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ANDRÉS A. CÁCERES Y EL RECUERDO NACIONAL DE LA CAMPAÑA DE LA BREÑA

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ANDRÉS A. CÁCERES Y EL RECUERDO NACIONAL DE LA CAMPAÑA DE LA BREÑA
¿Por qué hay todavía en el Perú un recuerdo especial de la Campaña de La Breña? La empresa que una parte de los peruanos de todas las clases sociales emprendieron en la Sierra entre 1881 y 1883 contra los invasores chilenos, partiendo casi de la nada en términos de recursos militares convencionales, además de haber sido sinceramente patriótica, fue un esfuerzo desmesurado y agónico, que tuvo, por momentos, el sentido de una lucha por la supervivencia del país. Si bien nunca existió durante el conflicto, en forma seria, el riesgo de una subyugación permanente del Estado y de la pérdida de su soberanía, ello no quita que muchos peruanos que participaron en el abrumador esfuerzo de la guerra lo hayan sentido así. El Cáceres de La Breña es recordado hasta ahora porque encabezó y dio consistencia, a la vez racional y emotiva, a una resistencia desesperada en la peor hora del país, en su época más oscura y caótica. Muchos años después de los sucesos, los recuerdos no sólo inspiraban emociones heroicas. Cuando volvían a su mente las imágenes de la lucha en la Sierra, el Cáceres anciano derramaba también lágrimas, sobre todo cuando rememoraba la amargura de sus decepciones y a sus compañeros de armas fallecidos. Como aparece en forma tan expresiva en el Diario de Pedro Manuel Rodríguez, fue un tiempo que, además de haber sido sangriento, fue de pobreza, de enfermedades y de precariedad. En escenas que traen a la mente estampas de la Guerra de los Treinta Años o, en forma más próxima, del Paraguay a fines de la Guerra de la Triple Alianza, en el interior había hambre, pueblos destruidos y olor a muerte. “El pueblo de La Oroya ha quedado reducido a cenizas y el puente cortado completamente”, se lee en un oficio suscrito por Cáceres en julio de 1882. Era una frase usual en sus escritos de la época. Debido a este carácter límite de la lucha, y a su sentido defensivo de la nacionalidad, Cáceres fue llamado alguna vez el “Grau de tierra” por Manuel González Prada, y también el “Huáscar de los Andes” por un anónimo cronista de 1886. En la etapa final del conflicto, doblegado por la adversidad, Cáceres fue, en otro sentido, la encarnación de la dignidad en medio del infortunio.
Aunque Cáceres siempre recordó, con una dureza que lindaba con el rencor, el hecho de que muchos peruanos no lo secundaron en su lucha, también es cierto que la Campaña de la Sierra fue una especie de laboratorio del potencial de integración del país. No sólo unió a muchos representantes del mundo urbano o moderno, desde miembros de familias acomodadas hasta pobres de las ciudades, sino que incorporó como un elemento esencial de la lucha a las poblaciones rurales organizadas como guerrilleros. Fue precisamente este rasgo, que tocaba las viejas raíces del Perú, el que dio a la campaña esa personalidad tan especial. La energía y el sacrificio de las poblaciones campesinas fueron vitales durante la campaña, y así lo entendió siempre, con toda claridad, el propio Cáceres. Los campesinos fueron los ojos, los oídos y hasta el sustento de las fuerzas peruanas y de su carismático líder. “No debe V. S. olvidar que la mayor parte de su gente, sobre no tener una verdadera organización militar, son indios armados de lanzas”, se leía en las instrucciones de Patricio Lynch a uno de sus altos oficiales que subían a la Sierra en abril de 1883, refiriéndose a los guerrilleros de Cáceres. Lo que quería decir el jefe militar de la ocupación chilena con estas palabras que traslucían cierta inseguridad, es que no quería oír hablar de repliegues que se justificaran en la presencia amenazante de grandes masas de guerrilleros en los cerros. No obstante, fueron estos mismos “indios armados de lanzas”, auxiliares vitales del Ejército del Centro, los que contuvieron y desconcertaron a los chilenos durante largos meses, hasta el punto de hacerlos concebir la necesidad de una retirada general a la Línea de Sama.
Cáceres amplió mucho el horizonte de ese sector mayoritario de la población peruana. Como se leía en un viejo folleto de 1886: “El General Cáceres había llamado a aquellos campesinos a la vida del patriotismo”. En palabras de Percy Cayo: “Cáceres fue, sin duda, el aliento irreemplazable para esta acción de las montoneras. Reeditando las acciones de guerrilleros que cumplieron hazañas tan singulares en los días de la Independencia, supo contagiar en sus gentes la fuerza incontenible del amor al suelo que se defendía”. El recuerdo que se hace hoy día de esa gesta en el seno de las poblaciones campesinas del Centro revela, en todo caso, que no se trató de una alianza superficial. (Por lo menos hasta el año 1996, la “batalla de Chupaca” de abril de 1882 era dramatizada en esa población: los “guerrilleros”, vestidos con ponchos y armados de rejones, reciben el ataque de los “soldados chilenos” que lucen pantalones rojos y casacas azules. La caballería invasora repite el grito de ataque: “¡Los sables a desenvainar! ¡Por Dios y Santa María, adelante la caballería!”)
Pero podría haber otras razones que expliquen la permanencia del recuerdo de La Breña. Una primera razón se encontraría en el molde casi literario de su trama, que podría ser asimilable al de un antiguo relato de corte épico, pese a que se trata de un encadenamiento de acontecimientos sustentado en las fuentes, y que no ha brotado de la imaginación de ningún autor individual o colectivo. En 1921, Zoila Aurora Cáceres había dicho que la Campaña de la Sierra se había asemejado a “un cuento prodigioso”. ¿Qué rasgos tenía? En primer lugar, la Campaña de la Sierra tiene un formato general de corte épico, con gigantescos escenarios geográficos y grandes masas que actúan en medio de una guerra. Es una historia de combates y de escaramuzas y también de matanzas y de ejecuciones. Pocas escenas son tan dramáticas como la llegada de Cáceres a pueblos andinos donde asomaban las cabezas decapitadas de los soldados chilenos, ensartadas en lanzas. También hay valientes y villanos, lealtades y traiciones.
En segundo lugar, encontramos la imagen de un héroe o paladín en torno al cual gira la trama con todos sus múltiples elementos. El carácter tan poderoso de este rasgo hacía que los observadores de la época intentaran buscar asociaciones con personajes destacados de la historia clásica. Para Pedro Manuel Rodríguez y Daniel de los Heros, que cabalgaron junto con Cáceres en la campaña de Huamachuco, era muy tentador asociar la imagen del caudillo peruano cruzando el paso de Llanganuco al frente de sus tropas atravesando peligrosos desfiladeros con la de Aníbal venciendo los Alpes en medio de un mar de dificultades. No se sabe si Manuel González Prada tomó de esta fuente su propio paralelo de Cáceres con el guerrero cartaginés. En todo caso, lo hizo suyo con sinceridad evidente.
En tercer lugar, se trata de la historia de una lucha agónica, en el límite de la resistencia, llevada a cabo contra fuerzas del mal (siempre en un sentido literario), encarnadas en tropas invasoras que saquean y asesinan a gente que al comienzo aparece como pacífica. Pocos episodios encajan mejor con este rasgo de la historia como la ya mencionada defensa del pueblo de Chupaca, del 19 de abril de 1882, cuando campesinos precariamente armados resistieron hasta la muerte el asalto de la caballería chilena.
En cuarto lugar, es una trama de caídas y resurrecciones, con desenlaces en cada caso especiales e inesperados. Este rasgo de la historia es evidente en la parte correspondiente a la batalla de Huamachuco y a las semanas que siguieron a esta acción de armas, cuando Cáceres estuvo a punto de perecer. Su retorno a la Sierra Central, donde se reencuentra con el entusiasmo casi intacto de sus guerrilleros, es sin duda la imagen viva de un renacimiento.
En quinto lugar, es una historia donde aparecen personajes pintorescos, como los curas vestidos de militares que encabezan a sus feligreses en la lucha contra los chilenos, portando un crucifijo en una mano y esgrimiendo un rejón en la otra. Finalmente habría que mencionar la temática de los afloramientos ancestrales y de las revelaciones, tan visible en esa suerte de reaparición de viejas esencias andinas de raíz guerrera.
Otra razón que podría explicar la permanencia del recuerdo de La Breña es la resistencia que ha tenido la figura de Cáceres, como militar, a los ataques orientados a desprestigiarlo, sustentados sobre todo en consideraciones políticas. En general, aparte del origen social o de la formación educativa, y con una apreciable intuición, la mayoría de la población peruana ha tendido a reconocer un valor nacional, que sin duda fue muy real. Pese a no haber sido un mártir durante la guerra, Cáceres se encuentra en un nivel comparable de estimación popular del que gozan Francisco Bolognesi, Alfonso Ugarte, o incluso el mismo Miguel Grau.
En un plano académico, el valor, el carisma y la popularidad del Cáceres de la Campaña de la Sierra han sido confirmados reiteradamente en casi todas las obras del siglo XX o contemporáneas, tanto chilenas, peruanas, bolivianas como de otras nacionalidades. Sería interesante contar cuántas veces aparece repetido el nombre de Cáceres en la clásica Guerra del Pacífico del historiador chileno Gonzalo Bulnes: seguramente más que el nombre Gorostiaga y quizá no mucho menos que el propio nombre de Lynch. Desde el siglo XX, hay consenso en reconocer la grandeza de Cáceres como militar estratega y héroe patriota.
No obstante, como queda claro cuando se revisan las fuentes, esta certeza a veces nos impide ver que Cáceres tuvo en vida, y posteriormente, muchísimos enemigos y detractores. Permanece hasta la actualidad, pese a todo, como un mito histórico, y podemos intentar acercarnos a él: es el Cáceres épico, montado sobre su caballo de batalla, con el kepís rojo y la espada en la mano; es el brillante y creativo estratega de Tarapacá y de Pucará, que sabe sacar el mejor partido de su infantería india especialista en desfiladeros; es el soldado de las situaciones límite, rodeado siempre por la muerte, combatiendo en primera fila y expuesto al fuego enemigo; es el Cáceres que, en las penosas marchas nocturnas, ilumina a sus hombres con haces de paja encendidos por rutas inverosímiles en medio del frío; es el Cáceres que pasa a caballo vitoreado hasta el delirio por sus guerrilleros, a los que se dirige en quechua; es el caudillo que une bajo la misma bandera roja y blanca al cosmopolita limeño y al rejonero de la puna; es el organizador infatigable que saca ejércitos de la nada; es el Cáceres que pone en aprietos a las guarniciones chilenas de la Sierra; es el Cáceres admirado en silencio por los rasos y por los desertores enemigos que lo llaman El Brujo; es el jinete del prodigioso salto ecuestre de Huamachuco que le salva la vida; es el Cáceres irascible y colérico ante los traidores, pero también conmovido por la fidelidad, la entrega y el sacrificio sin límites de las poblaciones andinas que lo abrigan en la soledad de la derrota; es el ciudadano abatido por las desgracias de su Patria, pero que siempre termina levantándose animado por una prodigiosa fortaleza de carácter.
A la luz de otros casos históricos, éstas bien podrían ser imágenes de corte propagandístico. No obstante, con relación a la trayectoria de Cáceres durante la Campaña de La Breña, hay que decir con toda claridad que el mito se parece mucho a la realidad.
Foto de Hugo Pereyra Plasencia.

DISERTACIÓN DOCTORAL

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Disertación sobre la tesis doctoral en Ciencias Sociales titulada

De guerrero a mandatario: la génesis de Andrés A. Cáceres como personaje político peruano entre 1881 y 1886

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

23 de marzo de 2017

 

Señores doctores miembros del jurado:

Deseo agradecer por su intermedio a las autoridades de esta prestigiosa Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Decana de América, por la oportunidad de defender esta tesis doctoral en Ciencias Sociales (en la especialidad de Historia) titulada De guerrero a mandatario: la génesis de Andrés A. Cáceres como personaje político peruano entre 1881 y 1886.

 

Idea de la tesis

La tesis que aquí se presenta es un estudio biográfico centrado en la figura de Andrés Avelino Cáceres, que busca arrojar luz sobre ciertos aspectos poco investigados de la fase final de la guerra con Chile, de la guerra civil que la sucedió entre 1884 y 1885, y del ascenso de este personaje al poder en 1886. Estos aspectos pueden resumirse en las siguientes interrogantes: ¿Por qué Cáceres, el soldado de la batalla de Tarapacá y de la campaña de La Breña durante la guerra con Chile, ascendió a la presidencia constitucional de la República en 1886? ¿Debemos acaso hablar de dos etapas definidas en la vida de Cáceres como militar y como mandatario o, más bien, de una dimensión como personaje político público que se fue añadiendo a su trayectoria militar desde el tiempo de la guerra internacional?  ¿Cómo y bajo qué circunstancias y ritmos se produjo el paso del Cáceres guerrero al Cáceres presidente? ¿Tuvo o no dotes políticas y una visión de estadista? ¿Manifestó Cáceres una personalidad autoritaria, sedienta de poder, o fue más bien liberal e incluso indigenista?

 

Marco teórico

En términos teóricos, la tesis gira en torno al supuesto de una relativa autonomía del fenómeno del poder frente a los condicionamientos económicos y sociales, así como del peso que el azar suele tener en el decurso histórico.

Al aplicar el primer supuesto a la materia de esta tesis, surgen las siguientes preguntas vinculadas, específicamente, al nacimiento de Cáceres como político en 1884: habiendo sido el ejército y el pueblo “caceristas” un producto único, cuyo origen se explica por las circunstancias de la situación en el Perú entre los años 1883 y 1885, ¿recibieron también este pueblo y este ejército una huella de la personalidad de Cáceres? En otras palabras, ¿habría tenido el pueblo organizado que se alzó contra el régimen del presidente Miguel Iglesias en 1884 características similares en lo que se refiere a su organización y objetivos políticos, de no haber tenido a Cáceres como líder?  Imaginando, en una metáfora, que el caballo es la representación de la fuerza socioeconómica y la política de masas, y que el jinete lo es del líder u operador político individual, ¿es el caballo el que arrastra al jinete en su marcha, o es el jinete el que maneja al caballo, conduciéndolo por una senda específica? ¿Fue, en efecto, grande la influencia que tuvo la voluntad política consciente de Cáceres en el decurso de los acontecimientos históricos de ese tiempo? ¿O hay que prestar más atención a los elementos “estructurales”, que al papel personal desempeñado por Cáceres? ¿Era Cáceres un “agente libre”? ¿O su desempeño estaba limitado y sujeto a las presiones de grupos (como pudieron ser sus aliados civilistas, los militares, o los mismos campesinos organizados como guerrilleros que lo seguían por las serranías)?

Con relación al segundo supuesto (el peso del azar) aplicado esta vez a todo el período 1881-1886, como dijo alguna vez el historiador Jorge Basadre, y antes, con otras palabras, Manuel González Prada, ¿acaso sólo le faltó a Cáceres morir en la batalla de Huamachuco para que su consagración hubiese sido apoteósica, evitando así las llagas de la política que tanto lo marcaron después de la guerra?

En lo que se refiere a la apreciación de los asuntos internacionales (tales como la negociación del Tratado de Ancón o la percepción boliviana de la guerra), el marco teórico es definidamente realista, vale decir, se centra en la identificación de los intereses expresados por los operadores de los estados nacionales enfrentados y en las gestiones de búsqueda de equilibrios para alcanzar la paz, ante la ausencia de un poder supremo que regule estos conflictos en la arena internacional.

 

Organización de la tesis

En cuanto a la organización de la tesis, los tres capítulos que siguen a la Introducción (donde son planteadas las principales preguntas) se refieren, respectivamente, a materias historiográficas, heurísticas y socioculturales que son tratadas bajo un enfoque temático.

Se ha partido del supuesto de que, antes de estar en condiciones de construir una narración, era preciso hacer, en el capítulo dos, una reflexión historiográfica sobre cómo ha sido vista la trayectoria política y militar de Cáceres en diferentes etapas de la historia peruana.

Dado que la mayor parte de los manuscritos originales suscritos por Cáceres se han perdido, resultaba muy importante indagar, en el capítulo tres, si era posible contar con un conjunto apreciable de materiales primarios confiables que hubiesen sido recogidos en otras fuentes, tales  como periódicos de época o libros antiguos.

Era también muy recomendable hacer, en el capítulo cuatro, un retrato de Cáceres como persona social, con énfasis en la reconstrucción de su visión del mundo y de sus valores, distinguiendo lo que compartía con sus contemporáneos de aquellos rasgos de su personalidad que se apartaban de lo que sentían o pensaban otros peruanos de ese tiempo.

El último capítulo, el más largo, es una narración de la trayectoria de Cáceres entre 1881 y 1886 que destaca el contrapunto entre el militar y el político. A la luz de las consideraciones previas de los capítulos dos, tres y cuatro, es evidente que la narración adquiere, con estos enfoques parciales, una dimensión mucho más rica y totalizadora.

 

Fuentes

En cuanto a las fuentes, esta tesis se caracteriza por hacer un uso intensivo (aunque no exclusivo) de materiales primarios, en particular de la mayor parte de los oficios, cartas personales, telegramas, proclamas, declaraciones y discursos que Cáceres suscribió entre marzo de 1881 (cuando se recuperaba de sus heridas en la batalla de Miraflores) y junio de 1886 (cuando ascendió a la presidencia de la República). Este corpus documental se encontraba muy disperso.

De manera deliberada, este trabajo deja de lado la consulta prioritaria de las llamadas Memorias de Cáceres, publicadas inicialmente en 1924, debido a su escasa calidad historiográfica. Más que una autobiografía, las Memorias son una biografía de Cáceres donde resalta de manera desmedida la huella subjetiva de su redactor, el comandante Julio C. Guerrero. Además, su marco cronológico  es muy endeble, fuera de la extrema pobreza de su aparato crítico de fuentes. Guerrero llega al extremo de poner en boca de Cáceres datos sacados de oficios chilenos publicados en la colección Ahumada Moreno. Desde esta perspectiva, el Apéndice Documental de esta tesis, que reúne la mayor parte de los documentos firmados por Cáceres entre 1881 y 1886 constituye, en cierta medida, una especie de alternativa a las Memorias, pues se trata de textos donde Cáceres expresa sus propios pensamientos y percepciones en el tiempo en que ocurrieron. Esta estrategia de utilizar fuentes próximas a los acontecimientos, que no estén teñidas de mitologías ni de sesgos, ha sido inspirada en la lectura del clásico libro del historiador Friedrich Katz sobre Pancho Villa, que fue sugerida por el Dr. Cristóbal Aljovín, asesor de esta tesis.

Además de las fuentes primarias, la tesis abreva, en unos pocos aspectos, de la tradición oral sobre Cáceres, rescatada en ciertos escritos, tales como la poco conocida Exposición de Luis Milón Duarte, el libro sobre la Campaña de la Breña que su hija Zoila Aurora publicó en 1921, y los Recuerdos de su mujer Antonia Moreno, entre los principales.

En cuanto a las grandes obras de investigación que han sido utilizadas como referencia general, en especial para la parte narrativa, hay que mencionar la Historia de la República del Perú de Jorge Basadre y la notable Guerra del Pacífico del historiador chileno Gonzalo Bulnes.

 

Una hipótesis  central sobre el peso de las personalidades y el rol del azar

Sin olvidar los factores estructurales que afectan e influyen a todo proceso histórico, este trabajo defiende el papel crucial que, bajo ciertas condiciones, tienen algunas personalidades individuales con relación al destino de toda una colectividad. El rol de Cáceres en la historia peruana entre 1881 y 1886 corresponde a no dudarlo a uno de estos casos. Tarea difícil resulta la de desentrañar esta materia específica, porque no sólo hay que hacer la reconstrucción procurando ensamblar de manera adecuada al personaje con su tiempo, sino que —como ha señalado el filósofo Edgar Morin— es preciso adentrarse en la complejidad del individuo, que casi siempre resulta difícil de racionalizar en la simplicidad de una sola fórmula.

Podemos sostener, a manera de hipótesis central, que Cáceres fue en su momento una figura y un poder cruciales, quizás insustituibles, que contribuyeron de manera decisiva no sólo a perfilar el desenlace de la guerra internacional, sino también a encarrilar de la mejor manera posible al Perú en el inicio de la reconstrucción.

Por ejemplo, a pesar de su brillo como diplomático, es improbable que José Antonio de Lavalle, el principal negociador del Tratado de Ancón, hubiera conseguido la fórmula del plebiscito para Tacna y Arica (rescatando estos territorios de la venta forzada que exigía el presidente chileno Domingo Santa María) si no hubiera contado con la formidable presión militar de Cáceres en la Sierra aledaña a Lima durante los meses de enero a abril de 1883, cuando el valiente caudillo ayacuchano estaba (en palabras del historiador chileno Gonzalo Bulnes) en el pináculo de su apogeo militar. Lo paradójico es que Cáceres obedecía a un régimen que, de haber capturado (en caso hipotético) a Lavalle o a su presidente Miguel Iglesias, los hubiera fusilado por traidores a la patria. De esta manera, lo que Bulnes denominó alguna vez como el “ofuscamiento de la tenacidad” de Cáceres, terminó teniendo repercusiones inesperadas en el plano de las negociaciones diplomáticas.

Un segundo ejemplo se refiere al rumbo que tomó el Perú del Segundo Militarismo desde 1886, cuando Cáceres tomó el poder. De haber muerto Cáceres en la batalla de Huamachuco es muy poco probable que el primer régimen peruano estable, posterior al conflicto, hubiese tenido un perfil soberano tan definido con relación a temas tales como la defensa del plebiscito contemplado en el Tratado de Ancón para Tacna y Arica ante posibles presiones chilenas para modificar lo pactado, el tratamiento de la (pesada) deuda externa, y la pacificación interna del Perú. Es evidente que el país vencedor en la guerra hubiese preferido un régimen débil como el de Iglesias, con el propósito de influirlo en función de sus intereses. En pocas palabras, Cáceres encarnó un perfil gubernamental enérgico durante la posguerra, que resultó ser fundamental para compensar la debilidad militar y económica del Perú en esos años de pobreza y de inseguridad del Segundo Militarismo. Sin duda, la fortuna (en el sentido clásico y maquiavélico) estuvo al lado del Perú cuando Cáceres salvó ese charco del campo de Huamachuco con un espectacular salto ecuestre de su caballo El Elegante. Ello le permitió sortear la cacería chilena, escapar de la muerte y proyectarse en la vida política peruana.

El frente nacional en la guerra con Chile y en la contienda civil

Esta investigación defiende también que existió una continuidad esencial entre el Cáceres de la campaña de la Sierra durante la guerra internacional, y el de los años 1884-1886, correspondientes en su mayor parte a la contienda civil.

Como ya precisó la historiadora Florencia Mallon, la visión de Cáceres, para efectos militares, consistió en la formación de un frente nacional multiclasista y multiétnico donde tenían cabida tanto el ejército regular, la Iglesia y los terratenientes y comerciantes, como los sectores pobres urbanos y los campesinos.  En el contexto de la dislocación del Estado peruano como consecuencia de las derrotas militares hasta la ocupación de Lima, el elemento esencial de ese frente fueron los campesinos organizados como fuerzas irregulares que, por su conocimiento del terreno, por su número y, sobre todo, por su involucramiento tan claro con la resistencia, fueron un soporte esencial e imprescindible de las fuerzas regulares. La fórmula era clara y se basaba en una estrecha coordinación entre un pequeño ejército regular y el pueblo en armas. Desde esta perspectiva, tan o más importantes que los oficiales profesionales, eran los curas y los alcaldes,  que debían ponerse (en palabras de Cáceres) a la cabeza del “movimiento popular”.

Los referentes históricos que Cáceres tuvo en mente para concebir su frente multiclasista y multiétnico fueron la resistencia de los godos en las montañas de España contra los musulmanes invasores en la Edad Media, y las guerrillas populares en España y en México contra las fuerzas invasoras francesas, respectivamente durante los años 1808-1814 y en 1862-1867. Asimismo, Cáceres tomó en cuenta la desesperada resistencia de los paraguayos en la Guerra de la Triple Alianza contra el Brasil, el Uruguay y la Argentina (1864-1870). Cáceres combinó estos referentes con su conocimiento maestro de las tradiciones culturales andinas, y con las enseñanzas de su propia formación militar, de tipo europeo.

En cuanto al sustento ideológico que Cáceres tuvo a la hora de concebir y poner en práctica la idea del frente nacional, sin duda se apoyó en una visión liberal e incluso indigenista. Ella aparece expresada de manera muy clara en documentos tales como la proclama A los pueblos y  el ejército de su mando, suscrita en Tarma el 27 de julio de 1882, donde señalaba con absoluta claridad que el levantamiento de las poblaciones campesinas entrañaba, según él, “una lección social sin precedente en la historia del Perú”, así como la resolución de “un problema nacional de incalculables trascendencias”, y el anuncio de “un despertamiento general”. Otro documento crucial es la Nota al Honorable Cabildo de Ayacucho de noviembre de 1883, donde Cáceres condena a las “clases directoras de la sociedad” y exalta, por oposición, el heroísmo y la generosidad de los guerrilleros en la fase final de la guerra, sobre quienes gravitaba (en sus palabras)  “en la época de paz los horrores del pauperismo y la ignorancia, y en el de la guerra los sacrificios y la sangre”. Cabe destacar que este indigenismo no se generó durante el conflicto con Chile ni como consecuencia de la influencia de sus ayudantes y secretarios, sino que nació antes de la guerra, por lo menos desde el tiempo en que trabajó como encargado de la prefectura del Cusco en 1878, si no antes, cuando el joven Cáceres optó por la carrera militar y por seguir al caudillo Ramón Castilla en la guerra civil que enfrentó al tarapaqueño contra José Rufino Echenique entre 1854 y 1855. Por otro lado, a lo largo de la guerra internacional, especialmente en 1881 y 1882, Cáceres buscó siempre frenar los esfuerzos de los hacendados del Centro que buscaban recargar en los campesinos las responsabilidades económicas de la defensa nacional.

El frente nacional que Cáceres construyó durante la guerra internacional para enfrentar a las fuerzas chilenas en la Sierra, perduró más adelante, durante la guerra civil de 1884-1885, solo que esta vez con un contenido político “cacerista”.

El cacerismo y la guerra civil de 1884-1885

Cáceres sabía, en su fuero interno, que la contienda civil, iniciada en tiempos del Grito de Montán, en agosto de 1882, iba a escalar en intensidad. ¿Por qué se enfrentó Cáceres a Miguel Iglesias entre 1884 y 1885? Cáceres pensaba que el gobierno de Iglesias tenía demasiados vínculos de dependencia con Chile. A su entender, esta circunstancia debilitaba la soberanía del estado peruano. Ello hacía recomendable que, en la primera mitad de 1884, Iglesias, el caudillo “regenerador”, convocara a elecciones en el marco de la Constitución de 1860. Su negativa a hacerlo hizo recrudecer una sangrienta guerra civil que se prolongó hasta diciembre de 1885.

Hacia la primera mitad de 1884, Cáceres se veía confrontado ante decisiones pragmáticas. El Cáceres político terminó de perfilarse en junio de 1884, cuando decidió reconocer el Tratado de Ancón “como hecho consumado” para evitar dar a los chilenos un pretexto para continuar ocupando el país. Súbitamente, Cáceres pasó así del ámbito de la guerra patria al terreno de las decisiones de política interna. El objetivo de combatir a la invasión extranjera pasaba, pues, a ser reemplazado por los esfuerzos de pacificación y de unidad nacional. Este es el Cáceres que da el paso de autoproclamarse Presidente Provisorio en julio de 1884. Lo hizo en el marco de una enorme presión popular que lo llamaba a actuar, como aparece tan claro en las fuentes primarias, y no por voluntarismo egoísta como tanto se dijo entonces en los círculos pierolistas e iglesistas (y se dice todavía hoy). Lo hizo también luego de haber rechazado previamente, en dos ocasiones, la presidencia de la República: primero, en noviembre de 1881, cuando sus jefes y oficiales de Chosica lo proclamaron en este cargo; y segundo, en octubre de 1883, cuando Lizardo Montero, huido de Arequipa, le encargó el mando supremo mientras tomaba, de manera vergonzosa, un vapor para Bolivia.

Como paso previo a su autoproclamación como Presidente, Cáceres estuvo obligado a tomar medidas para consolidar el movimiento cacerista y prepararse para luchar contra las fuerzas de Iglesias. Entre ellas, figuraba la represión de un importante sector de guerrilleros desbocados que mataban, aterrorizaban y saqueaban a las poblaciones del valle del Mantaro en el contexto de una guerra de castas. Y también una reaproximación a los terratenientes, pese al distanciamiento que Cáceres había tenido con la mayor parte de ellos por su evidente colaboracionismo. No obstante, privilegió su alianza con los líderes guerrilleros que se mostraban dispuestos a continuar encuadrados dentro de la disciplina militar y con los comerciantes y pequeños propietarios blancos y mestizos de los pueblos del Centro.

A juzgar por la evidencia empírica, es muy cuestionable la imagen, acuñada por la historiografía de las décadas de 1970 y 1980, tanto extranjera como peruana, que mostró a Cáceres como un líder que pasó del heroísmo y de la amistad con los campesinos movilizados en la guerra internacional, a un distanciamiento radical con estos mismos guerrilleros, en un giro motivado, supuestamente, por razones egoístas y de ambición de poder. El Cáceres brutal y sanguinario que reprime a campesinos indefensos que antes lo habían ayudado de manera heroica, no es sino una construcción historiográfica acuñada en las décadas de 1970 y 1980, en circunstancias de violenta agitación política universitaria, según los paradigmas entonces de moda. Esta arbitraria suposición sobre el alejamiento de Cáceres de los campesinos no se sostiene por la simple y clara constatación de que, sin el apoyo de sus leales guerrilleros, Cáceres no habría podido ganar la guerra civil de 1884-1885.

Hay que destacar que Cáceres tenía una percepción de lo que era “normal” y estable en la Sierra, según su propia experiencia, además de haber tenido entre sus valores más sólidos un respeto absoluto por el derecho de propiedad. Desde este punto de vista, es irreal imaginarlo como reformador social pro indígena o, peor aún, cuestionarlo por no haberlo sido. Como la mayor parte de los indigenistas de fines del siglo XIX, Cáceres imaginaba una redención de los campesinos por medio de la educación y de su incorporación gradual a la sociedad moderna. Si toleró invasiones de tierras por los comuneros durante la guerra internacional era porque consideraba que la primera prioridad absoluta, en esas circunstancias concretas, era combatir a los chilenos, y que nada debía apartarlo a él ni a sus “breñeros” de ese Norte. Partidos los chilenos, se volvía a la “normalidad” que él conocía. Lo que hay que remarcar es que, en todo el cuerpo documental correspondiente a los años 1881 y 1886 que aquí se ha incluido, no se encuentra ni una sola expresión o frase que revele o sugiera desprecio o doblez, por parte de Cáceres, frente a sus leales guerrilleros campesinos. Por el contrario, la constante es la actitud admirativa hacia ellos, tanto durante la guerra internacional, como en tiempos de la contienda civil.

De manera esporádica en 1883, y de forma mucho más clara en 1884, el cacerismo fue, como ya se dijo, una derivación o consecuencia política de esa suerte de frente nacional que Cáceres había formado desde los días de la guerra de guerrillas en la quebrada de Huarochirí de 1881, y que consolidó en 1882, en el valle del Mantaro, como herramienta militar para combatir la invasión chilena. En efecto, el cacerismo de los años que corrieron entre 1883 y 1886 fue muy heterogéneo. Incluyó a personajes tan disímiles como los millonarios costeños Carlos Elías y César Canevaro, los hacendados serranos José Mercedes Puga y Miguel Lazón, y el varayoq Pedro Pablo Atusparia (protagonista central de un levantamiento, en parte social y en parte cacerista, que tuvo lugar en Ancash, en marzo de 1885).  Fue un amplio movimiento que tuvo muchos partidarios en los medios urbanos y rurales. En cuanto a sus líderes, la sustancia política y social del cacerismo fue, además de la oposición al “chilenismo” iglesista, una especie de liderazgo militar situado a medio camino  -en una zona gris- entre la actividad militar convencional  y el control (o empatía paternalista, según los casos) con relación a los campesinos. Además, los “breñeros” caceristas destacaron siempre, en tiempos del Segundo Militarismo (1884-1895), que nunca se habían rendido a los chilenos.

Al revés de lo que dice otra leyenda sobre Cáceres, en todo el cuerpo de documentos firmados por este personaje incluso desde los tiempos de la suscripción del Tratado de Ancón (octubre de 1883) no existe ninguna alusión pública o confidencial que haya sido hecha por este personaje en el sentido de que su rebeldía ante Iglesias tenía como objeto un futuro desconocimiento formal de este instrumento internacional. De hecho, no lo hizo en sus años como presidente, desde 1886. Por el contrario, como la mayor parte de los peruanos del tiempo del Segundo Militarismo, Cáceres no sólo aceptaba la realidad de este tratado internacional, sino que vivía esperanzado en la realización del plebiscito que iba a decidir, según lo estipulado, la suerte de los territorios de Tacna y Arica.  El Tratado de Ancón no fue la causa profunda de las divergencias entre Cáceres e Iglesias, sino, como se dijo, la creencia del primero  de que el régimen del segundo era muy débil y dependiente frente a Chile.

En conjunto, como se refiere en las conclusiones de esta tesis, el Cáceres de 1884 y 1885 es como un jinete montado sobre un caballo encabritado (que eran las fuerzas políticas opuestas al régimen de Iglesias), que él termina controlando y dirigiendo de forma maestra, como han reconocido todos los que han investigado este proceso, incluso la historiadora Florencia Mallon, pese a las muchas críticas que hace a Cáceres, enfatizando su represión de lo que ella llama, de manera eufemística, “montoneras independientes”.

Palabras finales

Para acabar de una vez con las mitologías sobre Cáceres, y sin negar los graves errores que cometió en su vida como político luego de la guerra civil, este personaje definitivamente no fue, por lo menos en el período 1881-1886, un asesino de guerrilleros, ni tampoco el líder irresponsable y poco realista que buscaba desconocer el Tratado de Ancón. Mucho menos se nos aparece como un caudillo ávido de poder, o despectivo frente a las clases populares, como ocurrió, respectivamente, y de manera tan recurrente, con otros personajes de la historia peruana como el sinuoso Agustín Gamarra y el aristocrático Manuel Ignacio de Vivanco.

Lo que se nos presenta en este tiempo (que fue probablemente el más terrible de la historia peruana en el siglo XIX) es el diestro y carismático soldado que dirigía a un pueblo en armas contra una feroz invasión extranjera, un personaje multidimensional que manejaba los códigos populares andinos y de la elite, y un político que tenía como guía la afirmación de la soberanía nacional y el encauzamiento de la Nación en la senda de la reconstrucción, aun teniendo en cuenta los gigantescos obstáculos que aparecían al frente. Y, quizá, lo más importante de todo: un personaje que tomaba decisiones que muchas veces estaban reñidas con sus intereses personales y que incluso ponían en peligro a su persona y a su familia. Todo ello es muy claro cuando se estudia este proceso a la luz de las fuentes primarias, contrastando la visión de Cáceres con la de sus contemporáneos, al margen de la cizaña y deformación que suele aparecer en las consignas políticas decimonónicas, especialmente las de origen pierolista, e incluso en muchas reconstrucciones historiográficas posteriores, por lo menos hasta la década de 1990.

Finalmente, se considera importante destacar las ventajas que ha otorgado a esta tesis la utilización de una modalidad de expresión y argumentación temática, junto con otra de naturaleza narrativa. Es evidente que ambos enfoques se complementan. Hacemos nuestra la importancia que, con las matizaciones del caso, se ha asignado, y se seguirá asignando en el futuro, a la historia narrativa, todavía de muy escaso desarrollo en nuestro país, pese al enorme acervo de fuentes adecuadas existentes, como pueden ser los periódicos o las cartas personales. Es preciso destacar también que las cambiantes relaciones de poder se entienden mejor desde un enfoque narrativo que desde uno de naturaleza temática.

Muchas gracias, señores miembros del jurado.