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Carta sobre Bolívar y el Perú

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Querido Carlos:

Con relación a la pregunta que me planteas, debo decirte que, definitivamente, la relación que Simón Bolívar tuvo con el Perú ha sido, hasta la fecha, muy idealizada e incluso deformada.

¿Cuándo ocurrió esta idealización y esta deformación? Es una buena pregunta. Yo creo que este proceso comenzó desde mediados del siglo XIX, cuando los peruanos cometimos la aberración de poner una estatua ecuestre de Bolívar en lo que ahora es la plaza de nuestro Congreso, al calor del llamado “americanismo”. Continuó con las prédicas populistas latinoamericanas de los años 1930 al 50. Me refiero, por ejemplo, al APRA con su visión de Indoamérica y el supuesto rol de Bolívar como antecedente de la integración. Y, finalmente, culminó con las ideologías izquierdistas latinoamericanas de los años 60 al 80, que leyeron a Bolívar casi como si hubiera sido un revolucionario incomprendido del temprano siglo XIX, tal como lo pinta Gabriel García Márquez en su novela El general en su laberinto.

En efecto, fue una idealización y una deformación. Porque si uno acude a las fuentes primarias, vale decir, a los periódicos, a las cartas personales y a los documentos oficiales de esos años de la Independencia, queda muy claro que nosotros los peruanos le caíamos terriblemente antipáticos a Bolívar. Tanto como realistas, como bajo ropaje patriota. Esta antipatía se destila con claridad desde los tiempos de la célebre Carta de Jamaica.

Todo esto, por supuesto, fue complejo y muchas veces no explicitado en los documentos públicos, pero fue real y tuvo raíces concretas.

La revolución de Independencia en el Norte y en el Sur de la América Meridional fue, en verdad, una revuelta contra el centro realista limeño. Los cerebros de ese centro realista fueron, sin duda, mayormente peninsulares, como el virrey Abascal. Pero el común de la gente eran peruanos (y que se llamaban, a sí mismos, peruanos), vale decir, criollos, mestizos, negros e indios. Sólo una parte de ellos tuvieron sentimientos proclives a la Independencia desde el comienzo del proceso, luego de la invasión francesa de España. El grueso, hasta 1824, tuvo el corazón realista. Y la razón era clara: esta población vivía en el núcleo de la América del Sur que había tenido una relación especial con España durante siglos. Esta población llegó a ver a rioplatenses y chilenos y, posteriormente, a los grancolombianos, como invasores depredadores. Es extraordinario constatar el rencor que rioplatenses como Monteagudo o caraqueños como Bolívar tuvieron, desde el comienzo, contra esta suerte de posición privilegiada que había tenido el Perú durante la mayor parte del dominio hispánico.

Esto conecta con la que yo he llamado la idea del Perú como “monstruo peligroso”. Desde las goteras de Charcas, desde esa pequeña aldea que era la Buenos Aires autonomista, desde la rústica Chile, desde los llanos de Venezuela, el Perú era visto como un monstruo, como una amenaza. Bolívar tuvo muy clara esta percepción y, de hecho, por eso hizo todo lo posible por crear un hegemón alternativo: la Gran Colombia, que estuvo integrado por las actuales Colombia, Venezuela y Ecuador, con pretensiones sobre Guayaquil y sobre el río Amazonas y su gigantesca área circundante. La Gran Colombia nació así como un contrapeso al supuesto peligro peruano.

En 1823, Bolívar llegó al Perú no tanto por dar la libertad a sus hermanos peruanos que sufrían las cadenas del absolutismo (idea que él siempre manifestaba de modo grandilocuente y, por supuesto, hipócrita), sino principalmente por el interés geopolítico de destruir de raíz lo que consideraba como una amenaza para la Gran Colombia, que él veía como la niña de sus ojos, su creación, la entidad que estaba erigiendo como un nuevo polo de dominio en América del Sur. Por eso se crea Bolivia, para cortarle las patas al “monstruo” peruano, no tanto por dar rienda suelta a la libre determinación y al anhelo de una patria boliviana en ciernes en la que, es cierto, muchos altoperuanos creían (pues nunca hubo unanimidad para unirse con el Bajo Perú dominado por Lima). Pero volviendo a lo que tenía Bolívar en mente, este apresuramiento en la creación de Bolivia, forzado por un sentimiento bolivariano antiperuano, se expresó, claramente, en lo absurdo que era estimular la consolidación de un estado que tuviera puertos en el desierto de Atacama, tan lejanos de los centros de poder altoperuanos. Hay, en efecto, con el respeto que nos merece hoy una nación ya definitivamente establecida, algo prematuro en la creación de Boliva, cuya salida natural siempre fue el puerto de Arica, poblada por peruanos vinculados a Lima y al Callao desde mucho tiempo atrás. Por cierto, Sucre, lugarteniente de Bolívar y presidente de Bolivia, hizo un intenso lobby para arrebatar Arica al Perú y entregársela a Bolivia. Además, advirtió a su mentor Bolívar en una de sus cartas de 1828: “Si el Perú conquista a Bolivia y la conserva, el Sur de Colombia (o sea, el actual Ecuador) corre mil y mil riesgos”. Tanto era el recelo (y hasta el odio) de Sucre contra el Perú que llegó a incluso a proponer la división de nuestro país, como lo conocemos ahora, en dos estados, como una manera de garantizar la seguridad de Bolivia.

Por otro lado, Bolívar sabía perfectamente de la existencia de la Real Cédula de 1802 que había devuelto Maynas (el territorio del Oriente peruano) al Virreinato del Perú. Hoy sabemos que él y sus diplomáticos grancolombianos ocultaron deliberadamente esta información a los primeros negociadores peruanos de límites (que no habían hurgado bien en sus archivos), porque Bolívar siempre buscó, de manera autoritaria y prepotente, contra los intereses peruanos, que el río Amazonas fuera la “espalda” de su Gran Colombia.

Todo, repito, a expensas del Perú. Así, pues, desde la perspectiva de Bolívar, no es descabellado apreciar que, luego de la batalla de Ayacucho, el Perú haya sido visto como un país derrotado que podía ser tratado como botín de guerra, como una especie de Polonia sudamericana.

Lo anterior, y el franco autoritarismo que exhibió Bolívar luego de la batalla de Ayacucho, explica por qué el presidente peruano La Mar (nacido en Cuenca, en el actual Ecuador), realizó, una vez liberado el Perú del yugo bolivariano, una expedición para recuperar el puerto de Guayaquil, gran parte de cuyos habitantes clamaban entonces por ser peruanos, como lo habían sido antes.

Si quieres conocer al Bolívar real, a ese que nos odiaba, te recomiendo que leas un librito que se puede encontrar en Google Books. Se llama A sketch of Bolivar in his Camp, escrito por el marino estadounidense Hiram Paulding. Este libro, casi un folleto, relata el encuentro que tuvo con el caraqueño en Huaraz, en 1824, dos meses antes de la batalla de Junín. Allí dice que Bolívar sólo hablaba denuestos contra los peruanos. El relato está incluido en una biografía escrita por la hija del marino. Un ejemplar auténtico de esta joya bibliográfica se encuentra en la Biblioteca Pública de Nueva York.

Precisamente, por tratar de impedir que un cuerpo peruano de caballería fuera incorporado arbitrariamente a una unidad grancolombiana en plena campaña de Junín, en 1824, el joven militar peruano patriota Ramón Castilla (futuro presidente del Perú) sufrió una injuria: los colombianos mandaron ponerle cepos y casi lo fusilan, pese a estar combatiendo en el mismo bando contra los realistas. Esa humillación nunca fue olvidada por Castilla, símbolo, desde entonces, del naciente patriotismo peruano republicano.

En fin, querido Carlitos. Espero que estos comentarios hayan sido de tu agrado. Creo que siempre, siempre, hay que luchar contra la aceptación pasiva de los estereotipos, que nos lleva muchas veces a repetir conceptos como cacatúas, sin observar estos falsos conocimientos con el lente de la crítica y de la razón. Además, hoy es bueno releer estas cosas, ya que estamos a las puertas del llamado Bicentenario.

Te abraza,

Hugo
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