EL MÉTODO DE LA HISTORIA POLÍTICA

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EL MÉTODO DE LA HISTORIA POLÍTICA
¿Cómo enfrentarse a un tema que se aparece a nuestra vista como un mar de personajes y de fechas? En primer lugar, hay que tener clara la imagen que sobre el particular nos ha transmitido el historiador francés Fernand Braudel: el centro de nuestra atención –el entramado de los acontecimientos políticos– es como la superficie de un océano por debajo de la cual se agitan corrientes gigantescas que son una metáfora de las grandes fuerzas impersonales de la Historia. Entre éstas cabe citar, por ejemplo, en un nivel milenario, factores demográficos, idiomático-culturales y tecnológicos. También, más próximos a los acontecimientos históricos, encontramos elementos, en su mayoría centenarios, como las instituciones políticas de diversa naturaleza, entre las que sobresale su reina: el estado moderno.

He aquí otra idea que nos puede ayudar: los acontecimientos políticos son historia fugaz, mal registrada, y muchas veces no registrada, o con registro perdido (como ocurrió con los mochicas o los nazcas). ¿Dónde radica la diferencia, por un lado, entre un asesinato político o el discurso improvisado de un caudillo y, por otro, un idioma o la tecnología de construir y hacer funcionar molinos y acueductos? Si no hay un periodista, un analista o un simple testigo que las registre, las entidades del primer tipo –los acontecimientos políticos– se desvanecerán en el tiempo. Las entidades del segundo tipo no requieren registro: son estructuras (así las llamaremos) de desgaste lento, tenaces sobrevivientes de plagas, destrucciones, guerras e invasiones, o del simple paso del tiempo. Los contemporáneos raramente hablan de estas estructuras: simplemente las utilizan y las recrean de manera colectiva. A veces conocemos cuáles fueron algunas de las estructuras de un pueblo perdido del pasado –y nos referimos aquí a estructuras físicas– a través del rastro o de las “ruinas” que han llegado hasta el presente. Esto ocurrió con gran parte del saber andino que conocemos hasta nuestros días, reconstruido a partir de aproximaciones arqueológicas. El castellano puede considerarse también como una estructura. En verdad, este idioma es una poderosa herencia espiritual cuyo origen remoto puede rastrearse en la introducción del latín por los romanos en la antigua Hispania.

Lo que hay que tener en claro es que los acontecimientos políticos y las estructuras forman parte de un mismo paquete vital que nosotros abstraemos por razones de comodidad y de análisis. Tenemos que abstraerlos con el objeto de hacer inteligible el pasado. Lo importante es volverlos a integrar en la síntesis que hagamos. Lo ideal es ubicar un acontecimiento político con todo su trasfondo estructural. Aunque se trata de la simplificación de un vasto panorama historiográfico, puede decirse que los grandes maestros del análisis son los franceses. Allí están, para comprobarlo, El Mediterráneo y el Mundo Mediterráneo en la Época de Felipe II, y Civilización Material, Economía y Capitalismo, ambas obras fundamentales del ya citado Braudel, donde la realidad es dividida en niveles –casi disecada– para su mejor observación y estudio. Por otro lado, los maestros de la síntesis y de la narración son probablemente los anglosajones: la secuencia de los acontecimientos políticos aparece siempre fresca e interesante, descrita en toda su complejidad, pero también interpretada y sostenida, a cada paso, por explicaciones estructurales.

También hay que tener presente que las estructuras no sólo tienen un claro rasgo de permanencia, sino mayor fuerza explicativa en el largo plazo. Hay, por ejemplo, una relación entre los movimientos contra la esclavitud realizados en Europa entre los siglos XVIII y XIX (con toda su secuencia de discursos, protestas y otros episodios) y el desarrollo de la industrialización. De muchas formas, la mentalidad cotidiana ha sido acuñada secularmente por la tecnología. La mentalidad también es producto de tradiciones antiquísimas, muchas de las cuales –como las religiones– tienen una fuerza y una resistencia enormes.

Pero tampoco hay que sobrevalorar la observación de las estructuras. Con toda la imperfección que tienen las metáforas y los modelos para expresar la complejidad político-social (integrada por acontecimientos y estructuras), podríamos decir que, si hablamos de un concierto de música, las estructuras serían los intrumentos mismos, en tanto que los acontecimientos políticos estarían representados por la línea melódica. Recurriendo como espacio metafórico al teatro, diríamos que el escenario, la utilería, e incluso la idea de una obra serían las estructuras, mientras que la actuación y, específicamente, el diálogo, representarían los acontecimientos políticos.

Concentrémonos ahora únicamente en nuestro objeto de estudio: los acontecimientos políticos.

El ámbito de la historia política es, por esencia, diacrónico. El discurrir del tiempo es su alma. También es parte de su esencia el poder, vale decir, la capacidad de influir en el rumbo de una persona o de una colectividad. He aquí los dos elementos claves que merecerán nuestra atención privilegiada. La sola ubicación cronológica exacta de dos o más acontecimientos puede contribuir decisivamente a aclarar un tema. Por otro lado, probablemente por su carácter omnipresente y por enraizarse en la naturaleza humana, el poder es, sin duda, el hilo conductor de casi todas las aproximaciones de tipo político: hay relaciones de conflicto, rebelión, cooperación y sumisión tanto entre los miembros de un cabildo eclesiático o de una universidad, como en el seno de instituciones más convencionalmente situadas cerca de la autoridad, como puede ser una audiencia (en el pasado) o un consejo de ministros (en la actualidad).

La forma clásica de expresión de la historia política es la narración. Ella se refiere a la actuación y al peso diferenciado, dentro de una misma trama de acontecimientos, de un número determinado de personajes. En palabras de Lawrence Stone: “Para emplear la terminología de Maquiavelo, no es posible tratar acerca de la virtu ni de la fortuna si no es de una forma narrativa, o incluso anecdótica, ya que la primera es un atributo humano, mientras que la segunda es un accidente feliz o desafortunado” (véase su obra titulada El Pasado y el Presente).

Hay, no obstante, un grave problema: un mismo acontecimiento puede ser descrito e interpretado de manera diversa por distintos registradores (por lo general testigos de época) o interpretadores (por lo general historiadores o reconstructores del pasado). Para salir de este entrampamiento siempre es útil recurrir al viejo principio del positivismo: si dos o más fuentes independientes entre sí tienen una perspectiva similar sobre un mismo acontecimiento, entonces éste tiene muchas posibilidades de ser verdadero. Es cierto que el positivismo se refería casi exclusivamente a la verdad o falsedad de los acontecimientos históricos. Nosotros podemos hacer extensivo este principio de contrastación a las interpretaciones que diferentes observadores independientes puedan tener sobre los procesos mismos. Por ejemplo, cabe contrastar la visión que un agroexportador, un dirigente sindical, un partidario, o un opositor, tenían sobre un mismo proceso: el gobierno de Oscar R. Benavides en la década de 1930. Al margen de la importancia que puede tener el registro de las opiniones discrepantes, y habiendo tenido cuidado previo de escoger fuentes de calidad, es particularmente útil apreciar que todos los observadores estarán de acuerdo en algo, lo que podría ser un interesante punto de partida para encauzar la investigación.

Lo anterior nos conecta con un asunto teórico final, decisivo: la objetividad del investigador. Una cosa es recopilar visiones discrepantes sobre un mismo tema de historia política y otra, muy distinta (y equivocada), es asignar igual validez a cada uno de estos puntos de vista. Siempre se debe tener presente que la realidad político-social tiene, definitivamente, una consistencia objetiva. La lucidez y la calidad del investigador radican, precisamente, en procurar acercarse a la verdad. Este ejercicio, por momentos oscuro en la vida académica pura, es más claro en la actividad de los policy-makers: cuanto más exacta es la información de que se disponga, cuanto más sofisticada y apegada a la esencia del problema es la investigación, tanto más altas son las probabilidades de que una decisión política pueda tomarse correctamente sobre la base del estudio previo. Esta dimensión práctica del análisis político es bastante desconocida en muchos medios académicos, pero bien valdría la pena tenerla en cuenta. Por otro lado, decimos “procurar acercarse” a la verdad ya que, debido a la complejidad de la vida política y social (que es distinta de la complejidad del mundo natural o del ámbito de estudio de las ciencias exactas), se trata de un proceso de esclarecimiento que difícilmente llega a tener fin, entre otras cosas, porque cada generación resalta la parte de la realidad que explica (o justifica) mejor las circunstancias del momento.

Es recomendable seguir el siguiente procedimiento:

1) Tener claridad en la elección del tema (una persona, un acontecimiento, o un grupo de personas y sucesos relacionados dentro de un proceso). También debe haber claridad en el lapso que se quiere estudiar.

2) Establecer una primera versión de la cronología que sea lo más clara, escueta y exacta posible.

3) Acercarse a las fuentes primarias o de investigación en función de las fechas claves fijadas previamente en la cronología. Es preciso ver aquí cómo un mismo acontecimiento suele aparecer descrito en forma distinta, y hasta discrepante, en las diversas fuentes. Sin duda habrá sorpresas (como la que tuvo el autor cuando comparó las versiones peruana, chilena y española del combate del Callao del 2 de mayo de 1866).

4) Ir recopilando fichas de investigación, siempre en función de los hechos consignados en la cronología. No está demás decir que una ficha tiene tres partes: el título (por lo general en letras mayúsculas), su parte medular o central (cita textual o información no textual pero sí exacta). Y, abajo: la fuente simplificada (apellido del autor, una o dos palabras del título de la obra, y la página, si correspondiera). Las fichas pueden alimentarse de fuentes primarias (artículos de períodicos, documentos antiguos impresos o manuscritos, libros antiguos, testimonios orales, etc.); o de libros o artículos de investigación recientes. En el caso de éstos últimos, la acumulación de fichas bibliográficas (con todos los datos, a diferencia de la versión abreviada que aparece en las fichas de investigación) debe hacerse desde el principio. Similares fichas deben hacerse, de la manera más simplificada posible, con las fuentes primarias. Algo crucial: la recopilación de fichas y el afinamiento de la cronología se retroalimentan. Una cosa ilumina a la otra durante todo el proceso de investigación. La idea es tener una cronología cada vez más precisa y pulida.

5) Cuando ya esté avanzada la recopilación y se disponga por lo menos de una ficha por cada uno de los acontecimientos de la cronología (constantemente) depurada, puede procederse a armar un primer esquema tentativo. El esquema se arma planteando preguntas de lo que se está investigando, y poniéndolas después en forma de títulos numerados según jerarquía (título de capítulo, subcapítulos: 1., 1.1, 1.1.1, etc.). El esquema se va perfeccionando poco a poco. De hecho, a medida que se profundiza la investigación, las preguntas (que nutren al esquema) se pueden ir planteando cada vez de manera más clara. Hay preguntas sobre un tema, pero también está la pregunta. Me refiero a lo que será, de aquí en adelante, el faro iluminador de toda la investigación: la hipótesis. La respuesta adelantada a esa pregunta clave, es lo que se quiere demostrar. Esto equivale a sacar a la luz, con la debida fundamentación en las fuentes, lo que estaba oculto y que otros no veían hasta ese momento. Como la cronología, la hipótesis también se depura. La hipótesis raramente aparece clara desde el comienzo. Por lo general se arma y se afina recién en esta etapa de búsqueda avanzada de fichas y de elaboración del esquema. Una hipótesis clara será una poderosa herramienta de orientación para moverse entre las fuentes. Es, en verdad, como avanzar por un cuarto oscuro con una lámpara.

6) También en esta etapa se recomienda ir preparando pequeñas biografías o reseñas de los personajes más importantes. De hecho, las trayectorias particulares, vistas en detalle, pueden iluminar aspectos claves del proceso general bajo observación. Hay que trabajar pensando que los personajes son los protagonistas de esa especie de obra de teatro que es nuestro tema de estudio. No olvidemos que estamos en el campo de la historia política, donde las personalidades individuales suelen tener una influencia muy grande. Recordemos a Aníbal contra Roma, a Churchill durante la Segunda Guerra Mundial, o a Cáceres en la Guerra del Pacífico, por citar sólo unos pocos ejemplos. En general, hay que prestar atención a los personajes que cumplen un papel significativo en la trama que estudiamos.

7) Es muy útil ir seleccionando, a medida que se avanza en el trabajo, los epígrafes más adecuados. Los epígrafes son mucho más que un adorno colocado al comienzo de un trabajo, capítulo o subcapítulo. Son, más bien, un indicador del grado de profundidad de la lectura que hemos hecho de las fuentes, que nos permite, precisamente, escoger fragmentos que son como pequeños universos o nutshells borgianos. Estos epígrafes resumen la idea o el alma de cada pasaje de nuestra investigación. Por ejemplo, la cita anterior de Lawrence Stone podría ser utilizada como epígrafe para un texto referido al valor que tiene la forma historiográfica de tipo narrativo.

8) También es conveniente ir haciendo transcripciones cuidadosas de las principales fuentes primarias. No de todas, sino de las principales. Ello, porque nuestro objetivo es lograr síntesis históricas, y no repetir el loable (aunque mecánico) trabajo que los monjes benedictinos hicieron en el Medioevo, copiando pacientemente los documentos de la Antigüedad griega y romana.

9) Hechas estas digresiones sobre la hipótesis, las biografías, los epígrafes y las transcripciones, el siguiente paso es distribuir las fichas que tengamos según el orden del esquema. Este paso debe darse cuando el esquema ya esté esencialmente afinado y numerado.

10) A partir de aquí, la investigación es como intepretar una obra musical en un órgano con varios teclados: se retroalimetan paralelamente las biografías, la cronología, el apéndice documental y las nuevas fichas (de investigación y bibliográficas). En este punto, las nuevas fichas que se hagan deben incorporarse naturalmente a la sección correspondiente del esquema. Es normal que algunas fichas (producto de nuevos descubrimientos) generen cambios en el esquema. No obstante, si las nuevas incorporaciones de fichas no calzan en el esquema básico, ello será el mejor indicador de que éste último no ha sido bien planteado desde el principio. En este caso, habría que reformularlo.

11) Cuando se sienta que las principales preguntas que dieron origen al esquema son contestadas cada vez que son repasadas las fichas, entonces ha llegado el momento de redactar, siempre tienendo en cuenta, de modo prioritario, lo que se quiere demostrar, la idea central: la hipótesis.

12) Una redacción es siempre perfeccionable. Todos los historiadores y humanistas en general se enfrentan a esta realidad. En la etapa de principiante, lo importante es luchar por tener un texto inicial. No es necesario que ese texto sea una obra maestra, pero sí un encadenamiento lógico de ideas y de respuestas a las preguntas centrales. Si los elementos han sido bien planteados, la humilde redacción inicial, que en verdad es una especie de semilla, tenderá a convertirse en un árbol frondoso.

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