Discurso de presentación del libro Andrés A. Cáceres y la Campaña de la Breña

[Visto: 8115 veces]

PALABRAS DE AGRADECIMIENTO DEL MAGÍSTER HUGO PEREYRA PLASENCIA, EN LA CEREMONIA DE PRESENTACIÓN DEL LIBRO
ANDRÉS A. CÁCERES Y LA CAMPAÑA DE LA BREÑA (1882-1883)
Instituto Riva-Agüero, 14 de junio de 2007
Dra. Margarita Guerra Martinière, Directora del Instituto Riva- Agüero

Dr. José Agustín de la Puente Candamo, Presidente de la Academia Nacional de la Historia

Representante del Dr. Iván Rodríguez Chávez, Presidente de la Asamblea Nacional de Rectores

Señoras y señores:

Mis primeras palabras de gratitud se dirigen a los tres comentaristas de mi trabajo, doctores José Agustín de la Puente Candamo, Margarita Guerra Martinière y Oswaldo Holguín. Los tres fueron mis profesores en la Maestría y en el nivel formativo de la Licenciatura, y todavía lo son, y continuarán siéndolo, en un sentido más amplio. Sus interesantes y también generosas palabras me eximen de mayores comentarios en detalle, que no me corresponde hacer en mi calidad de autor del trabajo. Sólo quiero apuntar que el análisis de los presentadores me ha hecho ver facetas del libro en las que no había reparado. Creo que ello ocurre porque todo libro comienza a tener una vida independiente del autor que le dio origen. Esto, a mi juicio, es muy afortunado, porque refleja el inicio de un proceso de diálogo entre el texto y el público al que va dirigido.
Otra vez: muchísimas gracias por este inteligente despliegue de erudición y de sentido crítico.

La publicación de este libro ha sido posible por la iniciativa de la Asamblea Nacional de Rectores, cuya presidencia, a cargo del Dr. Iván Rodríguez Chávez, convocó en 2005 el Primer Concurso Nacional de Tesis Universitaria de Posgrado. Se trató de un importante y loable esfuerzo cuya prevista continuidad representará un evidente estímulo para la investigación académica en nuestro país.

Dicho esto, quisiera añadir solamente breves comentarios sobre tres temas. En primer lugar, sobre la urgente necesidad ubicar, transcribir, publicar y, eventualmente, digitalizar, el mayor número posible de documentos oficiales y privados del tiempo de la Guerra del Pacífico, que todavía permanecen inéditos en los archivos públicos y en las colecciones particulares. En segundo lugar, sobre la necesidad de afirmar la corriente historiográfica nacional orientada a los estudios biográficos. En tercer lugar, sobre el significado de la palabra héroe, aplicada a Cáceres, en la circunstancia de nuestro tiempo.

1) Ausencia de grandes trabajos documentales peruanos sobre el tiempo de la Guerra del Pacífico

Entre 1979 y 1981, cuando era alumno de los cursos de Etnohistoria Andina y de Etnohistoria Rural Andina, su catedrático, el renombrado y recordado Dr. Franklin Pease, nos decía que, salvo algunas excepciones, el trabajo positivista no había sido llevado a cabo en el Perú. Con esto quería decir que, a diferencia de lo que ocurrió en países como Francia, e incluso Chile, los años finales del siglo XIX e iniciales del siglo XX no habían sido marco de ningún trabajo sistemático de ubicación, restauración, interpretación y publicación de fuentes primarias, esencialmente conservadas en los archivos. Nunca sentí con mayor claridad la lucidez de esta observación que cuando inicié el trabajo de investigación que condujo al libro que hoy ha sido presentado. La idea inicial era, en apariencia, bastante sencilla: si quería conocer el pensamiento de Cáceres durante los años 1882 y 1883, me parecía imprescindible ubicar el mayor número posible de documentos firmados por él durante ese tiempo, en secuencia cronológica. En verdad, el esfuerzo probó ser muy grande porque sólo una parte de estos documentos habían sido publicados adecuadamente, la mayor parte de ellos en la colección Ahumada Moreno del siglo XIX y en las que ha realizado recientemente el historiador peruano Luis Guzmán Palomino. Cabe destacar también el esfuerzo llevado a cabo por el Ejército del Perú a propósito de la conmemoración del centenario de los triunfos de Pucará, Marcavalle y Concepción. Aparte de estos documentos publicados, unos debieron ser ubicados en antiguos impresos, especialmente en periódicos. Otros lo fueron en repositorios documentales. El Archivo General de la Nación, el Archivo Histórico-Militar, la Sala de Investigaciones de la Biblioteca Nacional, el Archivo Central del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú y el Archivo Histórico Riva- Agüero contienen manuscritos originales de Andrés A. Cáceres correspondientes al período estudiado y también, ocasionalmente, a épocas anteriores. Los que se conservan en esta Casa fueron oportuna e inteligentemente transcritos y comentados por Rafael Sánchez Concha en 1993. Es casi seguro que los archivos de Junín y de Ayacucho conservan manuscritos e impresos relevantes que pueden completar esta serie penosamente reconstruida. Este esfuerzo me hizo reflexionar en las palabras del Dr. Pease y en la perentoria necesidad de organizar una base de datos, de preferencia digitalizada, de documentación sobre toda la Guerra del Pacífico. Si para el período de la Independencia disponemos de una notable colección documental que data de la década de 1970, no veo la razón por la cual no se pueda hacer un esfuerzo similar para el tiempo de la Guerra del Pacífico, que pueda facilitar el trabajo de los historiadores interesados en el tema. No hay tampoco un catastro unificado que permita precisar en qué archivos se conservan los distintos periódicos peruanos y chilenos publicados en el país durante la invasión de 1879 a 1884. Con todo su valor, la vieja colección chilena Ahumada Moreno refleja sólo una parte del acervo documental de la guerra. Creo que ello ha quedado muy claro en el caso específico de esta investigación sobre el Brujo de los Andes.

2) Afirmación de la corriente de estudios biográficos

Resulta muy estimulante el crecimiento gradual de una corriente de estudios biográficos en nuestro país. Remontándome a los últimos lustros, puedo referirme, por ejemplo, a los trabajos del Dr. de la Puente sobre Miguel Grau, del Dr. Holguín sobre Ricardo Palma y de María Rostworowski sobre Francisca Pizarro. Hace pocos días compré en el Instituto Riva-Agüero la interesantísima biografía de Francisco Pizarro del historiador francés Bernard Lavallé, escrita en un apasionante lenguaje narrativo. Esta biografía es otra lectura, diferente, aunque complementaria, de los renombrados trabajos sobre el mismo tema llevados a cabo por el recordado Dr. José Antonio del Busto y por Rafael Varón Gabai.

Estoy convencido de que este crecimiento de la producción biográfica y de la historia política y narrativa refleja, en nuestro país, una sana renovación historiográfica. Como digo en mi libro, no se trata de volver a los estilos de Tácito y de Carlyle. La idea es aprovechar los estudios existentes en historia económica, social y cultural, para dotar al relato político-biográfico de un tramado serio y seguro, sin restarle pasión ni colorido.

Por otro lado, el redescubrimiento de la biografía refleja también, a mi entender, otra tendencia de la historiografía contemporánea: la afirmación de la descomunal importancia que la voluntad de los individuos, per se, puede alcanzar a tener en el desencadenamiento y sucesión de los acontecimientos políticos.

3) Reflexión sobre los héroes peruanos

Cáceres es un héroe nacional no sólo porque brotó de una tragedia colectiva, sino también porque representó una fuerza, un empuje, indoblegable hacia la unidad de todos los peruanos. Ello, a pesar del cáncer político-partidario que dividía a la clase gobernante de entonces en feudos prácticamente irreconciliables. Ello también, pese a las hondas diferencias sociales, e incluso ligüísticas, que separaban a los peruanos urbanos de la Costa y los campesinos de la Sierra, sólo por citar los dos casos más extremos, dentro de una gradación regional, social y racial verdaderamente extraordinaria. Es duro reconocer que el esfuerzo de Cáceres se siente, por momentos, como marchando a contracorriente de estas fuerzas desintegradoras. El resultado, que hasta ahora admira a los peruanos, fue el logro, en importantes sectores de la población, de una unidad que, aunque pasajera, no dejó de tener resultados espectaculares y, sobre todo, tangibles, en ese tiempo terrible de una invasión extranjera, cuando incluso llegó a hablarse alguna vez, en la prensa extranjera, y en otros círculos, de una posible desaparición del Perú. El Cáceres del tiempo de la Breña también es un héroe porque no actuó movido ni por el dinero ni por la vanidad, resortes habituales en muchos de los protagonistas de la Historia Universal. Y tampoco, por cierto, como alguna vez se ha insinuado con mala intención, por la apetencia de poder, el resorte de los resortes, también en un plano universal. Dos veces rechazó Cáceres la Presidencia de la República durante el tiempo que estudiamos: primero, a comienzos de 1882, poco tiempo después de haber sido proclamado por sus tropas de Chosica; y después, cuando, huido de Arequipa rumbo a Bolivia, el presidente Lizardo Montero le entregó el mando supremo. En esta última ocasión, Cáceres puso de lado este cargo y se aferró a su vieja posición de Jefe Superior Político y Militar de los Departamentos del Centro, cargo asociado a los días de gloria de Pucará, Marcavalle y Concepción. La verdad, con semejantes datos, resultaría absurdo adjudicar al soldado sencillo y profundamente abatido de los últimos meses de 1883 que fue Cáceres, el epíteto de ambicioso, tan recurrente en nuestra historia republicana.

Además del sentido de justicia que brota de fundamentar historiográficamente la grandeza y el significado de Cáceres como héroe nacional, echando por tierra el supuesto -sostenido por algunos- de que su heroísmo fue una construcción artificial del Segundo Militarismo y de las efemérides militares del siglo XX, resulta también muy importante proyectar esta imagen pura, sacada de las fuentes primarias, hacia el Perú de hoy y, muy particularmente, hacia su juventud.

Pertenezco a una generación que, en muchos sentidos, y particularmente en el contexto del vertiginoso desarrollo de la Cultura de la Información, ha aguzado su sentido crítico frente a la realidad que la circunda. Esta generación ha identificado muchas veces, con lucidez, a falsos (o dudosos) héroes, tanto del presente como del pasado, cuyos nombres no vale la pena repetir aquí. Pero este sentido crítico ha llevado también, a veces, de manera pavorosamente injusta, a barrer, por igual, y sin distinguir, a los falsos héroes y a los verdaderos. Qué duda cabe de que Grau, cuyo más distinguido biógrafo está aquí con nosotros, es uno de estos héroes auténticos. Lo mismo puede decirse de tantos otros, como Alfonso Ugarte, el millonario de Tarapacá y combatiente mártir de Arica, a quien no hace mucho, con gran sentido de justicia, se dedicó una hermosa estatua y un parque en San Isidro. Y lo mismo, en fin, puede y debe decirse de Cáceres y de sus infinitamente sacrificados jefes, oficiales, soldados y guerrilleros. A veces se cometen injusticias, y no sólo con relación al ilustre caudillo ayacuchano, que es el centro de nuestros comentarios. Además de la figura más conocida de Leoncio Prado, ¿qué joven de nuestros días conoce detalles de la vida de los mártires de Huamachuco Emiliano Vila y Enrique Oppenheimer? Ambos, muy jóvenes, de origen civil, intachables en sus vidas personales, murieron combatiendo desesperadamente en Huamachuco, espada en mano, con una valentía que nos hace recordar a los antiguos romanos del tiempo republicano. Ello ocurrió también en los casos mejor conocidos del marino Luis Germán Astete y del coronel Juan Gastó, por mencionar sólo dos entre muchos ejemplos. Por su sacrificio, su pureza conmovedora y su desinterés, el Perú les debe un reconocimiento público largamente mayor del que actualmente tienen. Si ellos no son héroes, entonces yo no sabría como llamarlos.

Desde hace apenas dos o tres décadas, y pese a la persistencia de los abismos sociales, hay muchas señales de que, por fin, nuestra Nación comienza a tener un perfil definido, particularmente en el ámbito cultural. La Sierra parece haberse abrazado a la Costa (como la abrazó fugazmente durante la Campaña de la Breña y en las postrimerías de la guerra civil que concluyó a fines de 1885). Los ojos de los peruanos curiosos de conocer lo nuevo ya no están centrados únicamente en el exterior, sino también en el viejo interior serrano y selvático de nuestro país. Productos culturales peruanos han sido ya elevados a un rango de apreciación universal. Y, finalmente, pese a enormes dificultades, parece vislumbrarse un esquema de desarrollo económico y social de largo plazo dentro de una realidad de alternancia de poder y de madurez política.

Esta sociedad bullente, llena de posibilidades, heredera de tantos tesoros culturales, requiere sin duda de símbolos. Y parte importante de estos símbolos son sus héroes. Me refiero a sus héroes auténticos. ¿Qué mejor lección de civismo y de amor por su país es la que cualquier profesor podría dar en las escuelas relatando simplemente a sus alumnos las vidas de estos héroes?

Y mal haríamos si no incluyéramos entre ellos a Cáceres, al líder de la resistencia en la Sierra contra la invasión extranjera, al tenaz unificador del país, al héroe que hablaba de la Patria, en quechua, a sus soldados y guerrilleros.

Puntuación: 1.67 / Votos: 3

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *