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EL PENSAMIENTO MÍTICO

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ALGUNOS CONCEPTOS SOBRE EL PENSAMIENTO MÍTICO EN EL PERÚ

Todas las antiguas culturas del Perú tuvieron una rica mitología, tanto en la Costa, como en la Sierra y la Selva. La mitología de los Mochicas, de la costa Norte del Perú, predecesores de los incas en cientos de años, se puede apreciar en los dibujos de sus ceramios. No pueden ser sino de corte mítico las imágenes de tantos seres fantásticos y animales con rasgos antropomorfos. Cabe afirmar lo mismo sobre la cultura Nazca, de la Costa Sur, contemporánea de la anterior. Y ni qué decir de los –aún más antiguos– seres felínicos esculpidos en las estelas de piedra de Chavín.

La tradición incaica anterior a la llegada de los españoles en el siglo XVI fue importante, quizá las más conocida, pero de ninguna manera fue la única que se desarrolló en el vasto espacio andino. En verdad, cada región del Perú tuvo su propio ciclo mítico. Ello sucedió, por ejemplo, en el caso de Huarochirí, en la sierra de Lima, cuya rica mitología fue conservada en un antiguo manuscrito quechua del siglo XVII, traducido y estudiado por el antropólogo y novelista José María Arguedas.

Hoy mismo, pese a la irrupción de la modernidad, no deja de haber pensamiento mítico en el Perú. Me refiero, por ejemplo, a la tradición mítica que cultiva la población del Sur del Perú que habla los idiomas quechua y aimara. Y me refiero también, por cierto, a todas las tradiciones de la Amazonía peruana –el vasto espacio selvático del Perú–, algunas de las cuales todavía no han sido “contactadas” por la cultura de Occidente, para emplear el lenguaje de los etnólogos.

La visión mítica se encuentra también en el mundo considerado “moderno”, y en un nivel cotidiano. Se siente el eco del viejo dios Pachacámac de la Costa Central, asociado a los terremotos, en la procesión del Cristo o Señor de los Milagros de Lima, que es la más grande del mundo católico. Por otro lado, en el área del Cusco, la procesión del Qoyllor Riti se realiza en dirección a una cruz que se encuentra en el nevado Ausangate. En ella, el Dios cristiano, simbolizado por la cruz, oculta en realidad a una deidad más antigua, que es el Apu del cerro. De manera semejante a lo que ocurría con las hierofanías de las más antiguas tradiciones del Viejo Mundo anteriores a la era cristiana, los hombres andinos creían que las cumbres nevadas de las montañas eran dioses. Y en verdad parecen dioses, cuando uno tiene la ocasión de estar frente a esas descomunales moles blancas, que reinan con prestancia y con una belleza casi irreal sobre su entorno.

Los mitos han legado también símbolos iconográficos imperecederos, que son recreados en las artes plásticas. Me refiero, por ejemplo, al Amaru, o serpiente mágica, cuyos trazos todavía pueden verse en algunas piedras incaicas de la ciudad del Cusco.

El Perú es una tierra geográficamente compleja, de una gran riqueza cultural e idiomática, y de una notable tradición histórica, que se remonta a miles de años atrás. Precisamente los mitos, y sus supervivencias, son algunos de los puentes que vinculan a los peruanos de hoy con su espléndido pasado.

Nueva York, julio de 2008

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