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Carta sobre Bolívar y el Perú

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Querido Carlos:

Con relación a la pregunta que me planteas, debo decirte que, definitivamente, la relación que Simón Bolívar tuvo con el Perú ha sido, hasta la fecha, muy idealizada e incluso deformada.

¿Cuándo ocurrió esta idealización y esta deformación? Es una buena pregunta. Yo creo que este proceso comenzó desde mediados del siglo XIX, cuando los peruanos cometimos la aberración de poner una estatua ecuestre de Bolívar en lo que ahora es la plaza de nuestro Congreso, al calor del llamado “americanismo”. Continuó con las prédicas populistas latinoamericanas de los años 1930 al 50. Me refiero, por ejemplo, al APRA con su visión de Indoamérica y el supuesto rol de Bolívar como antecedente de la integración. Y, finalmente, culminó con las ideologías izquierdistas latinoamericanas de los años 60 al 80, que leyeron a Bolívar casi como si hubiera sido un revolucionario incomprendido del temprano siglo XIX, tal como lo pinta Gabriel García Márquez en su novela El general en su laberinto.

En efecto, fue una idealización y una deformación. Porque si uno acude a las fuentes primarias, vale decir, a los periódicos, a las cartas personales y a los documentos oficiales de esos años de la Independencia, queda muy claro que nosotros los peruanos le caíamos terriblemente antipáticos a Bolívar. Tanto como realistas, como bajo ropaje patriota. Esta antipatía se destila con claridad desde los tiempos de la célebre Carta de Jamaica.

Todo esto, por supuesto, fue complejo y muchas veces no explicitado en los documentos públicos, pero fue real y tuvo raíces concretas.

La revolución de Independencia en el Norte y en el Sur de la América Meridional fue, en verdad, una revuelta contra el centro realista limeño. Los cerebros de ese centro realista fueron, sin duda, mayormente peninsulares, como el virrey Abascal. Pero el común de la gente eran peruanos (y que se llamaban, a sí mismos, peruanos), vale decir, criollos, mestizos, negros e indios. Sólo una parte de ellos tuvieron sentimientos proclives a la Independencia desde el comienzo del proceso, luego de la invasión francesa de España. El grueso, hasta 1824, tuvo el corazón realista. Y la razón era clara: esta población vivía en el núcleo de la América del Sur que había tenido una relación especial con España durante siglos. Esta población llegó a ver a rioplatenses y chilenos y, posteriormente, a los grancolombianos, como invasores depredadores. Es extraordinario constatar el rencor que rioplatenses como Monteagudo o caraqueños como Bolívar tuvieron, desde el comienzo, contra esta suerte de posición privilegiada que había tenido el Perú durante la mayor parte del dominio hispánico.

Esto conecta con la que yo he llamado la idea del Perú como “monstruo peligroso”. Desde las goteras de Charcas, desde esa pequeña aldea que era la Buenos Aires autonomista, desde la rústica Chile, desde los llanos de Venezuela, el Perú era visto como un monstruo, como una amenaza. Bolívar tuvo muy clara esta percepción y, de hecho, por eso hizo todo lo posible por crear un hegemón alternativo: la Gran Colombia, que estuvo integrado por las actuales Colombia, Venezuela y Ecuador, con pretensiones sobre Guayaquil y sobre el río Amazonas y su gigantesca área circundante. La Gran Colombia nació así como un contrapeso al supuesto peligro peruano.

En 1823, Bolívar llegó al Perú no tanto por dar la libertad a sus hermanos peruanos que sufrían las cadenas del absolutismo (idea que él siempre manifestaba de modo grandilocuente y, por supuesto, hipócrita), sino principalmente por el interés geopolítico de destruir de raíz lo que consideraba como una amenaza para la Gran Colombia, que él veía como la niña de sus ojos, su creación, la entidad que estaba erigiendo como un nuevo polo de dominio en América del Sur. Por eso se crea Bolivia, para cortarle las patas al “monstruo” peruano, no tanto por dar rienda suelta a la libre determinación y al anhelo de una patria boliviana en ciernes en la que, es cierto, muchos altoperuanos creían (pues nunca hubo unanimidad para unirse con el Bajo Perú dominado por Lima). Pero volviendo a lo que tenía Bolívar en mente, este apresuramiento en la creación de Bolivia, forzado por un sentimiento bolivariano antiperuano, se expresó, claramente, en lo absurdo que era estimular la consolidación de un estado que tuviera puertos en el desierto de Atacama, tan lejanos de los centros de poder altoperuanos. Hay, en efecto, con el respeto que nos merece hoy una nación ya definitivamente establecida, algo prematuro en la creación de Boliva, cuya salida natural siempre fue el puerto de Arica, poblada por peruanos vinculados a Lima y al Callao desde mucho tiempo atrás. Por cierto, Sucre, lugarteniente de Bolívar y presidente de Bolivia, hizo un intenso lobby para arrebatar Arica al Perú y entregársela a Bolivia. Además, advirtió a su mentor Bolívar en una de sus cartas de 1828: “Si el Perú conquista a Bolivia y la conserva, el Sur de Colombia (o sea, el actual Ecuador) corre mil y mil riesgos”. Tanto era el recelo (y hasta el odio) de Sucre contra el Perú que llegó a incluso a proponer la división de nuestro país, como lo conocemos ahora, en dos estados, como una manera de garantizar la seguridad de Bolivia.

Por otro lado, Bolívar sabía perfectamente de la existencia de la Real Cédula de 1802 que había devuelto Maynas (el territorio del Oriente peruano) al Virreinato del Perú. Hoy sabemos que él y sus diplomáticos grancolombianos ocultaron deliberadamente esta información a los primeros negociadores peruanos de límites (que no habían hurgado bien en sus archivos), porque Bolívar siempre buscó, de manera autoritaria y prepotente, contra los intereses peruanos, que el río Amazonas fuera la “espalda” de su Gran Colombia.

Todo, repito, a expensas del Perú. Así, pues, desde la perspectiva de Bolívar, no es descabellado apreciar que, luego de la batalla de Ayacucho, el Perú haya sido visto como un país derrotado que podía ser tratado como botín de guerra, como una especie de Polonia sudamericana.

Lo anterior, y el franco autoritarismo que exhibió Bolívar luego de la batalla de Ayacucho, explica por qué el presidente peruano La Mar (nacido en Cuenca, en el actual Ecuador), realizó, una vez liberado el Perú del yugo bolivariano, una expedición para recuperar el puerto de Guayaquil, gran parte de cuyos habitantes clamaban entonces por ser peruanos, como lo habían sido antes.

Si quieres conocer al Bolívar real, a ese que nos odiaba, te recomiendo que leas un librito que se puede encontrar en Google Books. Se llama A sketch of Bolivar in his Camp, escrito por el marino estadounidense Hiram Paulding. Este libro, casi un folleto, relata el encuentro que tuvo con el caraqueño en Huaraz, en 1824, dos meses antes de la batalla de Junín. Allí dice que Bolívar sólo hablaba denuestos contra los peruanos. El relato está incluido en una biografía escrita por la hija del marino. Un ejemplar auténtico de esta joya bibliográfica se encuentra en la Biblioteca Pública de Nueva York.

Precisamente, por tratar de impedir que un cuerpo peruano de caballería fuera incorporado arbitrariamente a una unidad grancolombiana en plena campaña de Junín, en 1824, el joven militar peruano patriota Ramón Castilla (futuro presidente del Perú) sufrió una injuria: los colombianos mandaron ponerle cepos y casi lo fusilan, pese a estar combatiendo en el mismo bando contra los realistas. Esa humillación nunca fue olvidada por Castilla, símbolo, desde entonces, del naciente patriotismo peruano republicano.

En fin, querido Carlitos. Espero que estos comentarios hayan sido de tu agrado. Creo que siempre, siempre, hay que luchar contra la aceptación pasiva de los estereotipos, que nos lleva muchas veces a repetir conceptos como cacatúas, sin observar estos falsos conocimientos con el lente de la crítica y de la razón. Además, hoy es bueno releer estas cosas, ya que estamos a las puertas del llamado Bicentenario.

Te abraza,

Hugo
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LA PROCESIÓN DEL SEÑOR DE LOS MILAGROS EN BUENOS AIRES

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LA PROCESIÓN DEL SEÑOR DE LOS MILAGROS EN BUENOS AIRES
Hugo Pereyra Plasencia, Cónsul General encargado
Desde inicios del mes de noviembre, tuvieron lugar los eventos centrales de la celebración de la festividad del Señor de los Milagros en la República Argentina. Una vez más, siguiendo la tradición, la fiesta congregó a una multitud de compatriotas peruanos y de amigos argentinos, muchos de ellos vestidos con los vistosos hábitos y prendas de color morado, que acompañaron con devoción a la imagen del Cristo Moreno, o Cristo de Pachacamilla, por las calles de Buenos Aires, dando un colorido aún más intenso a la fisonomía cosmopolita de esta extraordinaria ciudad. Fue, de hecho, el punto culminante de una festividad que no dejó de replicarse en el interior de la Argentina, donde también hay hermandades que velan por el culto de esta venerada imagen de ancestral origen peruano.

La festividad, iniciada en Buenos Aires con las tradicionales nueve misas, comenzó a alcanzar su mayor intensidad el día 5, en el marco de la celebración de la novena misa en la céntrica Iglesia de la Piedad, cerca del Congreso de la Nación, donde, acto seguido, se llevó a cabo una Verbena en homenaje al Cristo. A la misa oficiada por el padre Tulio A. Camelli, presbítero de la iglesia y guía espiritual de la Hermandad del Señor de los Milagros de Nazarenas en Buenos Aires, siguió la presentación de los más ilustres representantes de nuestro medio artístico, quienes combinaron su talento con una exaltada admiración por el Cristo Morado. Se destacó la participación de los presentadores (Jorge Torres Marini y Patricia Gallo), cantantes (Ana María Romero, Silvana Moreno, Dante Mejía, Rosa Barcellos, Hubert Reyes, Socorrito Carrión, Jorge “Coco” Torres, Marco Antonio Passara, Héctor Barandiarán, Pepe Cornejo, Andrés Mandros y Hugo Mina) y grupos folklóricos (Kaymillajtay, Raíces del Perú, Francisco Cama & Cañete Negro y Estampas Peruanas), que desplegaron su repertorio dentro del mismo templo, ante el propio Cristo Moreno colocado sobre sus andas.

Es justo destacar que esta expresión de peruanidad respondió a una magnífica preparación a cargo de la Hermandad en Buenos Aires, bajo la guía de su mayordomo, Sr. José Telenta Sini, y del secretario de organización, Sr. Fidel Ato Chávez, quienes coordinaron de manera estupenda el trabajo de todos los hermanos y hermanas.

Al día siguiente, domingo 6 de noviembre, desde las 11:30 de la mañana, tuvo lugar la misa central y la salida del imponente Cristo Morado de la Iglesia de la Piedad, sobre una hermosa alfombra de flores especialmente preparada para la ocasión, bajo la supervisión del Sr. Luis Yupanqui, Patrón de Andas, abocado al cuidado de nuestra venerada imagen. La procesión local, barroca en esencia, es análoga a la de Lima, que viene impresionando a los observadores desde hace mucho tiempo, como lo atestiguan diversos testimonios, entre los que destaca un bello texto escrito por el pensador peruano José Carlos Mariátegui titulado La Procesión del Señor de los Milagros (1917). Imposible no impactarse, tanto en Buenos Aires como en Lima, ante la sincera devoción de los fieles y las muestras de alegría al paso del Cristo, alrededor de una multitud morada y de sahumadoras tocadas con mantilla blanca, en medio del aroma del incienso y de los tradicionales himnos y cantos solemnes que han acompañado a la procesión durante siglos. No diré que es sólo alegre o triste (que de ambos sentimientos tiene); lo que puedo afirmar que se trata de una celebración muy auténtica y con una poderosa personalidad. Este año, el recorrido procesional del Cristo Morado salió en hombros de su directorio general y las autoridades peruanas, que incluyeron al nuevo Embajador del Perú en la Argentina Dr. Nicolás Lynch, al Cónsul General Adscrito Carlos Amézaga, y a quien escribe estas líneas de emocionada evocación, en calidad de Cónsul General encargado.

Se trató, en verdad, de un acontecimiento peruano-argentino, porque la festividad del Señor de los Milagros se ha ganado un lugar en el corazón de muchos porteños. Como ha ocurrido en tantos otros lugares en el mundo (desde Bolivia, Chile y los EEUU, en América; hasta España e Italia, en Europa) la fiesta del Cristo Morado es ya global, acorde con el signo de mundialización que nos ha tocado vivir. Se trata de algo conmovedor, si recordamos los orígenes de este culto en el siglo XVII, en Lima, cuando unos esclavos negros de la cofradía de Pachacamilla sacaron por primera vez la imagen pintada de un Cristo que sobrevivió, intacta, uno de los terremotos que habían asolado a la capital del Virreinato peruano en ese tiempo ya remoto. De ser fiesta de los esclavos africanos, pasó a ser celebración limeña; y de ser profundamente limeña pasó a tener, con el paso de los siglos, una identidad peruana. Cabe recordar que la procesión del Señor de los Milagros que recorre todos los años las calles de Lima durante el mes de octubre es la más grande del mundo católico. No obstante, como se dijo, sin dejar de ser un añejo símbolo de la peruanidad, la festividad es hoy también un evento de resonancias universales y objeto de culto fuera de las fronteras del Perú, como lo muestra con tanta claridad la procesión que hemos visto en Buenos Aires.

Además de su innegable -e intemporal- valor religioso, la procesión Señor de los Milagros en Buenos Aires viene siendo, de manera cada vez más clara, un factor de unidad, de armonía y de cohesión dentro de la importante comunidad peruana que reside en la República Argentina. Es una comunidad luchadora y trabajadora que ha encontrado en el Cristo Morado a uno de sus símbolos más queridos. Para nosotros, éste debería ser el legado permanente de ese Cristo pintado por la mano humilde de un esclavo hace más de 300 años, en el apogeo de la era virreinal, que tanto sentido de humanidad y de respeto irradia hoy en todo el mundo.

Buenos Aires, 9 de noviembre de 2011

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Palabras introductorias al foro de discusión HUÉSPEDES PERMANENTES: TRANSNACIONALISMO, CULTURA Y MIGRACIÓN EN BUENOS AIRES

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Foro de discusión
Huéspedes permanentes: transnacionalismo, cultura y migración peruana en Buenos Aires
26 de julio de 2011
(Breve presentación desde la perspectiva del Consulado General del Perú)

Queridos amigas y amigos:

Agradezco mucho su presencia en este evento, probablemente uno de los más importantes que han sido programados dentro de este mes cultural PERUBA2011, que organiza la Misión a mi cargo.

Quisiera comenzar refiriéndome a la especificidad del Consulado General del Perú en Buenos Aires: no hay consulado peruano en el mundo que atienda a un mayor número de compatriotas. Hablamos aproximadamente de 250,000 o 270,000 connacionales que viven en esta circunscripción. Considerando, adicionalmente las circunscripciones de los otros tres consulados de carrera que existen en la Argentina (La Plata, Mendoza y Córdoba) la suma total de peruanos que viven en este país se encuentra por encima de las 300,000 personas.

Estas cifras se proyectan en los respectivos padrones electorales. Aquí, en Buenos Aires, hubo que preparar dos vueltas electorales (en abril y en junio) para un padrón de 83,000 ciudadanos con dirección en esta circunscripción.

Vista en perspectiva, la materia migratoria es de enorme relevancia para el Perú. En la actualidad, aproximadamente 3 millones de peruanos viven en el exterior. La mayor parte de ellos en los EEUU, aunque también hay importantes concentraciones en Europa y en Latinoamérica. Paradójicamente, debido a la existencia de varios consulados y a la dispersión de la población, no hay ninguna circunscripción en los EEUU que pueda competir con la de Buenos Aires.

La presencia de 3 millones de connacionales en el exterior presenta situaciones favorables, posibilidades y también dificultades y retos. Entre los aspectos favorables, cabe mencionar el aporte de las transferencias de los compatriotas desde el exterior. Entre los retos, la existencia de amplios sectores que emigraron por dificultades económicas y que luchan en los países que los recibieron por forjarse un destino.

No exagero al decir que la circunscripción de Buenos Aires representa una muestra de esta compleja situación. La mayor parte de la población que ha venido llegando durante los últimos diez años a esta circunscripción es de bajos recursos económicos. Gran parte de ella llegó aquí por tierra. La inmigrante emblemática, pionera, casi diríamos, es la mujer joven que busca abrirse camino laboral como empleada doméstica. No es extraño que una considerable porción de los casos que atiende el servicio humanitario de este Consulado General se refiere, precisamente, a estas mujeres trabajadoras y luchadoras. Una vez asentadas y con contactos, ellas terminan llamando al resto de la familia.

Pero la inserción económica no es perfecta. De hecho, hay una gran población con empleo precario y subempleo, como por ejemplo, en el caso del sector de la venta ambulatoria. También hay graves casos de explotación laboral. Entre los temas más conflictivos se encuentra el de las “casas tomadas”, tema que suele recibir bastante cobertura mediática.

Al margen de los problemas vinculados al empleo y a la habitación, muchos compatriotas emigran aquí por las facilidades de atención médica, por los programas de inserción social (en un país de notable experiencia en este campo), y por la enorme oferta educativa del país. No exagero al decir que, en lo que llevo de cónsul, desde agosto de 2009, no he visto ni un solo caso de algún peruano radicado que haya sido rechazado de algún hospital ante una atención de urgencia, léase, por ejemplo, una apendicitis o una fractura. Por otro lado, en Buenos Aires la población peruana encuentra servicios educativos públicos de bastante calidad, en todo caso, superiores a los que obtenía la población en su país de origen. Esto es particularmente claro en el caso de la educación universitaria.

No quisiera dejar de referirme a la legislación migratoria argentina, que es una de las más generosas, y de avanzada, en el mundo. Mientras en otras partes del mundo se criminaliza la migración, aquí se la protege. El proceso de radicación es muy sencillo. A ello hay que añadir la facilidad que representa el hecho de prescindir de visa, e incluso del pasaporte, para desplazarse entre el Perú y la Argentina, porque sólo se precisa del DNI dentro de la normatividad vigente del MERCOSUR.

Quisiera referirme a la necesidad de combatir ciertos mitos vinculados a la migración. Por ejemplo, existen estudios que señalan que los aportes de los migrantes a la economía suelen exceder, o mantenerse en todo caso en términos de equilibrio, a las prestaciones sociales que se reciben. También es importante combatir el mito de que “solo emigran los delincuentes”. Esto último es particularmente fácil de rebatir, porque basta considerar las cifras globales de la población peruana en la Argentina: 600 internos purgando pena en las cárceles dentro de un universo superior a los 300,000 connacionales.

En general, pienso que una aproximación científica y racional, basada en investigaciones, puede ayudarnos a superar la mitología que surge casi inevitablemente en torno a los fenómenos migratorios, aquí, y en todo el mundo. La realidad es que la migración no sólo cumple un rol económico, sino que también contribuye a enriquecer el acervo cultural del país que recibe. Pensemos sólo en el extraordinario fenómeno de difusión de la comida y de la sazón peruanas, que hoy se encuentran casi por doquier en esta emblemática ciudad, probablemente la más cosmopolita de toda Sudamérica.

Por último, saludo y agradezco la presencia de nuestros expositores, el magíster Fernando Velásquez, y el licenciado y candidato a doctor Manuel Macchiavello, a quienes cedo ahora la palabra.

Hugo Pereyra Plasencia
Cónsul General (e) del Perú en Buenos Aires
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Reseña del libro Manuel González Prada y el Radicalismo peruano (Joël Delhom)

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PEREYRA PLASENCIA, Hugo : Manuel González Prada y el Radicalismo peruano. Una aproximación a partir de fuentes periodísticas de tiempos del Segundo Militarismo (1884-1895), Lima, Academia Diplomática del Perú, Ministerio de Relaciones Exteriores, 2009, 216 p. – ISBN 978-612-45102-1-2

Compte rendu par Joël Delhom
Université de Bretagne-Sud – HCTI (EA 4249)

(Publicada en: HISTOIRE(S) de l’Amérique latine, 2010, vol. 5 – compte rendu n°1, www.hisal.org)

Spécialiste de l’après-guerre du Pacifique (1), qui opposa le Chili au Pérou et à la Bolivie, l’historien et diplomate Hugo Pereyra propose, sur cette période insuffisamment étudiée, un petit livre bien utile malgré ses limites. Comme son soustitre l’indique, il s’agit d’une approche reposant sur un dépouillement de la presse « radicale » de la décennie qui suit l’évacuation de l’armée chilienne d’occupation. C’est déjà une entreprise louable en raison de son caractère novateur. L’auteur tente de mettre en évidence les origines, les thèmes et les principaux porte-parole du « radicalisme », parmi lesquels Manuel González Prada, alors surtout connu comme poète, qui devient dans ces années-là le champion d’une régénération patriotique de la nation. D’abord plutôt favorables au général Andrés Cáceres, héros de la résistance, ces intellectuels radicaux vont progressivement mettre en cause son gouvernement autoritaire, en particulier lorsqu’il impose en 1889 le « contrat Grace » avec les créanciers britanniques du Pérou, un accord fortement contesté au nom de la souveraineté du pays.

L’ouvrage, tiré d’un mémoire de Licenciatura en histoire couronné en 2005 par le prix de la Direction académique de la recherche de la Pontificia Universidad Católica del Perú, en conserve quelques maladresses formelles. Il est structuré en trois chapitres, suivis d’une longue chronologie et d’annexes documentaires, mais est dépourvu d’index des noms propres. La première partie s’intéresse aux antécédents du radicalisme péruvien, tente de le différencier d’autres courants politiques et passe en revue les principaux organes de presse s’y rattachant. La deuxième dégage les thèmes du discours radical. Le troisième chapitre, beaucoup plus bref (une dizaine de pages alors que les deux précédents en comptent une quarantaine chacun) porte sur les rapports entre le radicalisme et le mouvement ouvrier naissant. Quelques illustrations complètent le volume, dont l’édition est très soignée.

Hugo Pereyra définit le radicalisme dans son introduction comme le «movimiento doctrinario, de raíces europeas, surgido en la segunda mitad del siglo XIX, que buscaba cambios extremos en las instituciones sociales y políticas» (p. 16). On aurait pu s’attendre à une mise en perspective de ce mouvement au Pérou par une présentation de ses caractéristiques en Argentine et au Chili, sinon en France, au lieu de chercher à montrer qu’il n’est influencé ni par le marxisme ni par l’anarchisme, ce qui est une évidence à cette époque et dans ce contexte. Si l’auteur procède ainsi, c’est probablement que les lecteurs péruviens associent González Prada à l’anarchisme et ignorent en général qu’il n’a adhéré à cette idéologie que vers 1900, après avoir fondé le parti radical Unión Nacional en 1891, quelques jours avant son départ pour l’Europe. Il était pourtant nécessaire de préciser ce qui différencie au Pérou le radicalisme du libéralisme, d’autant que González Prada n’a jamais cessé de se revendiquer d’un libéralisme authentique et de proclamer que l’anarchisme en était l’expression la plus aboutie. En outre, libéraux et radicaux partagent un certain nombre de chevaux de bataille tels que l’anticléricalisme ou la défense des droits et libertés, comme le montre le chapitre deux. L’intérêt, parfois seulement théorique, des radicaux pour les travailleurs, que souligne Hugo Pereyra (p. 28-29), peut-il constituer en soi un critère discriminant ? Il y a là une faiblesse qui contribue à maintenir un certain flou conceptuel autour de la notion de radicalisme.

Un autre aspect du problème est négligé dans cet ouvrage, peut-être en raison d’une insuffisante connaissance de la bibliographie concernant González Prada. Efraín Kristal et Isabelle Tauzin (2), ont mis en évidence les liens unissant cet intellectuel au civilismo au moins jusqu’en 1887. Ajoutons qu’en 1886, des civilistes adhéraient au Parti constitutionnel de Cáceres et que H. Pereyra montre que González Prada partageait avec les cacéristes la même analyse des causes de la défaite péruvienne. En 1885, aux côtés de Eugenio Larrabure y Unánue (un partisan du général Iglesias) et de Ricardo Palma, González Prada participait à la fête de réorganisation du Club Literario de Lima, dont il avait été membre fondateur en 1873 ; en 1886, il était vice-président de l’Ateneo de Lima (qui remplaçait le Club), présidé par Larrabure ; en 1887, il en était le trésorier ; en 1888, il était encore, avec Palma, jury d’un concours littéraire organisé par cette institution (3). Cette année-là, malgré quelques divergences, l’Ateneo et le Círculo Literario, fondé en 1886 et dont González Prada était devenu président, n’étaient pas foncièrement antagoniques. La radicalisation n’est perceptible qu’au dernier trimestre 1888, avec le Discours du théâtre Olimpo, qui renvoie, comme le signale I. Tauzin (4), davantage au radicalisme français qu’aux idées de Mariano Amézaga. La production de González Prada entre 1885 et 1888 ne peut donc pas être systématiquement rapportée au radicalisme et il faudrait se demander à partir de quand on peut parler sinon d’une doctrine du moins d’une pensée et d’un groupe radicaux structurés. 1885, avec l’apparition de La Revista Social, semble une date trop précoce ; à partir de 1886, avec le journal La Luz Eléctrica et la fondation du Círculo Literario ? En 1887, lorsque González Prada prend la direction du Círculo et annonce « estoy a la cabeza de una asociación que parece destinada a ser el partido radical de nuestra literatura » ? En 1889-1890, avec les journaux La Integridad et El Radical, ce qui paraît être une hypothèse raisonnable ; ou bien seulement en 1891, lorsqu’est officiellement constitué le parti Unión Nacional ? Les choses sont plus complexes que ne le laisse penser ce livre à l’introduction pourtant prometteuse.

En revanche, H. Pereyra met en lumière quelques hommes demeurés dans l’ombre de González Prada, tels que Carlos Germán de Amézaga et Abelardo Gamarra. Mais d’autres personnages qui ont aussi joué un rôle éminent, Pablo Patrón, Alberto Químper et Christian Dam par exemple, ne sont pas évoqués ou bien sont simplement mentionnés. La présentation de la presse étudiée et de leur fondateurs ou principaux animateurs (La Luz Eléctrica, La Revista Social, El Radical, La Integridad et La Caricatura, p. 47-69) est utile et intéressante. Elle permet, notamment, de faire connaître quelques éditoriaux de González Prada restés inédits (p. 54-56) et de signaler les premières versions publiées de ses discours, bien qu’Isabelle Tauzin ait déjà réalisé ce travail d’identification.

Le chapitre deux passe en revue les principaux thèmes qui, selon H. Pereyra, caractérisent le radicalisme péruvien. Il s’agit de l’anticléricalisme, de la liberté de la presse, du nationalisme économique, du patriotisme, de l’intérêt pour les ressources du pays, pour les sciences et les technologies, pour le sort des indigènes, pour la question sociale, pour les relations internationales, pour le spiritisme, sans oublier les critiques adressées aux gouvernements de Cáceres et de son successeur Morales Bermúdez.

Quelques exemples tirés de la presse illustrent chacun de ces aspects, de manière plus ou moins convaincante. Outre le problème évoqué précédemment de la différenciation du libéralisme, une hiérarchisation était nécessaire. Le penchant pour le spiritisme, purement anecdotique et relevant de l’air du temps, se trouve ainsi évoqué entre la critique du cacérisme et l’introduction à la question sociale. Il en résulte un effet de collection thématique désordonnée qui ne permet pas de mettre en évidence ce qui caractérise véritablement le discours radical. Une approche plus transversale, cherchant à détecter des dénominateurs communs à ces différents thèmes, par exemple la dénonciation de la corruption et de l’incompétence des élites politiques ou la méthode scientifique, n’aurait-elle pas été plus pertinente ? Il manque d’ailleurs une réflexion sur le style littéraire, la rhétorique et le vocabulaire du radicalisme péruvien. Néanmoins, le thème du nationalisme économique (p. 74-82), articulé autour de la polémique sur le contrat Grace, propose une analyse intéressante et exhume deux articles écrits au premier trimestre de 1889. L’un, signé González Prada, est présenté en annexe (p. 164- 170) et l’autre, anonyme mais pouvant lui être attribué, n’est malheureusement qu’en partie retranscrit. La dimension militariste du radicalisme est bien soulignée, de même que l’intérêt pour la question indigène ; les autres thèmes sont moins développés.

La troisième partie, de loin la plus faible, aurait pu être intégrée dans la précédente. Après avoir rappelé quelques faits marquants de l’histoire sociale locale, l’auteur y montre que les contacts entre radicaux et travailleurs furent très limités. Il est regrettable que le livre n’aborde pas le rôle des loges maçonniques, dont un article cité (p. 115) se fait pourtant l’écho. Sans avoir introduit la question et sans l’approfondir, H. Pereyra s’interroge à la fin, dans une sous-partie dont le titre « les travailleurs face à la violence » n’est pas en adéquation avec le contenu, sur les raisons pour lesquelles l’anarcho-syndicalisme n’a pas éclos au Pérou durant la période étudiée comme dans d’autre pays latino-américains (p. 116-117). Il met en exergue des considérations essentiellement politiques : le besoin d’une union patriotique après la période d’instabilité qui suit la guerre du Pacifique. Ces conditions auraient donc conduit à l’apparition du radicalisme. L’alternative présentée (anarcho-syndicalisme/radicalisme) est contestable, ne serait-ce que parce qu’elle concerne deux champs bien distincts, le social et le politique. La complexité du sujet méritait sans doute plus de la page et demie qu’y consacre l’auteur.

Pour compléter cet ouvrage, trente pages d’une chronologie très détaillée font revivre l’histoire du Pérou d’octobre 1883 à décembre 1895. Il est surprenant que l’auteur n’y ait pas recensé, en 1885, la publication de l’essai de González Prada sur Victor Hugo, l’un de ses premiers de nature politico-littéraire. La chronologie est suivie de la transcription en annexe d’une sélection de textes. Le prologue de González Prada au livre Cuartos de hora de Mérida (1879) n’était pas vraiment nécessaire dans la mesure où il avait déjà été publié dans le recueil Nuevas Páginas Libres (1937) et figurait dans les oeuvres complètes. Toutefois, il montre que l’écrivain utilisait déjà une syntaxe réformée. En revanche, son article sur le contrat Grace, paru dans El Radical le 5 janvier 1889, n’avait à notre connaissance jamais été repris. Deux portraits de González Prada permettent de préciser comment il était perçu par ses partisans à la veille de son départ en Europe. Le plus long (14 p.), écrit par Luis Ulloa et publié le 30 mai 1891 dans La Integridad, est particulièrement éclairant. Il était resté inédit mais avait servi de source à Luis Alberto Sánchez, le biographe de González Prada. On trouve également dans cette annexe des articles de Mariano Torres, de Luis Ulloa et d’Abelardo Gamarra sur la question sociale (1886, 1890, 1892).

Ce livre, malgré ses faiblesses, constitue un bon point de départ pour une étude approfondie du radicalisme péruvien qui reste encore à réaliser. Pour les spécialistes de González Prada, il contribue à préciser le contexte dans lequel se produit son engagement politique et rend accessible des textes inédits ou peu connus.

(04/2010)

(1) L’auteur a également publié : Andrés A. Cáceres y la Campaña de la Breña (1882-1883), Lima, Asamblea Nacional de Rectores, 2006.
(2) Efraín Kristal, « Problemas filológicos e históricos en Páginas libres de González Prada », Revista deCrítica Literaria Latinoamericana, Lima, vol. XI, n° 23, 1986, p. 141-150. Isabelle TauzinCastellanos, « La vida literaria limeña y el papel de Manuel González Prada entre 1885 y 1889 », dans Encuentro Internacional de Peruanistas, t. II, Estado de los estudios histórico-sociales sobre el Perú a fines del siglo XX, J. Cornejo Polar (ed.), Lima, Universidad de Lima-UNESCO-FCE, 1998, p. 513-527.
(3) Voir El Ateneo de Lima, Año I (1886), tomo 1, n° 1, p. 5; n° 10, p. 375 ; Año II (1887), tomo 3, n° 30, p. 281 ; Año III (1888), tomo 6, n° 61, p. 82-83 et 92-93.
(4) I. Tauzin Castellanos, art. cit., p. 523.
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CRONOLOGÍA DE LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ EN EL CONTEXTO SUDAMERICANO Y MUNDIAL

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CRONOLOGÍA DE LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ EN EL CONTEXTO SUDAMERICANO Y MUNDIAL (1808-1830)

1808
17 de marzo. Motín en Aranjuez contra Carlos IV y Manuel Godoy.
19 de marzo. Por presión de los partidarios de su hijo Fernando, Carlos IV abdica en favor de aquel.
23 de marzo. Merced al tratado de Fontainebleau, las tropas francesas del mariscal Murat ocupan Madrid. Al día siguiente, Fernando VII es aclamado como nuevo soberano.
2 de mayo. Comienzo de la guerra de Independencia de España: ante la noticia de la salida del nuevo rey de territorio español, llamado por Napoleón, el pueblo de Madrid se levanta masivamente contra las tropas francesas.
6 de mayo. Fernando VII abdica en Bayona (Francia) a favor de su padre Carlos IV quien, a su vez, entrega el trono a Napoleón.
6 de junio. Napoleón designa como rey de España a su hermano José.
19 de julio. Victoria española en Bailén contra fuerzas francesas.
9 de agosto. El cabildo de Lima recibe la noticia de la abdicación de Carlos IV a favor de su hijo Fernando.
4 de octubre. Llegan noticias a Lima, a través de Chile, sobre la abdicación de Fernando VII y de su prisión en Francia.
13 de octubre. Jura de Fernando VII en Lima.

1809
Enero. En el contexto de la resistencia contra la ocupación francesa en la Península, se establece la Junta Central en Sevilla.
16 de julio. En La Paz, revolucionarios deponen al intendente y forman una Junta de Gobierno bajo la presidencia del soldado mestizo Pedro Domingo Murillo.
10 agosto. Proclamación de una Junta de Gobierno en Quito.
26-27 de septiembre. El virrey del Perú, José Fernando de Abascal, desbarata una conspiración en Lima encabezada por Antonio María Pardo y Mateo Silva.
25 de octubre. Fuerzas realistas peruanas aplastan a la Junta de La Paz.
Diciembre. Napoleón invade la Península con 250,000 soldados // Represión de los líderes del movimiento de Quito a manos de fuerzas enviadas por el virrey Abascal.

1810
Enero. El Consejo de Regencia sustituye a la Junta Central en España.
19 de abril. Establecimiento en Caracas de la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII.
18-19 de mayo. Revolución en el Río de la Plata.
13 de julio. Abascal decreta la reanexión del Alto Perú al Virreinato del Perú.
20 de julio. En Bogotá, un grupo de revolucionarios criollos deponen al virrey y forman una Junta de Gobierno.
27 de agosto. El cabildo de Lima escoge a Francisco de Salazar como su diputado ante las Cortes.
16 de septiembre. En México, Miguel Hidalgo y Costilla lanza el Grito de Dolores.
18 de septiembre. Instalación de la primera Junta de Gobierno en Chile
24 de septiembre. Las Cortes se reúnen en Cádiz.

1811
25 de mayo. Entre las ruinas de Tiahuanaco, en el Alto Perú, el líder rioplatense Juan José Castelli procede a abolir el tributo y los trabajos forzados y proclama a los indios como ciudadanos con igualdad de derechos.
20 de junio. En Huaqui (Alto Perú), el ejército rioplatense de Castelli es derrotado por las fuerzas realistas peruanas al mando de José Manuel de Goyeneche // Estimulado por el avance rioplatense en el Alto Perú, Francisco Antonio de Zela se subleva en Tacna, en el Sur peruano.
5 de julio. Establecimiento de la primera República de Venezuela, inspirada por el joven separatista Simón Bolívar.

1812
Febrero. Levantamiento contra las autoridades virreinales en Huánuco (Sierra Nor Central del Perú)
15 de febrero. Segunda revolución en Quito: un congreso revolucionario promulga la Constitución del Estado Libre de Quito.
19 de marzo. Promulgación de la Constitución liberal en España, fruto del trabajo de las Cortes de Cádiz desde 1810.
10 de diciembre. El general Toribio Montes, enviado por el virrey Abascal, vence en Ibarra el último foco de resistencia patriota en el área dominada por Quito.
11 de diciembre. La ciudad del Cusco recibe la Constitución de Cádiz con tres días de festividades, que incluían fuegos artificiales, corridas de toros, teatro popular y otras atracciones.

1813
20 de febrero. Los realistas, invasores desde el Alto Perú al mando de Pío Tristán, son derrotados por las fuerzas insurgentes en Salta.
15 de junio. Bolívar proclama la guerra a muerte contra los españoles.
1 de octubre. En Vilcapugio (Alto Perú) las fuerzas rioplatenses al mando de Manuel Belgrano son derrotadas por el ejército realista de Joaquín de la Pezuela
3 de octubre. Estalla en Tacna una rebelión encabezada por los hermanos, Enrique y Juan Francisco Paillardelli, motivada por el segundo avance rioplatense en el Alto Perú.
14 de noviembre. En Ayohuma (Alto Perú), Belgrano es nuevamente derrotado por Joaquín de la Pezuela.

1814
3 de mayo. Tratado de Lircay en Chile entre el gobierno de José Miguel Carrera y autoridades españolas enviadas por el virrey del Perú. Es otorgada una cierta autonomía al régimen de Santiago a cambio de reconocer la legitimidad Fernando VII y de la Regencia hasta el regreso del monarca.
4 de mayo. A los 42 días de su regreso a España, Fernando VII decide abolir, mediante decretos, toda la obra legislativa de las Cortes
21 de julio. Fernando VII restablece la Inquisición
2 de agosto. Estallido del levantamiento de los hermanos mestizos José, Vicente y Mariano Angulo en el Cusco, demandando la puesta en práctica de las reformas prometidas en la Constitución de 1812. Se les une el brigadier indio Mateo García Pumacahua y el mestizo Gabriel Béjar.
28 de septiembre. Saqueo de La Paz por las fuerzas de Pumacahua.
1-2 de octubre. Aplastante victoria realista en Rancagua, Chile. Fin de la Patria Vieja.
28 de octubre. En Lima, es apresado el Conde de la Vega del Ren bajo sospecha de actividades subversivas.
10 de noviembre. Las fuerzas de Pumacahua capturan Arequipa.

1815
Febrero. Desde Tucumán, Manuel Belgrano, líder de la revolución en el Río de la Plata, prometa su apoyo a los “pueblos del Perú”.
10 de marzo. El general Juan Ramírez derrota de Pumacahua en Umachiri (Lampa).
18 de marzo. Ejecución del brigadier Pumacahua en Sicuani.
29 de marzo. Ejecución de los hermanos Angulo y de Gabriel Béjar en el Cusco.
29 de noviembre. Se confirma la reconquista realista del Alto Perú: derrota de las fuerzas rioplatenses de José Rondeau a manos de Pezuela en Sipe Sipe.

1816
Marzo-mayo. El general español Morillo somete a la Nueva Granada con gran violencia.
9 de julio. El Congreso Nacional de Tucumán declara a las Provincias Unidas de Sud-América como “nación libre e independiente del rey Fernando 7, sus sucesores y metrópoli”.

1817
9 de enero. Las fuerzas de José de San Martín salen de Mendoza para liberar Chile.
12 de febrero. El Ejército de los Andes sorprende y derrota a los realistas en Chacabuco.

1818
12 de febrero. Bernardo O’Higgins proclama en Talca la independencia de Chile.
19 de marzo. Derrota de San Martín en Cancha Rayada a manos del general Mariano Osorio.
5 de abril. Batalla de Maipú. Afirmación de la independencia de Chile.
Octubre. Se comienza a organizar en Cádiz una poderosa fuerza expedicionaria española para reconquistar los territorios controlados por los insurgentes.
Otoño europeo. En la conferencia de Aix-la-Chapelle, España intenta en vano conseguir el apoyo de los soberanos europeos para someter a los insurgentes de América.

1819
5 de febrero. Chile y las Provincias Unidas firman un tratado para poner fin a la dominación española en el Perú.
23 de junio. Una real cédula devuelve Guayaquil a la jurisdicción de la Audiencia de Quito en todos los asuntos criminales, civiles y del tesoro. El Perú se mantiene como responsable de su defensa militar.
7 de agosto. La victoria patriota en la batalla de Boyacá sella la independencia de la Nueva Granada.
17 de diciembre. El Congreso de Angostura decreta la unión de Venezuela y Nueva Granada y declara al territorio de la antigua presidencia de Quito, inclusive Guayaquil, como parte de la Gran Colombia.

1820
1 de enero. Sublevación de Riego en España que restaura la Constitución de 1812 y suspende el envío de un ejército español desde Cádiz a los territorios americanos rebeldes.
1 de febrero. Anarquía en el Río de la Plata. Derrota del gobierno de las Provincias Unidas de Sud América, al mando de Rondeau, por las Provincias del Río de la Plata, en la batalla de Cañada de Cepeda.
3-4 de febrero. Thomas Cochrane captura la base naval española de Valdivia.
28 de mayo. Comienzan a llegar a Lima noticias sobre la sublevación de Riego.
1 de junio. Barcos chilenos capturan el puerto de Arica.
20-21 de agosto. Partida de la Expedición Libertadora al Perú desde Valparaíso.
4 de septiembre. El virrey Pezuela recibe una orden oficial para proclamar la Constitución liberal.
8 de septiembre. La Expedición Libertadora, al mando de San Martín, desembarca en Pisco.
15 de septiembre. El virrey Pezuela proclama oficialmente la Constitución de Cádiz y, en sintonía con los sucesos de la Península, ofrece a los peruanos la autonomía dentro de la nación española.
30 de septiembre – 1 de octubre. Finalizan sin éxito las conferencias de Miraflores entre representantes de San Martín y el virrey Pezuela para tratar el asunto del cese de las hostilidades. San Martín propone coronar a un príncipe español como rey de un Perú independiente.
9 de octubre. El puerto de Guayaquil depone a las autoridades españolas, establece una junta revolucionaria y declara su independencia.
5 de noviembre. La flota chilena captura en el Callao la fragata española Esmeralda, la mejor nave de guerra del Pacífico.
26 de noviembre. Merced a la tregua entre las fuerzas de Morillo y de Bolívar, España reconoce la existencia, aunque no todavía la legalidad, del nuevo estado colombiano.
27 de noviembre. Cordial entrevista entre Morillo y Bolívar.
3 de diciembre. El batallón Numancia, del ejército realista, se pasa al bando patriota.
6 de diciembre. En su primera expedición a la Sierra, con el respaldo de la población peruana del Centro pronunciada por la Independencia, Juan Antonio Álvarez de Arenales vence a fuerzas realistas en Pasco.
12 de diciembre. De un diario anónimo, sobre la situación en Lima: “…llegué a esta ciudad, y la hallé en el mayor desorden. Hablan en los cafés cada uno de lo quería a su antojo (…) El Gobierno sin opinión, las gazetas corrían con las proclamas de San Martín anunciándolos a la libertad…”
28-29 de diciembre. La ciudad de Trujillo, con el marqués de Torre Tagle a la cabeza, se pronuncia a favor de la Independencia.
30 de diciembre. Tomás Guido, emisario de José de San Martín, firma en Guayaquil un convenio con las autoridades del puerto donde se señalaba que esa provincia conservaría su autonomía y que se declaraba bajo la protección del libertador rioplatense.

1821
29 de enero. En el campamento de Aznapuquio, Pezuela es depuesto por un grupo de altos jefes españoles liderados por José de La Serna, quien asume como nuevo virrey.
15 de mayo. Antonio José de Sucre, enviado de Bolívar, firma con la Junta de Gobierno de Guayaquil un convenio por el cual se ponía esa provincia bajo la protección de las armas de Colombia.
2 de junio. San Martín se reúne con el virrey La Serna en la hacienda Punchauca, cinco leguas al norte de Lima y reitera su propuesta monárquica.
4 de junio. Jaén, perteneciente a la Presidencia de Quito, decide formar parte del Perú por voluntad de sus pobladores.
24 de junio. Victoria de Bolívar en Carabobo. Se consuma la independencia de Venezuela.
25 de junio. El general español José Canterac inicia la retirada realista de Lima hacia la Sierra.
4 de julio. Proclama del virrey La Serna anunciando que abandonaba la capital por razones estratégicas.
9 de julio. Los primeros soldados de la Expedición Libertadora ingresan en Lima.
12 de julio. San Martín entra en Lima.
14-15 de julio. Un cabildo abierto declara la independencia en Lima: “…la voluntad general está decidida por la independencia del Perú y de la dominación española y de cualquiera otra extranjera…”
28 de julio. San Martín encabeza en Lima la ceremonia pública de proclamación de la independencia del Perú.
3 de agosto. San Martín es declarado Protector del Perú con poderes civiles y militares supremos.
9 de agosto. San Martín deroga en Lima la Constitución de 1812.
7 de septiembre. El Congreso de Cúcuta nombra a Bolívar primer presidente de Colombia. Luego de este episodio, Bolívar marcha rápidamente hacia el Sur, bajo el temor “de que San Martín pudiera llegar antes a(l futuro) Ecuador y lo reclamara para el Perú “(Lynch)
10 de septiembre. Las fuerzas realistas de Canterac pasan cerca de Lima sin ser atacadas e ingresan en el Callao, que permanecería por poco tiempo más bajo control realista.
6 de octubre. Luego de apoderarse de fondos públicos del gobierno de San Martín en Ancón, Thomas Cochrane abandona las costas del Perú con seis buques.
14 de octubre. Clausura del Congreso de Cúcuta en la frontera entre Venezuela y la Nueva Granada.
28 de noviembre. Panamá declara su independencia.
Fines de año. En Lima, en el contexto del deterioro del régimen protectoral, circulan pasquines que proclamaban “Viva el Rey”.

1822
18 de enero. En tono amenazador, Bolívar escribe a la Junta de Gobierno de Guayaquil, afirmando que ese puerto no podía convertirse en un estado independiente y que formaba, más bien, parte del territorio colombiano.
30 de enero. El ejército realista ingresa en el Cusco.
28 de marzo. El Senado de los EE.UU. acuerda reconocer la independencia de los países americanos.
2 de abril. José Joaquín Olmedo, presidente de la Junta de Gobierno de Guayaquil escribe a San Martín explicándole las amenazas de Bolívar de tomar su provincia mediante “un golpe de fuerza”, y diciéndole que había llegado “el caso de cumplir su solemne voto de sostener la libertad de este pueblo”
6 de abril. El viajero inglés Gilbert F. Mathison es testigo de la total desolación de las haciendas del valle del Rímac, en los alrededores de Lima.
7 de abril. Derrota de las fuerzas patriotas en Ica.
11 de abril. Ocupada por fuerzas del general Sucre, Cuenca decide de manera “espontánea” su anexión a la Gran Colombia.
2 de mayo. Clímax de la represión contra los españoles en Lima, dirigida por Monteagudo: 600 españoles son detenidos y deportados a Chile.
24 de mayo. Sucre derrota de los realistas del general Aymerich en Pichincha, cerca de Quito, con la colaboración de un contingente auxiliar peruano.
16 de junio. Bolívar entra triunfante en Quito.
18 de junio. Carta de Bolívar a Olmedo: “Yo tendré la satisfacción de entrar a la cabeza de las tropas aliadas en esa ciudad y espero que seré recibido como presidente de Colombia y protector de Guayaquil”
22 de junio. Carta de Bolívar a San Martín, sobre la situación en Guayaquil: “Yo no pienso como V.E. que el voto de una provincia debe ser consultado (…) la Constitución de Colombia da a la provincia de Guayaquil una representación de lo más perfecta”
6 de julio. Firma de un tratado de amistad y alianza entre el Perú (representado por Bernardo de Monteagudo) y la Gran Colombia (representada por el ministro colombiano en Lima, Joaquín Mosquera). La Gran Colombia fracasa en su objetivo de obtener del Perú el reconocimiento a la aspiración de la Gran Colombia sobre Guayaquil // Los EE.UU. informan a todas las cancillerías, incluso la española, sobre su decisión de reconocer la independencia de los países americanos.
11 de julio. Bolívar ingresa a Guayaquil. Se inicia de inmediato la agitación a favor de la anexión de este puerto a la Gran Colombia.
13 de julio. Bajo presión política y militar contra el grupo partidario de la unión con el Perú, Bolívar decreta, a la fuerza, la formal incorporación de Guayaquil a Colombia “para salvar al pueblo (…) de la espantosa anarquía en que se hallaba (…) sin que esta medida de protección coarte de ningún modo la absoluta libertad del pueblo para emitir franca y espontáneamente su voluntad…”
25 de julio. Por la noche, una multitud enfurecida rodea el Palacio y el Cabildo de Lima, reclamando la caída del ministro Bernardo Monteagudo.
26 y 27 de julio. San Martín y Bolívar se entrevistan en el puerto de Guayaquil.
29 de julio. Olmedo escribe a Bolívar una carta denunciando el “abuso” cometido contra el pueblo de Guayaquil y anunciando que se autoexiliaba, porque “así lo exige mi honor”.
3 de agosto. Carta de Bolívar a Santander, Vicepresidente de la Gran Colombia, desde Guayaquil: “Tenga Ud. presente que el corregimiento de Jaén lo han ocupado los del Perú; y que Maynas pertenece al Perú por una real orden muy moderna y que también está ocupada por fuerzas del Perú”.
7 de septiembre. Proclamación de la independencia del Brasil.
20 de septiembre. Apertura del primer Congreso peruano. San Martín renuncia al cargo de Protector, entrega el poder al Congreso, y abandona el Perú al día siguiente.
12 de octubre. Proclamación de Pedro II como Emperador del Brasil.
21 de octubre. Firma en Santiago de un Convenio de Amistad, Liga y Confederación entre Chile y la Gran Colombia.
23 de diciembre. Firma entre el Perú y Chile de un Tratado de Liga, Alianza y Confederación.

1823
21 de enero. Derrota en Moquegua de la primera expedición a puertos Intermedios, ordenada por el Congreso peruano.
27 de febrero. Golpe de estado de Balconcillo y cese la Junta de Gobierno peruana. Los militares imponen al Congreso el nombramiento de José de la Riva-Agüero como primer presidente del Perú.
1 de junio. Carta de José de la Riva-Agüero a Georges Canning rememorando sus servicios a Gran Bretaña en España “cuando ambos países estaban en guerra”, e instando a su Gobierno a reconocer la Independencia del Perú, con la consecuente firma de un tratado de “comercio y amistad”.
18 de junio. Las fuerzas de realistas del general Canterac ocupan temporalmente Lima; diez mil personas huyen de la capital bajo el temor de represalias.
22 de junio. El Congreso depone a Riva-Agüero.
16 de julio. Las fuerzas realistas abandonan Lima.
17 de julio. El Congreso nombra a Torre Tagle como jefe del ejecutivo. Riva-Agüero se mantiene en rebeldía.
7 de agosto. En el cuarto aniversario de la batalla de Boyacá, Bolívar parte desde Guayaquil rumbo al Perú, con la convicción de que su presencia allí era vital para la seguridad de Colombia.
27 de agosto. Batalla de Zepita, previa al desastre de la segunda Expedición a Intermedios, ordenada por Riva-Agüero.
1 de septiembre. Bolívar llega al Perú.
3 de octubre. Tratado de Alianza y Confederación entre México y Colombia.
Octubre. Memorándum de Polignac. Con el objeto de aparecer como favorecedor de la Independencia americana, Gran Bretaña persuade a Francia de renunciar a utilizar la fuerza contra las jóvenes naciones sudamericanas.
11 de noviembre. Se declaran incompatibles los títulos de Castilla con las instituciones republicanas.
25 de noviembre. Caída de Riva-Agüero en Trujillo, quien había estado en conversaciones con el virrey La Serna para establecer una monarquía peruana independiente de España. Es apresado y deportado por Antonio Gutiérrez de la Fuente.
2 de diciembre. Enunciación de la Doctrina Monroe por el gobierno de los Estados Unidos, que expresaba el principio de no colonización contra las aspiraciones rusas a los territorios americanos Nor-occidentales, y que representó un advertencia a la Santa Alianza para que no intervenga en el Nuevo Mundo, en tiempos en que la independencia de las naciones hispanoamericanas tomaba un rumbo definido.
18 de diciembre. Firma de un tratado de límites entre el Perú y la Gran Colombia, conocida como la Convención Galdeano-Mosquera. El Perú acepta el principio del Uti Possidetis de 1809, pero no acepta que la ciudad de Tumbes quede fuera de su territorio.
Fines de año. Llegan noticias al Perú sobre la restauración de Fernando VII en su trono absolutista.

1824
1 de enero. Bolívar llega gravemente enfermo a Pativilca, presa de un ataque de tuberculosis.
5-7 de febrero. Las fuerzas rioplatenses y chilenas se amotinan en el Callao bajo el mando del sargento Dámaso Moyano. Los castillos de ese puerto caen en poder del coronel realista José Casariego.
10 de febrero. El Congreso nombra a Bolívar dictador del Perú.
11 de febrero. Pedro Antonio de Olañeta entra en Chuquisaca (Alto Perú) y proclama la monarquía absoluta en rebelión contra el virrey La Serna.
29 de febrero. Al mando del general Juan Antonio Monet, los realistas ocupan Lima. Pocos días después, Torre Tagle, el vicepresidente Diego de Aliaga, numerosos funcionarios y 337 oficiales del ejército, se pasan al bando realista.
6 de marzo. Manifiesto público de Torre Tagle: “El tirano Bolívar y sus indecentes satélites han querido esclavizar al Perú y hacer este opulento territorio súbdito del de Colombia…”
9 de marzo. En el Alto Perú, el general español Gerónimo Valdés y Olañeta firman un acuerdo por medio del cual el último reconocía la autoridad de La Serna. Este tratado es posteriormente desconocido.
11 de abril. Bolívar ordena la confiscación temporal de toda la propiedad privada de cualquiera que viviese en el territorio controlado por los realistas.
15 de junio. El ejército de Bolívar parte de Trujillo e inicia la ofensiva contra las fuerzas realistas.
23 de junio. El Congreso de la Gran Colombia promulga una ley de demarcación territorial. Sin disponerse de los títulos jurídicos, ni de la posesión efectiva, el ámbito selvático peruano de Maynas es incluido en el Departamento de Azuay.
19 de julio. De un memorándum privado suscrito en Lima por Thomas Rowcroft, Cónsul General de Su Majestad Británica en el Perú: “The distress of this city begins to be great. Beef, bread, etc., are all becoming scarce by means of the mountain of soldiers which surround it. Everything is in requisition, horses, mules, carts, labourers and artisans” (“La angustia de esta ciudad empieza a ser grande. La carne, el pan, etc., se están volviendo escasos debido a la cantidad de soldados que la rodean. Todo es requisado: caballos, mulas, carretas, labradores y artesanos”).
6 de agosto. Victoria de la caballería de Bolívar en Junín, en el Perú central.
15 de agosto. De la nota de Bolívar, suscrita en Huancayo, tomando nota del nombramiento de Thomas Rowcroft como Cónsul General de Su Majestad Británica en el Perú y del Memorándum de Polignac: “…con un amigo tan poderoso como Gran Bretaña (los estados nacientes de este Hemisferio) estarán en posición de desafiar la ira de los tiranos de Europa”.
7 de diciembre. Bolívar retorna a Lima e invita a los gobiernos de Colombia, México, Río de la Plata, Chile y Guatemala al Congreso de Panamá. Posteriormente, invita al Imperio del Brasil.
9 de diciembre. Batalla de Ayacucho. Concluye la era virreinal en el Perú.
21 de diciembre. Bolívar convoca a una nueva instalación del Congreso peruano.
Fines de año. El gobierno británico decide hacer público el reconocimiento de las Provincias Unidas (acordado a mediados de año), así como de Colombia y de México.

1825
7 de febrero. Luego de cruzar el Desaguadero, el ejército de Antonio José de Sucre ingresa en La Paz.
10 de febrero. Reunión del Congreso peruano.
9 de febrero. Sucre emite un decreto convocando a una asamblea para determinar la suerte posterior de las provincias altoperuanas, que es cuestionado por Bolívar.
1 de abril. Olañeta es asesinado en el tumulto de Tumusla. Concluye la resistencia española absolutista en el Alto Perú.
16 de marzo. Bolívar da marcha atrás y acepta el decreto de Sucre, pero señalando que la resolución de la asamblea altoperuana no recibiría sanción alguna hasta que se instalara el nuevo Congreso del Perú.
10 de abril. Bolívar parte desde Lima hacia el interior del Perú, rumbo al Alto Perú.
10 de julio. Instalación de la Asamblea de Chuquisaca.
6 de agosto. La asamblea de Chuquisaca declara la independencia del Alto Perú y da a la nueva república el nombre de “República Bolívar”, en homenaje al Libertador.
18 de agosto–29 de diciembre. Bolívar gobierna Bolivia.
30 de noviembre. El Emperador del Brasil acepta la invitación para participar en el Congreso de Panamá, “pero con tantas reservas y condiciones que equivalían a una negativa” (Mariano Felipe Paz Soldán)

1826
27 de enero. Carta de Sucre a Bolívar, desde Chuquisaca: “Sería bien que usted mostrase algo al Congreso peruano de la pretensión de esta república (Bolivia) para que se le ceda Arica”.
7 febrero. Bolívar se establece en el pueblo de La Magdalena, cerca de Lima.
10 de febrero. Apoteosis del régimen bolivariano en el Perú: entrada triunfal de Bolívar en Lima.
19 de febrero. El brigadier José Ramón Rodil capitula en el Callao, último bastión realista en el Perú.
19 de marzo. Instalación del Congreso peruano.
15 de abril. Fusilamiento de Juan de Berindoaga.
1 de mayo. Cese de funciones del Congreso peruano.
12 de mayo. Carta de Bolívar al general Antonio Gutiérrez de la Fuente, explicando su idea de la Federación de los Andes, con la división del Perú en dos estados: “Unido el Alto y Bajo Perú, Arequipa será la capital de uno de los tres grandes departamentos que se formen a manera de los tres de Colombia”.
25 de mayo. Una Asamblea Constituyente de Bolivia nombra a Sucre como presidente del país.
22 de junio. Inauguración del Congreso de Panamá.
4 de julio. Francisco Javier Luna Pizarro, opuesto a la hegemonía colombiana en el Perú, es exiliado a Chile por orden de Bolívar.
15 de julio. Conclusión de las sesiones del Congreso de Panamá.
6 de julio. Dos escuadrones del regimiento peruano Húsares de Junín se rebelan en Huancayo contra el régimen bolivariano
27 de julio. Represión en Lima contra el sector opuesto a la Constitución Vitalicia. Por la noche, piquetes de tropas recorren las calles y entran en las casas para prender a los complicados y sospechosos.
7 de agosto. Ejecución del patriota peruano teniente Manuel Aristizábal en la Plaza de Armas de Lima. Antes de morir, declara haber querido librar a su patria del “yugo extranjero”, en alusión a Bolívar y las tropas colombianas.
3 de septiembre. Bolívar abandona el Perú, dejando a Andrés de Santa Cruz como presidente del Consejo de Gobierno y comandante en jefe de las fuerzas armadas.
15 de noviembre. El representante del Perú en Bolivia, Ignacio Ortiz de Zevallos, concluye con el gobierno de ese país un tratado de federación y otro de límites, el último de los cuales acordaba la cesión peruana de Tacna, Arica y Tarapacá a Bolivia a cambio de la provincia de Apolobamba o Caupolicán y el pueblo de Copacabana.
30 de noviembre. El Consejo de Gobierno peruano declara a la Constitución Vitalicia como Ley Fundamental del Perú.
18 de diciembre. El Consejo de Gobierno peruano decide no ratificar los tratados con Bolivia.

1827
26 de enero. Estalla un motín en la tercera división del ejército colombiano en Lima.
28 de enero. Abolición de la Constitución Vitalicia en el Perú.
8 de marzo. La división colombiana abandona el Perú.
4 de junio. Instalación del Segundo Congreso Constituyente.
9 de junio. José de La Mar es elegido por el Congreso Constituyente, dominado por una mayoría liberal enemiga de Bolívar, como nuevo presidente del Perú.
26 de junio. Expulsión del representante colombiano Cristóbal Armero del Perú.
29 de septiembre. Desde Bruselas, José de San Martín saluda al presidente La Mar y ofrece sus servicios al Perú en caso de existir alguna amenaza a su independencia.
12 de noviembre. Desde Chuquisaca, Sucre, presidente de Bolivia, escribe a Bolívar alentando una federación entre Argentina, Chile y Bolivia para contrarrestar lo que percibía como una amenaza peruana contra este último.

1828
18 de abril. Motín en Chuquisaca; Sucre es herido.
1 de mayo. El ejército peruano interviene en Bolivia.
3 de julio. Proclama de Bolívar declarando la guerra al Perú: “¡Colombianos del Sur! Ármense y avancen hacia las fronteras del Perú, y aguarden allí para la hora de la venganza. Mi presencia entre ustedes será la señal del combate”.
6 de julio. Tratado de Piquiza: se abroga la constitución boliviana y se establece la partida de Sucre y de las tropas colombianas de Bolivia. Posteriormente, las tropas peruanas abandonan también el territorio boliviano.
Fines de año. Primeras acciones militares de la guerra entre el Perú y la Gran Colombia. Avance de las fuerzas del presidente La Mar.

1829
19 de enero. Luego de una exitosa operación naval, las fuerzas peruanas ocupan Guayaquil.
27 de febrero. Derrota de las fuerzas peruanas de José de La Mar en la batalla del Portete de Tarqui: Sucre detiene el avance del ejército peruano, aunque no consigue destruirlo. Se firma al día siguiente el Convenio de Girón.
7 de junio. Agustín Gamarra traiciona y depone a José de La Mar.
22 de septiembre. Tratado de Guayaquil (Larrea-Gual) que establece como base para el establecimiento de los límites entre el Perú y la Gran Colombia “los mismos que tenían antes de su independencia los antiguos virreinatos de Nueva Granada y el Perú”.
26 de octubre. De una carta del plenipotenciario colombiano en el Perú Tomás Cipriano Mosquera a Bolívar, desde Guayaquil: “En los documentos que me entregó el general Espinar para la Legación de que he sido encargado, hay una copia de la Real Cédula española que mandó agregar en 1802 la provincia de Maynas al Perú (…) en caso (los peruanos) me presenten documentos fehacientes, desearía tener instrucciones sobre el particular, pues como el artículo quinto del Tratado (de Guayaquil) sienta por bases el Uti Possidetis de 1809 podrían con justicia reclamar la ribera izquierda del Marañón”.

1830
13 de enero. Venezuela, con José Antonio Páez, se proclama independiente.
20 de agosto. El presidente peruano Gamarra dispone la conclusión de la misión diplomática de Mariano Alejo Álvarez en Bolivia.
13-15 de diciembre. Conferencias del Desaguadero entre el presidente boliviano Andrés de Santa Cruz y el peruano Agustín Gamarra. La delegación boliviana insiste en que cualquier alianza entre esos países debía comprender a la Gran Colombia y que todo tratado de límites debía incluir la cesión del puerto de Arica a Bolivia.

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PALABRAS DEL AUTOR PARA LA PRESENTACION DEL LIBRO TRABAJOS SOBRE LA GUERRA DEL PACÍFICO (Y OTROS ESTUDIOS DE HISTORIA E HISTORIOGRAFÍA PERUANAS)

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PALABRAS PARA LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO TRABAJOS SOBRE LA GUERRA DEL PACÍFICO (Y OTROS ESTUDIOS DE HISTORIA E HISTORIOGRAFÍA PERUANAS)
Instituto Riva-Agüero, 16 de junio de 2011

Dr. José de la Puente Brunke, Director del Instituto Riva-Agüero de la Pontificia Universidad Católica del Perú
Señor embajador Alberto Montagne, representante de la Asociación de Funcionarios del Servicio Diplomático del Perú
Señora Ileana Vegas de Cáceres, representante de la Fundación Manuel J. Bustamante De la Fuente
Dr. David Brading
Dra. Celia Wu de Brading
Amigas y amigos:

Desearía iniciar estas breves palabras con mi agradecimiento a los comentadores de este libro, los historiadores Antonio Zapata, Daniel Parodi y Margarita Guerra. Con la última tengo, además, una deuda especial de gratitud por todo el apoyo que me dio para la publicación de esta obra, y por el constante estímulo que me dio para escribirla.

Los comentarios que acabamos de escuchar me han hecho reflexionar sobre temas en los que no había reparado. Es inevitable, y hasta deseable, que cada libro se desprenda de su autor, de su visión del mundo, de su punto de vista, necesariamente incompleto, para así estimular nuevas visiones en otros. Nada alegra más que sentir que un libro cobra vida propia. Les reitero, queridos amigos, mi agradecimiento por sus palabras.

Pienso que la idea de mi libro ya ha sido expresada aquí con claridad. Sólo deseo destacar unos pocos asuntos que me parecen cruciales.

Quisiera comenzar hablando sobre la urgente necesidad, particularmente para la historiografía referida a los siglos XIX y XX, de enriquecer los enfoques estructuralistas con el aporte que puede dar el estudio de las narraciones y de las trayectorias de personalidades concretas. Nuestras hemerotecas están abarrotadas de revistas y de periódicos. A veces asusta la enorme riqueza de estos repositorios. Pienso, por ejemplo, en esa joya periodística que es el Diario Oficial, publicado por las fuerzas de ocupación chilenas en Lima entre mayo de 1882 y octubre de 1883, cuyos ejemplares se encuentran dispersos entre la Biblioteca Nacional y la Hemeroteca de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Se trata de una fuente capital para reconstruir la historia —todavía no completada en el plano narrativo— de la ocupación de Lima, tanto en lo que se refiere a la vida cotidiana, como a los aspectos políticos y sociales de esa convulsa época de nuestra capital. Imaginen lo mucho que aportaría el ejercicio de cruzar, de manera sistemática, este venero de información con lo que decía la prensa peruana de la época. Hago este comentario suelto porque el artículo que aquí presento en mi libro, referido a la Guerra Mediática entre los periodistas peruanos y chilenos, representa apenas un pequeño arañazo a todo el inmenso material que permanece dormido en los anaqueles. Sorprende constatar que estos impresos han sido poco utilizados, debido a la pervivencia, en muchos historiadores, del todavía arraigado prejuicio que se orienta a despreciar este tipo de fuentes, debido a su sesgo supuestamente superficial y acontecimiental, para emplear un galicismo, todavía no incorporado por la Academia de la Lengua, que fue popularizado por la célebre Escuela de los Annales. Creo que es preciso liberarnos de este prejuicio para dar paso a un enfoque más rico, que no olvide, sino más bien incorpore, y permita ver desde otra perspectiva, los grandes aportes hechos a partir de los enfoques estructuralistas. Es menester, específicamente, comprender en detalle a los personajes concretos, que a veces resultan mucho más importantes que cualquier gran construcción estructuralista. Lo mismo se puede decir de la necesidad de reconstruir las secuencias cronológicas de los procesos, y de hacer narraciones adecuadas, como tantas veces deseó nuestro gran historiador Jorge Basadre, tal como refiero en el artículo que le dedico. El primer capítulo del libro, referido a La Política Exterior y la Diplomacia del Perú en la génesis y el desenlace de la Guerra del Pacífico, y el capítulo referido al Colaboracionismo, pretenden avanzar en esta línea.

Demás está destacar el énfasis que procuro dar, cada vez que puedo, al uso directo de las fuentes primarias. A veces nos acostumbramos a repetir, con otras palabras, lo que han dicho los historiadores, en vez de releer las fuentes para ver si podemos llegar a la misma conclusión. Este es el espíritu que anima en particular mis estudios sobre el Indigenismo durante la Campaña de la Sierra, sobre el Nacionalismo Campesino y sobre la Confederación Perú-boliviana.

Hay otro aspecto teórico al que me gustaría referirme muy brevemente, que es la relación entre nuestra tradición histórica y el aporte que puedan brindar las ciencias políticas, en particular la disciplina de las relaciones internacionales. Se ha hecho una costumbre de muchos historiadores tratar temas políticos, económicos o sociales restringiéndose al ámbito nacional interno, sin tener en cuenta el contexto internacional. No quiero llegar al extremo de afirmar, por ejemplo, que nuestra Independencia fue un simple producto del imperialismo napoleónico. Sería absurdo manejar una visión tan limitada. Pero es aún más cuestionable pretender entender el proceso de la Independencia peruana sin considerar con suficiente detalle los contextos sudamericano y global de la época. Los diplomáticos estamos acostumbrados a estos ejercicios, casi diríamos, por propia supervivencia, porque parte de nuestra labor como analistas consiste en orientar a los jefes en ese difícil campo que es la relación entre la política interna y la política internacional. Desde este punto de vista, la valoración de los aspectos causales estructurales de largo plazo tiene que estar necesariamente acompañada de una apreciación adecuada de los aspectos desencadenantes de corto plazo que son, como digo en mi libro, mucho más que la mecha del cartucho de la dinamita de los aspectos estructurales. He intentado aplicar en mi libro esta perspectiva, que se origina sobre todo en mi experiencia en la observación de las tensas crisis que me tocó apreciar a través del prisma de las Naciones Unidas, muy en particular en el seno de su Consejo de Seguridad.

Hablando de los años de Nueva York, y pasando ya a asuntos más anecdóticos, desearía confesarles que al menos la mitad de este libro fue escrita durante el relativamente largo trayecto cotidiano de tren entre el suburbio de Harrison y el Grand Central Terminal, durante los años en que tuve el honor de trabajar en la Representación Permanente del Perú ante las Naciones Unidas, entre 2006 y 2009. Como saben los que han vivido allí, es usual que personas de muchas ocupaciones, como burócratas, periodistas, funcionarios internacionales, empresarios, académicos y financistas (y, por lo visto, también historiadores), comiencen el día a bordo de esos cómodos trenes de la Metro North, que vinculan a la Gran Manzana de Manhattan con los muchos pueblos y ciudades pequeñas de sus alrededores. Otra parte de este libro, específicamente el trabajo sobre las Memorias de Cáceres, fue concebido y redactado en las salas de lectura de la célebre New York Public Library. De esos años recuerdo también el rico diálogo que, merced a los modernos sistemas informáticos, establecía diariamente, a la distancia, con mi ya fallecido padre Hugo Pereyra Sánchez, a quien dedico este libro, y con mi hermano Carlos, comentando interminables asuntos de redacción. Por otro lado, prácticamente todos los días intercambiaba documentos e ideas con varios amigos historiadores, en especial con Rodolfo Castro, quien me ayudó mucho con su admirable erudición.

No quiero concluir estas palabras sin agradecer profundamente al Instituto Riva-Agüero, mi instituto Riva-Agüero desde que tenía 19 años. Todos tenemos aspectos permanentes y entrañables en nuestras vidas y, para mí, el Instituto es sin lugar a dudas uno de ellos. Y, por supuesto, las personas que lo animaron y que lo animan, entre los que me vienen a la mente el Dr. José Agustín de la Puente, Carlos Gatti, Jorge Wiesse, César Gutiérrez, Armando Nieto Vélez, Percy Cayo, Guillermo Lohmann, Luis Repetto, Mercedes Cárdenas, Inés del Águila, Ada Arrieta, el señor Illorino, don Max y tantos otros, vivos como ya fallecidos, a quienes me disculpo por no mencionar. Mi agradecimiento también a la Fundación Manuel J. Bustamante De la Fuente y a la Asociación de Funcionarios del Servicio Diplomático del Perú, muy en particular en la persona del presidente de esta última, el embajador Juan José Meier, entrañable amigo, también diplomático e historiador, por haber ayudado a coeditar este modesto libro con tanto entusiasmo.

Mis amigos y colegas diplomáticos, inmersos siempre en asuntos y problemas concretos del aquí y del ahora me suelen preguntar por qué suelo dedicar tantas horas al estudio de la Historia, y por qué no me limito a hablar del presente cuando los extranjeros nos preguntan con interés sobre el Perú, tal como creo haber reflejado en mi conferencia sobre la Identidad del Perú, que forma parte de este libro, y que he leído, al menos, a auditorios de alemanes, mexicanos y argentinos. No diré aquí que lo hago sólo como algo práctico, como la puesta en marcha de una herramienta que me ayuda a tener otra perspectiva de los asuntos de corto plazo. Diré, simplemente, como afirma la bella cita del historiador John Lewis Gaddis que encabeza este libro: lo hago sobre todo por the sense of excitement and wonder, vale decir, por el sentimiento de entusiasmo y asombro que da el estudio de la Historia, a la hora de investigar en los archivos y de escribir.

Muchas gracias.

Hugo Pereyra Plasencia

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¿Buscando un Inca?

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¿Buscando un Inca?
(Episodios del siglo XVII en el Perú)

Introducción

“La rebelión de los indios. Jueves, dieciséis de diciembre de 1666 años, octava de la Limpia Concepción de Nuestra Señora. Se descubrió la maldad de los indios que se querían levantar en esta ciudad y matar todos los españoles; y habían de pegar fuego a la ciudad por muchas partes, y soltar el agua de la acequia grande de Santa Clara. Y este mismo día (…) hubo tres temblores muy grandes.”

De esta extraña manera, con un cierto aire apocalíptico, recogió el Diario de Lima de Josephe de Mogaburu una noticia de la capital de Virreinato que era bastante insólita para la época. Se vivía entonces en tiempos del rey español Carlos II, llamado El Hechizado, quien sería el último de los Austrias. En ese momento, los vastos territorios sudamericanos del Perú se hallaban bajo la autoridad de la Audiencia gobernadora, antes de la llegada de un nuevo virrey que reemplazara al fallecido Conde de Santisteban.

En la entrada del Diario correspondiente al 21 de enero de 1667, el redactor refiere que, ese día, ocho indios acusados de formar parte del levantamiento mencionado fueron ahorcados en la plaza de Lima. “Toda la ciudad” concurrió al ajusticiamiento en presencia de soldados de la “compañía del número de San Lázaro” y de otras unidades, armados todos ellos con “chuzos”, o lanzas, seguramente semejantes a las que pueden verse en los cuadros españoles referidos a la Guerra de Flandes, concluida pocos lustros antes: “Y después -continúa Mogaburu- les quitaron las cabezas y fueron puestas en la puente las ocho cabezas y fueron hechos cuartos y puestos por los caminos”. En otras palabras, los cuerpos de los indios fueron descuartizados y sus partes terminaron dispersadas y exhibidas como advertencia.

Aunque el Diario no deja de mencionar otros sucesos más típicos, tales como tomas de posesión de cargos o el anuncio de la salida de la armada del puerto del Callao, parece advertirse también, por esos días, un cierto ambiente de crispación. Poco antes de la ejecución de los ocho indios, específicamente el 3 de enero de 1667 (lo dice también el Diario de Mogaburu), un curioso personaje llamado Pedro Bohórquez, entonces preso en la cárcel real de Lima, era ajusticiado con garrote en su celda por orden de las autoridades. Se sabe que Bohórquez, español (probablemente un morisco) natural de Granada, había sido acusado de levantar a los indios calchaquíes de la remota región del Tucumán, haciéndose pasar, en 1656, de extraña manera, como inca. Había sido traído a Lima, centro de poder de la época, para ser reducido a prisión. Lo interesante es que, a juzgar por otras referencias, la palabra “inca” también estaba asociada al levantamiento ya citado que, según la acusación formal, había sido intentado por los indios de Lima a fines de 1666. En efecto, una fuente señala que el líder del frustrado alzamiento de Lima, un enigmático personaje que se hacía llamar Gabriel Manco Cápac (como el primero de la lista tradicional de los incas), no llegó a ser capturado y desapareció sin dejar rastros.

No había, al parecer, conexión entre el caso de Bohórquez y lo ocurrido en la capital, pero sin duda algo amenazante y misterioso, que se nos escapa, estaba rondando en el ambiente en esos primeros días de 1667. ¿No se siente acaso la voluntad de suprimir rápidamente, sin mayor proceso, todo tipo de peligro potencial que pudiera afectar la seguridad de los españoles? En la mentalidad impresionable y providencialista de ese tiempo, el temor de los españoles de ser aplastados por los indios debió de ahondarse por la coincidencia del descubrimiento de la rebelión con tres “temblores grandes” que se sintieron en Lima ese 16 de diciembre de 1666. Lo cierto es que esta situación dio paso a una auténtica cacería de presuntos implicados dentro y fuera de Lima. Preocupada por las posibles repercusiones de estos sucesos, la Audiencia dio órdenes urgentes a las autoridades del interior para buscar y rastrear al “inca” fugado y a sus cómplices en todos los rincones del reino.

Huancavelica, 1667

En efecto, los acontecimientos resonaron lejos de Lima. Por ejemplo, en la villa de Huancavelica, que era centro económico importante del Imperio español de la época, famoso por la producción del mercurio, esencial para un Virreinato platero. Todo ello consta en un documento fechado a comienzos de 1667, que ha permanecido inédito hasta hoy. De acuerdo con esta fuente, el 11 de enero de ese año, el gobernador de la villa de Huancavelica, Juan Bautista Moreto de Espinoza, comenzó a abrir, en compañía del teniente Fernando de Villalba, en forma paralela o sucesiva, al menos siete breves expedientes para hacer averiguaciones sobre hallazgos que, según ciertos indicios, habían podido tener relación con los acontecimientos de Lima. Los expedientes se encuentran incluidos, uno a continuación de otro, en el documento inédito antes mencionado. El escribano encargado de dejar registro de todas las averiguaciones, que fueron hechas en su mayoría con intérpretes de la lengua quechua, fue Carlos Antonio de las Casas.

“Dentro de pocos días se habían de acabar todos los españoles…”

El primer expediente tuvo su origen en una información confidencial que fue comunicada al gobernador de la villa de Huancavelica por el capitán Francisco Méndez Venegas, poseedor de un “asiento” (¿minero?) en el área: un indio a su servicio, llamado Diego Quispe, le había revelado que, hacia el 11 de diciembre de 1666 (días antes del descubrimiento de la rebelión india de Lima), algunos naturales asistentes a una reunión fúnebre privada habían comentado, de manera enigmática, que “dentro de pocos días se habían de acabar todos los españoles y habían de quedar solo los indios, porque los habían de matar a todos”. Cuando el documento habla de “españoles” se está refiriendo a la sociedad estamental de la época, vale decir, a los blancos, fuesen éstos europeos o no. Como se verá por el estudio que sigue, nada quedó claro. Llevado ante las autoridades españolas, el propio Diego Quispe confirmó la amenaza en su declaración del día 11 de enero, aunque amplió sus dimensiones al hablar de una conspiración de todos los sectores no blancos contra los españoles. Efectivamente, en la reunión por la muerte de su madre de un mes antes, había oído decir a un “cantor que dice ser del valle de Jauja […] que dentro de pocos días habían de juntarse negros mulatos e indios y habían de matar a todos los españoles; y que si acaso algún indio volviese por su amo lo matarían también”. Asimismo, Diego Quispe acusó a Jacinto Bernabé, llamado “el harpero” -otro asistente a la reunión- de haber hablado en los mismos términos.

Llevados a declarar a la fuerza, todos los acusados negaron haber hablado sobre la masacre de españoles, o imputaban este rumor a otros. Algunos llegaron a afirmar que no se había hablado nada acerca de una rebelión o conspiración contra los blancos, sino de la misteriosa aparición, en el puerto de Pisco de un “maldito” de nombre “Mantelillos”. Un testigo decía que Mantelillos “hablaba sin que le viesen”. Curiosamente, en otra parte del texto, el aparecido es citado también como “santo”. Cabe destacar que este personaje fantástico, mencionado por los indios de Huancavelica en 1667, aparece comentado en la literatura española del Siglo de Oro en la forma de un diablo. Debió tratarse de un personaje popular en todo el Imperio español de la época, conocido por igual en las Indias que en la Península. Con seguridad, por ejemplo, el diablo Mantelillos era conocido durante el siglo XVII en la Nueva España. Cabe destacar que, en el caso de los procesados en Huancavelica, la mención no tiene conexión aparente con el levantamiento descubierto en Lima. La cita a Mantelillos puede haber sido una cortina de humo, utilizada por los indios para evitar referirse, directa o indirectamente, a un tema que bien podía costarles vida, en caso de verse involucrados. No obstante, teniendo en cuenta la visión del mundo de entonces, también es posible que los indios que mencionaron este asunto simplemente se hayan creído esta historia de la llegada del diablo, y que la hayan repetido ante las autoridades con seriedad.

El principal sospechoso, un cantor de Jauja de pelo crespo, nunca fue ubicado. Jacinto el harpero, quien lo había acusado, terminó pretextando -con la ayuda del protector de naturales Francisco de Miralles- que había hecho declaraciones estando ebrio. El 29 de enero de 1667, Luis de Monares, alcalde mayor de los naturales, Ignacio Chipana, alcalde ordinario de la parroquia de la Ascensión, y el “maestro cantor” Francisco Tenisela (o Teneycela, según su firma), apoyaron esta interpretación. Tenisela y Chipana aclararon que habían participado de la reunión social (para ver un asunto del “aderezo” de la iglesia de la parroquia) de la cual Jacinto Bernabé había sido sacado violentamente por Luis de Monares para prestar declaración ante las autoridades el 11 de enero.

De manera brusca, sin mayor explicación, las autoridades suspendieron las pesquisas.

Buscando a los hijos del curaca inga de Quiquijana

El segundo expediente se refiere a la averiguación realizada por el gobernador de Huancavelica para ubicar a dos hijos del curaca de Quiquijana. Ellos habían partido de Lima, rumbo a su tierra, más o menos por el tiempo en que las autoridades de la Audiencia descubrieron la “rebelión de los indios” en la capital en diciembre de 1666. Desde la perspectiva de las autoridades españolas, cada viajero podía ser sospechoso de portar cartas reservadas, o de ser miembro activo del levantamiento. De allí la minuciosidad de las indagaciones para dar con el paradero de los hijos del curaca.

De los interrogatorios se puede deducir que Joan y Pedro Atahualpa, respectivamente hijo mayor y menor del curaca de Quiquijana, habían llegado a Lima en los primeros meses de 1665 para ver asuntos legales de su pueblo y también habían conseguido “algunas provisiones” de las autoridades. Habían estado viviendo en una casa situada en la esquina del “tambo de la Guaquilla”, propiedad de un “mulato gordo” residente en la capital. Partieron de Lima rumbo a su tierra, en el área del Cusco, aparentemente llamados por su progenitor. En el Camino Real, a la altura del tambo de Picoy, se encontraron en una disyuntiva. Los viajeros creyeron haber escogido correctamente el camino hacia el Cusco, pero la realidad era que, desde el citado tambo, habían tomado la vía hacia Huancavelica. Cuando se percataron de ello, volvieron sobre sus pasos. Los jóvenes viajaban en compañía de un servidor llamado Augustín Condori, indio natural del pueblo de Acos, de la provincia de Quiquijana, quien estaba enfermo. Este personaje declaró que “su curaca” era Sebastián Tito Condemayta Inga, presunto padre de los jóvenes Joan y Pedro. Precisamente cuando el grupo llegó al paraje de Dos Cruces, hacia los primeros días de enero de 1667, a Augustín Condori le “apretó la enfermedad” y se vio obligado a separarse de los hijos del curaca, que continuaron solos su camino, en dirección hacia “Guamanga o Chinchero”, puntos previos antes de su destino final en el área del Cusco.

Ayudado por un “mulato mayordomo” y por otro hombre, que se apiadaron de él, Augustín Condori fue llevado al molino de Diego de Figueredo, en el área de Huancavelica. Su presencia fue detectada allí por el gobernador y el teniente de Huancavelica, quienes ordenaron apresarlo para ser llevado ante ellos el 11 de enero de 1667. En el expediente, las autoridades españolas señalaron que sabían que el indio enfermo había estado acompañando a otros dos que “pasaron a toda prisa a las partes de arriba”, en alusión a los hijos del curaca de Quiquijana. Iniciaron así un expediente para averiguar si el grupo había tenido algo que ver “en el tratado que tenían hecho los indios de Lima, o si iban a hacer algunas diligencias tocantes a la conjuración”. Augustín Condori declaró no saber nada de las alteraciones de Lima y únicamente comentó que había oído hablar a los hijos del curaca de Quiquijana, en el Baratillo (o mercado) de Lima, sobre el rumor de que los indios serían pronto esclavizados, “herrados” en el rostro y vendidos, y que los hermanos Atahualpa habrían escuchado esto “junto a las casas del Cabildo”. Los interrogatorios se interrumpieron por la enfermedad del sospechoso.

El 14 de enero, el alférez Ignacio de Arroyo y Francisco de Córdova, “soldados de la guarda de a caballo” llegaron a Huancavelica y señalaron al gobernador que tenían orden “del real gobierno para llevar a Lima a todos los indios que de un mes a esta parte hubiesen salido de dicha ciudad”. Sabían de un indio enfermo que se encontraba preso, que había sido hallado en un molino cerca, en alusión a Augustín Condori. Una vez identificado, pidieron que les fuera entregado para cumplir así con la orden superior. No obstante, al día siguiente, el médico cirujano del hospital real de la villa de Huancavelica, Joan de la Torre, opinó que, debido a su deplorable estado de salud, Augustín Condori corría el riesgo de perder la vida si emprendía el viaje a Lima. Ante esta situación, el gobernador de Huancavelica ordenó remitir a Lima un testimonio escrito con sus indagaciones y dispuso que Augustín Condori fuera retenido preso, aunque con cuidados médicos. Asimismo, escribió al corregidor de la provincia de Huanta, Martín de Ilzarbe, para proceder a ubicar y detener a los hermanos Atahualpa. El corregidor cumplió su cometido, pero remitió desde Huanta a Huancavelica únicamente a Joan, por estar Pedro “enfermo con riesgo de la vida”.

Joan Atahualpa fue presentado al gobernador y al teniente de Huancavelica el 29 de enero de 1667. Negó tener conocimiento de las alteraciones de Lima y también que hubiera sabido del rumor sobre la esclavización de los indios. Comentó que en el tiempo que había estado en Lima (en calidad de “indio forastero y sin amigos”) desde los primeros meses de 1665, había estado ocho meses enfermo en el hospital de Santa Ana, y que después había ido a trabajar y a recuperarse a la chacra que Joseph Rubio arrendaba en Guanchiguaylas a las monjas de la Encarnación. Declaró haber obtenido “provisiones” para su pueblo y que los trámites pendientes quedaban en manos del “protector fiscal y de su agente Isidro Manrique”. Careado posteriormente con Juan Atahualpa, el enfermo Augustín Condori cambió su versión y dijo que no había oído hablar de la esclavización de los indios al hijo del curaca, sino a “otros indios forasteros” en Lima. El 31 de enero de 1667, el médico cirujano del hospital real opinó que la enfermedad Augustín Condori iba “cogiendo fuerza y empeorando”. Ante esta situación, las autoridades lo pusieron “en depósito” en el hospital a cargo de fray Joan López, padre prior de dicha institución.

Aquí se detiene el expediente.

El misterioso Lucas Pariacho Poma

El tercer expediente es una causa al indio Lucas Pariacho Poma. Comienza el 15 de febrero de 1667, bruscamente, cuando este personaje se encontraba ya preso en la cárcel real de Huancavelica. La ausencia en el documento de una parte donde Lucas Pariacho declare su identidad, hace sospechar que el texto está incompleto en su parte inicial. En la fecha indicada, el gobernador Moreto de Espinoza declaró que el personaje en cuestión había estado previamente preso en el pueblo de Huando, donde aparentemente había comenzado su detención. Después, había sido llevado a Huancavelica. Moreto señaló que había escrito a Cristobal Nauencopa, alcalde ordinario del pueblo de Huando, “hiciese diligencia para saber de dónde vino [Lucas Pariacho Poma] a dicho pueblo, y si vino de la ciudad de Lima”. Luego de una barroca y sumisa introducción (“…ha sido mucha suerte gozar de su buena salud de vuesamerced la cual aumente el cielo, como este su menor criado de vuesamerced pido y es menester para mi amparo”), Nauencopa había respondido por carta al gobernador diciéndole que, en todo el tiempo en que había permanecido en Huando antes de su captura, Lucas Pariacho Poma había declarado que “venía de Lima”, aunque sin haber precisado cuándo había salido de allí. Por otro lado, Nauencopa comentó haber hallado “entre las estampas del preso” una carta “de su tierra”, que remitía adjunta a su misiva al gobernador.

Se trataba de la carta que un tío de Lucas Pariacho Poma, de nombre Francisco Cáceres, le había dirigido desde el pueblo de Pusillan (¿en el hinterland arequipeño?), con fecha 13 de septiembre de 1664. La carta, presentada en original, tenía al menos dos partes rotas. Cáceres, cacique principal y gobernador de ese pueblo, se dirigía a su sobrino, entonces residente en Lima, quien vivía allí probablemente en calidad de estudiante. Lucas Pariacho Poma, ausente de su pueblo por siete años, se había dirigido previamente a su tío para solicitar a él y a su padre su genealogía, pues quería mostrar en Lima quién era y de quién descendía. Había remitido su carta al pueblo de Pusillan probablemente mediante un “chasque” o cartero de la época, en agosto de ese año. En conjunto, la carta de respuesta de Cáceres, incluida en el expediente (dejando de lado la circunstancia de las extrañas partes rotas), no era un documento subversivo, pero sí tenía un tono abiertamente pesimista y de queja, pues describía la explotación a la que estaban sometidos los habitantes del pueblo de Pusillan a manos del corregidor del área. Con lenguaje elocuente, el tío curaca le decía a su sobrino que no debía pensar en retornar a su pueblo, donde sólo iba a sufrir pobreza.

El 14 de marzo de 1667, llegaron a Huancavelica dos soldados enviados por el maestro de campo Pedro de Garay, corregidor de la provincia de Jauja. Se trataba del cabo Lorenzo de Mesa y del “barrachel de campaña” Pedro de Valenzuela. Venían a recoger a dos presos: el ya citado Lucas Pariacho Poma e Ignacio Callapaguacari (“por otro nombre don Pedro”), para llevarlos a Jauja, aparentemente por orden (o por lo menos con la anuencia) del gobernador de Huancavelica. Los soldados se llevaron también consigo “un testimonio de los autos hechos contra don Ignacio Callapaguancari en siete fojas, y otro testimonio hecho contra Lucas Hacho por otro nombre don Lucas Pariacho Poma en ocho fojas en que van dos cartas originales, la una escrita por don Cristobal Nabincopa alcalde ordinario del pueblo de Guando su fecha en dicho pueblo en doce de febrero desde año de sesenta y siete para el señor gobernador, y otra de don Francisco de Cáceres…” Ambas cartas ya han sido comentadas pero los dos testimonios a Lucas Pariacho e Ignacio Callapaguancari han desaparecido.

¿Dos plateros acusados de hacer “una insignia de las que usaba el inga”? ¿Una corona de plata y coletos de cuero para la rebelión?

Pese a sus pequeñas dimensiones, el cuarto, sexto y séptimo expedientes tienen material suficiente para conocer la esencia de las investigaciones llevadas a cabo por las autoridades españolas. El quinto es apenas un fragmento, lo que hace difícil reconstruir el contexto y el día preciso en que se inicia. Comienza con las declaraciones de un indio, de quien no conocemos su nombre. Por la ubicación de este quinto expediente fragmentario en el documento, la averiguación debe haber ocurrido durante los primeros meses de 1667. La declaración del indio anónimo se refiere, en tono de queja, a la obligación de trabajar “a pesar de tener provisión del gobierno”. En la única parte interesante de este fragmento, el indio es preguntado si conoce a don Gerónimo Lorenzo Limaylla. A ello “respondió que es verdad que le conoce de haber aprendido juntos el oficio (¿?) cuando eran muchachos en Lima y que era principal del valle de Jauja y ahora dicen que está en España…” Limaylla aparece citado en otras fuentes de la época como un curaca de mucho prestigio quien, en efecto, llegó a hacer un viaje a la Península. Se sabe que presentó allí un largo memorial, que hoy se conserva en la Biblioteca del Palacio Real de Madrid. Lo que no queda en absoluto claro es la relación entre Limaylla y la rebelión supuestamente tramada por los indios de Lima.

Los expedientes cuarto y séptimo contienen los interrogatorios -realizados por separado- a los plateros Sebastián Llancan y Fernando Quispialán, ambos naturales del valle de Jauja, que por entonces ejercían su oficio en Huancavelica. Se los acusaba de haber hecho “una insignia de las que usaba el inga”. La declaración de Fernando Quispialán, realizada el 7 de febrero de 1667, es la menos interesante, porque el expediente se interrumpe a poco de haber comenzado. Este personaje declaró que era “natural del pueblo de la Concepción del valle de Jauja, del ayllo Lurin Guanca”, de cincuenta años de edad “poco más o menos” y que era “oficial platero” y había usado dicho oficio en la parroquia de San Cristóbal “de la otra banda del río” de la villa de Huancavelica.

El expediente (cuarto) correspondiente al otro platero está completo y es más detallado. Se inicia, el 9 de febrero de 1667, con la denuncia que realizó la viuda Bernarda de Padilla, moradora en Huancavelica. Ella declaró que habiendo ido a la parroquia de la Ascensión a buscar un platero para reparar un “topo” (alfiler para sostener la manta), había entrado en la casa del indio platero Sebastián Llancan y había observado que éste se encontraba sacando una réplica de una corona de plata de Nuestra Señora de Acobamba. Asimismo, vio que estaba trabajando sobre una planchita de plata del tamaño de una cuartilla de papel con las armas del “Rey nuestro señor”, adornada con una corona y leones. Interrogado por doña Bernarda sobre la naturaleza de este trabajo, Sebastián Llancan le comentó que se la había mandado hacer Francisco “el cantor”, que vivía detrás de la iglesia de la Ascensión y que “en el valle de Jauja todos los indios tienen esta insignia y que era para cuando hubiese guerra ponerla en la bandera y levantarla…”. Sobre la corona, Bernarda de Padilla dijo que el platero le había señalado vagamente que estaba haciendo esta réplica “para Nuestra Señora”.

El mismo 9 de febrero, Sebastián Llancan fue reducido a prisión y conducido ante el gobernador de la villa. Declaró su nombre, oficio y ser asimismo natural del pueblo de Apata en el valle de Jauja, del ayllo Lurin Guanca, casado y de 42 años de edad. Señaló que vivía en la parroquia de la Ascensión, junto a la carnicería. Sobre el trabajo en la plancha de plata, denunciado por la viuda Padilla, dijo que, en efecto, había hecho una “planchita de un yeme de largo” y había esculpido en ella dos leones a los lados, una cruz al medio y una corona encima. También corroboró que el trabajo se lo había mandado hacer Francisco Tenisela, “cantor” que vivía a espaldas de la iglesia de la Ascensión, y que ya se lo había entregado hacía como una semana, o sea a comienzos de febrero de 1667. Cabe recordar que este maestro cantor es el mismo que fue mencionado en el primer expediente. El 29 de enero, había defendido a su amigo Jacinto Bernabé, “el harpero”, señalando que sus declaraciones no tenían valor porque las había realizado estando borracho. Llama la atención que Francisco Tenisela aparezca primero como amigo de un indio acusado de haber hecho declaraciones subversivas y que, pocos días después, aparezca encargando una insignia de plata “para cuando hubiese guerra”. En cuanto a la insignia, el platero indicó saber, por boca de Francisco Tenisela, que eran las “armas” que el Rey les había otorgado a los indios cañaris del valle de Jauja para presentarse ante el gobernador. Señaló también, que Tenisela había añadido que “aquellas armas usaban antiguamente en tiempo de guerra y las tenían los cañares de dicha provincia (de Jauja) y hoy en día las tienen y cuando salen acompañando al corregidor de dicha provincia van con ellas dichos cañares…”. Se sabe que los cañaris descendían de mitimaes norteños, provenientes del actual Ecuador, que habían sido trasplantados en el valle de Jauja por los cuzqueños antes de la llegada de los españoles.

Con relación a la corona de plata de Nuestra Señora de Acobamba, Sebastián Llancan señaló que ella le había sido encargada por las mismas “hermanas de Nuestra Señora de Acobamba” “y que después de tenerla hecha le trajeron otra para que la viese y que se la entregó para que la llevasen al pueblo de Acobamba, presumiblemente para ser usada el día de la fiesta del lugar, que se había llevado a cabo el día 2 de febrero. Dijo haber entregado esta segunda corona a una india llamada Ana Isabel, quien había sido la que se la había mandado hacer.

El expediente concluye aquí, sin ningún interrogatorio a que hubiera sido sometido Francisco Tenisela ni la misteriosa india Ana Isabel.

El sexto expediente comienza señalando que el gobernador Moreto de Espinosa había recibido nuevas de que “un indio curtidor del pueblo de Acoria” había “aderezado muchos pellejos para coletos…” El coleto era un arma defensiva de guerra, que protegía el tórax. El 2 de marzo de 1667, se mandó llevar a la cárcel real de Huancavelica al indio de nombre Juan Pascual Vega. Éste declaró que era natural del Cusco, que había sido criado en el pueblo de Acoria de la provincia de Angaraes y que era ladino en la lengua española y casado con Andrea de Godoy. Indicó que antes de ser curtidor había sido sastre. Negó haber preparado recientemente pellejos para “coletos”, y sólo admitió que, hacía dos años, había hecho uno de vaca “para aprender”, el cual había vendido hacía un año en el tambo de Picoy “a un español arriero del Cusco”. Concluyó diciendo que normalmente curtía suelas para sustentarse, en “muy poca cantidad”.

El expediente se detiene allí.

Apreciaciones generales

¿Esclavos indios?

¿Surge alguna evidencia, o al menos algún indicio, sobre el origen de todas estas conmociones, desde el tiempo del descubrimiento del complot en Lima el 16 de diciembre de 1666? En la averiguación referida a los hijos del curaca de Quiquijana, se puede apreciar que por entonces se había difundido un rumor entre las poblaciones andinas –que aparentemente no tenía base- sobre la inminente esclavización de los indios. En palabras de la época, ello quería decir que los indios iban a ser “herrados en el rostro”, como lo eran entonces los esclavos negros. Esta expresión podría referirse a la infamante condición de ser marcados en la cara con un hierro al rojo vivo y de convertirse en mercancías humanas, como lo habían sido los indios de las Antillas. Como hemos visto, el mencionado Augustín Condori declaró que, estando en el Baratillo de Lima, había oído decir a los hijos del curaca de Quiquijana que ellos, a su vez, “habían oído decir que habrán de herrar a los indios y los habían de vender y que lo habían oído junto a las casas de Cabildo de Lima y que no sabe si lo oyeron a españoles o a indios…”. Es probable que este rumor haya sido la fuente de una suerte de temor colectivo en el seno de las poblaciones indias, que estaban interconectadas en todo el vasto espacio del Virreinato por mecanismos de difusión oral., o por medio de cartas, en el caso de los indios letrados.

La amenaza de los indios nobles

¿Temían los españoles un levantamiento que hubiera sido organizado y dirigido por los indios nobles (curacas), particularmente aquellos descendientes de los incas? Sus acciones y sus minuciosas pesquisas parecen sugerirlo así. Más interesante aún es constatar el orgullo que los propios curacas parecen haber tenido sobre su status dentro de la sociedad indígena. En la carta, ya mencionada, fechada el 13 de septiembre de 1664, suscrita por Francisco de Cáceres, “cacique principal y gobernador” del pueblo de Pusillan (en el valle de Puquisillani, ¿del espacio arequipeño?), éste le recomienda a su sobrino Lucas Pariacho Poma, que “no te acompañes con malas compañías y dar gusto a vuestro maestro o con quien estuvieres y hablar a derechas y ser cortesano”, porque “todo eso debe hacer uno siendo noble…” Como se dijo en otro pasaje de este estudio, el sobrino, entonces residente en Lima quizá en calidad de estudiante, había pedido a su tío ayuda para que su padre le remitiese su “filigaçion” (¿filiación genealógica?). Ante este pedido, el curaca Cáceres le respondió que cuando su padre (quien había ido a Potosí “a cobrar el tributo de Su Magestad”) retornara, “se hará la filiación yo también iré al pueblo a hacer diligencias y conque firmaremos y firmarán todos los principales y declararán quién(es) fueron nuestros abuelos; con eso no te harán molestias ninguna nadie y sabrán quién eres…” En otras palabras, Luchas Pariacho Poma, que era presuntamente molestado en Lima por su condición de indio, deseaba exhibir una genealogía donde constara su condición de noble.

¿Viviendo en medio de una epidemia mortal?

Por otro lado, a juzgar por el documento de Huancavelica, algunos de los indios procesados estaban enfermos de gravedad, o lo habían estado en un pasado reciente. En su declaración, Joan Atahualpa llega a decir a sus interrogadores que “es de edad de veinte o veinte y un años aunque parece de más por estar con las enfermedades y trabajos que ha pasado, avejentado”. En el tiempo en que estuvo en Lima, entre comienzos de 1665 y fines de 1666, Joan llegó a pasar ocho meses en el hospital de indios de Santa Ana de la capital, aquejado por un mal desconocido. Recordemos también que el otro de los hermanos Atahualpa, de nombre Pedro, enfermó en Huanta y no pudo ser conducido preso a Huancavelica para declarar ante el gobernador. En otro pasaje del expediente, es llamado a declarar el médico cirujano del hospital real de la villa de Huancavelica, Joan de la Torre, para certificar si el indio Augustín Condori estaba en condiciones de viajar a Lima. Su respuesta es negativa: la enfermedad era tan grave, que el indio no resistiría el largo viaje. Cabe observar que son los indios los que caen enfermos, no los españoles. También hay que observar que los tres indios antes citados habían salido juntos de Lima en diciembre de 1666, por lo que podría deducirse que se trataba de un mal que golpeaba a los naturales que vivían en la capital, o que el contagio se originaba allí. Lamentablemente, los síntomas del mal (salvo ocasionalmente menciones a “calenturas” o fiebres) no se describen. ¿Estaban los protagonistas de la época, hacia 1666-1667, inmersos en otro ciclo epidémico semejante a los que habían afectado a la población andina desde el tiempo de la Conquista? ¿Habrá sido ésta una causa muy específica del malestar generalizado? ¿O era un asunto limitado a Lima y sin mayores consecuencias?

Malestar social

Aunque sólo se trata de una especie de ventana que permitiría atisbar un todo, una fuente de 1664, ya mencionada, incluida en el expediente, habla de un claro malestar social y económico en cierta área específica del Virreinato. Surge aquí la clásica imagen de la explotación de los indios a manos de los corregidores, o gobernadores de las provincias en el siglo XVII. Como se comentó en otra parte de este texto, la fuente es una carta que el curaca Francisco Cáceres, entonces habitante de un área vinculada a la economía de Arequipa, en el Sur, escribe a su sobrino Lucas Pariacho Poma, que entonces vivía en Lima. El dramatismo de este texto no es en lo absoluto fingido. Se trata de una carta que fue obtenida por las autoridades para probar supuestas actividades subversivas, y que no había sido escrita para ser de conocimiento público. No hay alusiones directas o indirectas a algún levantamiento, pero sí se siente el amargo tono de queja de un curaca sureño orgulloso de sus ancestros, pero también abrumado por el hecho de que todas las casas del pueblo de Pusillan, incluso la suya propia, se encontraban por los suelos, sin nadie quien las mantuviera, debido a la total dedicación de los indios del lugar a las “granjerías” del corregidor. Según la carta, esta situación obligaba al viejo curaca a estar retirado en el valle de Puquisillani. El corregidor “envía a Arequipa por vino y envía a San Antonio a cargar sal, otros van a sacar sal a la laguna de Azángaro; también tiene matanzas de machorra y [a] otros envía a Paucartambo por coca para despachar a Potosí y otros van por harina a Cochabamba también envía a Potosí con carneros de Castilla y el teniente por otra parte, conque no hay quien asista en el pueblo sino las mujeres viejas aunque hubiera dos mil indios no alcanza para tanto trabajo y si no enteramos nosotros para tantos trabajos van los alcaldes y principales; ni gobernador está seguros [sic] porque no hay indios ni alcanza para tantos servicios hasta las viejas que están en el pueblo y viejos; reparte [n] vino para que beban cada botija diez pesos [como] si fueran lleno todavía se puede recibir vienen vacías que no tienen dos pesos de vino conque los pobres viejos no pueden […]; y así los caciques y principales pagan tributo y otros servicios personales de su bolsa y otros tantos servicios que hay en el pueblo conque los principales no tienen para tanto ni para comer ellos no alcanzan porque las haciendas que tenían todo se ha perdido en estas cosas del corregidor tenientes, conque nosotros quisiéramos ir a Chuquisaca o Lima a alcanzar algún provisión para descanso de [los] pobres indios nos vemos tan pobres no tenemos con qué aviarnos y de esta manera está ya perdido el pueblo y así te aviso que no pretendas venir a este pueblo para pasar pobrezas y desdichas: más vale pasar en tierras extrañas…” Además de las denuncias, salta a la vista en esta carta que el pueblo de Pusillan tenía estrecha relación no sólo con Arequipa, sino con el Alto Perú, centro de la economía platera. La expresión “tierras extrañas” se refiere a la ciudad de Lima. En otras palabras, el tío señala que es preferible vivir como forastero que padecer pobreza. De haber sido este malestar común a Pusillan y a la mayor parte de los pueblos del interior, al menos desde 1664, ¿no habrá sido esta situación, aunada a un posible rebrote epidémico, causa suficiente para animar a muchos indios a rebelarse a fines de 1666?

Aspectos de la vida cotidiana

Independientemente de la materia bajo estudio, y como ya debe haber sido advertido, el expediente completo es un rico venero para ilustrar distintos aspectos de la vida cotidiana de la época. La fuente habla igual de la ropa que usaba un hijo de curaca (con “paño de Quito”), que de las brutales prácticas judiciales de la época. En general, este viejo texto escrito en letra procesal encadenada da vida a toda una estampa del Perú del siglo XVII.

Varios de los indios de Huancavelica declararon ser “forasteros” originarios del área de Jauja. Otro indio ya citado, Diego Quispe, declaró vivir en Huancavelica, pero ser “natural de Oropesa provincia de los Aimaraes”. Por su importancia económica, no resulta raro que Huancavelica haya sido entonces una especie de imán para la población indígena de otras áreas. Juan Pascual Vega, indio curtidor ladino en la lengua española, declaró ser natural del Cusco. En términos más generales, esta fuente refuerza la idea de que la población andina se encontraba dispersa y entremezclada, vale decir, fuera de sus regiones y pueblos de indios o “reducciones”. Del expediente parece quedar muy claro que había bastantes indios “forasteros” que vivían en la propia capital limeña. Como suele ocurrir, para dolor de cabeza de las autoridades españolas, la realidad era mucho más rebelde y compleja que la situación ideal promovida y ordenada por las leyes.

Entre los oficios, se mencionan aquéllos tradicionales, como es el caso del “maestro sastre”, del “oficial platero”, del ollero o del curtidor de cueros, pero también aparecen “cantores” y al menos un “harpero”. Estas últimas menciones son lógicas, por la importancia que la música tenía en los rituales barrocos de ese tiempo. También hay un “Gregorio el pintor”, aunque, a decir verdad, no se sabe si era de brocha gorda o de pintura artística. Es curioso también el cuidado que tenían las “parroquias” de indios en el cuidado físico de sus iglesias. El expediente menciona a un tal Joseph de Gobea, como “maestro cantero”, pero no aparece claro si era indio o español.

En cuanto a los asuntos de género, tan en boga hoy en día, la abrumadora mayoría de personajes, ya sean indios, de castas o españoles, es masculina. No hay mujeres citadas directa o indirectamente, salvo los casos de la viuda Bernarda de Padilla (que acusó al indio platero en febrero de 1667 de hacer un emblema de plata “para la guerra”), de las “hermanas” de Nuestra Señora de Acobamba, de una “india Anna Ysabel” (que habrían mandado hacer una “corona” de plata para su Virgen) y de la madre fallecida del indio Diego Quispe (personaje clave del primer expediente), en cuya reunión fúnebre, realizada en una casa particular de Huancavelica, alguien había hablado de una inminente matanza de españoles, menos de una semana antes de que el complot de los indios fuera descubierto en Lima en diciembre de 1666. Bernarda de Padilla es la única mujer de carne y hueso que aparece declarando ante las autoridades.

Queda muy clara la brutal actitud autoritaria de los magistrados y burócratas de entonces (que existía también, por cierto, en la España de la época), amainada por una que otra reacción de caridad cristiana, vinculada a la atención de enfermedades. Tampoco es infrecuente que el protector de los indios se encuentre presente durante los interrogatorios.

También es obvio el exhaustivo y rígido control a que estaban sometidas las poblaciones andinas, que afectaba incluso, como hemos visto, al sector privilegiado de los curacas, o señores étnicos, a quienes también se llama “caciques” (a la manera caribeña). Como se puede ver, este control era ejercido no sólo dentro de los conglomerados urbanos de la época, sino especialmente en todos los tambos y caminos conocidos que vinculaban a Lima con las localidades sureñas del interior.

¿Tenían las autoridades españolas inseguridad y temor?

No se menciona con esas palabras en el texto, pero se percibe entre líneas: a poco más de un siglo de la Conquista, las autoridades virreinales ejercían una supervisión tan firme y completa sobre las viejas poblaciones andinas derrotadas, que ella parecía revelar cierta inseguridad, temor y hasta, quizá, una mala conciencia soterrada. No era de extrañar, porque los blancos eran minoritarios y basaban su autoridad no sólo en sus espadas, picas y arcabuces, o en el aplomo que les daba la conciencia de pertenecer a la civilización dominadora, sino en una deliberada política orientada a dividir a los indios, negros y castas. Y, particularmente, a fragmentar a los distintos sectores indios. Para los españoles, la invocación al Inca era muy peligrosa porque se orientaba en el sentido de la unificación indígena. En el largo plazo, no se equivocaban: más de un siglo después, el símbolo incaico surgiría amenazante tanto en el levantamiento de Túpac Amaru II, como en la posterior insurrección del cacique Pumacahua y de los hermanos Angulo. Ambas conmociones fueron masivas y muy sangrientas. Volviendo al siglo XVII, más en sus gestos y actos que en sus palabras, las autoridades parecían manifestar dudas sobre la propia legitimidad de su dominación sobre la tierra, y mostraban un recelo especial frente a los curacas y sus familias.

Sin embargo, para el levantamiento descubierto en Lima en diciembre de 1666, no se aprecia con precisión si quienes estaban, literalmente, buscando un Inca huido (en este caso, para capturarlo y ejecutarlo) eran solamente las nerviosas autoridades virreinales, o si también lo hacían los integrantes de los pueblos andinos, sólo que en un sentido distinto; vale decir, tratando de hallar algún símbolo o emblema de rebelión que unificara a toda la nación india, cuya feroz división había facilitado tanto la Conquista en el siglo XVI. Pocos años antes, en 1663, en el pueblo de Churín, al noreste de Lima, había ocurrido un suceso singular: hastiados por el trabajo forzado en el obraje local, miles de indios habían rodeado la población al grito de “fuera los españoles de esta tierra, que es de nuestro rey inga”. Pero, en el caso del documento que comentamos, correspondiente a los años 1666-1667, no hay ni una sola línea que permita siquiera sospechar la existencia explícita, en el seno de las poblaciones andinas, de un sentimiento de renacimiento de la autoridad de los incas. El hecho de que se sienta que algo se está ocultando durante los interrogatorios, no es una prueba para afirmar la existencia objetiva de este sentimiento. De hecho, la fuente de este supuesto reverdecimiento es –en el caso concreto de este documento- más la paranoia de las autoridades virreinales que una esperanza india soterrada o manifiesta.

Armando el rompecabezas

Quedan, no obstante, demasiadas cosas en el aire. El conjunto de toda la documentación referida a estas conmociones (del cual el expediente de Huancavelica es sólo una de las piezas) incluye la mención de al menos dos hijos de curaca de nombre Atahualpa, de un prófugo que se hacía llamar Gabriel Manco Cápac, y de un curaca cusqueño, de nombre Sebastián Tito Condemayta, que descendía de los incas. Con diferencia de pocos años (entre 1656 y 1663), el nombre del inga, o rey inga, había sido invocado en contextos de alteraciones aborígenes en puntos del territorio del Virreinato tan alejados entre sí como el Tucumán y el área de Churín, en la sierra de Lima. Además, para los españoles, la amenaza asociada al nombre “inca” o “inga” (ya sea encarnada en una persona o como símbolo) era muy antigua. En el siglo XVI, Francisco Pizarro había mandado ejecutar al inca Atahualpa. Cuatro décadas después, ante una gran muchedumbre de indios, el virrey Toledo decapitó en el Cusco al primer inca Túpac Amaru. Creyó haber acabado así con la popularidad de los incas, aunque todo hace pensar que el efecto fue precisamente el inverso. A comienzos del siglo XVII, el oidor Juan de Solórzano Pereyra –antecesor relativamente lejano de Moreto de Espinoza en el gobierno de Huancavelica- escribió en su Política Indiana que los indios guardaban secretamente el recuerdo de su Inca.

Volviendo al expediente de Huancavelica, y tocando otros aspectos poco claros, hay, como se ha visto, personajes enfermos como si se estuviera desarrollando entonces una epidemia que se ensañaba particularmente contra los indios y no contra los españoles. Asimismo, corrían rumores de una posible esclavización de las poblaciones andinas y de una inminente –y sangrienta- rebelión contra los españoles protagonizada por los indios. También se hablaba de una alianza de éstos con los negros y mulatos, lo que era particularmente amenazante en una ciudad como Lima, donde el número de los pobladores de origen africano alcanzaba la mitad de la población. En todo caso, la alarma y el nerviosismo de los blancos se perciben a flor de piel. La cacería fue no sólo contra personas concretas, sino que se orientó también a buscar símbolos, como lo atestiguan de manera fehaciente las pesquisas contra los plateros de Huancavelica.

No hemos considerado el momento en sí, en tiempos de un interinato a cargo de la Audiencia, vale decir sin la presencia, la indudable autoridad y el prestigio de un virrey. ¿Podía ser percibida acaso la ausencia de un representante del rey como un vacío de poder, peligroso para las autoridades españolas, pero también propicio para un levantamiento general desde la perspectiva de los curacas descontentos?

Como se dijo antes, hay muchas cosas que hacen ver que había algo grave y de grandes proporciones que escapa hoy a nuestro conocimiento. Lo que sí parece fuera de duda es que, al margen de alguna evidencia de violencia o de rebelión, la imagen idealizada de los incas sí era de uso cotidiano más o menos por ese tiempo: lo patentizan, por ejemplo, esas ilustraciones de época, asociadas a centros de culto católico y a manifestaciones artísticas de los propios indios, donde aparece la sucesión de imágenes de los reyes españoles al lado de las representaciones idealizadas de los incas de la lista tradicional, desde el mítico Manco Cápac hasta el trágico Atahualpa. De todos modos, la idea de los incas estaba allí, flotando en el ambiente, como bien lo expresó -con tanta brillantez- Alberto Flores Galindo.


Historia de un hallazgo documental

Son pocos los papeles que nos permiten reconstruir, en conjunto, los extraños sucesos de 1666 y 1667. Ya hemos mencionado el Diario de Lima de Mogaburu. A esta fuente se añaden documentos dispersos en archivos peruanos y españoles. Desafortunadamente, los autos seguidos en Lima que condujeron a la ejecución de los ocho indios en enero de 1667, no han sido encontrados en ninguna parte. El documento de Huancavelica, ya mencionado, es uno de los pocos que se refieren a las repercusiones de los sucesos de la capital en el interior. Su hallazgo merece ser evocado con algún detalle.

En los primeros meses de 1980, siendo estudiante de Historia en la Universidad Católica, tuve ocasión de hacer un viaje de investigación al departamento de Huancavelica. Esta expedición académica había sido financiada por la Compañía Minera Buenaventura, la cual, por entonces, trabajaba allí los yacimientos de plata de Huachocolpa y Julcani. El nexo entre esta compañía y el grupo de estudiantes que pudieron viajar, fue el profesor de Filosofía Alberto Benavides Ganoza. A su generosidad debimos esta estupenda oportunidad de investigación histórica en el terreno. El grupo llegó a la ciudad de Huancavelica desde el departamento de Junín en el llamado “tren macho” (que tenía que detenerse y tomar impulso en ciertos trechos por lo accidentado del terreno). Huancavelica, la capital, era entonces una localidad esencialmente andina, libre todavía de influencias “modernas”, originadas en la Costa. El departamento era, en general, tierra muy alta con pueblos y activas comunidades andinas, como Anchonga, a cuya localidad llegamos en plena fiesta, con música y colorido. También había poblaciones situadas en zonas bajas y cálidas (como Lircay) y punas donde zorros de ojos brillantes cruzaban los caminos por las noches y donde grandes grupos de auquénidos corrían a la desbandada, al paso de los vehículos, en lo que se nos aparecía –con no poco deslumbramiento- como una especie de imagen emblemática del Perú.

Para nuestra sorpresa, no había entonces en la ciudad de Huancavelica un archivo histórico departamental. Interrogadas sobre la existencia de documentos del Virreinato, las autoridades municipales nos llevaron a un depósito, abrieron su puerta y prendieron la luz. Ante nuestros ojos había decenas de pilas de documentos, casi todos de los siglos XVI y XVII, de muy diferente naturaleza. El hallazgo nos conmovió, porque, junto con las iglesias de piedra de la ciudad, se trataba de restos elocuentes de los años de gloria de la localidad, cuando Huancavelica, la ciudad del mercurio, llegó a ser uno “de los dos ejes del reino”, en palabras del virrey Francisco de Toledo. El otro eje había sido Potosí, y su Cerro Rico de plata, en el Alto Perú.

Retornando al episodio del depósito municipal, recuerdo que me acerqué a la pila de documentos que tenía más cerca, y revisé el primer legajo, que era de naturaleza notarial. El segundo documento era el cuadernillo (de sólo 30 folios) que contenía las averiguaciones que había dirigido el gobernador de la villa de Huancavelica desde enero de 1667, que han sido estudiadas en este trabajo. Bastó leer, bajo la luz tenue de las lámparas, en esa preciosa letra procesal encadenada del siglo XVII, la expresión “se habían de acabar todos los españoles y habían de quedar solo los indios” en el recto del primer folio, para captar inmediatamente la atención. Más de 300 años después de la redacción del documento, diversos hechos, personas e instituciones, que habían permanecido en el olvido durante tanto tiempo, volvían otra vez a la vida.

De vuelta en Lima, el Dr. Franklin Pease, nuestro profesor de Etnohistoria Andina en la Universidad Católica, se interesó mucho por este documento. Tanto, que viajó a Huancavelica y fotografío el material ya ubicado con el objeto de convertirlo en microfilm. A mediados de 1980, me pidió que trascribiera el texto en tres rollos numerados como “4”, “5” y “6”. Una vez concluido el trabajo le devolví los rollos, que todavía deben encontrarse entre sus documentos personales. El recordado Dr. Pease, quien falleció en 1999, utilizó este documento al menos una vez, para un artículo que publicó en una revista quiteña sobre el tema del mesianismo andino. Yo conservé una copia del documento trascrito que, treinta años después, en mis momentos de descanso como cónsul peruano en Buenos Aires, ha servido para preparar estas líneas, que dedico a la memoria de mi maestro.

Para concluir, recuerdo que el Dr. Pease me transmitió una observación sobre el número del año en que fue descubierta la conjuración de los indios de Lima, que hasta ahora me intriga: ¿no habrá sido 1666, con su repetición de tres veces seis, objeto de alguna creencia de tipo cabalístico, o incluso apocalíptica y diabólica, que haya predispuesto a los indios a conjurar y a los españoles a estar en guardia? ¿Será necesario acudir a algún Umberto Eco o a algún otro gran erudito que nos aclare este asunto? Teniendo en cuenta que estamos hablando de la era barroca, y de acuerdo con la mentalidad de la época, ¿no habrá estado el demonio Mantelillos asomando su pícaro rostro sobre el escenario e influyendo sobre todo sin que nos hayamos dado cuenta? ¿No creían acaso algunos indios de Huancavelica que el mismo diablo había desembarcado en el puerto de Pisco a fines de ese enigmático año 1666?

Buenos Aires, 19 de mayo de 2010

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Mi abuela Rosaura

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Mi abuela Rosaura

A juzgar por muchas fotos antiguas, mi abuela celendina Rosaura Sánchez Horna fue en su juventud una mujer distinguida y hermosa. Y también muy especial, y de extraño magnetismo con los animales, al menos si nos atenemos a un viejo recuerdo familiar que conserva mi hermano Carlos (y que a mí se me ha borrado totalmente) que la muestra recibiendo a su azor de garras afiladas en su brazo sin protección, cuando le daba de comer, luego de llamarlo haciendo sonar el cuchillo en una roca. No obstante, si no hubiera sido por su eterno vestido de luto, y por una cierta dureza que muy rara vez asomaba en su rostro, yo la recordaría como lo más parecido a la abuela de un cuento, siempre llena de cariño. Es la imagen del retrato que le hizo el fotógrafo Pestana, con su delicado cabello ya esencialmente cano, con una mirada tranquila aunque desbordando fuerte y definida personalidad. Y como a punto de esbozar una sonrisa.

De todos mis abuelos, es de Rosaura de quien tengo menos noticias sobre sus antepasados. Su partida de bautismo, firmada y rubricada por Juan de D. Pereyra, dice lo siguiente: “María Rosaura Sánchez, hija legítima de Wenceslao Sánchez y de Lucía Horna, de raza blanca, bautizada por el párroco Fidel Chávez. Fueron sus padrinos don Tomás Horna y doña Manuela Castañeda, bautizada el 1 de marzo de 1889, de un día de nacida”. No lo dice, pero la fecha tópica debe ser el pueblo de Celendín, en Cajamarca. Mi padre fue el último de sus siete hijos y, consecuentemente, la distancia cronológica entre ella y yo fue siempre grande. Desde temprana edad, yo sabía que el único pariente vivo de mi abuela era su hermano Eleuterio, pianista y músico aficionado y autodidacto, a quien por cierto yo jamás conocí. Él casi nunca visitaba a su hermana, seguramente debido a su ancianidad. No hubo tíos o primos Sánchez u Hornas que enriquecieran con sus relatos la historia de esa rama de la familia. Entre los pocos recuerdos que ella transmitió se encuentra el de su matrimonio a los quince años con mi abuelo Emiliano (que entonces tenía diecisiete), que ocurrió en 1904. También el de los ataques de hordas de bandoleros sobre Celendín, su pueblo natal de la sierra cajamarquina, que probablemente ella misma presenció cuando era una niña de menos de diez años, a fines del siglo XIX. Y nada más, como si el tiempo se hubiera tragado la memoria de sus ancestros.

Su recuerdo está íntimamente asociado a la casa que habitó hasta su muerte en Lima, en el barrio de Breña. Mi abuelo Emiliano Pereyra Muñoz la había comprado en tiempos del presidente Leguía, cuando se estableció temporalmente en la capital para ser congresista por Cajamarca. (Una vez encontré en uno de los rincones de esa casa, totalmente apolillada, una inmensa fotografía de Augusto B. Leguía, que evidentemente correspondía a los tiempos de la Patria Nueva y de exaltación del gobernante.) No sé si esté recordando bien, pero creo que mi padre nació precisamente en esa casa, en 1929, a diferencia de sus siete hermanos, que lo hicieron en Cajamarca, donde mi abuelo tenía sus negocios.

De la casa de Breña recuerdo vivamente su gran puerta de madera de dos hojas, su amplio pasillo de entrada, el altísimo techo y sus bonitos decorados. Y también (no sé por qué la memoria es selectiva) me viene a la mente la copia en color de un cuadro europeo que bien podría haber llevado por título “La Oración del Campesino al Amanecer”, así como una fotografía con marco de madera, en blanco y negro (y discretamente coloreada), de mi decimonónico bisabuelo Juan Pereyra, de vago parecido con mi padre, con su ceño fruncido y con amplísimo mostacho (¿qué será de ese retrato?). De niño, cuando todavía vivían mis dos abuelos paternos en esa casa tan grande, me llamaba mucho la atención el escritorio de mi abuelo Emiliano, con ventana corrediza, donde, a pesar del paso de los años, veo en mi memoria facturas, proformas y algo así como el aura ya casi desvanecida de una intensa actividad mercantil. Aunque yo conocí a mis abuelos en plena era psicodélica y de los astronautas, a fines de la década de 1960, se habría podido decir -ahora lo veo con claridad- que el tiempo se había congelado en esa casa en los años treinta, cuarenta o cincuenta, en un tiempo que aparecía mejor y más estable.

Mi abuelo Emiliano era un hombre sumamente serio, notoriamente meticuloso y (creo) bastante melancólico. Alguien me dijo una vez que no volvió a sonreír de veras desde que su hijo (mi tío) Héctor, el único de los hermanos Pereyra Sánchez que heredó su vocación empresarial, murió en Cajamarca de meningitis en 1935. Conservo, entre mis papeles, el ejemplar -ya amarillento- de un periódico cajamarquino de la época, en cuyo editorial mi abuelo recuerda a su hijo Héctor, al cumplirse un mes del fallecimiento. Aunque, ciertamente, las horas de gloria de mi abuelo ya habían pasado cuando yo lo traté, no dejo de evocarlo, en los años sesenta, en la fábrica de helados que tenía no lejos de su casa de Breña, donde todo era ruido y actividad (como debió ser en la Revolución Industrial), y en cuyo patio se amontonaban decenas y decenas de triciclos repartidores (que infructuosamente, por la excesiva distancia entre asiento y pedales, intentábamos manejar con mi hermano). En el interior de la fábrica, veo a mi abuela Rosaura haciendo, incesantemente, canutos y canutos de monedas, y riéndose cada vez que la mirábamos con ojos curiosos mi hermano y yo. Veo también, en el ambiente de esa casa de Breña, las honras fúnebres de mi abuelo, que se realizaron a fines de la década de 1960: mi abuela de negro en el centro de la sala con sus hijas Susana, Irene y Consuelo, y con parientes mujeres, también de negro, junto a ella, apretujadas una junto a la otra, como dándose apoyo mutuamente; la última imagen de mi abuelo Emiliano en su féretro rodeado de flores y de cirios ardientes; los impecables cargadores de la funeraria Guimet; hombres con sombrero de ala ancha como en los años cuarenta; un mar de acentos, voces y modismos cajamarquinos. Se me aparece claramente la salida del féretro de la casa de Breña y la llegada al cementerio de La Planicie.

A partir de entonces, hasta su muerte en 1978, mi abuela vivió en la casa de Breña en compañía de mi tía Consuelo y de su familia. Los domingos, mi padre, mi hermano y yo la visitábamos por la tarde. De esa época, que coincide en gran parte con mis años de la Secundaria y los primeros de la Universidad, datan los recuerdos más intensos y detallados que guardo de ella: mi abuela abriendo botellas de vidrio de Inca Kola en el comedor de la casa que nos ofrecía con un “¿quieren una soda?” ; mi abuela y su loro hablador que una vez estuvo a punto de perecer ahogado en la tina que -por alguna razón que a mí me parecía inexplicable- estaba siempre llena de agua; mi abuela y su pequeño mono selvático que se le subía al hombro; mi abuela rezando incesantemente -no sé por qué siempre en la oscuridad- echada en su gigantesca cama de impresionante cabecera y pies de bronce, de donde colgaban infinidad de relicarios, medallitas, rosarios, estampitas y hasta un cilicio de penitente, que parecían provenir de un tiempo remoto, incluso anterior a ella. Mi abuela sacando cosas rarísimas de baúles antiquísimos -sobre todo de uno de ellos- de donde alguna vez salió un fuete de gamonal, un revólver Colt y una pistola automática belga todavía utilizables, imágenes en bulto de santos probablemente virreinales, una muela fosilizada de mamut encontrada a la vera de un río de Celendín, cadenas de oro, anillos, la primera moneda de la República (un cuartillo de bronce) y godos (monedas de plata) de la época colonial, que alguna vez fueron desenterrados como parte de un tesoro que fue descubierto en la ciudad de Cajamarca. Y también, por cierto, mi abuela agonizando, dando a plenitud sus últimos respiros, en la misma cama gigantesca junto a mi padre sollozando inconsolable.

Pero sin lugar a dudas, y por alguna razón que desconozco, guardo de ella una imagen que se me aparece de modo recurrente y que se asocia a nuestra partida cada vez que la visitábamos los domingos. Ni bien mi padre arrancaba, mi hermano y yo nos arrodillábamos en el asiento trasero de nuestro automóvil y la veíamos a través de la ventana: mi abuela, vestida siempre de negro, con sus grandes anteojos de marco metálico, con sus aretes, y con sus hermosos cabellos cenizos recogidos, aparece en la puerta de su casa de Breña, con una sonrisa y un rostro absolutamente serenos y equilibrados, sin la menor traza de euforia o de tristeza, haciéndonos adiós con su mano derecha.

Nueva York, octubre de 2007

(Publicado en la revista electrónica Celendín, pueblo mágico, con dirección: http://celendin.free.fr/PuebloMagico/page15/page101/page101.html.
A raíz de su publicación, por lo menos un pariente cercano de mi abuela Rosaura se puso en comunicación conmigo para darme noticias –hasta ese momento desconocidas por mí- sobre los ancestros de la rama familiar Sánchez)
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Entrevista sobre el libro ANDRÉS A. CÁCERES Y LA CAMPAÑA DE LA BREÑA

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Entrevista sobre el libro ANDRÉS A. CÁCERES Y LA CAMPAÑA DE LA BREÑA

El libro Andrés A. Cáceres y la Campaña de la Breña (1882-1883), del historiador y diplomático Hugo Pereyra Plasencia, es el resultado de haber obtenido el primer premio en el área de humanidades (categoría maestría) del I Concurso Nacional de Tesis de Maestría y Doctorado que convocó la Asamblea Nacional de Rectores (ANR) en el 2006, con el trabajo Una aproximación política, social y cultural a la figura de Andrés A. Cáceres entre 1882 y 1883.

Conversamos con él para conocer un poco más del recordado “Brujo de los Andes”.

–Su atracción por la figura de Cáceres proviene desde muy pequeño…

Viene de los relatos que escuchaba en la infancia por parte de mi madre, quien era profesora de colegio. Y este interés crece a partir de la lectura de las “Memorias” de Cáceres, que publicó Milla Batres en 1973. Este libro representa el punto de partida de mi obra.

– ¿Qué fue lo quería conocer acerca de él?

El origen del trabajo fue muy modesto, lo que quería saber es qué era lo que pensaba Cáceres en el momento del combate de Pucará o en el momento del combate de Marcavalle y así sucesivamente. Las “Memorias” de Cáceres se publicaron treinta años después de que ocurrieron estos hechos y no es una visión al detalle sobre esos momentos. Para conocer su pensamiento preciso había que reconstruir casi día a día esa época a partir de las cartas personales, los oficios, proclamas y documentos firmados por él en esa época aún confusa y oscura.

– ¿Y qué descubrió?

En líneas generales corrobora las “Memorias” de Cáceres, pero éstas suavizan los problemas que debió enfrentar Cáceres para encontrar la unidad del Perú. Problemas que se mencionan, pero que no aparecen con tanta claridad como cuando uno revisa las fuentes primarias. Por ejemplo, los odios entre los partidos políticos de la época, los cuales son inconcebibles para los parámetros actuales.

– ¿Qué representa Cáceres para el Perú?

Fue el paladín del Perú, Cáceres encarnó al Estado peruano. No fue un caudillo común y corriente. Organizó al Estado y al Ejército peruanos. Tuvo que enfrentarse a los partidos políticos. Él supo confrontar el mosaico cultural y social del país. Cáceres no sólo conocía a los terratenientes serranos sino también a los líderes campesinos. Poseía un conocimiento integral de la sociedad y lo empleó en favor del Estado. Su rol fue siempre integrador.

–De otro lado, ¿qué opinión tiene del momento actual con Chile?

Por mi posición diplomática no puedo hablar ni opinar del tema. Pero sí puedo hablarte desde el tema que estamos tratando: en Cáceres hay que destacar la unidad. Si bien hubo una guerra no hay que poner el acento en los invasores sino en cómo consiguió unirnos en determinado momento. La figura de Cáceres no debe ser utilizada para dividir a los peruanos, porque es un contrasentido con su espíritu, ni tampoco para reavivar viejas rencillas, que bien pueden ser resueltas a través del orden jurídico internacional.

–Finalmente, ¿qué debemos hacer para conseguir esa unidad que no terminó de lograr Cáceres?

Él mismo lo decía: deponer los intereses partidarios y sobre todo caudillistas en función de los intereses profundos del Estado. Y dentro de estos intereses estaba la integración de los campesinos heroicos que lucharon en la guerra a través de de la educación y de una mayor participación en la sociedad. La receta es la misma para esta época, el Perú debe dejar de ser un Estado de caudillos y tenemos que atender el tema de elevar el nivel de vida y la integración de las poblaciones olvidadas.

Tomacini Sinche López

(Entrevista publicada en el diario Expreso, de Lima, el 24 de junio de 2007)
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Nota bibliográfica sobre el libro Corrupt Circles, de Alfonso W. Quiroz Norris

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Nota bibliográfica

Crónicas de Nueva York: a propósito de un libro de Alfonso W. Quiroz sobre la corrupción en la historia del Perú

Hugo Pereyra Plasencia
Pontificia Universidad Católica del Perú

El 14 de noviembre de 2008 asistí a la presentación, en Nueva York, de un nuevo libro de Alfonso W. Quiroz: Corrupt Circles. A History of Unbound Graft in Peru (Washington, D. C., Woodrow Wilson Center Press y Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 2008). Se trata de un estudio de la corrupción en el Perú desde el Virreinato, aunque el corazón del trabajo se ubica en los siglos XIX y XX. Con relación al siglo XIX, el meollo de su condena apunta al Contrato Dreyfus y a Nicolás de Piérola y, con particular claridad, a un señor Torrico que, a juzgar por las fuentes que presenta, parece haberse llevado el premio mayor de los cacos. A Manuel Pardo lo deja muy bien, como un reformista sincero, pero destaca sus dos errores: el estanco y la expropiación salitrera, y por otro lado, su asociación con los (dudosos) bancos de Lima. En relación a lo primero, reitera lo ya sabido, esto es que la política salitrera no sólo no produjo los réditos esperados, sino que nos enemistó con los capitalistas ingleses y chilenos. No avanza más porque su tema no es propiamente la Guerra con Chile.
Lo que me sorprenden son sus comentarios sobre el Contrato Grace. Sin negar prácticas corruptas, lo distingue del Contrato Dreyfus al decir que consiguió, efectivamente, reencauzar económicamente al Perú. No llega a decir que el objetivo consciente del gobierno era conseguir esta meta y sugiere, de modo injusto, que pudo haber sido un efecto inesperado. En el plano de los objetivos conscientes, recarga las tintas en el tema de la corrupción aunque, la verdad, no aporta mayores pruebas. Transcribe, por ejemplo, una carta de Grace en la que pide a su contacto en Nueva York que le envíe “relojes de oro” para premiar a las personas que lo habían ayudado en el Perú. ¿No habrá sido el “oro de Grace” del que hablan algunas fuentes? Si fue así, creo que se trata de asuntos menores, y que, de hecho, el objetivo del Contrato no fue la corrupción en sí, sino la obtención de un logro muy necesario para el país.
En fin, de estas y otras cosas tiene este libro, cuya carátula muestra una imagen de los vladivideos. Mi preocupación principal es que, ante los gringos, el Perú aparece como un país asociado consustancialmente a la corrupción. (¡Como si no hubiera corrupción, y de la grande, también en Estado Unidos!) De hecho, como el mismo autor me lo reconoció, el libro no destaca tanto el tema de los luchadores efectivos contra la corrupción, aparte de los casos loables de Pardo y de Francisco García Calderón.
En los medios académicos de Estados Unidos existe una tendencia a magnificar la corrupción (como si no la hubiera hoy mismo en el mundo desarrollado, como si la crisis financiera actual no lo hubiera reconfirmado), y también a asociarla al militarismo. No digo que esto no haya ocurrido en el Perú y en otras partes, pero, la verdad, no creo que se pueda poner, por ejemplo, en un mismo saco a Cáceres y al mexicano Porfirio Díaz. Ocasionalmente, el libro de Quiroz tiene puntos de contacto con esa tendencia.
Quiroz utiliza muchísimos reportes diplomáticos españoles, británicos y franceses, pero les da excesiva importancia. Francamente, no creo que los diplomáticos extranjeros lo hayan sabido todo. Más interesante es la utilización del diario manuscrito completo de Witt, que parece habérselo facilitado la señora Garland. Por otro lado, los epistolarios son un material estupendo. De hecho, el autor los utiliza. Habría sido útil compulsar fuentes periodísticas de partidos opuestos. De ese roce, a veces, brota la verdad.
En cuanto al siglo XX, al margen de su posición política de extrema izquierda, es indudable que Carlos Malpica Silva Santisteban le puso el ojo a más de un pillo. Además, murió enfrentando estrecheces económicas, lo que me consta personalmente. Como él hay varios, en todas las épocas de la Historia del Perú. (Don Guillermo Lohmann habló alguna vez de un oidor al que tuvieron que enterrar de limosna por su rectitud). Creo que Alfonso no los ha destacado como merecen.
Corrupt Circles. A History of Unbound Graft in Peru es un trabajo sólido y notable, producto de un gran esfuerzo de búsqueda de fuentes primarias. Solo la bibliografía tiene casi quinientas entradas. Lo que resalta en la obra de Quiroz es su carácter empírico, en el más noble sentido que se pueda dar a esta palabra. Revela una tendencia a ver las cosas con rigor y detalle. Sufre, no obstante, como he dicho, de algunas magnificaciones y vacíos. Quizá destaca demasiado el papel de González Prada como crítico de la corrupción. Es verdad que este pensador tuvo frases rotundas, pero no vio ni combatió a la corrupción desde el centro del poder, en el trabajo político concreto, como sí la combatieron personajes como García Calderón y Pardo.

(Reseña publicada, con mínimas diferencias, en la revista electrónica Summa Humanitatis, de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Vol 3, Nro. 1, 2009)
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