PALABRAS DEL MINISTRO HUGO PEREYRA PLASENCIA EN LA CEREMONIA DEL DÍA DE LA RESPUESTA
Arica, 5 de junio de 2015
Muy temprano en la mañana del sábado 5 de junio de 1880, un sargento mayor de artillería fue comisionado por el general Manuel Baquedano, jefe del Ejército de Chile, para transmitir a los defensores de Arica una propuesta de rendición. Se llamaba Juan de la Cruz Salvo, y había avanzado hacia las líneas peruanas llevando una bandera blanca. De acuerdo con los usos de la guerra, Salvo fue conducido vendado a la puerta de la residencia que hoy se conoce como la Casa de la Respuesta. Lo primero que vio cuando se le retiró la venda fue a un veterano de barba blanca que lo trató con mucha dignidad y cortesía. Frente a él se encontraba el coronel Francisco Bolognesi Cervantes, último jefe defensor de la plaza artillada peruana de Arica.
Esta escena ocurría en un contexto dramático: una guarnición de unos 1,600 hombres, integrada en su mayor parte por civiles movilizados, entre ellos muchos tacneños, se preparaba para resistir el asalto de más de 4,000 soldados chilenos, con la moral muy alta, luego de la reciente y reñida victoria de Tacna sobre el ejército de la Alianza peruano—boliviana. El comando chileno pensaba, de modo iluso, que un bombardeo sobre la plaza peruana bastaría para desmoralizar a sus defensores, pero la reacción fue precisamente la inversa. No obstante, esto no quita que se trataba de una situación límite. Las tropas peruanas y su guarnición de artillería se encontraban acorraladas al borde del mar. El viejo puerto peruano de Arica, y el famoso Morro que lo domina, era el último resto del Perú en el Sur, defendido por su también postrero ejército en esa parte del país.
El nudo del Episodio de la Respuesta fue recogido en el parte oficial del coronel Manuel C. de la Torre, jefe del Estado Mayor peruano, suscrito apenas dos días después de la caída de Arica, cuando los acontecimientos todavía estaban frescos en la memoria:
“A las 6 a.m. [del día 5 de junio de 1880] recibió el jefe de la plaza un parlamentario del general en jefe del ejército chileno, por el cual, manifestando una deferencia especial a la enérgica actitud de la plaza, expresaba su deseo de evitar la efusión de sangre, que creía estéril y de ningún resultado práctico para sus defensores, atendida la excesiva superioridad de las fuerzas marítimas y terrestres con que se hacía el asedio.
El jefe de la plaza, previo acuerdo de una junta de los jefes de las fuerzas defensoras, cuya unánime opinión fue consecuente a la determinación adoptada en días anteriores de hacer la defensa hasta el último trance, despidió al parlamentario […] dándole por contestación para su general: que, agradeciendo el acto de deferencia, la determinación de las fuerzas defensoras de Arica era quemar el último cartucho”
Ese mismo día 5 de junio, Bolognesi remitió al prefecto de Arequipa el siguiente telegrama:
“Suspendido por enemigo cañoneo. Parlamentario dijo: General Baquedano por deferencia especial a la enérgica actitud de la plaza desea evitar derramamiento de sangre. Contesté, según acuerdo de jefes: Mi última palabra es quemar el último cartucho. ¡Viva el Perú! Bolognesi”
Un testimonio posterior destaca que el jefe peruano no dejó de consultar a sus jefes, en ese momento tan crucial, sobre las consecuencias de esta decisión. En otras palabras, no deseaba hacer presión, porque su sacrificio, que era el de un militar retirado de 63 años, no era idéntico al de sus hombres, varios de los cuales eran jóvenes e incluso acaudalados. A juicio de Bolognesi, ellos podían emplear su energía en las tareas de reconstrucción del país, sin necesidad de una inmolación. No obstante, este mismo testimonio señala que la posición de resistir fue unánime y condujo a Bolognesi a decir a Salvo:
“Podéis decir al general Baquedano que me siento orgulloso de mis jefes y dispuesto a quemar el último cartucho en defensa de la plaza”
No era el momento de tomar decisiones puramente racionales, sino de generar un símbolo perdurable para las generaciones posteriores. No cabe duda de que Bolognesi y sus hombres —como había pasado poco tiempo antes con Grau y los tripulantes del legendario monitor Huáscar— sentían que ellos encarnaban al Perú en ese momento crítico de su Historia.
Bien dice el coronel de la Torre en su parte que la decisión de resistir adoptada el día 5 de junio no era sino una reiteración de un acuerdo colectivo previo que ya se había tomado. Por otro lado, el espíritu de la famosa respuesta dada por Bolognesi a Salvo ya se anuncia, con caracteres nítidos, en una comunicación que este valiente jefe había dirigido el día anterior, 4 de junio, tanto a almirante Lizardo Montero (quien había sido jefe de las fuerzas peruanas que habían combatido en la batalla de Tacna) como al coronel Segundo Leiva (jefe del ejército de Arequipa):
“Este es el octavo propio que conduce tal vez las últimas palabras de los que sostienen en Arica el honor nacional. No he recibido hasta hoy comunicación alguna que me indique el lugar en que se encuentra ni la determinación que haya tomado. El objeto de este es decir a U.S. que tengo al frente 4,000 enemigos poco más o menos a los cuales cerraré el paso a costa de la vida de todos los defensores de Arica aunque el número de los invasores se duplique. Si U.S. con cualquier fuerza ataca o siquiera jaquea la fuerza enemiga, el triunfo es seguro. Grave, tremenda responsabilidad vendrá sobre U.S. si, por desgracia, no se aprovecha tan segura, tan propicia oportunidad…”
Bolognesi añadía en esta comunicación, en tono firme y casi de advertencia, la siguiente frase: “el Perú entero nos contempla”
¿Quiénes, además de Bolognesi y de Salvo, estuvieron en la sala de la Respuesta? Los testimonios no son absolutamente uniformes, pero es posible afirmar que entre ellos se encontraba el infortunado capitán de navío Juan Guillermo More quien, en una actitud que inspiraba respeto, deseaba hacer alguna acción que compensara la pérdida del navío Independencia que había estado bajo su mando el 21 de mayo de 1879 en el combate naval de Punta Gruesa. También estaba presente el teniente coronel Roque Sáenz Peña, jefe del batallón Iquique, un argentino que—en elocuente solidaridad y protesta contra la guerra declarada por Chile— combatía con uniforme peruano. Otro famoso asistente fue el coronel Alfonso Ugarte Vernal, acaudalado tarapaqueño de poco más de treinta años, jefe de la octava división. El mes anterior, seguramente rodeado de sus soldados uniformados con el clásico lino blanco, característico de las tropas peruanas, se había dado tiempo para escribir una carta a su primo Fermín Vernal, donde le decía: “Aquí en Arica tenemos solamente dos divisiones de nacionales […] Estamos resueltos a resistir con toda la seguridad de ser vencidos, pero es preciso cumplir con el honor y el deber”.
En la sala de la Respuesta se encontraba asimismo el teniente coronel Ramón Zavala, quien, como Ugarte, era un millonario tarapaqueño ahora jefe del batallón Tarapacá y quien había sido esforzado veterano de la victoriosa acción de armas del mismo nombre. En fin, rodeando a Bolognesi, estuvieron los coroneles José Joaquín Inclán (jefe de la séptima división), Justo Arias Aragüez (jefe de los Granaderos de Tacna), Marcelino Varela (jefe de los Artesanos de Tacna), y Mariano E. Bustamante, y los tenientes coroneles Manuel C. de la Torre (ya citado) y Juan Ayllón. Muy probablemente, estuvo el capitán de fragata José Sánchez Lagomarsino (comandante del monitor Manco Cápac) y el teniente coronel trujillano Ricardo O´Donovan (jefe del Estado Mayor de la séptima división). En otras palabras, había entre los jefes defensores de Arica hombres provenientes del Norte, Centro y Sur del país.
De este grupo, y de los demás defensores de Arica, ha dicho el historiador chileno Gonzalo Bulnes, en insólito homenaje: “Estos nombres son dignos del respeto del adversario y de la gratitud de sus conciudadanos […] Bolognesi, More, Ugarte […] fueron los últimos defensores de su Patria”.
Luego de otro bombardeo que fue exitosamente repelido por las baterías peruanas, y de una segunda propuesta de rendición transmitida el 6 por el ingeniero peruano prisionero Teodoro Elmore, el 7 de junio, en la madrugada, se produjo el asalto sobre los parapetos peruanos. Comenzó, de manera imprevista, por los fuertes Ciudadela y del Este, resguardados por la séptima división. En el primero —según referencia del chileno Nicanor Molinare— su bravo jefe, el coronel Arias Aragüez, rehusó rendirse (como había ofrecido ante Bolognesi dos días antes) y atravesó a varios chilenos con su espada antes de caer acribillado a balazos. Además de hacer sentir su número de tres o cuatro contra uno, los chilenos atacaban resueltos destacando sus bayonetas y sus corvos y su ensordecedor chivateo tomado de viejas tradiciones mapuches. Enfurecían a los atacantes no sólo la resistencia tenaz de los defensores sino el estallido de minas que volaban a su paso. Del texto (a veces confuso y contradictorio) de partes y relatos de testigos oculares, se deduce que, antes del postrer y brutal asalto, los últimos defensores se agruparon en la cumbre del mismo Morro de Arica, en torno a Bolognesi, en una plazoleta donde ondeaba la bandera del Perú. Allí, baleados por los rasos chilenos que ingresaban al recinto en medio del desorden, hallaron la muerte el valeroso jefe de la plaza, More y otros jefes que se encontraban junto a él. Unos pocos fueron hechos prisioneros y protegidos por oficiales enemigos que llegaron después. Al pie de la bandera, al declinar el combate, yacía muerto de bala uno de sus últimos defensores, el joven sargento mayor Armando Blondel, con la espada todavía aferrada a su diestra.
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Para concluir, viene al caso hacer una breve reflexión sobre el sentido de la célebre Respuesta de Bolognesi y sobre la herencia que han dejado los héroes de nuestro país.
El término “héroe” ha sido siempre complejo y difícil de definir: puede ser héroe el mismo que, para otros, es simplemente un conquistador abusivo o un sátrapa. Héroe fue en la Antigüedad una persona que, por su extraordinario valor, alcanzaba a tener rasgos de divinidad. En una época más profana, el héroe fue descrito alguna vez como un individuo común y corriente que hacía hazañas extraordinarias en tiempos extraordinarios. Ambas definiciones enfatizan, sin lugar a dudas, el valor y el coraje en tiempos de guerra, pero tienen la limitación de no aludir, o de hacerlo sólo tangencialmente, a la grandeza de espíritu y al desprendimiento que pueden estar detrás de las acciones heroicas, ni tampoco a su valor intrínseco, por encima de banderías de facciones o de nación. A mi juicio (lo que brota también naturalmente de las fuentes), Francisco Bolognesi y sus compañeros defensores de Arica son un símbolo de todas las dimensiones del heroísmo.
Todo es corrección y sentido del deber en este hombre esforzado e íntegro. Bolognesi es una prueba de que nuestro siglo XIX no fue sólo la era de los excesos del guano y del salitre, sino también la cuna de muchos peruanos probos y sacrificados. No olvidemos que los cañones que se usaron en la defensa del Callao del 2 de mayo de 1866 contra la formidable Escuadra Española del Pacífico fueron comprados por Bolognesi. Recordemos también al soldado que, el 27 de noviembre de 1879, en el fondo de la quebrada de Tarapacá, consumido por la fiebre, se levantó impetuoso a dirigir a caballo a sus fuerzas que derrotaron y dispersaron a las tropas invasoras en esa célebre batalla.
Tengo deberes sagrados y los cumpliré hasta quemar el último cartucho. Es obvio que esta breve y rotunda respuesta trasciende la gloria y el heroísmo de su contexto histórico y que se proyecta al presente. De hecho, todos tenemos deberes sagrados, especialmente los empleados públicos, no únicamente en un sentido asociado a la defensa nacional, sino también en un plano cívico, en un contexto de paz, orientado al engrandecimiento y a la modernización del Perú de hoy.
Con relación a la herencia que han dejado nuestros héroes, debo decir que pertenezco a una generación que, en muchos sentidos, y particularmente en el contexto del vertiginoso desarrollo de la información que caracteriza a la Globalización, ha aguzado su sentido crítico frente a la realidad que la circunda. Mi generación ha identificado muchas veces, con lucidez, a falsos (o dudosos) héroes, tanto del presente como del pasado, cuyos nombres no vale la pena repetir aquí. Pero este sentido crítico ha llevado también, a veces, de manera pavorosamente injusta, a barrer, por igual, y sin distinguir, a los falsos héroes y a los verdaderos. Además de las figuras más conocidas de Francisco Bolognesi y Alfonso Ugarte, ¿qué joven de nuestros días conoce detalles de la vida de los demás héroes de Arica? La mayor parte de ellos murieron combatiendo en Arica, espada en mano, o peleando cuerpo a cuerpo a la bayoneta, con una valentía que nos hace recordar a los antiguos romanos del tiempo republicano. La férrea resistencia peruana hace pensar que, quizá, el episodio de Arica deba ser considerado para nosotros como las Termópilas (la épica defensa de los trescientos espartanos contra los persas) lo son para los griegos de hoy. Este olvido ocurre también en los casos más específicos del desdichado marino Juan Guillermo More y del artillero chalaco Adolfo King ¿Saben nuestros hijos que los Artesanos de Tacna, miembros del pueblo laborioso y trabajador, no retrocedieron y perecieron casi todos en su puesto y arma en mano y que —como su nombre lo dice— no eran militares profesionales? Por su sacrificio, por su pureza conmovedora y su desinterés, el Perú les debe un reconocimiento público largamente mayor del que actualmente tienen.
Desde hace apenas dos o tres décadas, y pese a la persistencia de los abismos sociales, hay muchas señales de que, por fin, nuestra Nación comienza a tener un perfil definido, particularmente en el ámbito cultural. La Sierra parece haberse abrazado a la Costa. Los ojos de los peruanos curiosos de conocer lo nuevo ya no están centrados únicamente en el exterior, sino también en el viejo interior serrano y selvático de nuestro país. Productos culturales peruanos han sido ya elevados a un rango de apreciación universal. Y, finalmente, pese a enormes dificultades, parece vislumbrarse un esquema de desarrollo económico y social de largo plazo dentro de una realidad de alternancia de poder.
Esta sociedad bullente, llena de posibilidades, heredera de tantos tesoros culturales, requiere sin duda de símbolos. Y parte importante de estos símbolos son sus héroes. Me refiero a sus héroes auténticos. ¿Qué mejor lección de civismo y de amor por su país es la que cualquier profesor podría dar en las escuelas relatando simplemente a sus alumnos las vidas de estos héroes?
Y mal haríamos si no incluyéramos entre ellos a Bolognesi y a los defensores de Arica, que exaltaron con su sacrificio el sentido del deber. Su legado está condensado en nuestra memoria colectiva en el digno y valiente episodio de la Respuesta, que hoy conmemoramos con respeto y veneración patriótica. Como dice el gran tacneño Jorge Basadre, las palabras de Bolognesi centellearon
“…como el acero arrebatado de un golpe a la vaina. Dijo solo una frase breve y ella quedó viva, callando luego el estrépito del combate y las dianas de la victoria. Flamea como una bandera al viento de la Historia”.
Muchas gracias.