Instituto Riva-Agüero, 16 de junio de 2011
Dr. José de la Puente Brunke, Director del Instituto Riva-Agüero de la Pontificia Universidad Católica del Perú
Señor embajador Alberto Montagne, representante de la Asociación de Funcionarios del Servicio Diplomático del Perú
Señora Ileana Vegas de Cáceres, representante de la Fundación Manuel J. Bustamante De la Fuente
Dr. David Brading
Dra. Celia Wu de Brading
Amigas y amigos:
Desearía iniciar estas breves palabras con mi agradecimiento a los comentadores de este libro, los historiadores Antonio Zapata, Daniel Parodi y Margarita Guerra. Con la última tengo, además, una deuda especial de gratitud por todo el apoyo que me dio para la publicación de esta obra, y por el constante estímulo que me dio para escribirla.
Los comentarios que acabamos de escuchar me han hecho reflexionar sobre temas en los que no había reparado. Es inevitable, y hasta deseable, que cada libro se desprenda de su autor, de su visión del mundo, de su punto de vista, necesariamente incompleto, para así estimular nuevas visiones en otros. Nada alegra más que sentir que un libro cobra vida propia. Les reitero, queridos amigos, mi agradecimiento por sus palabras.
Pienso que la idea de mi libro ya ha sido expresada aquí con claridad. Sólo deseo destacar unos pocos asuntos que me parecen cruciales.
Quisiera comenzar hablando sobre la urgente necesidad, particularmente para la historiografía referida a los siglos XIX y XX, de enriquecer los enfoques estructuralistas con el aporte que puede dar el estudio de las narraciones y de las trayectorias de personalidades concretas. Nuestras hemerotecas están abarrotadas de revistas y de periódicos. A veces asusta la enorme riqueza de estos repositorios. Pienso, por ejemplo, en esa joya periodística que es el Diario Oficial, publicado por las fuerzas de ocupación chilenas en Lima entre mayo de 1882 y octubre de 1883, cuyos ejemplares se encuentran dispersos entre la Biblioteca Nacional y la Hemeroteca de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Se trata de una fuente capital para reconstruir la historia —todavía no completada en el plano narrativo— de la ocupación de Lima, tanto en lo que se refiere a la vida cotidiana, como a los aspectos políticos y sociales de esa convulsa época de nuestra capital. Imaginen lo mucho que aportaría el ejercicio de cruzar, de manera sistemática, este venero de información con lo que decía la prensa peruana de la época. Hago este comentario suelto porque el artículo que aquí presento en mi libro, referido a la Guerra Mediática entre los periodistas peruanos y chilenos, representa apenas un pequeño arañazo a todo el inmenso material que permanece dormido en los anaqueles. Sorprende constatar que estos impresos han sido poco utilizados, debido a la pervivencia, en muchos historiadores, del todavía arraigado prejuicio que se orienta a despreciar este tipo de fuentes, debido a su sesgo supuestamente superficial y acontecimiental, para emplear un galicismo, todavía no incorporado por la Academia de la Lengua, que fue popularizado por la célebre Escuela de los Annales. Creo que es preciso liberarnos de este prejuicio para dar paso a un enfoque más rico, que no olvide, sino más bien incorpore, y permita ver desde otra perspectiva, los grandes aportes hechos a partir de los enfoques estructuralistas. Es menester, específicamente, comprender en detalle a los personajes concretos, que a veces resultan mucho más importantes que cualquier gran construcción estructuralista. Lo mismo se puede decir de la necesidad de reconstruir las secuencias cronológicas de los procesos, y de hacer narraciones adecuadas, como tantas veces deseó nuestro gran historiador Jorge Basadre, tal como refiero en el artículo que le dedico. El primer capítulo del libro, referido a La Política Exterior y la Diplomacia del Perú en la génesis y el desenlace de la Guerra del Pacífico, y el capítulo referido al Colaboracionismo, pretenden avanzar en esta línea.
Demás está destacar el énfasis que procuro dar, cada vez que puedo, al uso directo de las fuentes primarias. A veces nos acostumbramos a repetir, con otras palabras, lo que han dicho los historiadores, en vez de releer las fuentes para ver si podemos llegar a la misma conclusión. Este es el espíritu que anima en particular mis estudios sobre el Indigenismo durante la Campaña de la Sierra, sobre el Nacionalismo Campesino y sobre la Confederación Perú-boliviana.
Hay otro aspecto teórico al que me gustaría referirme muy brevemente, que es la relación entre nuestra tradición histórica y el aporte que puedan brindar las ciencias políticas, en particular la disciplina de las relaciones internacionales. Se ha hecho una costumbre de muchos historiadores tratar temas políticos, económicos o sociales restringiéndose al ámbito nacional interno, sin tener en cuenta el contexto internacional. No quiero llegar al extremo de afirmar, por ejemplo, que nuestra Independencia fue un simple producto del imperialismo napoleónico. Sería absurdo manejar una visión tan limitada. Pero es aún más cuestionable pretender entender el proceso de la Independencia peruana sin considerar con suficiente detalle los contextos sudamericano y global de la época. Los diplomáticos estamos acostumbrados a estos ejercicios, casi diríamos, por propia supervivencia, porque parte de nuestra labor como analistas consiste en orientar a los jefes en ese difícil campo que es la relación entre la política interna y la política internacional. Desde este punto de vista, la valoración de los aspectos causales estructurales de largo plazo tiene que estar necesariamente acompañada de una apreciación adecuada de los aspectos desencadenantes de corto plazo que son, como digo en mi libro, mucho más que la mecha del cartucho de la dinamita de los aspectos estructurales. He intentado aplicar en mi libro esta perspectiva, que se origina sobre todo en mi experiencia en la observación de las tensas crisis que me tocó apreciar a través del prisma de las Naciones Unidas, muy en particular en el seno de su Consejo de Seguridad.
Hablando de los años de Nueva York, y pasando ya a asuntos más anecdóticos, desearía confesarles que al menos la mitad de este libro fue escrita durante el relativamente largo trayecto cotidiano de tren entre el suburbio de Harrison y el Grand Central Terminal, durante los años en que tuve el honor de trabajar en la Representación Permanente del Perú ante las Naciones Unidas, entre 2006 y 2009. Como saben los que han vivido allí, es usual que personas de muchas ocupaciones, como burócratas, periodistas, funcionarios internacionales, empresarios, académicos y financistas (y, por lo visto, también historiadores), comiencen el día a bordo de esos cómodos trenes de la Metro North, que vinculan a la Gran Manzana de Manhattan con los muchos pueblos y ciudades pequeñas de sus alrededores. Otra parte de este libro, específicamente el trabajo sobre las Memorias de Cáceres, fue concebido y redactado en las salas de lectura de la célebre New York Public Library. De esos años recuerdo también el rico diálogo que, merced a los modernos sistemas informáticos, establecía diariamente, a la distancia, con mi ya fallecido padre Hugo Pereyra Sánchez, a quien dedico este libro, y con mi hermano Carlos, comentando interminables asuntos de redacción. Por otro lado, prácticamente todos los días intercambiaba documentos e ideas con varios amigos historiadores, en especial con Rodolfo Castro, quien me ayudó mucho con su admirable erudición.
No quiero concluir estas palabras sin agradecer profundamente al Instituto Riva-Agüero, mi instituto Riva-Agüero desde que tenía 19 años. Todos tenemos aspectos permanentes y entrañables en nuestras vidas y, para mí, el Instituto es sin lugar a dudas uno de ellos. Y, por supuesto, las personas que lo animaron y que lo animan, entre los que me vienen a la mente el Dr. José Agustín de la Puente, Carlos Gatti, Jorge Wiesse, César Gutiérrez, Armando Nieto Vélez, Percy Cayo, Guillermo Lohmann, Luis Repetto, Mercedes Cárdenas, Inés del Águila, Ada Arrieta, el señor Illorino, don Max y tantos otros, vivos como ya fallecidos, a quienes me disculpo por no mencionar. Mi agradecimiento también a la Fundación Manuel J. Bustamante De la Fuente y a la Asociación de Funcionarios del Servicio Diplomático del Perú, muy en particular en la persona del presidente de esta última, el embajador Juan José Meier, entrañable amigo, también diplomático e historiador, por haber ayudado a coeditar este modesto libro con tanto entusiasmo.
Mis amigos y colegas diplomáticos, inmersos siempre en asuntos y problemas concretos del aquí y del ahora me suelen preguntar por qué suelo dedicar tantas horas al estudio de la Historia, y por qué no me limito a hablar del presente cuando los extranjeros nos preguntan con interés sobre el Perú, tal como creo haber reflejado en mi conferencia sobre la Identidad del Perú, que forma parte de este libro, y que he leído, al menos, a auditorios de alemanes, mexicanos y argentinos. No diré aquí que lo hago sólo como algo práctico, como la puesta en marcha de una herramienta que me ayuda a tener otra perspectiva de los asuntos de corto plazo. Diré, simplemente, como afirma la bella cita del historiador John Lewis Gaddis que encabeza este libro: lo hago sobre todo por the sense of excitement and wonder, vale decir, por el sentimiento de entusiasmo y asombro que da el estudio de la Historia, a la hora de investigar en los archivos y de escribir.
Muchas gracias.