallon publicado en 1995 donde mejor se aprecia el peso que tuvieron las situaciones locales concretas en las actitudes de los campesinos durante el conflicto. Lo primero que hay que decir es que, en términos muy generales, la totalidad de la Sierra Central tuvo desde la época colonial peculiaridades muy marcadas con relación a los espacios sur y norte del Perú. Por lo menos desde mediados del siglo XVIII fue una zona no sólo agrícola y ganadera, sino también comercial y con un importante componente mestizo. También fue un área donde los curas de pueblo tuvieron mucha capacidad de movilización política sobre las comunidades (O´Phelan 1988: 144-147). De otro lado, era un ámbito de comunidades fuertes y bien definidas. “En consecuencia, la movilización campesina en el caso de la Sierra Central fue efectiva en el respaldo a la resistencia enarbolada por Cáceres por el hecho de ser una región y contener una población más integrada a Lima y con un campesinado que al participar de relaciones mercantiles más intensas era ya el menos indio en la segunda mitad del siglo XIX” (Bonilla 1990: 216 y s.). En el caso específico del eje Jauja-Huancayo en el valle del Mantaro, Mallon detecta una fractura básica entre los campesinos, comerciantes y pequeños terratenientes indios y mestizos de las zonas bajas adyacentes al río, de un lado, y los campesinos de las alturas, de otro. En términos generales, el primer grupo tendía a ceñirse al comportamiento paternalista de las clases altas, además de ser más dinámico y móvil, en tanto que el segundo tenía tradiciones de independencia y de arraigo a la tierra mucho mayores. Mallon ha citado inclusive conflictos violentos en la inmediata preguerra, como el que se localizó en el sector sudoccidental del Mantaro, que enfrentó al pueblo ribereño de Chupaca con las comunidades de puna de los alrededores, a las que buscaba controlar (Mallon 1995: 182). Bonilla expresó en 1990:

“Mallon […] afirma que el desenlace de la guerra produjo en el movimiento campesino […] una doble situación en función a lo ocurrido durante los años del conflicto. En la parte norte del valle del Mantaro [en los alrededores de Jauja], donde la alianza entre los terratenientes y campesinos fue más durable, tuvo éxito una política de cooperación de los rebeldes dándoles satisfacción en la creación de demarcaciones distritales que en adelante podían mediar entre sus intereses y los del Estado. Pero en el sur tal arreglo no fue posible por el nivel alcanzado por la conciencia de los campesinos de esa parte del valle” (Bonilla 1990: 216).

Aquí comienzan las discrepancias entre el punto de vista de Mallon (al que se añade el de Manrique) y Bonilla sobre un tema verdaderamente crucial: las formas de nacionalismo desplegadas por los campesinos guerrilleros (en particular por los campesinos de puna) en esa porción del territorio nacional durante la Guerra del Pacífico. Se trataba, para comenzar, de un nacionalismo peculiar: Mallon ha llegado a decir que “los chilenos no eran enemigos por ser chilenos, sino porque invadieron y destruyeron ese terruño, el bien más preciado del campesino, la fuente de su vida y su subsistencia” (Mallon 1983: 91) [29]. Paradójicamente, este punto de vista tendría alguna compatibilidad con los comentarios anticampesinos del terrateniente Duarte, expresados en el contexto de la crisis de abril de 1882 (1983 [1884]: 34), así como frente a los informes del coronel chileno Estanislao del Canto, quien dijo alguna vez que “los indios querían más a sus animales que a Dios” (Bulnes 1955 [1911-1919]: 149). De otro lado, Bonilla no parece muy entusiasmado con la noción de aceleración del tiempo histórico a consecuencia de la invasión chilena, manejada por Manrique, que habría hecho aflorar fuertes lealtades nacionales por lo menos en parte de los campesinos (Bonilla 1990: 213). La extraordinaria carta de los jefes guerrilleros de Comas de abril de 1882 hace ver que, por lo menos en ciertos contextos específicos, los campesinos estuvieron delante de los terratenientes en su actitud de defensa del territorio patrio, considerándolo como algo más grande (aunque todavía en forma vaga) que el pueblo o el valle. Dicho documento contiene, además, un indudable sentido de justa indignación y de profunda decencia. No creemos posible asimilar este patriotismo casi poético en su expresión rudimentaria con la ferocidad de un líder guerrillero como Laymes que sin duda prefería los asesinatos, las mutilaciones y los robos a la redacción de documentos como el que aquí comentamos. En el peor de los casos, Laymes fue un delincuente. En el mejor, y según un patrón recurrente en la historia peruana, fue un líder guerrillero a quien el poder se le subió a la cabeza. En ambas situaciones, su patriotismo parece haber sido superficial, en la forma de un lenguaje prestado por Cáceres y sus oficiales. Finalmente, habría que señalar la importancia que tuvo el contacto con personas de una nacionalidad diferente (en hábitos, acento e inclusive rasgos externos) como desencadenante de estos sentimientos de patriotismo. El caso parece haber sido claro durante la Guerra del Pacífico, pero sin duda también se dio en tiempos de las guerras de Independencia (30). Hasta aquí hemos hablado con algún detalle del eje Jauja-Huancayo. ¿Qué ocurría en las poblaciones campesinas situadas más al sur, en Huancavelica y Huamanga? Recordemos, por ejemplo, que en su fulminante ofensiva de julio de 1882, que hizo correr en pánico a las guarniciones chilenas de Marcavalle y Pucará hasta Zapallanga, Cáceres estuvo acompañado por miles de guerrilleros oriundos de localidades en gran parte situadas en el área de Huancavelica, como Huando, Huaribamba y Pampas (Basadre 1983 t. VI: 293). A diferencia de Jauja, Huancavelica languidecía desde la época colonial “donde la sociedad, decapitada de sus elites económicas, empobrecida por el cierre definitivo de las minas y por las incesantes guerras civiles [permaneció durante el siglo XIX] en un estado de marasmo y ensimismamiento, poco favorable al espíritu de empresa” (Favre 1964: 241). En Huancavelica, en tiempos de la guerra, al decir del médico, paisano y amigo de Cáceres Luis Carranza, los indios habían “conservado ciertos hábitos de trabajo y subordinación” (Manrique 1981: 25). De otro lado, el quechua que se habla en el valle del Mantaro es una lengua diferente de la utilizada en Huancavelica y Ayacucho (Manrique 1981: 51). ¿Podrían estas diferencias explicar tal vez por qué un oficial chileno de tránsito por un territorio esencialmente huancavelicano haya dicho, en noviembre de 1883, que “todos los indios de Huanta a Huancayo están sublevados. Los pocos con quienes pudimos entrar en contacto declararon que su objetivo no era combatir a los chilenos, ni a los peruanos partidarios de la paz, sino a toda la raza blanca” (Favre 1975: 63). Es probable que en Huancavelica hayan coexistido comunidades con una conciencia antichilena y anticolaboracionista muy clara, junto con otras, por lo general localizadas en las zonas más atrasadas y aisladas, cuya motivación hubiese sido únicamente la lucha de castas contra todo elemento blanco. Esta dualidad parece desprenderse de dos documentos suscritos por Cáceres a fines de 1883. Ambos han sido reproducidos en el apéndice de este trabajo. El primero, fechado en noviembre, felicita claramente al pueblo de Acostambo por haber combatido contra los enemigos “de fuera y de dentro del Perú”:

“Por mi parte, jamás olvidaré esta lección que puede calificarse de providencial, y desde cualquier punto en que me arroje el destino, tendré una palabra de aplauso y un sentimiento de admiración para los pueblos del Centro y especialmente para el distrito de Acostambo que tantas pruebas de grandeza y valor ha dado en estos últimos años (Ahumada 1891: 329).

El segundo documento, de diciembre de 1883, parece referirse a una “tremenda conmoción de los indígenas ” en actitud hostil “contra la raza blanca” en la zona de Tayacaja en general (Ahumada 1891: 329 y s.). Es notable que este último documento haya sido casi ignorado por los investigadores del tema.

Cáceres obtuvo su apoyo de los campesinos con conciencia nacional relativamente desarrollada pero también, sobre todo al principio, de guerrilleros proclives al desencadenamiento de guerras de castas, hostiles al mundo occidental, en un equilibrio que debió sentir siempre como muy precario. También aparece muy claro que, a partir de julio de 1884 se decidió a controlar los desbordes y privilegió su alianza con los guerrilleros que aceptaban encuadrarse, en mayor o menor medida, dentro de los estructuras de su ejército ¿Las relaciones de Cáceres con este tipo guerrilleros se mantuvieron inalteradas hasta después de la ejecución de Laymes?

6. Relaciones entre Cáceres y los guerrilleros después de la ejecución de Laymes

Hay muchas evidencias de que la ejecución de Laymes no significó una disminución de la devoción casi fanática que muchos guerrilleros sentían hacia el general (y posteriormente presidente) Cáceres. Según Mallon, entre noviembre de 1884 y febrero de 1885 (cuando Cáceres se encontraba replegado en Arequipa, antes de su segundo y exitoso ataque a Lima), las guerrillas campesinas del valle del Mantaro fueron la única resistencia efectiva contra las fuerzas iglesistas del coronel Mas que subían desde la costa (Mallon 1995: 208) [31].

En una comunicación oficial suscrita en Huanta, el 19 de diciembre de 1884 por el citado coronel Mas, comandante general de la Primera División Pacificadora del Ejército del Centro, dirigida al prefecto de Ayacucho, aparece esta referencia a la acometida de “falanges de montoneros”: “Hoy desde las 9 a.m. fuimos atacados por todos los […] rebeldes, que con una tenacidad digna de mejor causa nos hacían resistencia” (32).

No debe creerse que estamos hablando únicamente de campesinos dóciles. Abundaban también los guerrilleros que, si bien tenían una vinculación de respeto y de obediencia personal frente Cáceres, no dejaban de constituir una fuerza díscola con escasa disciplina militar, que era proclive a los saqueos y a la acciones de fuerza, y que no siempre obedecía automáticamente a los oficiales blancos o mestizos del Ejército del Centro. Esta circunstancia queda claramente reflejada en el interesante informe que el representante iglesista Aramburú hizo de su viaje a Ataura (Junín), que tuvo lugar el 6 de julio de 1885 en el marco de unas frustradas negociaciones de paz en un intermedio de la Guerra Civil:

“Un incidente vino a contrariarnos: por falta de precauciones, una guerrilla de tropa irregular, hizo alto a la comitiva, amenazándonos con romper los fuegos, lo que habría hecho, si los ayudantes que acompañaban a los comisionados del general Cáceres no lo hubieran impedido, aún con riesgo de su vida, pues se revolvieron contra ellos las armas.

Desde ese momento comprendí que íbamos entre líneas indisciplinadas, lo que se confirmó con la repetición, por dos veces más, del mismo peligro […]

Mal preparados los ánimos y por ausencia completa de tropas regulares, a nuestra salida de Ataura, un grupo de montoneros se permitió amenazarnos, y quizá si hubiésemos sido víctimas de él, si no se interpone con frases suplicatorias el coronel Morales Toledo y otros que lograron evitar un crimen horrendo” (33).

Aún más interesante es el episodio de una curiosa reacción de Cáceres ante la ocasional aparición de tratos de tipo casi horizontal con sus guerrilleros, que sin duda conduce a matizar el cuadro de relaciones puramente paternalistas que existían, a nuestro entender, de modo predominante. Cuando, frente a Cáceres, Aramburú pidió privacidad para las negociaciones a las que asistía un ruidoso auditorio de guerrilleros, aquél le respondió que “cuanto pensaba y decía debían saberlo” (34).

También consta que fueron guerrilleros, férreos partidarios de Cáceres, quienes, en noviembre de 1885, cortaron los puentes sobre el río Mantaro siguiendo sus órdenes, con el objeto de aislar a las fuerzas iglesistas del coronel Gregorio Relayze en una maniobra que fue conocida después como la huaripampeada (Mallon 1995: 209). Del 9 de octubre de ese año es una comunicación originada en la “comandancia de las guerrillas de Colca”, reproducida por la prensa de Lima y dirigida probablemente al propio Cáceres:

“Acabo de tener conocimiento de que las fuerzas traidoras de Lima, se han aproximado a las quebradas de Canta y Huarochirí.

Inmediatamente que llegó esta noticia al distrito, reuní a los guerrilleros del pueblo y pasé circular a los demás convocando para el día de hoy, a los capitanes y oficiales más caracterizados.

Reunidos esos en la plaza, resolvieron acuartelarse inmediatamente para limpiar sus armas y esperar la orden de marchar sobre ese cuartel general.

Lo que comunico a … siéndome grato manifestarle que el entusiasmo de los valientes guerrilleros es mayor que antes y que los guerrilleros de Vilca, Moya y Carguacallanga, según datos que he recibido, habiendo terminado sus sembríos, se encuentran en la misma disposición que los de mi mando, para dirigirse a ese cuartel general y acabar con los incendiarios y traidores achilenados” (35).

Cabe destacar que Colca fue el área donde Tomás Laymes y sus seguidores llevaron a cabo la mayor parte de su actividad entre 1883 y el año siguiente.

Refiriéndose al norte del Perú durante el levantamiento de Atusparia (iniciado en marzo de 1885), y ante las evidencias de una conjunción de fuerzas de los campesinos con sectores caceristas, el acucioso historiador William W. Stein se pregunta: “¿No se habían dado cuenta del cambio de Cáceres de ocho meses antes? ¿O era que la aureola populista de Cáceres duró más en el Callejón de Huaylas?” (Stein 1988: 102). Este autor se refiere a una eventual difusión de la noticia de la ejecución de Laymes entre las poblaciones andinas, pero lo más probable es que los campesinos de Ancash ni siquiera hayan conocido el nombre de este personaje.

Para el área de Huanta, tenemos el texto de una carta, plena de afecto, que Cáceres dirigió al comandante de guerrillas Fernando Sinchitullo, fechada en Lima, el 5 de febrero de 1893. Sinchitullo había sido jefe guerrillero, en forma continuada, desde el tiempo de las luchas contra la expedición del coronel chileno Martiniano Urriola en la segunda mitad de 1883 (Husson 1992: 174 y s.; 195). Aun después de la caída política de Cáceres, que tuvo lugar en 1895, los pierolistas fruncían el ceño cuando descubrían que los campesinos de Huanta todavía se alzaban “magnetizados con el nombre de Cáceres” (Husson 1992: 198).

Aunque en un tono bastante exagerado, el mismo Presidente Iglesias expresó en su Manifiesto del 13 de julio de 1885, en un tiempo posterior a la ejecución de Laymes, que Cáceres andaba “de puna en puna, pregonando la guerra de razas, envenenando el alma de los infelices indígenas […] y exaltando, a la voz de comunismo, a las indiadas” (Iglesias 1885: 8 y s.). Lo que cabe rescatar de esta cita es la inalterable continuación de la relación de Cáceres con los guerrilleros en la posguerra.

Un elemento que debe de tenerse en cuenta para explicar la tan perdurable lealtad que los campesinos movilizados tuvieron a Cáceres (en un tiempo incluso posterior al fusilamiento de Laymes), y también a varios líderes caceristas de la posguerra, fue el proceso de selección de los jefes guerrilleros. Husson comprueba que

“los jefes indígenas de las guerrillas de 1883 no eran campesinos cualquiera, escogidos al azar o enganchados a la fuerza, sino indígenas que representaban características sociales determinadas. En efecto, si se retoma la estrategia de reclutamiento elaborada por Cáceres, nos damos cuenta que ésta se basaba en un conocimiento preciso de la sociedad campesina y de su organización” (Husson 1992: 193).

Los indios escogidos gozaban de la confianza de los blancos y tenían prestigio entre los campesinos, e inclusive se podía decir que eran líderes. Por lo general eran prósperos y tenían mucho que perder con la invasión chilena (Husson 1992: 194). Si bien se trata de una observación de extraordinaria importancia, que incluso es generalizable al valle del Mantaro (donde Cáceres tenía una tía terrateniente), creemos que Husson deja equivocadamente, en segundo plano, la enorme fuerza de las relaciones paternalistas que existieron en esa área y que tuvieron en la sierra un peso que sin duda él no toma en cuenta por su nacionalidad y por su matriz cultural. De otro lado, su hipótesis central es mucho más interesante: los indios guerrilleros, y en particular sus jefes, desarrollaron desde la Guerra del Pacífico una ilusión de inclusión en la sociedad blanca por haber adquirido ciertos derechos y cierta estabilidad social derivados de su leal colaboración bélica (Husson 1992: 213). Para ellos, los terratenientes caceristas, que los habían inicialmente escogido y organizado como guerrilleros, eran una garantía para el equilibrio de ese orden, típico del Segundo Militarismo (1884-1895) que a la postre fue arrasado en los nuevos tiempos de la naciente República Aristocrática (1895-1919) dominada por otros actores nacionales.

Conclusiones

Creemos que existieron diversas variantes en la conciencia campesina durante la Guerra del Pacífico con relación al tema nacional. Estas variantes dependieron de rasgos locales específicos, tales como el mayor o menor dinamismo económico interno de las poblaciones, la mayor o menor vinculación con la economía comercial de la costa, la posición de los curas de pueblo, la debilidad o fortaleza de las comunidades, la existencia de grandes o de medianas y pequeñas propiedades, la existencia de un patrón cultural de altura o de zonas bajas (junto a los ríos y a las comunidades mistis), la exacerbación o atenuación de relaciones sociales paternalistas y serviles, entre los principales. En primer lugar, hay que hablar del notable afloramiento parcial de un sentimiento de Patria, que fue objetivo en muchos casos y que englobaba a distintos sectores sociales y regiones del Perú. Se trataba de un espíritu que, si bien no estaba totalmente maduro, podía considerarse perfilado. En otros casos, probablemente los mayoritarios, la idea de Patria estuvo asociada a la comunidad, a las chacras, a los animales, a la seguridad de las mujeres, y a la región geográfica inmediata. La invasión chilena había puesto en peligro todo el equilibrio de la vida cotidiana, así como la existencia misma de los habitantes, lo que determinó la movilización de los campesinos y su cooperación con las fuerzas de Cáceres. Otras situaciones reflejaron un uso más bien superficial y retórico de la idea de Patria, con un lenguaje prestado, y que ocultaba rivalidades de clase, sobre todo contra el sector terrateniente, o simples pulsiones delincuenciales expresadas en el deseo de prolongar indefinidamente el desorden de la guerra para lucrar de él (como pasó en el caso Laymes). Finalmente, en el nivel más bajo, encontramos casos de ausencia de sentimientos de Patria acompañados de odios étnicos ciegos contra lo blanco y lo occidental, fuese peruano o extranjero, fuese colaboracionista o no. Debe recordarse que, para 1883, hay evidencias contundentes, contenidas en documentos de la época, que hablan de la ejecución de blancos que habían sido partidarios de Cáceres y de la resistencia contra los chilenos. Todas estas situaciones coexistieron a veces incluso en los mismos departamentos, lo que explica la confusión que todavía ocasiona cualquier aproximación a la dinámica social de la campaña de la sierra. Lo anterior explica también por qué había campesinos que se arrodillaban y besaban las manos de Cáceres, y por qué hubo otros claramente reacios a ser encuadrados verticalmente dentro de la organización militar cacerista.

Otra conclusión de este trabajo es que el caso Laymes no afectó esencialmente la relación de Cáceres con los guerrilleros del centro cuyos cuadros organizó durante la Guerra del Pacífico. Citando al historiador británico Edward Hallett Carr, definitivamente los “grandes hombres”, como el Cáceres que aprobó la ejecución de Laymes, apremiado por la necesidad de restaurar el equilibrio social y de afirmar la unidad, no tienen por qué ser “casi invariablemente hombres perversos”. El prestigio y el arraigo popular de este personaje entre sus guerrilleros indígenas se mantuvieron inalterables hasta las postrimerías del siglo XIX.
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El Nacionalismo Campesino a fines de la Guerra con Chile: una revisión historiográfica de la ejecución del guerrillero Tomás Laymes

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EL NACIONALISMO CAMPESINO A FINES DE LA GUERRA CON CHILE:
UNA REVISIÓN HISTORIOGRÁFICA DE LA EJECUCIÓN DEL GUERRILLERO TOMÁS LAYMES*

El problema de la participación de los campesinos en la guerra contra Chile y sobre todo el problema del significado que hay que darle, sigue siendo hoy aún tan difícil y tan discutido como el del rol de la
sociedad india durante las guerras de la independencia. Nosotros pensamos que esta participación de la sociedad india campesina tanto en una como en otra de las dos grandes guerras peruanas fue sin duda tan variada como las situaciones concretas locales en las cuales se encontraban los indios campesinos en esas épocas. Por este hecho nos parece pues imposible generalizar tal o cual comportamiento a toda la sociedad india campesina cuando ésta presentaba ya, por un lado, una heterogeneidad cierta y que, por otro lado, se encontraba a menudo en situaciones concretas muy diferentes
”.

Patrick Husson. De la guerra a la rebelión (Huanta, siglo XIX), 1992.

Introducción

Este artículo busca hacer una revisión del caso de la ejecución del guerrillero (1) Tomás Laymes en julio de 1882, como tema central dentro de una reflexión mayor sobre el origen y las formas del nacionalismo campesino a fines de la Guerra del Pacífico. En un marco aún más amplio, el trabajo podría inscribirse dentro de los esfuerzos que actualmente se orientan a hacer un tratamiento más detallado de ciertos temas polémicos de este conflicto internacional.

Esta revisión buscará fundamentarse en la trascripción y ubicación en contexto de un conjunto de referencias claves extraídas esencialmente de fuentes de la época. En general, la presente investigación ha puesto énfasis en la utilización de este tipo de documentos, tanto peruanos como chilenos. Dos de ellos, de corta extensión, pero muy relevantes para apreciar la realidad (o de la ausencia) de manifestaciones nacionalistas por parte de los campesinos a fines del conflicto han sido transcritos completos al final del presente trabajo. Se trata de dos textos breves suscritos por Cáceres en noviembre y diciembre de 1883, que ilustran sobre el carácter poco uniforme que revistió la lucha de los guerrilleros indígenas, particularmente en lo que se refiere a sus distintas motivaciones y a los elementos causales estructurales enraizados en las situaciones locales.

Cabe resaltar la importancia que ha tenido la consulta de materiales de prensa de Lima de la época, en especial el Diario Oficial, La Situación y El Comercio. Los dos primeros fueron redactados por periodistas y funcionarios chilenos de tiempos de la ocupación de Lima. También ha sido utilizado el periódico La Bolsa de Arequipa. De importancia aún mayor ha sido la lectura de los documentos suscritos por Cáceres que fueron difundidos (con muy buen criterio) en versión facsimilar por la Comisión Permanente de Historia del Ejército del Perú en el libro Cáceres: conductor nacional (1984).

El autor considera que gran parte de los desenfoques historiográficos suelen asentarse como producto de la repetición y combinación de conclusiones que han sido tomadas de un conjunto restringido de trabajos de investigación sobre un tema concreto. A nuestro entender, ello viene ocurriendo desde hace un tiempo con el episodio de la ejecución del guerrillero Laymes en 1884. El hecho de acudir a las fuentes de la época con el propósito de releerlas es un sano recurso para abrir nuevas vías que hagan posible acercarse a viejos problemas que han sido resueltos sólo en apariencia. De otro lado, al margen de la evidente importancia de poner en contexto, interpretar adecuadamente, y apreciar el trasfondo de un texto de la época, ello debe realizarse sin forzar su contenido. El significado explícito de un documento, tal como fue expresado por su autor o autores, no tiene necesariamente que ser desechado como falso. Además, si no se hace con rigor, el hecho de parafrasear un texto de la época puede llevar a traicionar su sentido exacto. Estos son los lineamientos bajo los cuales nos aproximaremos al estudio del caso Laymes.

La revisión propuesta ha sido planteada de acuerdo con el espíritu de procurar situar a los actores sociales en los contextos concretos en los que debieron desenvolverse. Según esta aproximación, nos alejaremos de la literatura histórica de corte nacionalista o extremista y, en general, de toda tendencia que busque idealizar o romantizar a ciertos autores y grupos sociales. De muchas formas, esta perniciosa tendencia ha alcanzado por igual, en el pasado, a personajes como Andrés A. Cáceres (tomado como modelo institucional militar), y a las poblaciones andinas organizadas como fuerzas guerrilleras (consideradas como representantes del país auténtico y real, en perpetua sujeción al poder y a la opresión del estado republicano). Pocas actitudes han hecho (o hacen) más daño al trabajo historiográfico que la excesiva tendencia a esquematizar los comportamientos de ciertos personajes o grupos humanos o (en extremos verdaderamente graves) incluso a caer en el maniqueísmo. Todos los actores sociales e individuales tienen luces y sombras.

Veamos a continuación algunos antecedentes historiográficos relativamente recientes que pueden ser relevantes para el estudio del tema propuesto. En la época de la conmemoración de los centenarios del inicio de la Guerra del Pacífico (abril de 1879) y de las acciones militares de Marcavalle, Pucará y Concepción durante la llamada Campaña de La Breña (julio de 1882), la historiografía peruana y extranjera profundizó en distintos aspectos de la historia social y económica del conflicto, tanto en lo que se refiere al proceso mismo, como a sus antecedentes y consecuencias. Entre los historiadores que plantearon enfoques novedosos sobre el tema podría mencionarse a Heraclio Bonilla quien, en julio y diciembre de 1979, precisamente el año del centenario del comienzo del conflicto, publicó la nota A propósito de la Guerra con Chile y el artículo El problema nacional y colonial en el contexto de la Guerra del Pacífico (2). Como puede apreciarse de la lectura de ambos textos, que ya son analizables con cierta perspectiva, se trataba de trabajos que sin duda enriquecieron un panorama donde había abundado negativamente la literatura histórica de efemérides militares y que, en el mejor de los casos, salvo algunas notables excepciones, concentraba únicamente su atención en enfoques de historia política sin ahondar en los numerosos aspectos de la vida social de la época. Se trató, en general, de toda una generación de jóvenes investigadores que comenzaron a leer las fuentes primarias de la guerra con ojos de historiadores de la sociedad y de la economía. Entre los aspectos que llamaban su atención, podrían citarse, como ejemplos, las actitudes y comportamientos de la población china que trabajaba en las haciendas de la costa, y la compleja participación de los campesinos en el conflicto. Jorge Basadre no ahondó en muchos temas de historia social y económica pero, junto con un notable enfoque político, avanzó en aspectos tales como las conexiones internacionales y el tratamiento de la noción de Patria durante la guerra. La historiografía renovadora amplió considerablemente el campo de visión de los temas de la guerra y de los tiempos precedentes y posteriores, y mostró muchas divergencias con los enfoques llamados (no siempre en forma exacta) tradicionales del conflicto. También comenzaron a tener lugar debates en el seno mismo de la nueva historiografía, debido probablemente al carácter apasionado, excesivamente generalizador, e incluso prejuicioso, de muchas de las afirmaciones que se hicieron. Algunas de estas polémicas, las más de ellas totalmente informales, como la que giró en torno a la naturaleza expoliadora o positiva del Contrato Grace —esta vez en el ámbito específico de la historia económica— parecen haber sido ya esencialmente resueltas.

Una decantación semejante no se ha producido, ni de lejos, en el tema de la participación campesina durante la Guerra del Pacífico. Consciente o intuitivamente, todos los historiadores que han estudiado la movilización que el general Andrés A. Cáceres hizo de los campesinos como pilar esencial de la resistencia en la sierra contra los invasores chilenos (1881-1884), han sentido que este proceso rompía con muchos moldes del pasado. Se trataba, en efecto, de algo mucho más complejo que rebeliones como la de Huancané en 1866-1867 (Larson 2002: 110), que las tradicionales levas de campesinos, o que la participación de este sector de la sociedad en los conflictos locales que precedieron a la guerra con Chile. Un general serrano blanco, que arengaba en quechua a sus soldados y campesinos movilizados iniciaba una guerra novedosa que, sobre la base de un gran conocimiento del terreno, combinaba la acción conjunta de un pequeño ejército regular con la actividad de miles de guerrilleros indígenas (3).

Existe cierta coincidencia entre los investigadores, ratificada constantemente por las fuentes, sobre el origen de la participación campesina en la campaña de La Breña. La causa fundamental parece haber sido el tipo de guerra de exterminio que comenzaron a hacer las expediciones chilenas que ingresaron a la sierra a partir de la expedición del comandante Ambrosio Letelier, que tuvo lugar entre abril y julio de 1881 (Bulnes 1955 [1911-1919]: 20-25). Haciendo probablemente eco de Jorge Guillermo Leguía (1939: 31-32) y de otros autores, Manrique (1981: 106 y s.) ha señalado que los oficiales de Chile, así como la parte profesional de la tropa de ese país, habían hecho su entrenamiento militar previo en el sur, actuando contra los “indios bravos” araucanos, en enfrentamientos caracterizados por el saqueo y hasta el exterminio de los oponentes. El más famoso de los jefes chilenos que se enfrentó a Cáceres, el coronel Estanislao del Canto (1840-1923), comenzó su carrera militar en las campañas de “pacificación de la Araucanía” (Frías Valenzuela: 397). Los oficiales chilenos eran expertos en este tipo de guerra de arrasamiento e identificaron equivocadamente, por simple percepción superficial, a los laboriosos y por lo general pacíficos indios peruanos con los levantiscos mapuches de la frontera sur de Chile. Se trató de un error cuyas consecuencias políticas y militares generaron más de un problema a la causa de los invasores. La brutalidad de las incursiones chilenas, acompañada de la constante exigencia de doncellas (un elemento constante que repiten las fuentes de la época y que seguramente se remontaba también a las tradiciones de las guerras mapuches), hizo comprender a los campesinos que se estaban enfrentando a una amenaza sin precedentes. Así se explica claramente que muchos de ellos consideraran a Cáceres y a su Ejército del Centro como protectores o, en todo caso, como aliados en la lucha contra un enemigo común.

Aparte del origen, mucho más difícil resulta precisar la naturaleza de la participación campesina durante la campaña de la sierra, así como el tratamiento de la aparición de varias formas de nacionalismo dentro de este sector, tema general del presente trabajo, aparte del asunto focal referido a la ejecución de Laymes. Gran parte de las discrepancias sobre el fenómeno del nacionalismo campesino fueron mencionadas en el artículo de Bonilla El campesinado indígena y el Perú en el contexto de la Guerra con Chile (Bonilla 1990). Planteemos ahora las preguntas que consideramos esenciales: ¿fueron guerrilleros que defendían el terruño como su Patria, con un patriotismo incluso más sincero que el de muchos terratenientes?, ¿comenzaban a creer en algo más grande que la simple patria chica de sus pueblos y comunidades o fueron sólo desencadenadores de feroces odios de raza?, ¿qué unió a los guerrilleros y a Cáceres?, ¿cuál fue el peso de los orígenes regionales y de las situaciones locales de los guerrilleros en el tipo de su participación en la guerra?, ¿dio Cáceres la espalda a sus guerrilleros al terminar la Guerra del Pacífico?

Intentemos reconstruir ahora el episodio focal de este trabajo, vale decir, la ejecución de Laymes en julio 1884. En la medida de que ello sea posible, esta reconstrucción será hecha utilizando fuentes de la época.

1. La ejecución del guerrillero Tomás Laymes

“…ni suscribo la tesis según la cual «los grandes hombres son casi
invariablemente hombres perversos»
” (Carr 1972: 72).

A las cuatro de la tarde del jueves 2 de julio de 1884, el guerrillero Tomás Laymes y tres de sus subordinados fueron fusilados en la plaza de Huamanmarca de la ciudad de Huancayo. La ejecución fue hecha de acuerdo a la sentencia emitida por un tribunal militar que contó con la aprobación de Cáceres. Laymes había venido operando como comandante de las montoneras de los pueblos de Chongos Alto, Carhuacallán, Huasicancha, Vilca, Calca y Putaca, “todos pertenecientes a la provincia de Huancayo” (4). El desenlace contrastaba notoriamente con el tenor de un oficio que Cáceres había dirigido desde Ayacucho, con fecha 28 de febrero de 1884, al comandante militar de la zona occidental de Huancayo, Tomás Bastidas, donde decía que el jefe de los guerrilleros de Chongos Altos (probablemente Laymes o un subordinado suyo) le había informado que Bastidas amenazaba con desarmar y ejercer hostilidad contra ellos. Cáceres ordenaba a Bastidas que se abstuviera de “fomentar cualquier rencilla entre los guerrilleros” y que, en su calidad de comandante militar, les hiciera “comprender los verdaderos e importantes fines de la institución guerrillera” (5). Esta actitud de Cáceres cambió bruscamente el 26 de junio cuando, ya desde Huancayo, dirigió al mismo Bastidas (y a otros jefes) un oficio circular impreso, aunque con su firma de puño y letra, donde informaba sobre la “prisión y sometimiento a juicio de los Jefes de guerrillas D. Tomás Laymes, Faustino Vílches y Gaspar Santistevan”. Este oficio, dirigido principalmente a los guerrilleros que habían combatido en “Marcavalle y Concepción contra las fuerzas de Chile, en nombre y para prestigio del Perú”, decía en su parte central lo siguiente:

“Desde hace mucho tiempo ha venido recibiendo este Despacho repetidos partes de crímenes y escándalos de todo género perpetrados por el referido Laymes y sus Tenientes.

Estos individuos, olvidando la noble misión que debían desempeñar en los pueblos y lejos de servir de garantía a la vida y a la propiedad de los vecinos, lo han atropellado todo, cometiendo asesinatos alevosos, incendiando y saqueando poblaciones enteras y ejercitando bárbaras venganzas personales.

La monstruosidad misma de los crímenes que se me denunciaban, me hacía dudar de ellos, y me contrajo a reunir todas la piezas de acusación contra Laymes investigando por conductos respetables la verdad de las cosas.

Existían ya estos antecedentes, cuando el referido Laymes alentado, sin duda, por la impunidad en que quedaban sus delitos, llevó su audacia hasta desobedecer las órdenes que en repetidas ocasiones le impartí y romper salvo-conductos que llevaban mi firma; agregando a su desobediencia palabras irrespetuosas que ponían de manifiesto sus hábitos de indisciplina y sus propósitos de sedición.

Ante una conducta tan reprobable que tendía a desmoralizar los pueblos y a bastardear el objeto de la noble institución de las guerrillas que tantos días de gloria han conquistado para el Perú, he ordenado [la prisión] y sometimiento a juicio de Laymes, Vilches y Santiste[van] [roto] además todas las medidas conducentes a prevenir desórdenes en las fuerzas [roto].

Es tiempo ya de que la justicia ejerza su imperio sobre todos: lo mismo para el rico [roto: ¿que?] [pa]ra el pobre; para el Jefe como para el subalterno.

Los guerrilleros no son una horda de bandoleros sin ley y sin respeto a la autoridad. Ellos son los ciudadanos armados en defensa de los más santo y más noble que pueda existir en una sociedad civilizada; el honor de la Patria, el derecho de propiedad y la vida del hombre.

Manifestar propósitos contrarios como lo han hecho Laymes y sus tenientes, es presentarse como una turba sin Dios, sin Patria y sin conciencia, entregada al torrente devastador de todas las malas pasiones” (6).

Cáceres suscribía este oficio (7) a Bastidas y a otros jefes guerrilleros apenas veinte días después de haberse dirigido por escrito al jefe de las fuerzas chilenas de Jauja reconociendo el Tratado de Ancón como hecho consumado, en alusión a la aprobación de este instrumento por la Asamblea iglesista que tuvo lugar en marzo de 1884 (Basadre 1983 t. VII: 5 y s.).

Muy poco tiempo antes de su oficio del 6 de junio al jefe chileno, en un día no precisado del mes anterior, Cáceres había ingresado a Huancayo en viaje desde sus acantonamientos de Ayacucho, atravesando líneas de guerrilleros en armas y en medio de una gran tensión que reinaba en esa ciudad y en todo el departamento de Junín, en general. Según los comentarios del corresponsal de El Comercio, Manuel A. Ferrandis, y otras informaciones aparecidas posteriormente en este periódico, ello se debía a que los “guerrilleros de los pueblos vecinos” comandados por el “sanguinario caudillo” Tomás Laymes, habían tratado de saquear Huancayo aprovechando la retirada de los chilenos. Según el citado corresponsal, los guerrilleros habían abrigado este propósito “durante seis meses”, vale decir desde diciembre de 1883 (8).

Según otras fuentes, los últimos meses de 1883 fueron de particular violencia campesina en la Sierra Central y en otras áreas del Perú entre las que cabe citar a los valles de Santa y Cañete (9). Como explicación de esta “amenaza de convulsiones sociales”, en el caso del centro, Ferrandis decía que “todos estos pueblos habrían buscado en la venganza una compensación a las exacciones de que han sido víctimas durante la invasión chilena” (10).

El ingreso de Cáceres en Huancayo había sido precedido en pocos días, probablemente también en mayo, por el de su secretario, el coronel Arturo Morales Toledo. Acompañado de una pequeña escolta, y pese a la “actitud hostil” de los guerrilleros, este alto oficial se había presentado al jefe de ellos, concentrados en Quebrada Honda (a legua y media de Huancayo), “exigiendo se retirasen a sus pueblos” e impidiendo así los desbordes sociales (11). Hay fuertes indicios de que el interlocutor de Morales Toledo haya sido el propio Laymes quien, durante el juicio que se le comenzó en junio de 1884 declaró que “habría saqueado la ciudad de Huancayo a no impedírselo la actitud resuelta de la juventud de esta ciudad y también la oportuna llegada del ejército del general Cáceres, sucesos que le impidieron castigar severamente a los argollistas” (12). Este último término era usado repetidamente por los guerrilleros para referirse a los que colaboraban con los chilenos, aunque para esa época ya había sido generalizado por los guerrilleros más belicosos a la totalidad de los sectores blancos y urbanos, fuesen colaboracionistas o no. Con estos antecedentes, el 25 de junio de 1884 (el día anterior a la difusión del ya citado oficio circular de Cáceres sobre el caso) Laymes ingresó a Huancayo por orden de Cáceres “al mando de mil quinientos indios más o menos […] la cuarta parte con rifles de precisión y el resto con lanzas o chuzos, entre ellos doscientos bien montados”. Una vez efectuado el acuartelamiento de esta tropa, Laymes y sus lugartenientes fueron reducidos a prisión por sorpresa (13). Interesa conocer ahora quién había sido Laymes, y cuál fue el camino que lo condujo hacia su cruento final.

2. La trayectoria de Laymes

¿Cómo era Laymes y cuáles eran sus señas generales de identidad? El reporte periodístico de su ejecución, publicado el 19 de julio de 1884 en el diario El Comercio de Lima, que tiene todas las trazas de haber sido redactado por un testigo de su juicio y ejecución, describe lo siguiente:

“Presentóse éste ante el jurado, y vimos en él un hombre de regular estatura, musculoso, delgado, lampiño, de color mestizo, ojos pardos, mirada serena, nariz aguileña, boca grande y labios delgados. Tomada la instructiva dijo: (en muy mal castellano) que se llamaba Tomás Laynes [sic], que era natural de la provincia de Huanta, de treinta y un años de edad y casado” (14).

Este testimonio indica que si bien Laymes era en términos de la cultura un campesino pobre, racialmente era sin lugar a dudas un mestizo. De otro lado, Laymes había nacido más al sur, en Huanta, en un espacio socioeconómico diferente (15). Ambos datos son muy interesantes porque, para comenzar, ponen en duda la imagen que lo ha presentado algunas veces como una suerte de héroe popular indio.

Las primeras informaciones más o menos seguras sobre la vida de Laymes se encuentran en las Memorias del comandante José Gabino Esponda, militar de carrera, mestizo del pueblo de Sicaya, quien fue uno de los activos colaboradores de Cáceres en la organización de las guerrillas en tiempos de la segunda incursión chilena a la Sierra Central (febrero-julio 1882). Refiere Esponda en este fragmento que refiere hechos ocurridos entre febrero y marzo de 1882:

“ Inicié la ardua tarea de fomentar guerrillas por los pueblos de Chongos Alto y Huasicancha. En este último hallé al cabo primero Tomás Laimes, quien formara en la primera compañía del batallón «Manco Cápac Nro. 81» en las jornadas de San Juan y Miraflores y el que entusiastamente cooperó conmigo en la formación de las guerrillas” (Esponda 1936: 21-22).

Estas acciones se dinamizaron, y terminaron en un alzamiento general de los pueblos situados en el eje Jauja-Huancayo, particularmente luego de la emboscada con galgas de Sierralumi contra un destacamento chileno a comienzos de marzo de 1882, llevada a cabo por la comunidad de Comas (Manrique 1981: 150). Los campesinos precariamente armados, entre los que debieron encontrarse Laymes y sus fuerzas del área de Colca, en compañía de los jefes militares enviados por Cáceres, enfrentaron la feroz represión chilena:

“Para dominar la insurrección, Canto resolvió hacer una excursión combinada por ambas orillas del río de Jauja, o sea una correría o malón al estilo de los que se usaban con los araucanos […] Todos los grupos sumaban once compañías de infantería, cuatro de caballería y cuatro piezas de montaña. Su total aproximado debía ser alrededor de 1.200 hombres. Era una expedición en forma que todas las comunidades reunidas con sus muchos miles de combatientes no podrían resistir. La expedición salió el 19 de abril [de 1882] y anduvo diez días recogiendo cuanto encontraba en pueblos y campos. No tuvo que sostener ningún combate digno de mención sino encuentros aislados, pero la razzia tuvo por resultado arrebatar a los indígenas sus últimos recursos” (Bulnes 1955 [1911-1919]: 150).

Otra fuente chilena, escrita a menos de un mes de los dramáticos sucesos de abril de 1882, es un poco más sincera sobre las dificultades que este levantamiento acarreó a las fuerzas ocupantes:

“Hay constancia de que no han sido los indios los que por sí solos han levantado el grito de rebelión, sino que han obedecido a inspiraciones de ciertos sacerdotes y de oficiales que dicen pertenecer al ejército del general Cáceres. La prueba de ello es que el cura de Huaripampa cayó, lanza en mano, animando a sus combatientes y exhortándolos a no rendirse jamás. Confirma también lo que decimos, el hecho de haberse capturado al coronel Samaniego y a varios oficiales, los que fueron pasados por las armas con todas las solemnidades de estilo en la plaza de Huancayo” (16).

Un testigo peruano de la época, el terrateniente Luis Milón Duarte, recogió los mismos acontecimientos desde otro punto de vista probablemente más cercano a la matanza que realmente ocurrió. Duarte llegó a ser un colaboracionista convencido de la inutilidad de la continuación de la guerra luego de la caída de Lima. Su Exposición de 1884 es una fuente excepcional escrita aproximadamente dos años después de los sucesos que hemos referido. En esencia, Duarte habla en ella del efecto que las penetraciones invasoras tuvieron para despertar la belicosidad de las comunidades, así como del desencadenamiento del levantamiento de los pueblos aliados del Mantaro contra las tropas chilenas, que tuvo su etapa de mayor tensión entre marzo y abril de 1882. El espíritu de este texto, de sabor antiindígena da, paradójicamente, una idea bastante objetiva sobre la primera experiencia militar de cierta envergadura que debieron experimentar los recién organizados guerrilleros como el cabo Laymes. Es, en verdad, uno de los pocos testimonios sobre la desesperada defensa de Chupaca que tuvo lugar el 19 de abril de 1882. De las informaciones que Duarte transmite se deduce la existencia de un sentimiento virtualmente unánime de resistencia en el lado peruano, que se rompería después. En efecto, en esa primera etapa de la campaña de la sierra tuvo lugar la formación de una suerte de frente unificado entre los campesinos pobres de las alturas (como Laymes), los soldados de Cáceres, los mestizos de cierta posición (como Esponda), los indios hispanohablantes arrieros del área (17), los curas de los pueblos, e inclusive un sector de terratenientes (18).

El cuadro dantesco de las masacres de abril de 1882 explica el entusiasta apoyo que recibió Cáceres en la región cuando, poco tiempo después, a comienzos de julio, en las acciones de Marcavalle, Pucará y Concepción, desencadenó una ofensiva contra el ejército del coronel Canto que preludió un retiro temporal de las fuerzas chilenas de la Sierra Central, en lo que sin duda fue el punto culminante de la campaña (19). Continuemos rastreando la trayectoria de Laymes en la siguiente etapa de la campaña.

Laymes fue un guerrillero campesino típico que no dio el salto hacia su incorporación al ejército regular que fue derrotado en Huamachuco en julio de 1883. Empujado por los chilenos, Cáceres se había visto obligado a abandonar temporalmente el escenario de la Sierra Central desde mayo de ese año para marchar al norte ¿Qué hacían, entretanto, Laymes y por lo menos un sector belicoso de los guerrilleros en esta zona? Una fuente que recogió tradiciones orales del área 15 años después de los sucesos, habla de la violenta penetración en Huancayo, el 4 de julio de 1883 (seis días antes de la batalla de Huamachuco), de guerrilleros “armados con rifles y lanzas”, que robaban y asesinaban aprovechando la desocupación de la ciudad por la expedición chilena del coronel Martiniano Urriola (Raéz 1899:15). Antes, el 20 de mayo, los montoneros (en el sentido más tradicional de esta palabra) habían atacado esa misma ciudad (Tello Devotto 1944: 39). En general, entre mayo de 1883 (cuando Cáceres marchaba al norte rumbo a Huamachuco) y mayo de 1884 (cuando se produjo el regreso de Cáceres a Huancayo), el entusiasmo bélico de los terratenientes y la actividad violenta de cierto tipo de guerrilleros parecen haber tenido una relación inversamente proporcional. En el distrito de Colca, por ese tiempo,

“Todos los anexos, caseríos y haciendas de este distrito han sido el teatro de las correrías de la montonera que, formada por sus mismos habitantes, saqueaba las haciendas circunvecinas, incendiándolas después, y asesinando sin piedad a cuantos tenían la desgracia de caer en sus manos; más aún si eran blancos, a quienes daban el epíteto de chilenistas o argollistas” (Ráez 1899: 19).

A esos días de zozobra para los blancos del área, entre 1883 y 1884, corresponde también la siguiente cita de Luis Milón Duarte:

“Esos mismos guerrilleros dieron muerte inicua a los muy dignos jóvenes La-Barrera, Weclock, Hugues y Giraldes. La-Barrera era de Huánuco, hacendado. Fue asesinado por los guerrilleros de Pazos que mutilaron su cuerpo, paseando su cabeza en una infernal algazara en Pampas, capital de Tayacaja. Noble víctima sorprendida en medio de sus labores. Hugues (Fernando) sufrió en Huancayo dos crueles rejonasos [sic] en su misma casa, el día que penetró la montonera de Acostambo. Fue distinguidísimo en la juventud y comerciante honorable. Las crueldades de que fueron blanco los S.S. Weclock y Giraldes (Narciso) las conoce todo el país, porque no ha habido alma honrada que no se hubiese indignado Sus verdugos fueron los guerrilleros de Moya. Pues bien ¡con excepción de Giraldes, las otras tres víctimas eran entusiastas partidarios de los guerrilleros! Giraldes era el ciudadano más pacífico, entregado a la agricultura y prescindente de la política; pereció por seguir la suerte de Wecklock. D. Carlos Weclock, cónsul de Guatemala, comerciante de Concepción, excelente sujeto, ardoroso partidario de la guerra sin fin, fue el jefe de la oposición en Concepción, a los preliminares de paz” (Duarte 1983 [1884]: 51 y s.).

Parece ser que es el mismo Giraldes, quien aparece mencionado en forma más precisa como argollista y oponente de los guerrilleros de la banda oriental del Mantaro, en otro documento independiente del anterior, fechado el 16 de abril de 1882. Nos referimos a la célebre carta que los jefes guerrilleros de Comas dirigieron al terrateniente colaboracionista “civilista” Jacinto Cevallos, que ha sido con justicia mencionada en la historiografía del siglo XX como una prueba evidente de la existencia de un sentimiento nacional por lo menos en algunos sectores del campesinado, aunque, en este caso, asociado a rivalidades de clase (Manrique 1981: 394). La cita de Duarte anteriormente copiada también es muy valiosa porque sugiere que por lo menos cierto tipo de guerrilleros, ante la ausencia de Cáceres y de los chilenos, no hacían en los hechos ninguna distinción entre patriotas y chilenistas. Sigamos con Laymes, ya en los días finales de su vida.

Si bien es cierto que durante el juicio previo a su ejecución, que se realizó entre junio y julio de 1882, Laymes declaró no haber estado involucrado directamente en los asesinatos de los notables Weeclock y Giraldes, sí dijo que

“..era cierto que había asesinado y hecho asesinar a todos los que juzgaba traidores a la patria. Que así mismo era cierto que había cortado diversos miembros del cuerpo a los que creía sus enemigos y a sus guerrilleros, cuando incurrían en alguna falta […] que había incurrido en los delitos de asesinato, robo, flagelación, mutilación y estupro y que los que lo habían ayudado en estas criminales tareas eran los capitanes montoneros, Vilches, Santisteban y Briceño, su ayudante de más confianza y el asesino de los señores Weelock [sic] y Giraldez” (20).

En un extraño pasaje de estas mismas declaraciones registradas por un reportero, Laymes admitió haberse hecho tributar homenajes como a Inca emperador, aunque “a causa del estado de embriaguez en que se encontraba continuamente, y por el cual había incurrido en todos sus crímenes”. Como señala Mallon, esta curiosa referencia podría tal vez interpretarse a la luz de la eventual participación de Laymes en fiestas campesinas, asociadas a interminables libaciones, donde el Inca aparecía como uno de los personajes (Mallon 1995: 203-204). De otro lado, Laymes asumió la responsabilidad de haber “contribuido” con las montoneras al “saqueo de las haciendas Tucle, Canipaco, Laive e Incahuasi, todas de ganado lanar, y que el fruto del robo lo había repartido a las fuerzas de su dependencia” (21). En su polémica Exposición de 1884, el colaboracionista Luis Milón Duarte hablaba de su hacienda Ingahuasi (Duarte 1983 [1884]: 50). Por su parte, la señora Bernarda Piélago, tía de Cáceres, había sido la tradicional propietaria de la hacienda Tucle desde los tiempos del presidente Castilla (Smith 1989: 67 y 70). La hacienda Laive era de los hermanos Valladares, cuya única integrante femenina estaba casada con el ubicuo Duarte (Smith 1989: 64; Basadre 1983 t. VI: 325). Además de su participación directa o indirecta en estos crímenes y robos, ya hemos mencionado anteriormente que, desde diciembre de 1883, Laymes concentraba sus efectivos cerca de Huancayo para saquear esta ciudad, donde los guerrilleros ya habían incursionado en mayo y julio de ese año. Según otra fuente publicada en 1899, el 21 de mayo de 1884, poco antes de la entrada de Cáceres a Huancayo, los jóvenes de esa ciudad, informados de las asechanzas de Laymes y de sus hombres, alcanzaron a atajarlo en el pueblo de Huamancaca-grande, a orillas del Mantaro:

“Este pueblecito —rememoró el cronista local Ráez unos quince años después de los sucesos— es célebre en la historia de Huancayo por el combate entre parte de la juventud de esta ciudad y los bandidos que, con el nombre de guerrilleros, mandados por Tomas Laimes, venían a saquear la población, aprovechando de que no había fuerza alguna en ella. Mandaron un ultimátum intimando a la ciudad que se entregara a su merced en el perentorio término de dos horas, y amenazando entrar a sangre y fuego si así no se hacía. Huancayo, que recordaba con horror los crímenes cometidos por la montonera de Huari el 4 de julio de 1883, respondió que antes sucumbiría luchando el último de sus hijos, que entregar la ciudad al saqueo y vandalaje. Laimes venía a atacar la población por el citado Huamancaca, cuando se encontró con parte del escuadrón de 80 jóvenes que iban haciendo un reconocimiento. Inmediatamente se empeñó el combate entre los 25 de la avanzada de jóvenes y parte de los montoneros que en número de más de 5,000 y provistos de todas armas, parecían una horda de bárbaros. La acción tuvo lugar el 21 de mayo de 1884, y duró seis horas, terminando con la retirada de ambos al aproximarse la noche (Raéz 1899: 17 y s.).

Una tradición local hablaba del “árbol de cedro, a cuya sombra [Laymes] cometía mil atrocidades con mujeres y hombres, orgías y atroces torturas a sus enemigos”. Esta misma tradición menciona la sorprendente respuesta que Laymes habría dirigido a Cáceres cuando fue llamado a Huancayo a fines de junio de 1884: “Dígale a Cáceres que soy tan general como él y si quiere que vaya a Huancayo, que prometa tratarme de igual a igual” (Tello Devotto 1971: 74 y s.). Hay un párrafo del antes citado oficio de Cáceres del 26 de junio de 1884 informando sobre la prisión de Laymes, que podría estar refiriéndose a esta respuesta (“…agregando a su desobediencia palabras irrespetuosas que ponían de manifiesto sus hábitos de indisciplina y sus propósitos de sedición…”).

Veamos ahora cómo ha sido interpretada la ejecución de Laymes en la historiografía del siglo XX hasta el presente.

3. Interpretaciones de la ejecución de Laymes

Cáceres no cita el episodio en sus Memorias (1973 [1924]), lo que podría revelar un ocultamiento deliberado o la convicción de que era un episodio sin mayores consecuencias que ni siquiera merecía ser explicado. Basadre tampoco toca el tema en su Historia de la República del Perú (1983 tomos VI y VII). En cuanto a las interpretaciones modernas de la muerte de Laymes, la más completa y difundida corresponde a Nelson Manrique, quien la condensó en su libro Las guerrillas indígenas en la Guerra con Chile de 1981. Según ella, la movilización de guerrilleros como Laymes (expresado en un lenguaje académico marxista muy en boga en los ochentas) “desbordaba […] claramente los límites que la sociedad terrateniente imponía a la acción autónoma de los indígenas, expresando un potencial revolucionario aún confuso y larvario, pero no menos amenazador, por ello, para los intereses de la elite regional” (Manrique 981: 361). Manrique asignó al fusilamiento del guerrillero un peso extraordinario dentro del proceso histórico posterior a la Guerra del Pacífico, como un gesto que expresó un tránsito negativo en la actitud de Cáceres hacia los guerrilleros. Más recientemente, inspirada en Manrique, Brooke Larson ha resumido claramente esta percepción:

“…los cambios en el curso de la guerra partidaria entre 1883 y 1884 asestaron un golpe letal a los movimientos guerrilleros del Mantaro. Ya para comienzos de 1884, las faccionalizadas élites peruanas habían comenzado a dejar de lado sus diferencias y cerrar filas contra la creciente amenaza de la anarquía rural en la Sierra Central. En junio de ese año, Cáceres le dio la espalda a sus propios soldados campesinos para forjar alianzas tácticas con Iglesias, acomodándose al Tratado de Ancón. La guerra civil había terminado. Cáceres podía capitalizar sus heroicos esfuerzos en la resistencia, pero sólo si apostaba por los oligarcas costeños y hacendados serranos. En particular necesitaba de estos últimos en su propia provincia de Junín, para que respaldaran su puja por el poder y para ganárselos debía aplastar a las guerrillas que alguna vez habían defendido a la nación en nombre suyo. Hizo esto con un gesto brutal. En julio de 1884, apenas un mes después de que aceptara cumplir con el infame Tratado de Ancón, Cáceres capturó, juzgó y ejecutó en la plaza de Huancayo a Tomás Laimes, un jefe guerrillero y sus tres asistentes.

Con esta matanza, Cáceres lanzó una campaña militar y retórica de represión. Posteriormente, como Presidente, lanzó todo el peso de su cargo contra las montoneras. En mayo de 1886 se unió a una conspiración de oficiales para desacreditar a las guerrillas y borrarlas del recuerdo oficial de los héroes de la guerra. Privados de su estatus como patriotas y veteranos, las montoneras fueron transfiguradas en «hordas salvajes y criminales comunes» que asaltaban a los hacendados y peones amantes de la paz de la región” (Larson 2002: 131).

Corresponde hacer ahora una reinterpretación basada tanto en investigaciones recientes como en documentos de la época. Sigue leyendo