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BANDOLEROS EN CELENDÍN

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BANDOLEROS EN CELENDÍN
La escena parece familiar, por lo cinematográfica: un pueblo pequeño, rodeado de montañas, se defiende a balazos de una horda de bandoleros que lo asaltan. La imagen no proviene de una película norteamericana ambientada en el far west. Se refiere, en verdad, al Perú del siglo XIX y, específicamente, a la poco conocida historia y leyenda del pueblo de Celendín del departamento de Cajamarca. Todo esto viene a colación de un antiguo recuerdo que mis abuelos Emiliano y Rosaura transmitieron a mi padre, siendo niño, relativo a los ataques de bandoleros sobre el pueblo de Celendín, en las postrimerías del siglo de Kipling, de la iluminación a gas, y de los acorazados y trenes de hierro. Hoy la entrego a ustedes para que la memoria, aunque hable de imágenes sin fecha precisa, no se pierda en el tiempo.

No se conoce con certeza el origen de la localidad de Celendín, de donde proviene mi apellido. La mayoría de los pueblos y ciudades del Perú —incluida la misma Lima— fueron establecidos sobre estructuras y etnias prehispánicas. Por el contrario, el lejano asiento de Celendín no parece haber estado asociado a ninguna fundación por soldados u organización por sacerdotes que hubiese implicado la sujeción, explotación o exterminio de algún conglomerado indígena previo. Daría la impresión —a juzgar por las escasísimas fuentes escritas que todavía se conservan— que Celendín fue, en los albores de la época colonial, solamente un caserío perdido y apenas poblado, cuya única significación seguramente radicó en su cercanía a “la Montaña”, la región selvática, con la cual se comunicaba a través del paso de Balsas, muy cerca del imponente río Marañón.

Cierta historia antigua, originada probablemente en la propia localidad, habla de manera imprecisa sobre la llegada, en tiempos remotos, a lo que ahora es Celendín, de judíos perseguidos por la Inquisición. Mi tío Carlos Malpica Silva Santisteban -quien no tenía precisamente fama de fantasioso- me habló de las estrellas de David que se decía fueron encontradas en una demolición o en algún desván perdido de la localidad celendina. Que yo sepa, las únicas grandes y sistemáticas persecuciones atribuidas a judíos en el Perú tuvieron lugar en la década del treinta del siglo XVII, cuando la Inquisición arremetió contra los acaudalados comerciantes portugueses que entonces vivían en Lima, con el objeto de apoderarse de sus cuantiosas fortunas y usando, según costumbre de la época, pretextos religiosos. Algunos judíos -reales o supuestos- fueron quemados en macabros «autos de fe». Los más terminaron salvajemente desterrados o penitenciados. Lo cierto es que desaparecieron, como grupo, de la escena del virreinato peruano, y no se volvió a hablar más de ellos. ¿Huyeron algunos, disfrazando su identidad, hacia el interior del país, para escapar de sus implacables perseguidores y torturadores? ¿Llegaron entonces por lo menos algunos de estos contemporáneos de Quevedo y de Góngora al lejano Celendín del entonces corregimiento de Cajamarca, para rehacer allí sus maltrechas vidas? La verdad es que, considerando los antecedentes, no podrían haber escogido mejor refugio, por lo inaccesible y poco significativo del lugar. ¿Cómo saberlo con precisión? Lo cierto que es prácticamente hasta la generación de mis abuelos, entre los siglos XIX y XX, Celendín fue un pueblo de costumbres patriarcales. Además, había hasta hace poco una curiosa abundancia de nombres bíblicos, particularmente femeninos, tales como Esther, Noemí y Betsabé.

Las primeras referencias claras sobre el asiento de Celendín aparecen recién a fines del siglo XVIII y a comienzos del siguiente, cuando el obispo de Trujillo, Baltazar Jaime Martínez Compañón, se topó de bruces, al llegar de visita eclesiástica al lugar que nos ocupa, con gente de evidente lucimiento, que en el lenguaje de la época quería decir gente de posición. Luego de penosa travesía desde la costa, el sorprendido obispo debe haberse preguntado mil veces sobre las razones de este aislamiento y de este abandono de tantas almas que reclamaban pastor. Corteganas, Chávez, Sánchez, Casanovas, Pereyras, Merinos y Díaz debieron haberlo rodeado y agasajado por su visita, con vistosas deferencias y festejos, al uso cortesano y ceremonial de la época. (Por cierto: ¿qué hacía el portugués Raimundo Pereyra viviendo en territorio americano de los reyes Borbones, en un tiempo en que lusitanos y españoles eran hostiles entre sí?) El obispo parece haber realizado una fundación formal de la localidad de Amalia de Celendín, cuyo nombre fue dado en homenaje a la reina de España. Posteriormente, en 1802, y en gran parte como producto de las noticias y recomendaciones transmitidas por el obispo viajero Martínez Compañón, el Rey de España concedió a la nueva población el título de “villa”. Como sucedió con gran parte de los pueblos del norte del Perú, Celendín se declaró partidario de la independencia y alcanzó a dar hijos y dineros para esta lucha que culminó en la batalla de Ayacucho. Un celendino, Basilio Cortegana, parece haber sido incluso protagonista de esta acción de armas que donde se decidió la suerte de la América del Sur. A partir de entonces, hasta comienzos del siglo XX, y salvo los ocasionales envíos de congresistas a Lima, Celendín se aletarga y aísla, particularmente después de la Guerra del Pacífico, cuando el Estado limeño y costeño debilita considerablemente su presencia en el interior.

De esta época de aislamiento, a fines del siglo XIX, data precisamente la imagen que mis abuelos —por experiencia propia de niños de pocos años, o por relato de sus progenitores o parientes— refirieron a mi padre: decenas de bandoleros a caballo, fuertemente armados, irrumpen en el pueblo desde los cerros colindantes en medio de una polvareda y profiriendo gritos espeluznantes. Los habitantes, que estaban preparados para estas eventualidades, se encierran en sus casas y comercios con sus familias. De troneras especialmente preparadas salen cañones de revólveres y rifles que hacen fuego a discreción. Caen por tierra algunos bandoleros. Los que sobreviven -que son los más- roban todo lo que pueden y luego parten con el botín hacia los cerros desde donde llegaron. Terminado el peligro, los hombres celendinos retornan a sus comercios e industrias. Las mujeres, de largos cabellos castaños y ojos zarcos, suspiran aliviadas, y rezan a sus Santos.

El rey Carlos IV concede a Celendín el título de Villa

[Al margen: “Título de villa a la población de Amalia de Zelendín en el distrito del virreynato del Perú”]

[Como título del traslado: “En 19 de diciembre de 1802.
De oficio”]

Don Carlos etc. Por quanto en consideración a lo informado por el reverendo obispo que fue de Truxillo don Baltasar Jayme Martínez Compañón acerca del establecimiento de la nueva población llamada Amalia de Zelendín, y recurso que le dirigieron el procurador y alcalde del[la] solicitando les alcanzase de mi real piedad el titulo de ciudad, y atendiendo igualmente al servicio que han hecho aquellos vecinos comprando territorios y edificando casas sin auxilio alguno de mi real erario, he venido, entre otras cosas, a consulta de mi Consejo de Cámara de Indias de 4 de octubre próximo pasado, en conceder a dicha nueva población el título de villa, exenta de la jurisdicción de la de Cajamarca y sugeta privativamente a la de los yntendentes de Truxillo y sus subdelegados en aquel partido, con la prevención de que mi virrey del Perú le señale mi real aprovación en conformidad de lo que dispone la ley primera, título ocho, libro quarto de las de Yndias componiéndose su ayuntamiento a lo más de seis regidores, dos alcaldes ordinarios, un procurador síndico y un escribano conforme a las leyes primera y segunda, título 10 del mismo libro, eligiendo por la primera vez los vecinos con arreglo a la siguiente ley tercera a los regidores, y éstos a los alcaldes, y procurador anualmente deviendo ser por esta vez vitalicias las varas de regidores y venderse conforme vayan vacando según su calidad de oficios vendibles y renunciables. Por tanto quiero y es mi voluntad se lleve a devido efecto todo lo referido, y que en su consequencia procediendo el entero en mis reales caxas de Lima de lo correspondiente al derecho de la media annata, pueda la referida población de Amalia de Zelendín llamarse y nombrarse y se intitule y nombre villa, poniéndose así en todas las cartas, provisiones y privilegios que se la expidieren por mí y por los Reyes mis sucesores y en todas las escrituras e ynstrumentos que pasaren ante el escribano o escribanos públicos de la misma villa, y que goce igual tratamiento y prerrogativas que las que están concedidas a las demás villas. Y por esta mi carta, o su traslado signado de escribano público, ruego y encargo al serenísimo Príncipe de Asturias mi muy caro y amado hijo y mando a los ynfntes, prelados, duques, marqueses, condes, ricos hombres priores de las ordenes comendadores y subcomendadores, a mis consejos, presidentes, y oidores de mis reinos, audiencias, así de estos reynos, como de los de Yndias, a los gobernadores, corregidores, contadores mayores de cuentas y otros cualesquier jueces de mi casa, y cortes y chancillerías, a los alcaydes de los castillos y casas fuertes y llanas, a todos los cabildos, alcaldes, alguaciles, marinos, caballeros, escuderos, oficiales y hombres buenos de las ciudades, villas, y lugares de estos mis reynos y señoríos, y a los demás mis vasallos de qualquier estado, condición, preminencia o dignidad que ahora son o fueren de aquí adelante, guarden y hagan guardar la expresada merced a la citada población de Amalia de Zelendín, sin contravenir ni permitir se contravenga a ella en cosa alguna. Y de este despacho se tomará razón en la Contaduría General de mi Consejo de las Yndias, y en mis reales cajas de la ciudad de Lima, sin cuya formalidad quiero sea nula y de ningún valor ni efecto esta gracia. Dado en Elche, a 19 de diciembre de 1802.

Yo el Rey

Yo, don Silvestre Collar, Secretario del Rey Nuestro Señor lo hice escrivir por su mandado.

El marqués de Bajamar.
Fernando Josef Mangino
El conde de Pozos Dulces

Tomóse razón en el departamento meridional de la Contaduría General de las Yndias. Madrid, 20 de enero de 1803. El conde de Casa Valencia [aparece al final una rúbrica]

(Traslado de la época conservado en el Archivo General de Indias de Sevilla, Indiferente General 1,610)

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LA REVOLUCIÓN DE REVILLA

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LA REVOLUCIÓN DE REVILLA

Introducción

La revolución encabezada por el líder aprista Ricardo Revilla tuvo lugar en la ciudad de Cajamarca el 6 de enero de 1935.

A mediados de los años treinta, el mundo vivía inmerso en una atmósfera de violencia, de radicalismo ideológico y de intolerancia. La guerra civil estaba a punto de estallar en España y tiranías de diverso signo dominaban por doquier. En muchos lugares, fascistas, liberales, comunistas, socialistas y anarquistas luchaban entre sí con odio y apasionamiento por conseguir el poder.

El Perú no era ajeno a este ambiente de conmoción universal. A diferencia del partido de nuestros días, el APRA de los años treinta era una extraña combinación de elementos antiguos y modernos: caudillismo y fervor de masas, retórica marxista, acciones de fuerza que recordaban al anarquismo europeo y un vigoroso catolicismo popular crítico de la alta jerarquía religiosa del país. En su cúpula se encontraban jóvenes de las clases altas y medias pero también líderes obreros como el legendario Manuel Arévalo. En muchos sentidos, el APRA era heredera del radicalismo decimonómico de Manuel González Prada, con su énfasis en la depuración de las instituciones políticas, en la lucha contra la corrupción, y en la necesidad de integrar a todos los peruanos en un proyecto común, más allá del molde elitista que había caracterizado a la política peruana hasta entonces. De otro lado, pese a haber abrevado del marxismo doctrinario europeo, el partido aprista marcó, desde el comienzo, su distancia frente al stalinismo.

Los enemigos del APRA eran «la casta» (la oligarquía), sus «perros guardianes» (los militares) y los fascistas criollos de camisa de negra, copia del molde italiano de moda. El líder del APRA, Víctor Raúl Haya de la Torre, vivía entonces en la clandestinidad, huyendo de los «soplones» del carnicero Damián Mústiga, jefe de los servicios de inteligencia del «general presidente» Oscar R. Benavides. Muchos líderes apristas y comunistas estaban en el exilio, particularmente en Chile y en la Argentina, y otros poblaban las cárceles del país. Oficialmente, el APRA llegó a ser un partido «internacional» o «marxista», fuera de la ley y, consecuentemente, puesto al margen de cualquier proceso electoral. En verdad, el APRA era, de lejos, el más grande partido de masas del Perú, tan hostil a la Internacional Comunista de la época como a los oligarcas y «cachacos» locales que enfrentaba día a día.

En esos días, para muchas personas ilustradas y con sentido social, era bueno y hasta casi natural ser aprista. Además del bloqueo sistemático de toda forma de elección limpia y abierta, los dirigentes apristas destacaban siempre el hecho (verificable a simple vista) de que unas pocas decenas de familias y de empresas extranjeras eran, literalmente, dueñas del Perú. En sus orígenes, el APRA no fue sino un esfuerzo de las incipientes clases medias —en especial del Norte— de lograr un espacio político y de modernización económica y democrática en ese Perú todavía decimonónico y civilista. De otro lado, las simpatías que por este partido asomaban con claridad entre suboficiales y rasos de las fuerzas armadas, atemorizaron y unieron, en tenaz alianza, a los jefes militares, al alto clero y a la oligarquía contra el «apro-comunismo».

La tradición familiar

Las que con el tiempo serían las dos ramas de mi familia vivían entonces en el departamento de Cajamarca, en dos bandos opuestos, dentro de un país ferozmente polarizado entre apristas y antiapristas. Mi familia paterna, los Pereyra, eran notoriamente adversos al APRA. Mi abuelo Emiliano no era un oligarca o un gamonal-terrateniente. Era, más bien, un comerciante, dueño de un establecimiento conocido en la ciudad de Cajamarca. Fue el introductor, en la Sierra Norte del país, de los vistosos equipos de sonido RCA Victor que entonces usaban pesados discos de acetato. Mi abuelo era, sin lugar a dudas, rara avis en el universo semifeudal y absolutamente parroquiano y provincial de la Cajamarca de entonces. No obstante, por ser amante de la estabilidad, y por su buena posición económica y social, era claramente un hombre del sistema. En cambio, mi familia materna, especialmente los Malpica, propietarios de la hacienda “Los Negritos”, en Hualgayoc, eran abiertos partidarios de la agrupación proscrita. Fanáticos o místicos, según el cristal con que se mire: extraños y atípicos terratenientes radicalizados y anticlericales, cuyas mujeres, sin embargo, rezaban a la Virgen y a los Santos con gran devoción. Sobresalía entre ellos mi tío abuelo Carlos Malpica Rivarola, quien era entonces un joven que no llegaba a los treinta años. Por otro lado, mi abuelo materno Andrés Plasencia Saldaña era juez y, en teoría, integrante del estado antiaprista, pero sus simpatías y su admiración se inclinaban secretamente por la doctrina aprista, por su líder perseguido y por los «mártires» del partido, fusilados o desaparecidos en las ruinas trujillanas de Chan Chan y en las serranías del Norte desde comienzos de los treintas.

Cuando tuvo lugar la revolución del líder aprista Revilla en 1935, mi padre tenía cinco años y mi madre cuatro. Ambos estaban en la ciudad de Cajamarca con sus respectivas familias, a pocas cuadras de distancia uno del otro, sin saber que algún día se casarían.

Tiempos violentos

Mi abuelo Emiliano Pereyra Muñoz era conservador. Encontré una vez el borrador de una carta que le dirigió por esos años José de la Riva-Agüero, instándolo, según se deduce de su fraseo, a unirse a la convergencia antiaprista. No obstante, en una ciudad tan pequeña como era la Cajamarca de los años treinta, mi abuelo tenía inevitablemente algunos amigos apristas, entre ellos, Nazario Chávez Aliaga quien era, además, su compadre. En una ocasión, Chávez Aliaga fue alojado en la casa de mi abuelo, acompañado por dos amigos. Mi padre recuerda cómo los tres compañeros colgaban en un perchero sus cintos, con sus respectivos revólveres y balas, al entrar al comedor. Era la única condición que mi abuelo había puesto a sus amigos apristas para que lo visitaran en su casa.

Tragos de aguardiente en los Baños del Inca

Mi tío Juan Pereyra, hermano mayor de mi padre, me contó una vez que, pese a la posición política de su familia, él era muy amigo de Revilla, el líder aprista. «Lo encontré de casualidad en la mañana de la revolución en los Baños del Inca. Estaba tomando aguardiente con varios de sus compañeros apristas. Me dijo: “Juanito, anda a tu casa, no salgas y no hagas preguntas”».

Fue la última vez que mi tío Juan vio con vida a su amigo Revilla.


Un niño impaciente se asoma para ver la
revolución

Seguramente —no lo he podido reconstruir con claridad— Revilla comenzó su levantamiento donde solían iniciarse todas las insurrecciones y motines de la época: tratando de tomar el cuartel o la estación policial de la ciudad. No obstante, algo falló y los tiros y los gritos se generalizaron. En el segundo piso de su casa, el niño Hugo Pereyra Sánchez y su madre, Rosaura, comenzaron a oír, cerca de las dos de la tarde de ese domingo, las detonaciones y los silbidos de las balas. A mi padre, el pequeño Hugo de cinco años, lo abrasaba la curiosidad. Debido a su insistencia, y pese al tiroteo, mi abuela aceptó, a regañadientes, asomarlo por el balcón durante unos pocos segundos. En ese fugaz vistazo, mi padre recuerda haber topado su mirada con dos personajes que marchaban rápido por la calle, ambos con mandil blanco y con una cruz roja en el brazo, llevando en su camilla a un herido. Mi padre reconoció en uno de ellos a un amigo de su hermano Emiliano, un joven de pelo rubio ensortijado de apellido Silva Mejía. Demás está decir que si una bala hubiera acertado en la cabeza de ese niño asomado por el balcón, yo no estaría escribiendo ahora estas líneas.


La bala que casi mata a mi abuela Isabel

Mi madre y mi abuela, Isabel Malpica Rivarola, pasaban una temporada en la ciudad de Cajamarca, alojadas en la casa de la familia Becerra, antiguos propietarios de la hacienda «Los Negritos». Allí reinaban, con mayor razón, la exaltación y la angustia: siendo un levantamiento aprista, más de un familiar tenía que estar involucrado. En ese momento, ya pasadas las doce del día, mi abuela Isabel y su medio hermano Augusto consideraron prudente no salir a la calle en busca de noticias y permanecieron en el umbral de la puerta, al final de un pasadizo profundo que conectaba con la calle. Desde esta posición, podían ver y sentir el caos que reinaba en la ciudad. De pronto, frente a ellos, en la boca del pasadizo que daba a la calle, un soldado se detuvo bruscamente, vio a mi abuela y a su hermano parados en la puerta, levantó su fusil y les disparó. Todo ocurrió tan rápido que los hermanos no tuvieron tiempo para reaccionar. La bala había pasado entre ambos.

Revilla agoniza

Casi por ese mismo momento del día, Angelita, criada de mi abuela Isabel, que había salido a recoger agua, tuvo la oportunidad de contemplar, de manera totalmente casual, un espectáculo trágico: dos militares arrastraban a Revilla de los brazos por la calle, ya muerto o agonizante, como si fuera un muñeco de trapo. Había fracasado la revolución en la ciudad de Cajamarca ese 6 de enero de 1935.

La toma de Chota

Pocos días después, en otra parte de la región cajamarquina, en el pueblo de Chota, tenía lugar un desenlace totalmente distinto en la historia del levantamiento aprista del departamento. La tradición de mi familia, corroborada por otros testimonios, es muy precisa: armado con un revólver, mi tío abuelo Carlos Malpica Rivarola entró solo al local del destacamento policial de la localidad, y redujo a los guardias sin disparar un tiro. Tomó Chota durante algunas horas para la revolución aprista, se apoderó de las armas y se retiró. El fracaso de la insurrección en la capital del departamento convirtió esta hazaña en un esfuerzo inútil. Desde entonces, hasta mediados de los años cuarenta, mi tío Carlos prácticamente desapareció. Varias veces los «soplones» —policías reclutados entre el hampa— irrumpieron sorpresivamente en la casa hacienda de los Malpica. Nunca encontraron, por entonces, ni al joven líder perseguido, ni descubrieron los ejemplares del periódico Chan Chan, que permanecían escondidos debajo de los tablones de la sala.

Habla La Tribuna clandestina

La «edición extraordinaria clandestina de protesta» de La Tribuna, fechada en Lima, el 25 de enero de 1935, decía lo siguiente:

La revolución de Cajamarca, que continúa en Cutervo y en Chota, ha venido a desmentir una vez más las afirmaciones del gobierno que declara diariamente que «la república está totalmente tranquila». Nosotros hemos dicho y repetimos que esto no es cierto. El Perú está en revolución. Junín, Ayacucho, Huancavelica y Cajamarca, después de los asaltos victoriosos, mantienen una parte de cada departamento en rebelión. Mientras tanto, el bien cebado general presidente, no hace sino provocar más y más a la Nación entera (…) Cajamarca ha insurgido en defensa de las libertades públicas atropelladas por la Tiranía (…) Los cien valientes apristas se apoderaron del cuartel de la Guardia Civil a la 1 de la tarde con la ayuda de varios números de ese cuerpo y de la policía. El objeto del golpe, tomar doscientos fusiles, se obtuvo. En la refriega murió el Jefe aprista c. Revilla, quien valerosamente dirigió el asalto. Cayeron con él ocho, pero los doscientos fusiles están ahora en Chota y Cutervo, provincias que se hallan sublevadas (…) La revolución continúa, pues, en el departamento de Cajamarca (…) El Perú sojuzgado por el Civilismo, va insurgiendo, provincia por provincia.»

La oligarquía

Con los medios de prensa totalmente bajo su control, el gobierno oligárquico-militar ocultó, y posteriormente ahogó en la memoria colectiva, la realidad y el recuerdo del levantamiento de Revilla. Para el diario El Comercio de la familia Miró Quesada, poco o nada estaba sucediendo en el interior del país. Aunque triunfante en 1935, como lo había sido desde comienzos de siglo contra toda amenaza a su hegemonía y, posteriormente, hasta los años cincuenta, la oligarquía peruana —rígida como pocas en América Latina— comenzó a morir naturalmente, sin pena ni gloria, desde el golpe militar izquierdista de 1968. Hoy día, sus hijos y nietos, muchos de ellos empobrecidos, o por lo menos irrelevantes en asuntos de política, deambulan por Lima añorando los viejos tiempos de gloria del club Nacional y del Hotel Bolívar.

Final

Mi tío abuelo Carlos Malpica Rivarola, el protagonista de la toma de Chota, falleció de cáncer casi cincuenta años después de su hazaña en ese pequeño pueblo de la Sierra peruana. En el marco de una vida política difícil que lo condujo en los cuarentas al encarcelamiento en la isla penal de El Frontón, al horror de la represión, de la tuberculosis y de los culatazos, y al exilio en Guatemala, llegó a ser, no obstante, alto dirigente del APRA, dos veces alcalde de Cajamarca y Presidente de la Cámara de Senadores.

Murió pobre, en 1985, en un hospital del Estado.

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UNIFICACIÓN ALEMANA – Referencias

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REFERENCIAS

(1) Incluida en El País del 21.1.92

(2) PFAFF, William. “Germany: Drift and Dismay as Old Moorings Loosen” En: International Herald Tribune del 21-22.3.92

(3) GOYTISOLO, Juan. “Fortaleza o ejido” En: El País del 2.1.92

(4) Entre las fuentes utilizadas para sintetizar en el acápite 1, referido tanto a la génesis como al desarrollo del proceso de la unificación alemana, hemos recurrido, además de las observaciones personales, a los siguientes trabajos de índole general:

KLEIN, Hans. Es begann im Kaukasus (Der entscheidende Schritt in die Einheit Deutschlands). Verlag Ullstein GmbH. Berlin-Frankfurt/Main: 1991
Berlin und die Allierten auf dem Wege zur Einheit. Transcontact Verlagsgesellschaft. Bonn: 1990
THE OBSERVER. Tearing Down the Curtain (The People’s Revolution in Eastern Europe). Hodder & Stoughton. London-Sydney-Auckland-Toronto: 1990

(5) HOBSBAWM, Eric. “1989: para el vencedor, los despojos”. En: El País del 23.10.90

(6) Britannica World Data Annual 1992, p. 416

(7) Britannica World Data Annual 1992, p. 428

(8) BECK, Barbara. “German Giant in Nappies” En: The Economist. The World in 1991

(9) FERNÁNDEZ, Rodrigo. “Los términos del tratado”, y MARTÍ FONT, José M. “Alemania recupera su plena soberanía” En: El País del 13.9.90

(10) VOGEL, Steve. “Bonn Seeks Controls on Foreign Troops” En: International Herald Tribune del 6.7.92

(11) “Alemania cree que ya no hay armas nucleares soviéticas en su suelo” En: El País del 6.1.92

(12) FERNÁNDEZ, Rodrigo … y MARTÍ FONT, José M. Op. Cit.
ADAMSKI, Piotr. “Genscher y Mazowiecki sellan en Varsovia el tratado fronterizo polaco-alemán” En: El País del 15.11.90
“Germany Backs Its Polish Border” En: International Herald Tribune del 18.10.91

(13) MARTÍ FONT, José M. “El tratado entre Bonn y Praga superar las rencillas desde la II Guerra Mundial” En: El País del 23.1.92
TAGLIABUE, John. “Prague Accord Undoes Some of Munich” En: International Herald Tribune del 28.2.92

(14) MARTÍ FONT, José M. “Kohl y Genscher refuerzan la luna de miel con Hungría, Polonia y Checoslovaquia” En: El País del 7.2.92
MAAS, Peter. “Hungary Cultivates German Frienship” En: International Herald Tribune del 5.5.92

(15) Britannica World Data Annual 1992, p. 428

(16) HERTSCH, H. y MARTI FONT, José M. “Alemania se desmarca unilaterlamente de la CE al cortar su comercio con Serbia y Montenegro” En: El País del 5.12.91
Britannica World Data Annual 1992, pp. 428 y s.
MARTÍ FONT, José M. “Tudjman ultima con Kohl en Bonn el inminente reconocimiento de Croacia” En: El País del 6.12.91
“Bonn insiste en el reconocimiento de la secesión en Yugoslavia” En: El País del 15.12.91
MARTÍ FONT, José M. “Kohl reitera su disposición a reconocer esta semana a Eslovenia y Croacia” En: El País del 16.12.91
MONTEIRA, Félix. “Alemania fuerza a los Doce a reconocer el 15 de enero a Croacia y Eslovenia” En: El País del 18.12.91
TAGLIABUE, John. “The New and Bolder Germany: No Longer a Political Dwarf”, y “Germany Sets Fast Pace in Recognition” En: International Herald Tribune del 18.12.91
MARTÍ FONT, José M. “La CE reconoce en bloque a Croacia y Eslovenia” En. El País del 16.1.92
“German Assertiveness Is Supported by U.S.” En: International Herald Tribune del 22.1.92

(17) Britannica World Data Annual 1992, p. 428

(18) FISHER, Marc. “Germany Halts Arms Shipments To Turkey” En: International Herald Tribune del 27.3.92
FISHER, Marc. “Germany Finds Use of Power Stirs Painful Comparisons” En: International Herald Tribune del 31.3.92
KINZER, Stephen. “Bonn Defense Chief Quits Amid Scandal” En: International Herald Tribune del 1.4.92
MARTÍ FONT, José M. “Dimite el ministro de Defensa alemán por el envío de material militar a Turquía” En: El País del 1.4.92
MONTEIRA, Félix. “El conflicto turco-alemán divide a la Alianza Atlántica” En: El País del 2.4.92
JACKSON, James O. “Flexing Its Muscles” En: Time del 13.4.92

(19) MARTÍ FONT, José M. “Alemania va a cambiar la estructura de su Ejército para hacerlo más flexible” En: El País del 15.1.92
PUHL, Detlef. “Nuevas tareas en la Alianza para la Bundeswehr y nuevos amigos en el Este” En: Tribuna Alemana del 27.1.92
“Bonn Supports Cut in Force and Wants Role Outside NATO” En: International Herald Tribune del 20.2.92
MARTÍ FONT, José M. “Una nueva constitución para la nueva Alemania” En: El País del 10.3.92

(20) FISHER, Marc. “One Germany, Still Divided Over Its Military Role” En: International Herald Tribune del 24.2.92
“Kohl Faces Showdown on Wider Role For Troops. Opposition Challenges Decision to Send Ship To Join Balkan Patrol” En: International Herald Tribune del 15.7.92
FISHER, Marc. “Germans Send Ship To Join Blockade” En: International Herald Tribune del 16.7.92
FISHER, Marc. “Kohl’s Foes For Now, Are Unable to Curb New Deployment” En: International Herald Tribune del 23.7.92
FLISZAR, Fritz y HAAN, Brett. “Germans Can’t Hide Any Longer” En: International Herald Tribune del 25-26.7.92

(21) MARTÍ FONT, José M. “Cumbre franco-alemana en Munich” En: El País del 19.9.90

(22) TAGLIABUE, John. “…as 2 Army Divisions Leave Germany” En: International Herald Tribune del 18-19.1.92
FISHER, Marc. “U.S. Officials Take Tough New Line On Europe” En: International Herald Tribune del 10.2.92
Britannica World Data Annual 1992, pp. 228 y s.

(23) DEZCALLAR, Rafael. “Un problema de identidad. Europa tiene la oportunidad histórica de caminar sin tutelas y actuar en el mundo con voz propia” En: El País del 28.2.91

(24) Sobre la posición “atlántica”, véase:

KISSINGER, Henry. “The Atlantic Alliance Needs Renewal in a Changed World” En: International Herald Tribune del 2.3.92
TYLER, Patrick E. “Pentagon’s New World Order: U.S. to Reign Supreme” En: International Herald Tribune del 9.3.92; y “EC Won’t Be Able to Stop Germany, Thatcher Warns” En: International Herald Tribune del 16-17.5.92

(25) GACK, Thomas. “Genscher, intermediario al servicio de la seguridad europea” En: Tribuna Alemana del 15.5.91
FITCHETT, Joseph. “Paris-Bonn Defense Plan Seeks EC-WEU Alliance” En: International Herald Tribune del 17.10.91

(26) FITCHETT, Joseph. Op. Cit.
MARTÍ FONT, José M. “Kohl y Miterrand creen que la CE entrará en declive si fracasa la Cumbre de Mastricht.” En: El País del 16.11.91
MARTÍ FONT, José M. “Bonn convoca a los países de la UEO interesados en formar un Ejército europeo” En: El País del 8.2.92
AZCÁRATE, Manuel. “El camino de La Rochelle” En: El País del 3.5.92
“U.K. Proposes Europe Defense Buildup” En: International Herald Tribune del 15.5.92
FITCHETT, Joseph. “Paris and Bonn Press Ahead to Form de Nucleus of a ‘Euro-Corps'” En: International Herald Tribune del 19.5.92
DROZDIAK, William. “Bonn and Paris to Deploy Euro-Corps by 1995” En: International Herald Tribune del 23-24.5.92
“Alemania garantiza a los aliados que el Euroejército complementar a la OTAN” En: El País del 27.5.92
“Kohl Sends Note Assuring Bush on Euro-Corps” En: International Herald Tribune del 5.6.92
PFAFF, William. “NATO: This European-American Quarrel Serves Neither Side” En: International Herald Tribune del 5.6.92

(27) GALLEGO-DÍAZ, Sol. “La CSCE elabora una redefinición de su papel y sus mecanismos” En: El País del 1.2.92

(28) MARTÍ FONT, José M. “Alemania va a cambiar la estructura de su ejército para hacerlo más flexible” y “Un Mig 29 alemán” En: El País del 15.1.92
KILGUS, Rudi. “La Bundeswehr reducir sus efectivos, aumentado su flexibilidad y profesionalidad En: Tribuna Alemana del 27.1.92
“Optimism for Jet Project” En: International Herald Tribune del 15.5.92
GONZÁLEZ, Miguel. “La salida alemana deja fuera de combate al caza europeo…” En: El País del 19.5.92
“Major and Kohl to Discuss New Plane” En: International Herald Tribune del 2.6.92
FISHER, Marc. “German Rejection of Eurojet Sends Allies a Loud Signal” En: International Herald Tribune del 1.7.92

(29) MARTÍ FONT, José M. “Todos miran a una Alemania ensimismada” En: El País del 3.2.92
“Genscher Quits After 18 Years” En: International Herald Tribune del 28.4.92
FISHER, Marc. “Germany, Eager but Wary, Looks to UN Council Seat” En: International Herald Tribune del 14.8.92
LEWIS, Paul. “Germany Tells UN It Wants Permanent Security Council Seat” En: International Herald Tribune del 25.9.92

(30) SMITH, Richard E. “Germany’s Eastward Reach. Building an Economic Presence in the Old Soviet Bloc” En: International Herald Tribune del 14.1.92

(31) SMITH, Richard. E. “Germany’s…” Op. Cit.
Sobre el problema de la afluencia masiva de ciudadanos del Este europeo hacia Alemania, véase, por ejemplo:
MARTÍ FONT, José M. “La invasión de los ‘roma’ ” En: El País del 9.9.90; y
MARTÍ FONT, José M. “Kohl, recibido con frialdad en la ex-RDA” En: El País del 8.4.91

(32) QUEVEDO, Alina. “Hoechst afronta su crisis con una fuerte expansión en Europa” en: El País del 22.12.91
REDBURN, Tom. “Early Birds Catching Worms” En: International Herald Tribune del 18.3.92
SMITH, Richard E. “Germany’s…” Op. Cit.

(33) SMITH, Richard E. “Germany’s…” Op. Cit.
SMITH, Richard E. “More German Firms Look East to Cut Costs” En: International Herald Tribune del 16.4.92

(34) SMITH, Richard E. “German Banks Are Distinctly Cool To Joining Soviet Debt Deferral” En: International Herald Tribune del 23-24.11.91
KINZER, Stephen. “Yeltsin Fails To Persuade Bonn Investors” En: International Herald Tribune del 23-24.11.91
SMITH, Richard E. “Germany’s…” Op.Cit.
SMITH, Richard E. “Trade With East Daunts Even Germans” En: International Herald Tribune del 28-29.3.92
REDBURN, Tom. “Economic Weight Spreads in East Europe” En: Reportaje especial a Alemania del International Herald Tribune del 1.4.92

(35) Britannica World Data Annual 1992, p. 428.
BONET, Pilar. “La URSS recurre a la presión psicológica para arrancar ayuda al G-7” En: El País del 16.7.91
BROOKE, James. “For Byelorussia, Return of the Germans” En: International Herald Tribune del 19-20.10.91
“EC Says 57 % of Aid to Soviets Is German” En: International Herald Tribune del 22.1.92
“Kohl Seeks More Aid For Ex-Soviet Bloc”. En: International Herald Tribune del 6.5.92

(36) SMITH, Richard E. “Soviet-German Gas Dispute Heats Up” En: International Herald Tribune del 26-27.10.91
MARKOFF, John. “Germans Clinch Soviet Sale Via Loophole” En: International Herald Tribune del 22.11.91
SMITH, Richard E. “German Banks Are Distinctly Cool…” Op. Cit.
PIPER, Nikolaus. “Alemania debe mantener en pie el comercio con la ex-URSS” En: Tribuna Alemana del 13.1.92
SMITH, Richard E. “Trade with East Daunts…” Op. Cit.
BRADSHER, Keith. “Germany Resists Postponement of Debt Repayment by Russians” En: International Herald Tribune del 22.9.92

(37) “Havel Demands Germany’s Level of Investment”. En: International Herald Tribune del 9.3.92
“Siemens Sets Poland Rail Restoration” En: International Herald Tribune del 22.3.92
“Czechs Clear 250 US Million Truck Deal” En: International Herald Tribune del 26.3.92

(38) Die Bundestagsdebatte zu Parlaments -und Regierungssitz (Die gehaltenen und zu Protokoll gegebenen Reden vom 20. Juni 1991) Bouvier Verlag. Bonn-Berlin: 1991, passim.
(39) WAGNER, Wolfgang. “Conjurar en Europa el fantasma de la política de equilibrio de fuerzas” En: Tribuna Alemana del 29.5.91
Britannica World Data Annual 1992, p. 429
MARTÍ FONT, José M. “Kohl y Miterrand creen que la CE entrará en declive si fracasa la cumbre de Maastricht” En: El País del 16.11.91
“Kohl Retreats on EC’s Powers” En: International Herald Tribune del 28.11.91
MARTÍ FONT, José M. “¿Una Europa alemana o una Alemania europea?” En: El País del 6.12.91
MARTÍ FONT, José M. “El Bundesbank retrasa la subida de los tipos de interés ante la cumbre de Maastricht” En: El País del 7.12.91
MONTEIRA, Félix. “La Comisión rechaza que haya discriminación del alemán en la CE” En: El País del 4.1.92

(40) “La Unión Europea nace en Maastricht pese a la oposición del Reino Unido” En: Suplemento especial de El País del 22.12.91
MONTEIRA, Félix. “Los Doce abren paso en Maastricht a la nueva Europa” En: El País del 8.2.92

(41) JACKSON, James O. “The Pohl-and-Kohl Show Folds” En: Time del 27.5.91
SMITH, Richard E. “Bundesbank issues a New Warning on EC Central Bank’s Independence” En: International Herald Tribune del 28-29.9.91
MARTÍ FONT, José M. “Pánico sobre el marco” En: El País del 11.12.91
“Mood Shift in Germany. Growing Nationalism Is Tracked by Poll” En: International Herald Tribune del 30.1.92
REDBURN, Tom. “A Bundesbank Warning as EC Seals Treaty” En: International Herald Tribune del 8-9.2.92
“Danes Appear to Reject Pact” En: International Herald Tribune del 3.6.92
DROZDIAK, William. “Danish Vote Shakes EC But 11 Vow to Press On” En: International Herald Tribune del 4.6.92
“Germany Promises To Ratify EC Treaty” En: International Herald Tribune del 13-14.6.92
IPSEN, Erik. “London Delighted by a Centrifugal EC” En: International Herald Tribune del 30.6.92
DROZDIAK, William. “Old Fears of Germany Surface In French Debate on Maastricht” En: International Herald Tribune del 1.9.92
FITCHETT, Joseph. “France’s Weak Approval of Maastricht Leaves Europe With Fragile Consensus” En: International Herald Tribune del 21.9.92

(42) MARTÍ FONT, José M. “Kohl y Genscher refuerzan la luna de miel con Hungría, Polonia y Checoslovaquia” En: El País del 7.2.92
MONTEIRA, Félix. “Alemania considera inaceptable la factura de Maastricht para reforzar la cohesión” En: El País del 17.3.92
MARTÍ FONT, José M. “Kohl cierra la CE a los países ex-soviéticos” En: El País del 6.4.92
SMITH, Richard E. “Waigel Rejects Setting Up a Fund To Help Nations Meet EC Standards” En: International Herald Tribune del 27.5.92

(43) Las fuentes sobre el tema de la problemática económica interna en Alemania durante 1991 y 1992 son muy abundantes. Tanto para el presente acápite, como para el sub acápite 4.2.1, han sido consultados los siguientes trabajos (en orden cronológico):

BUNDESSTELLE FÜR AUSSENHANDELSINFORMATION Die neuen Bundesländer als Witschaftspartner (2. neubearbeitete und erweiterte Auflage) Köln 1991.
BERGES, Angel y MANZANO, Daniel. “Desequilibrios en Alemania y EEUU” En: El País del 28.4.91
BENJAMIN, Daniel. “Shock and Angst. Bad Forecasts, Bad Politicking and Bad Luck Make Rebirth Harder than Expected” En: Time del 1.7.91
MARTÍ FONT, José M. “El Bundesbank sube los tipos de interés y reafirma su independencia del gobierno alemán” En: El País del 16.8.91
“Decline in German Imports” En: International Herald Tribune del 5-6.10.91
SMITH, Richard E. “East German Jobless Falls But Outlook Is Still Grim” En: International Herald Tribune del 9.10.91
BURTON, Katherine. “When Buying in Germany, Timing is All” En: International Herald Tribune del 19-20.10.91
SMITH, Richard. E. “German Sea Change as the Bills Come In” En: International Herald Tribune del 21.10.91
SMITH, Richard E. “Germany Sees Growth in ’92 For the East” En: International Herald Tribune del 22.10.91
Reporte del Commerzbank (Frankfurt/ Main) En: International Herald Tribune del 22.11.91
“Bundesrat Throws Out Chancellor’s Tax Plan” En: International Herald Tribune del 30 nov. –1 dic. de 1991.
MARTÍ FONT, José M. “Alemania aumenta los tipos de interés en medio punto, por encima de lo esperado”. En: El País del 20.12.91
“Las secuelas del Bundesbank” En: El País del 29.12.91
MARTÍ FONT, José M. “El Bundesbank descarta reducir los tipos de descuento” En: El País del 13.1.92
“El Presidente del Bundesbank advierte contra la inflación en Alemania” En: El País del 17.1.92
SMITH, Richard E. “Bundesbank Leaders United in Mission” En: International Herald Tribune del 20.1.92
“Germany’s current account in the nineties: deficits without end? (The Commerzbank Report on German Business and Finance)” En: International Herald Tribune del 20.1.92
“Los altos tipos de interés alemanes desestabilizan el SME y provocan las críticas de algunos países” En: El País del 21.1.92
MARTÍ FONT, José M. “El aumento de la inflación enfrenta al Bundesbank con el gobierno alemán y a Kohl con los sindicatos” En: El País del 23.1.92
MARTÍ FONT, José M. “El metal de Alemania va a la huelga con primera vez en 13 años en demanda de aumentos salariales” En: El País del 1.2.92
“Germans Vote for Steel Strike” En: International Herald Tribune del 1-2.2.92
MARTÍ FONT, José M. “Los expertos auguran más paro en Alemania por el pacto salarial del metal” En: El País del 4.2.92
“German Railway’s Loss Grows” En: International Herald Tribune del 8-9.2.92
“Kohl Calls for Limit on Pay Increases” En: International Herald Tribune del 10.2.92
MARTÍ FONT, José M. “La ‘locomotora’ alemana afectada por la recesión y los despidos en grandes empresas” En: El País del 18.2.92
“German Trade Plunged Into Deficit Last Year” En: International Herald Tribune del 19.2.92
“El papel de Alemania” En: El País del 24.2.92
SMITH, Richard E. “A Recession Stalks Germany” En: International Herald Tribune del 25.2.92
“Gains Seen in German Trade Data” En: International Herald Tribune del 2.3.92
IPSEN, Erik. “A Debate on the Cost of United Germany. Expense of Reunification Spills Into Rest of Europe” En: International Herald Tribune del 4.3.92
POHL, Karl-Otto. “Un futuro poco esperanzador” En: El País del 6.3.92
SMITH, Richard E. “Inflation Rises in Germany” En: International Herald Tribune del 11.3.92
SMITH, Richard E. “Bundesbank Warns Bonn to Curb Spending” En: International Herald Tribune del 19.3.92
“West German inflation Jumps to 4.7 %” En: International Herald Tribune del 3.4.92
“Unemployment Rate Declines Across Germany” En: International Herald Tribune del 4-5.4.92
“Recuperación del marco” En: El País del 26.4.92
MARTÍ FONT, José M. “El metal se une a las crecientes protestas del sector público en Alemania” En: El País del 30.4.92
SMITH, Richard E. “Metalworkers Join Ranks of Strikers in Germany” En: International Herald Tribune del 30.4.92
SMITH, Richard E. “Unions Assail Kohl, Vow Wider Strike” En: International Herald Tribune del 2-3.5.92
FISHER, Marc. “Aides See ‘Disaster’ in Kohl’s Retreat on Pact” En: International Herald Tribune del 9-10.5.92
MARTÍ FONT, José M. “La victoria del sector público alemán sienta precedente en otras negociaciones salariales” En: El País del 11.5.92.
SMITH, Richard E. “Bonn Moves To Contain Increases in Spending” En: International Herald Tribune del 14.5.92
SMITH, Richard E. “German Union Rejects Pay Deal” En: International Herald Tribune del 15.5.92
MARTÍ FONT, José M. “El sector del metal alemán descarta la huelga tras alcanzar un acuerdo salarial” En: El País del 19.5.92
FISHER, Marc. “German Wage Pacts Brings Labor Peace” En: International Herald Tribune del 19.5.92
REDBURN, Tom. “Bundesbank Raises Rate But Leaves Neighbors Room” En: International Herald Tribune del 17.7.92
REDBURN, Tom. “Germans Heard Europe’s Clamor” En: International Herald Tribune del 18-19.7.92
“Inflation Falls in Germany” En: International Herald Tribune del 25-26.7.92
“Western German Joblessness Up for 5th Month” En: International Herald Tribune del 6.8.92
VILA, Gerard. “Waiting for the Bundesbank Means Too Much Pain for Europe” En: International Herald Tribune del 12.8.92
MITCHENER, Brandon. “West German GNP Slows to Standstill” En: International Herald Tribune del 4.9.92
MITCHENER, Brandon. “EC Devalues the Lira by 7 % ; Bonn to Lower interest Rates” En: International Herald Tribune del 14.9.92
“Reajuste en el Sistema Monetario Europeo para devaluar la lira” En: El País del 14.9.92
MITCHENER, Brandon. “Bundesbank Decision: A Compromising Step?” En: International Herald Tribune del 15.9.92
“El Bundesbank actúa por primera vez como banco europeo y baja los tipos de interés” En: El País del 15.9.92
GERWITZ, Carl. “Rate Relief From Germany Lifts Stock Markets and Dollar” En: International Herald Tribune del 15.9.92
“Europe’s Monetary Chaos Forces Major to Let Sterling Float Free” En: International Herald Tribune del 17.9.92
GONZÁLEZ, Eric. “La libra, a la deriva tras abandonar el SME” En: El País del 18.9.92
“La crisis del SME despierta dudas sobre la cooperación alemana en el proyecto de la Unión europea” En: El País del 18.9.92
“EC Comes under More Strain As Britain and Germany Blame Each Other for Currency Crisis” En: International Herald Tribune del 18.9.92
GEWIRTZ, Carl. “Markets Defy Joint Pledge to Shore Up Franc’s Value” En: International Herald Tribune del 24.9.92
MÖLLEMANN, Jürgen. “Be Fair to German Economic and Monetary Policies” En: International Herald Tribune del 28.9.92
“Two Speed Europe?” (Editorial) y “The glumness behind Germany’s power” En: The Economist del 3.10.92
“Two Years After” En: International Herald Tribune del 3-4.10.92
WALSH, James. “And now, vox populi” En: Time del 5.10.92
SULLIVAN, Scott. “End of the Dream” En: Newsweek del 5.10.92
Britannica World Data Annual 1992

(44) MARTÍ FONT, José M. “Federico el Grande recibe nueva sepultura en Potsdam” En: El País del 18.8.91
Britannica World Data Annual 1992, pp. 137, 252 y 427
FISHER, Marc. “On Migrants, is Bonn ‘Slow on Uptake’?” En: International Herald Tribune del 17.10.91
KINZER, Stephen. “Refugees Crowd Germans Close to Home -at Beer- Fest Site” En: International Herald Tribune del 20.3.92
MARTÍ FONT, José M. “Waldheim consigue almorzar con Kohl en Alemania” En: El País del 28.3.92
FISHER, Marc. “An Angry Kohl Blasts Critics of Waldheim Lunch” En: International Herald Tribune del 28-29.3.92
FISHER, Marc. “German Doors Open Wider to Refugees” En: International Herald Tribune del 1-2.8.92

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LA UNIFICACIÓN ALEMANA

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LA UNIFICACIÓN ALEMANA Y SU REPERCUSIÓN POLÍTICA Y ECONÓMICA EN EL ESCENARIO EUROPEO

“(…) Alemania, desde 1950 hasta ayer, estaba razonablemente satisfecha de su posición de país derrotado pero floreciente (…) Pero repentinamente la situación ha cambiado y hoy Alemania está inquieta (…) Tras su reunificación, Alemania (…) se ha dado cuenta de su nueva fuerza y quiere usarla para recuperar el espacio y el tiempo perdidos (…) Si Bonn decide adoptar una política exterior en Europa, los demás colegas deberán seguirla (…)
La inquietud alemana tiene un sólido fundamento. Es la consecuencia de la desaparición de la URSS como sujeto integrante de un mundo bipolar (…) Una vez desaparecida la bipolaridad, ha vuelto a resurgir con toda su fuerza la Europa central, cuyo motor político y económico es Alemania (…)
Entre Alemania y la CE se ha establecido un nuevo juego (…) En el centro del continente existe una potente área del marco, apoyada por una institución bancaria y un Gobierno que actúan de acuerdo con su propia visión e intereses. Alrededor de esta área hay enanos financieros, enanos industriales e incluso enanos políticos (…)”.

Eugenio Scalfari
La Repubblica, 20 de enero de 1992
(1)

“Los viejos anclajes de la existencia nacional alemana han sido, así, repentina y desconcertantemente aflojados durante los últimos dos años: las suposiciones sobre el valor de la integración europea para resolver el problema nacional de Alemania, y sobre la importancia que la alianza con los EEUU tenía para enfrentar los problemas derivados de la política exterior. Es perfectamente natural que este proceso haya sido seguido de confusión y de ansiedad”

Pfaff, William
International Herald Tribune,
21-22 de marzo de 1992
(2)
CONTENIDO

INTRODUCCIÓN

1. Los condicionamientos básicamente externos de la unificación alemana.

2. Asuntos de seguridad y de fronteras.

2.1 Situación militar y estratégica de Alemania después de la unificación.

2.2 El tema de la frontera con Polonia.

2.3 Relaciones bilaterales con Checoslovaquia y Hungría.

2.4 La nueva actitud alemana en temas militares y de seguridad colectiva.
2.4.1 La crisis yugoslava y la presión alemana en la Comunidad Europea para obtener el reconocimiento de Croacia y Eslovenia. El reconocimiento de los países bálticos.
2.4.2 El caso de la suspensión de venta de armas a Turquía.
2.4.3 Iniciativas de revisión de las barreras constitucionales para el envío detropas alemanas en misiones fuera del marco de la Alianza Atlántica. La OTAN y el proyecto de creación de un sistema de seguridad europeo.
2.4.4 Discrepancias sobre la construcción del Avión de Combate Europeo y modificación de los criterios de Defensa.
2.4.5 Gestiones para lograr la admisión de Alemania como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU.

3. La unificación alemana y la expansión económica germana hacia Europa Oriental.

4. Repercusiones de la unificación de Alemania en el proyecto comunitario europeo.

4.1 El peso y las prioridades de Alemania durante las negociaciones del acuerdo de Maastricht. Desarrollos posteriores.

4.2 El esfuerzo para desarrollar Alemania oriental, y su gravitación en el conjunto de la economía europea occidental.
4.2.1 Influencia de las tasas de interés alemanas.

CONCLUSIONES

INTRODUCCIÓN

Transcurridos dos años desde el día de la integración formal de la RDA en la RFA (3 de octubre de 1990), un simple vistazo a la cronología de los principales acontecimientos ocurridos en la escena europea a partir de esa fecha, revela en forma nítida un aumento notable del peso de Alemania en la arena internacional. Tal y como se plantean las cosas en el momento presente, esta mayor gravitación se refiere ahora no sólo a la tradicional importancia económica que tuvo la Alemania occidental en el pasado, sino que ya se siente vigorosamente en la misma esfera de los asuntos políticos, militares y estratégicos de nuestro tiempo. El presente trabajo intentará presentar un bosquejo del inicio de este proceso, cuyo desarrollo futuro contribuirá decisivamente, según todas las evidencias, a perfilar el mundo que emerge luego del fin de la Guerra Fría.

El contexto del proceso que estudiamos está configurado por tres elementos. Por una parte, el hundimiento del poderío soviético ha determinado la desaparición (o la redefinición) de gran cantidad de instituciones europeas que habían sido forjadas para funcionar en el peculiar marco de la tensión militar Este-Oeste. Por otra parte, pese al evidente reconocimiento de su situación como la gran superpotencia vencedora de la Guerra Fría, los EEUU muestran en la actualidad un perfil contradictorio que oscila entre su deseo de “compartir responsabilidades globales” con los otros grandes de la escena mundial (principalmente Japón y Alemania), y su tendencia a poner resistencias a toda iniciativa que se oriente a socavar su rol como poder hegemónico en el seno de la Alianza Atlántica. El tercer rasgo del actual contexto internacional (con énfasis en la situación europea) ha sido claramente expuesto hace poco en los siguientes términos:

“Los cambios radicales operados en los últimos años tras la caída del muro de Berlín y la liberación de los países del Este de los grillos que les sujetaban, han alterado profundamente el entorno en el que se asienta la casa común europea y han impulsado una política proteccionista, de un nacionalismo de nuevo cuño, frente a las realidades amargas que la rodean: conflictos étnico-religiosos, antagonismos y odios ancestrales desgarran de nuevo la península Balcánica y el vasto territorio de lo que fue hasta hace poco la URSS” (3).

Este trabajo cubre el período que va desde el inicio de la unificación alemana hasta los primeros días de octubre de 1992. Tanto la naturaleza del tema planteado, como las limitaciones de espacio previstas para esta monografía, han llevado al autor a poner énfasis en las variables y repercusiones internacionales del proceso de la unificación, en desmedro de un tratamiento más detallado del rico panorama interno de Alemania.

Además de la evidente dificultad que entraña el estudio de un proceso que todavía no ha concluido, el autor ha tenido que enfrentarse a la (explicable) escasez de trabajos de fondo que se ocupen particularmente de los años 1991 y 1992. Esta carencia ha sido suplida a través de la consulta de materiales de prensa (con las excepciones que serán citadas en su momento), así como mediante el ocasional recurso a la observación del proceso desde el mismo lugar de los acontecimientos, a partir de una óptica personal.

Las referencias sobre las fuentes utilizadas en el presente trabajo se incluyen en un apéndice final, al margen de las 30 páginas del texto propiamente dicho que siguen a esta Introducción.


1. Los condicionamientos básicamente externos de la unificación alemana

La unificación alemana de 1990 (o reunificación, si consideramos la historia del pueblo germano desde el siglo XIX) fue una consecuencia directa del proceso que condujo al fin de la Guerra Fría entre los EEUU y la antigua Unión Soviética. De manera muy clara, el 3 de octubre de 1990, día de la unificación del país y de la solución de la “cuestión alemana”, marcó la cancelación de los últimos rezagos históricos de la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, vale decir, de su ocupación por parte de las potencias vencedoras, y de su ulterior división en función de las zonas de influencia Este-Oeste (4).

Movidos principalmente por el reconocimiento de la creciente debilidad económica y tecnológica de la URSS frente a las potencias occidentales -que hacía cada vez más difícil seguir manteniendo el control sobre Europa oriental- Gorbachov y la nueva generación de políticos soviéticos optaron, a partir de la segunda mitad de los años 80, por impulsar un proceso de apertura dentro de su país, y por favorecer una política de distensión a nivel mundial (5).

Tanto la remoción de Erich Honecker al frente de la RDA (18.10.89), la caída del Muro de Berlín (9.11.89), así como la eliminación definitiva del poder omnímodo que había tenido el Partido Socialista Unificado de Alemania (1.12.89), encuentran su explicación en la evidente atenuación del soporte político y militar que la URSS había brindado hasta entonces a las autoridades de la Alemania comunista. Este cambio de actitud de las autoridades soviéticas, vinculada al espíritu de la Perestroika y de la distensión, alcanzó su punto más alto durante 1989, el año de las grandes revoluciones democráticas de la Europa del Este.

A fines de 1989, pese a la caída del Muro de Berlín y de la frontera interalemana, el curso que debía seguir el proceso de la unificación distaba mucho de estar perfectamente definido. En vista de la enorme popularidad que comenzó a gozar la idea de una unificación rápida (particularmente dentro de la RDA), tanto el Canciller Helmut Kohl como su Ministro de RREE, Hans-Dietrich Genscher, optaron por acelerar el proceso, argumentando que el ambiente de distensión que reinaba por entonces entre los EEUU y la URSS no estaba del todo garantizado.

En un comienzo, salvo en el caso de los EEUU, tanto la idea de una posible unificación de Alemania, como de su consecuente resurgimiento como potencia militar y política, despertaron serios recelos en varios países, particularmente en Francia, el Reino Unido, la Unión Soviética y Polonia. A mediados de febrero de 1990, en gran parte gracias a la importante gestión personal de Hans-Dietrich Genscher, la RFA consiguió atenuar estos recelos y convencer a las cuatro potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial para tratar en forma conjunta, con el concurso de las dos Alemanias (en lo que se consideró el inicio de las negociaciones Dos más cuatro), las consecuencias externas que podía acarrear en el futuro el proceso de unificación.

El otro gran obstáculo para la unificación de Alemania se encontraba hacia fines de 1989 en el propio frente interno de la RDA, cuyo régimen, aunque reformista, se asentaba todavía entonces en las viejas estructuras del orden socialista. Pese a la tibieza con que Kohl comenzó a esbozar sus propuestas para una integración de las dos Alemanias (habló en un principio simplemente de “estructuras confederadas”), el gobierno del Primer Ministro Hans Modrow, temeroso de la destrucción del aparato productivo de la RDA y de una virtual “colonización” del país por parte la Alemania occidental, se negó a aceptar una aceleración del proceso, y comenzó a negociar únicamente los términos que podría tener una posible unificación monetaria. Este entrampamiento fue superado sólo después de las elecciones parlamentarias de marzo de 1990, que acarrearon, a partir del mes siguiente, la instalación del primer régimen no socialista en la historia de la RDA. De manera muy razonable, el claro triunfo de las fuerzas conservadoras en la RDA fue interpretado como el más certero indicio de la voluntad mayoritaria de apurar la incorporación de la RDA dentro de la poderosa RFA. Kohl encontró en el nuevo Primer Ministro de la RDA, el democristiano Lothar de Maizière, el aliado incondicional que necesitaba para marchar resueltamente en pos de la meta que se había planteado. El 18 de mayo de 1990 fue firmado el tratado de la Unión Económica y Monetaria que entrañó, a partir de julio, la desaparición del antiguo signo monetario oriental. Asimismo, los regímenes de Kohl y de de Maizière acordaron la negociación de un tratado de Unificación Política, con la intención (ya entonces de dominio público) de sancionar jurídicamente, en un plazo todavía indeterminado, la virtual desaparición de la RDA como estado soberano.

En tiempos de la conformación de la estrecha alianza política entre Kohl y de Maizière, restaba todavía sobrepasar el tercer y más difícil grupo de obstáculos que debió afrontar el proceso de unificación, esta vez en su frente externo: la negativa de la URSS a aceptar la futura integración de la Alemania unida en la OTAN, y la situación de las tropas soviéticas acantonadas en territorio de la RDA desde los inicios de la Guerra Fría. Recién a mediados de julio de 1990, mediante la concesión de ciertas ventajas estratégicas para la URSS, así como gracias a la promesa de un futuro estrechamiento de las relaciones financieras y comerciales germano-soviéticas, Kohl consiguió flexibilizar la posición de Mikhail Gorbachov sobre el espinoso tema de la futura pertenencia de Alemania a la OTAN.

Finalmente, superado el punto de inflexión en materia internacional, el virtual estado de desgobierno político y económico que dominó a la Alemania oriental a partir de la introducción del marco federal, hizo necesaria la suscripción (31 de agosto) del tratado interalemán de unión política que fijó el 3 de octubre como la fecha de la unificación.

El 12 de setiembre, en lo que se consideró la conclusión de las negociaciones Dos más cuatro, las dos Alemanias y las potencias vencedoras en la Segunda Guerra Mundial firmaron el Tratado sobre el acuerdo final con respecto a Alemania, llamado también Tratado de Moscú, que fue negociado en consonancia con lo pactado por Kohl y Gorbachov en julio, y que eliminó los “derechos y responsabilidades” de los aliados sobre Alemania. El 2 de octubre, pocas horas antes de la unificación, tuvo lugar la disolución de la Kommandatura militar aliada en Berlín occidental, porción de la ciudad que había permanecido bajo un régimen de ocupación militar desde la época de la derrota de Alemania en 1945.

En el plano de la política interna, Kohl cosechó casi inmediatamente los frutos de la unificación con el triunfo de su agrupación política cristiano demócrata (CDU) en las primeras elecciones pan alemanas para renovar el Bundestag, que tuvieron lugar el 2 de diciembre de 1990.

La Guerra Fría había concluido formalmente en noviembre de 1990, merced a los acuerdos alcanzados en París por la OTAN, el Pacto de Varsovia y la Conferencia de Seguridad y Cooperación Europea (6). No obstante, hacia comienzos del año siguiente, no se descartaba del todo un bloqueo de la ratificación del Tratado de Moscú en el Soviet Supremo de la URSS, debido a la relativa influencia que todavía conservaban por entonces ciertos grupos intransigentes del PCUS y de las fuerzas armadas, particularmente en contra del retiro definitivo de las fuerzas soviéticas de territorio alemán. Fue precisamente el temor de una posible desestabilización del régimen de Gorbachov, y la necesidad de no dar argumentos a los sectores militaristas de la URSS, lo que llevó al gobierno alemán a no protestar cuando las tropas soviéticas incursionaron violentamente en Lituania, en enero de 1991. A comienzos del marzo de dicho año, probablemente como un reconocimiento a la posición alemana de entonces de respetar la integridad de la Unión Soviética, el Soviet Supremo ratificó el Tratado de Moscú y garantizó, así, finalmente, el carácter soberano de la nueva Alemania (7).


2. Asuntos de seguridad y de fronteras

2.1 Situación militar y estratégica de Alemania después de la Unificación

Debido a una serie de circunstancias, el proceso de la reunificación de Alemania no ha traído como consecuencia la aparición de un coloso militar y estratégico sin rival en Europa. En cuanto a sus recursos básicos, luego de la incorporación de la RDA en la RFA, la superficie combinada resultante es aproximadamente dos quintos mayor que la de Alemania occidental en el pasado, mientras que la población del país reunificado (80 millones) ha aumentado en un cuarto con relación a la antigua de la parte occidental. Además, la asimilación del antiguo potencial económico de la RDA no ha hecho sino aumentar en apenas un décimo el potencial alemán en su conjunto (8).

La consecuencia principal del Tratado de Moscú (véase el acápite 1.) fue la restitución a Alemania de su carácter soberano, perdido luego de la derrota del Tercer Reich en 1945. Este mismo instrumento especificó, no obstante, las limitaciones que tendría Alemania en el ámbito geoestratégico luego de producida la reunificación del país. Gracias a la suscripción del citado instrumento internacional, Alemania obtuvo el derecho de pertenecer a la Alianza Atlántica, o a cualquier otra organización militar de carácter colectivo que considerara importante para la seguridad del país. Además, aseguró el fin de la presencia de efectivos castrenses en territorio alemán bajo la modalidad de tropas de ocupación. Por otra parte, el despliegue de las tropas soviéticas acuarteladas en territorio de la antigua RDA (cuyo número ascendía en 1990 a unos 370,000 efectivos) no debía prolongarse más allá de 1994. Durante el lapso del desmantelamiento de los restos del ejército soviético de territorio germano oriental, este ámbito geográfico podría ser ocupado únicamente por tropas defensivas alemanas que no estuvieran bajo el mando de la Alianza Atlántica. Una vez completado el proceso, las estructuras de la OTAN sólo podrían ser extendidas a la parte oriental de Alemania mediante el despliegue de tropas germanas. El Tratado de Moscú acordó una prohibición total a la instalación de armamentos nucleares en el viejo territorio de la Alemania socialista. A cambio del fin de los “derechos y obligaciones” de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, Alemania se comprometió a reconocer las fronteras existentes en el momento de la firma del mencionado instrumento, y a reducir, en el plazo de tres años, sus futuros contingentes militares a un máximo de 370,000 efectivos. También renunció a la producción, posesión, y disposición con fines bélicos de armas atómicas, químicas y biológicas (9).

Hacia comienzos de julio de 1992, el gobierno alemán comenzó a promover la firma de un acuerdo que subrayara la desaparición del régimen de ocupación, y que regulara las actividades de los 235,000 efectivos occidentales (de origen estadounidense, británico, francés, canadiense, belga y holandés) que seguían instalados por entonces en el viejo territorio de la RFA (10). Por otro lado, en enero de 1992, permanecían todavía en Alemania oriental cerca de 225,000 soldados de origen soviético, a los que se sumaban 160,000 familiares y personal civil. Para esa época, el supremo comando de esos efectivos había declarado públicamente que todas las armas nucleares habían sido ya removidas del antiguo territorio de la RDA (11).

2.2 El tema de la frontera con Polonia

A raíz de la firma del Tratado de Moscú, la URSS obtuvo el reconocimiento de la frontera alemana marcada por los ríos Oder y Neisse, que suponía la renuncia, por la parte germana (y en beneficio tanto soviético como polaco), de los antiguos territorios de Silesia, Pomerania y Prusia Oriental, que habían formado parte del Reich antes de la guerra. Dicho instrumento previó también la firma de un tratado específico entre Alemania y Polonia para ratificar los límites existentes, el mismo que fue firmado en Varsovia, el 14 de noviembre de 1990 (en tiempos del Primer Ministro Tadeusz Mazowiecki), y ratificado por Bonn el 17 de octubre del año siguiente. En esta última ocasión, invocando argumentos nacionalistas, una minoría parlamentaria alemana encabezada por los cristiano-demócratas se negó a sancionar lo que consideraban como la pérdida definitiva de territorios que habían sido alemanes antes de la última guerra (12).

2.3 Relaciones bilaterales con Checoslovaquia y Hungría

Con Checoslovaquia restaba todavía tratar, además de los asuntos de cooperación económica, el llamado tema de los Sudetes. A raíz de la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, y debido principalmente a su estrecha colaboración con el régimen nazi, la minoría alemana que habitaba en la región de los Sudetes (en número de tres millones) fue expulsada masiva y violentamente del territorio que constituyó Checoslovaquia durante la Guerra Fría. Luego de la caída del régimen comunista, e iniciado el proceso de modernización de la economía checa, el gobierno de Praga ha venido negándose a permitir la participación, en las subastas del proceso de privatización, de los viejos alemanes de los Sudetes, que buscan recuperar por este medio las propiedades que les habían sido confiscadas hace más de cuatro décadas. En la actualidad, los expulsados de los Sudetes se encuentran organizados (junto con los que salieron en similares circunstancias de Silesia, Pomerania y la Prusia Oriental) en el llamado Bund der Vertriebenen (BdV), que tiene algún peso en el conservador partido Social Cristiano (CSU) de Baviera (integrante de la actual coalición de gobierno). Pese a todo, las reclaraciones referidas al problema de los Sudetes no fueron incluidas en el Tratado de Amistad germano-checoslovaco firmado en Praga, el 27 de febrero de 1992, por el Canciller Helmut Kohl y el Presidente Vaclav Havel (13).

El 6 de febrero de 1992, el gobierno alemán firmó en Budapest un tratado de cooperación y amistad con Hungría (14).

2.4 La nueva actitud alemana en temas militares y de seguridad colectiva

Durante los primeros meses que sigueron a la unificación, influida todavía por las tradiciones (y ataduras) heredadas la Guerra Fría, Alemania mantuvo un perfil más bien bajo en temas de política exterior. A comienzos de 1991, debido a la prohibición constitucional de enviar tropas fuera del ámbito de la OTAN, y en medio de un coro de críticas internacionales sobre su supuesta “pasividad”, Alemania no pudo participar activamente en los esfuerzos militares para solucionar la crisis internacional derivada de la invasión de Kuwait por parte de Irak (a excepción del envío de aviones para ayudar a resguardar la frontera turco-iraquí, estrictamente dentro de una operación defensiva de la OTAN). Entonces, Alemania concentró lo esencial de su participación en el otorgamiento de donaciones pecuniarias y de material defensivo tanto a los EEUU como a Israel. También resultó reveladora la lentitud de la reacción de Alemania con relación al putsch de agosto de 1991 en la Unión Soviética. Alemania asumió una posición de dureza frente a los golpistas sólo después de la dura condena efectuada por los EEUU, que contribuyó de manera importante al fracaso de la conspiración (15).

2.4.1 La crisis yugoslava y la presión alemana en la Comunidad Europea para obtener el reconocimiento de Croacia y Eslovenia. El reconocimiento de los países bálticos.

El estallido de la crisis yugoslava probó ser, a la postre, el escenario internacional donde Alemania mostró finalmente un criterio propio en temas vinculados a la seguridad colectiva. Desde el verano de 1991, principalmente a iniciativa de su Ministro de RREE Hans-Dietrich Genscher (entonces a la cabeza de la Conferencia de Seguridad y Cooperación Europea), Alemania comenzó a presionar a la CE para reconocer el derecho de autodeterminación alegado por Croacia y Eslovenia. El 4 de diciembre de 1991, Bonn marcó distancias frente a la postura de la mayoría de los miembros de la CE en esta crisis, al tomar la primera medida unilateral agresiva contra las repúblicas de Serbia y Montenegro (el corte de todas las rutas de comercio y transporte entre Alemania y las dos mencionadas repúblicas). Poco tiempo antes, en una actitud que equivalió al rompimiento de facto de un acuerdo comunitario, el Canciller Kohl había declarado conjuntamente con el Primer Ministro italiano Giulio Andreotti la disposición de Alemania e Italia de reconocer a Croacia y Eslovenia antes de la Navidad. Por esa época, el Secretario General de la ONU, Javier Pérez de Cuéllar, advirtió sobre el carácter prematuro y el peligro que representaba esta decisión, señalando que “cualquier acción descoordinada” contribuiría a aumentar la tensión y a debilitar los trabajos de la misión de paz en Yugoslavia encabezada por Cyrus Vance. El 13 del mismo mes, Genscher envió una dura carta a Pérez de Cuéllar en la que negaba los cargos de “descoordinación” y donde afirmaba que el no reconocimiento de las dos repúblicas podía ser interpretado por el ejército yugoslavo como un respaldo a sus acciones y conducir a una “escalada de violencia”. El 17, en la reunión del Consejo de Ministros de la CE realizada en Bruselas, y luego de hacer una pequeña concesión respecto al plazo de su propuesta inicial, Alemania forzó a los Doce a reconocer la independencia de Croacia y Eslovenia a partir del 15 de enero siguiente. Al haber doblegado la posición de las otras naciones europeas desarrolladas (particularmente Francia y el Reino Unido), Alemania rompió en los hechos la tradición de subordinación en materias estratégicas que había caracterizado a la RFA durante la Guerra Fría. Por otra parte, como se vio en declaraciones (21.1.92) efectuadas por Robert Kimmitt, embajador de los EEUU en Bonn, el gobierno del Presidente Bush apoyó esta nueva actitud “afirmativa” de Alemania “en acciones colectivas concebidas para conseguir metas y objetivos comunes” (16).

Antes de la situación descrita líneas arriba, Alemania ya había dado ciertos indicios de independencia en el tema de los países Bálticos, cuyo reconocimiento fue efectuado por Bonn después del fracaso del golpe de agosto de 1991 en Moscú (17).


2.4.2 El caso de la suspensión de la venta de armas a Turquía

El 26 de marzo de 1992, el inicio de una agria disputa diplomática entre Bonn y Ankara permitió apreciar otra actitud decidida e independiente del gobierno alemán en su frente externo. En esa fecha, el gobierno de Helmut Kohl anunció una inmediata suspensión de los envíos de armamentos de origen alemán a Turquía, luego de haber recibido informes sobre la utilización de esos materiales en la lucha contra la guerrilla separatista kurda. (Gran parte de los armamentos en cuestión habían pertenecido al desarticulado ejército de la RDA.) Por otra parte, Alemania solicitó a sus socios de la CE emitir una protesta formal contra Turquía ante la violación de los derechos de la minoría kurda.

La disputa fue lo suficientemente delicada como para atraer la atención mundial, no sólo por tratarse de una rencilla entre dos miembros de la OTAN, sino debido a la peculiar relación bilateral que existe entre ambos países. (Alemania, el principal socio comercial de Turquía, alberga una población turca ascendente a 1.5 millones de personas.) Durante lo peor de la crisis, el presidente turco Ozal acusó a Alemania de “tratar de probar que es una gran potencia” como la “Alemania de Hitler” lo hizo en el pasado. Además, el incidente también marcó una nueva ruptura con relación a los usos diplomáticos germanos de la postguerra, que llevaron en el pasado a la vieja RFA a aguardar siempre la iniciativa de los EEUU y de sus otros aliados occidentales en eventualidades de esta naturaleza. De hecho, poco antes, el Departamento de Estado había tomado un rumbo distinto, al condenar las acciones terroristas cometidas por el Partido Kurdo de los Trabajadores, y saludar la respuesta militar turca en represalia a estos atentados.

A consecuencia del enfrentamiento germano-turco, se produjo la renuncia de Gerhard Stoltenberg, ministro alemán de la cartera de Defensa. Fue reemplazado por Volker Rühe (18).

2.4.3 Iniciativas de revisión de las barreras constitucionales para el envío de tropas alemanas en misiones fuera del marco de la Alianza Atlántica. La OTAN y el proyecto de creación de un sistema de seguridad europeo.

Durante todo el año 1991, luego de la experiencia de la Guerra del Golfo (donde Alemania participó como simple proveedora de recursos financieros y militares), el Canciller Kohl realizó intentos por introducir una reforma en la constitución que permitiera una futura participación de su país en misiones pacificadoras de las Naciones Unidas fuera del área de la OTAN. Todos estos intentos fracasaron debido a la total negativa de la oposición socialdemócrata, cuyos votos eran imprescindibles para alcanzar los dos tercios necesarios en el Bundestag. El 19 de febrero del año siguiente, el gobierno alemán se reafirmó formalmente en este propósito (19).

Al margen de la disputa jurídica en el legislativo alemán, existen hasta la fecha tres precedentes concretos -aunque de importancia ciertamente menor- de operaciones militares alemanes que ya han sido llevadas a cabo fuera del ámbito de la Alianza Atlántica. Durante la Guerra del Golfo, esgrimiendo el argumento de una defensa humanitaria de Israel, el gobierno autorizó la acción navíos barreminas alemanes en el Mediterráneo. Después de este mismo conflicto, tropas alemanas participaron en los esfuerzos para ayudar a los kurdos en Iraq e Iran (cuyos respectivos territorios no forman parte de la OTAN). Finalmente, el 15 de julio de 1992, el gobierno decidió enviar el destructor Bayern y tres aviones de reconocimiento a la costa yugoslava para colaborar en un operativo de inspección en el marco del embargo comercial dispuesto por la ONU contra Serbia y Montenegro (donde participaron otros países de la OTAN). La oposición socialdemócrata alemana consideró esta última acción como violatoria de la constitución (20).

Desde 1991 hasta octubre de 1992, los esfuerzos político-diplomáticos del gobierno alemán no sólo se han orientado al objetivo de romper el corsé de su membrecía atlántica, sino han llegado incluso al extremo de patrocinar, al menos un caso específico, una iniciativa de defensa colectiva de “vocación europea”. Ya desde antes de la unificación, en un momento tan temprano como setiembre de 1990 (a poco de estallar el conflicto del Golfo), Francia y Alemania habían lamentado explícitamente la carencia de “instituciones europeas” que permitieran jurídicamente una presencia militar conjunta fuera del marco europeo (21).

El trasfondo de esta situación se encontraba en la polémica sobre la vigencia de la OTAN luego del fin de la Guerra Fría, así como en el movimiento contradictorio manifestado por los EEUU de disminuir gradualmente su presencia militar en el Viejo Continente, aunque combatiendo paralelamente toda iniciativa que busque socavar su posición dominante dentro de la OTAN (22).

En el terreno concreto de las iniciativas militares y geopolíticas, la Guerra del Golfo demostró que, pese a la desaparición de la URSS, Washington seguía ejerciendo una tutela en materia de seguridad sobre Europa occidental. Además, fue evidente que la Comunidad Europea no pudo articular entonces una política exterior común y se limitó a seguir el ritmo marcado por los EEUU (23).

En este contexto se han dibujado hasta hoy las posiciones de “europeos” y “atlánticos” sobre el futuro papel de la OTAN. Los primeros parten del supuesto de que una cada vez mayor integración de la CE, particularmente en el ámbito defensivo y estratégico, permitirá contrarrestar cualquier tentación alemana de volver a erigirse en un peligro para el equilibrio mundial. Si el proyecto comunitario se diluyera, dejando espacio libre para el hegemonismo alemán, no quedaría sino volver a depender de la masiva presencia militar norteamericana. Por su parte, los “atlánticos” argumentan precisamente en el sentido contrario: la integración europea no es sino la máscara que utilizan los alemanes para erigirse en el futuro como los nuevos árbitros de Europa. Esta es la razón por la cual Henry Kissinger, antiguo Secretario de Estado de los EEUU y quizá el más famoso de los “atlánticos”, considera necesaria la continuación de una preeminencia norteamericana en la OTAN, aunque ciertamente con una estructura militar más flexible y mejor adaptada al nuevo panorama internacional (caracterizado por los conflictos étnicos y las guerras de tipo más focalizado). Según Kissinger, los mismos europeos han comenzado ya a ver con temor la posibilidad de un resurgimiento de Alemania como potencia militar, lo que explica, en parte, las resistencias prácticas que viene experimentando recientemente el proyecto comunitario. Por lo demás, dada la permanencia de cabezas nucleares y de ejércitos numerosos en el antiguo espacio soviético, todavía no ha desaparecido del todo una potencial amenaza proveniente de la Europa oriental. Desde este punto de vista, de caer países como Francia en la tentación de promover la creación de alguna estructura defensiva europea al margen de la OTAN, no estarían sino abriendo las puertas a las encubiertas tentaciones nacionalistas alemanas, y actuando consecuentemente en contra de su propio interés (24).

Desde 1991, las propuestas específicas de los actores internacionales han partido, casi siempre, por intentar definir el rol que deberá tener en el futuro la llamada Unión Europea Occidental (UEO), que comprende a los nueve países que son miembros tanto de la CE como de la OTAN (25).

En la línea de una propuesta realizada en octubre de 1991, Kohl y Miterrand anunciaron durante la Cumbre de La Rochelle (21-22 de mayo de 1992) la creación de un cuerpo de ejército “con vocación europea” compuesto de aproximadamente 35,000 efectivos, y cuyo estado mayor tenía previsto establecerse a partir de julio en Estrasburgo. Según el proyecto franco-germano, este cuerpo de ejército debía comenzar a funcionar en 1995 y operaría como una estructura de defensa complementaria de la Alianza Atlántica. (A comienzos de febrero de 1992, el gobierno alemán ya había decidido convocar a los países de la UEO para discutir conjuntamente los alcances del proyecto.) Como era de esperarse, esta iniciativa recibió duras críticas particularmente del Reino Unido, país que aceptó la existencia del cuerpo franco-germano, aunque integrado a una UEO concebida, a su vez, como un “pilar europeo” (y subordinado) de la Alianza Atlántica. El proyecto también fue atacado por los EEUU, cuyo gobierno llegó a interpretar el paso como un espaldarazo alemán a la vieja aspiración francesa de afirmar una defensa europea y de librarse de la tutela de la OTAN. Sobre este último punto específico, Bonn retrucó a Washington subrayando que no era intención del proyecto suplantar a la Alianza Atlántica, u oponerse a ella (26).

Para concluir este acápite debe señalarse que, a comienzos de 1992, Genscher hizo pública su propuesta de crear cascos azules europeos que dependieran de la CSCE (27).


2.4.4 Discrepancias sobre la construcción del Avión de Combate Europeo y modificación de los criterios de Defensa

El 30 de junio de 1992, el gobierno alemán decidió retirarse del proyecto EFA (European Fighter Aircraft), destinado a producir el llamado Avión de Combate Europeo a un costo aproximado de 35.5 mil millones de dólares. El EFA, que contaba también con la participación de Italia, el Reino Unido y España, había sido concebido en 1985 con el propósito (obsoleto a partir del fin de la Guerra Fría) de enfrentar un posible ataque de las nuevas versiones de cazas soviéticos. En líneas generales, la decisión alemana había sido influida por un cambio del concepto defensivo alemán, hecho público a partir de comienzos de 1992. Este cambio de perspectiva obedecía al doble objetivo de aumentar la movilidad y flexibilidad de la FFAA alemanas (creando unidades de reacción rápida con menor concurso de armamento pesado), y de ahorrar a los contribuyentes germanos unos 44 mil millones de marcos durante la próxima década (28).

2.4.5 Gestiones para lograr la admisión de Alemania como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU.

El 23 de setiembre de 1992, por boca del Ministro de RREE Klaus Kinkel (quien reemplazó a Genscher a partir de su renuncia en abril), Alemania manifestó por primera vez en la Asamblea General de la ONU su deseo de obtener un puesto permanente en el Consejo de Seguridad. En esa ocasión, Kinkel también prometió que Alemania revisaría su constitución para que los soldados alemanes pudiesen participar en futuras operaciones monitoreadas por la ONU (véase el acápite 2.4.3). A juzgar por el contenido de las declaraciones del Canciller Helmut Kohl, este giro en la política exterior alemana con relación al Consejo de Seguridad ya se había venido produciendo desde agosto, precisamente cuando el Japón comenzaba a adoptar una actitud similar, y cuando el Secretario General de la ONU, Boutros Boutros Ghali, había manifestado su interés en promover una ampliación del número de miembros permanentes de dicho organismo (en cuyo proyecto incluía a japoneses y alemanes). Anteriormente, en tiempos de los albores de la Unificación, esta posición había sido considerada “no prioritaria” por Bonn, pese al enorme peso real del país, y a lo paradójico que resultaba marginar del Consejo de Seguridad al tercer contribuyente neto de las arcas de la ONU (29).


3. La unificación alemana y la expansión económica germana hacia Europa oriental


“El este es nuestro mercado natural”

Heinz Schimmelbusch, cabeza de la
empresa germano occidental Metallge-
sellschaft AG
(30).

Tanto la distensión militar y estratégica provocada por el fin de la Guerra Fría, como las enormes carencias financieras y productivas que aquejaron desde el comienzo a las democracias que emergieron en el antiguo espacio del Pacto de Varsovia, sentaron las bases de una clara proyección económica de Alemania hacia el Este europeo. Además de ser considerado como un campo “natural” de expansión económica para el sector privado, el estado alemán es muy consciente del peligro que representaría para la seguridad germana cualquier perturbación grave de la estabilidad de los países del Este, en la forma ya sea de caos económico, guerras, o de una (temida) emigración masiva hacia Occidente (31).

Algunas de las compañías privadas alemanas más poderosas tienen lazos de inversión y comercio con la Europa del este que se remontan en muchos casos al siglo pasado, como es el caso de la Metallgesellschaft AG, de la química Hoechst (Frankfurt) y de la Siemens (Munich). Tradicionalmente, la historia secular de las relaciones económicas entre Alemania y la Europa del este se caracterizó por el intercambio de tecnología germana por recursos naturales y mano de obra oriental. En la actualidad, a diferencia del tipo de expansión practicada durante los últimos dos años por países como Francia, los EEUU e Italia -centrada en el aprovechamiento de ciertas ventajas inmediatas- la penetración alemana obedece a una planificación de largo plazo, orientada a consolidar una presencia permanente durante las décadas venideras. No es, en efecto, casual que Alemania sea hoy día el principal socio comercial y financiero occidental de casi todos los países que conformaban el antiguo Pacto de Varsovia (32).

Uno de los principales atractivos que tiene el Este para los empresarios alemanes se refiere al tema de la mano de obra:

“El nivel de los salarios de la población trabajadora del Este podría llegar a ser de particular interés con el correr de los años, y en tanto los salarios alemanes, actualmente casi los más elevados del mundo, se mantengan en aumento. De acuerdo con la opinión de la Asociación Alemana de Comercio e Industria, atravesando la frontera con Checoslovaquia se puede encontrar una mano de obra de muy buena calidad por aproximadamente un décimo del costo del nivel salarial alemán” (33).

Pese a su innegable importancia, la expansión económica alemana hacia Europa del Este no debe ser magnificada. Por ejemplo, hacia fines de 1991, la antigua URSS absorbía únicamente el 2 % de las exportaciones alemanas. Hacia esa misma época, en términos absolutos, la inversión alemana acumulada en el Este (contabilizada en millones de dólares) tenía los siguientes niveles: Checoslovaquia (532), Comunidad de Estados Independientes (500), Hungría (350), Polonia (187.7), Rumanía (30.5) y Bulgaria (5.4). Sólo considerando 1991, las exportaciones alemanas hacia el este europeo descendieron un 29 % hasta llegar a los 37.9 mil millones de marcos, mientras que las importaciones alemanas provenientes de Europa oriental bajaron un 10 %, hasta situarse en los 32.9 mil millones de marcos. De hecho, además de considerar el freno económico que ha significado la concentración del esfuerzo nacional alemán en la modernización de la antigua RDA (véase el acápite 4.2), no es en absoluto descabellado sostener que la expansión empresarial hacia Europa del Este es todavía muy cautelosa, debido a la falta de estabilidad política, legal, administrativa y monetaria que caracteriza hoy día a esa región del planeta (34).

Alemania es actualmente el más importante aportador mundial de ayuda oficial para los países de Europa oriental y, en repetidas ocasiones, ha manifestado encontrarse en el límite de sus posibilidades para continuar con este ritmo de erogaciones: hasta comienzos de mayo de 1992, había otorgado 75 mil millones de marcos a las viejas repúblicas soviéticas, y 105 mil millones de marcos al resto de los países del este. (La cantidad correspondiente a la CEI incluía 12 mil millones de marcos que ya habían comenzado a ser utilizados por entonces en la financiación de la retirada de los restos del ejército soviético de la antigua RDA.) (35). Un tipo especial de ayuda, bajo la modalidad de la garantía Hermes para las exportaciones alemanas (en particular a las que se originan en empresas germano orientales), viene siendo otorgada por el estado alemán para promover sobre todo el comercio germano-ruso. Recientemente, esta relación comercial bilateral se ha debilitado mucho debido a la multiplicación de casos de empresas alemanas que deben ser indemnizadas por deudas incobrables de negocios en la antigua URSS, así como por la negativa rusa a conceder garantías a los exportadores alemanes. En general, las relaciones económicas ruso-germanas no han estado exentas de conflictos que, en algunos casos, han llegado a invadir la esfera de los asuntos estratégicos (36).

Entre los proyectos específicos privados alemanes en el Este que han involucrado inversiones contabilizadas en términos de cientos de millones de marcos, cabe mencionar los contratos Volkswagen-Skoda, y Mercedes Benz-Avia y Liaz, en Checoslovaquia, así como la reciente iniciativa de la firma Siemens de participar en un importante proyecto ferroviario en Polonia (37).

El tema de la expansión económica alemana hacia Europa oriental rondó también en la decisión, adoptada por el Bundestag, el 20 de junio de 1991, de designar a Berlín como futura sede del gobierno federal. Durante el reñido debate sobre la materia, varios parlamentarios señalaron las ventajas geográficas que presentaba Berlín sobre Bonn como punto de irradiación comercial y financiera hacia el este (38).

4. Repercusiones de la unificación de Alemania en el proyecto comunitario europeo

4.1 El peso y las prioridades de Alemania durante las negociaciones de los acuerdos de Maastricht. Desarrollos posteriores

Durante los meses de preparación de la Cumbre Comunitaria de Maastricht (9-10 de diciembre de 1991), el gobierno de Helmut Kohl contó a su favor no sólo con la perfecta sintonía y coordinación que le ofrecía el gobierno francés, sino con el mismo apoyo popular que la idea de una profundización del proceso comunitario tenía entonces en su propio país. En líneas generales, antes de acudir a la mesa de negociaciones, el gobierno alemán había manifestado en repetidas ocasiones su aspiración máxima, orientada no sólo a conseguir la integración económica y monetaria (que de por sí consideraba insuficiente), sino también a forjar una futura unión de estructura federal, modelada según el sistema político germano, y con un parlamento fuerte, una moneda única, un banco central independiente y una política exterior y defensa comunes. Debido a la tormenta que se avecinaba a medida que se iba acentuando la oposición británica a acelerar el proceso de integración, Kohl decidió ceder en algunos puntos, colocando en nivel no prioritario su objetivo de conseguir que el Parlamento Europeo tuviera poder real a partir de 1994, así como la propuesta anglo-francesa de creación de un ejército europeo, que había sido anunciada hacia octubre de ese año (véase el acápite 2.4.3). Al parecer, Kohl también planeó dejar de lado toda insistencia especial para conseguir la conversión del idioma alemán en lengua de trabajo de la CE. (Prueba del interés puesto por el Canciller en el proceso comunitario fue la presión que ejerció sobre el nominalmente independiente Bundesbank, con el propósito de retrasar, hacia diciembre de 1991, una inminente alza de los intereses bancarios alemanes -de consecuencias tradicionalmente devastadoras en Europa- hasta después de concluida la Cumbre.) (39).

En términos generales, los acuerdos de Maastricht fueron producto de la dura pugna que enfrentó al Reino Unido (decidida partidaria de diluir el proceso de integración) contra Alemania y Francia. Pese a haberse descartado el uso de la expresión “vocación federal”, el acuerdo final llamó al establecimiento de una Unión Europea (“una Unión más estrecha”) que estableciera relaciones cercanas entre los Doce a través de políticas comunes en asuntos externos, seguridad e inmigración (que no implicaban, como lo subrayó el Reino Unido, la instauración de una voz diplomática única). Los mandatarios reunidos acordaron, asimismo, el establecimiento de un Banco Central Europeo, así como de una moneda única (el ECU) a partir de 1999. Sólo el Reino Unido (que marcó asimismo distancias con la política social ya pactada entre los demás miembros de la CE), consiguió la cláusula especial del opt-out, vale decir, su derecho a la rebeldía a la hora de la implantación del ECU como moneda europea. Estos acuerdos fueron suscritos formalmente por los Doce el 7 de febrero del 1992 (40).

De manera sopresiva, inmediatamente después de concluida la Cumbre de Maastricht, los sondeos de opinión en Alemania comenzaron a revelar una clara preocupación popular por la proyectada desaparición del deutsche mark (símbolo de la estabilidad germana durante la postguerra) y, en general, la pérdida de entusiasmo por la idea comunitaria en el contexto de un cierto resurgimiento de tendencias nacionalistas. El gobierno también recibió fuertes críticas del Bundesbank, entidad que no dejó de señalar el peligro que entrañaba la futura constitución de un banco central europeo sin real independencia para luchar contra la inflación. Las cosas se complicaron aún más con el rechazo danés de los acuerdos de Maastricht (2.6.92), y con la débil victoria del “Sí” en el referendum francés (20.9.92) sobre la misma materia (cuyo debate había revelado, para colmo de males, la reaparición del temor por Alemania en su vecino occidental) (41).

Otros dos temas vinculados a la problemática comunitaria fueron la oposición alemana a aumentar el presupuesto de la CE con el objetivo de ayudar a los países mas pobres en su seno, y la propuesta del gobierno alemán de admitir como miembros, antes del fin de siglo, a Polonia, Checoslovaquia y Hungría (países claves para la seguridad de Alemania). Con relación a los países miembros de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), Bonn ha manifestado que éstos deberían “formar su propia zona económica” (42).

4.2 El esfuerzo para desarrollar Alemania oriental, y su gravitación en el conjunto de la economía europea occidental (43)

A medida que trascurrieron los meses que siguieron a la unificación, aparecía cada vez más evidente que el Canciller Kohl no había conocido con claridad (o no había querido revelar) las enormes diferencias que existían entre los sistemas económicos de la RDA y la RFA en lo que se refiere a calidad de la producción y competitividad. Estas diferencias afloraron dramáticamente a partir de 1991, y obstaculizaron tanto las labores de privatización de la gigantesca Treuhandanstalt como los flujos de inversión productiva provenientes del sector privado germano occidental. Según estimaciones del Bundesbank, por lo menos 180 mil millones de marcos provenientes de Alemania occidental (el 6.5 % del PIB del oeste) habrán sido ya transferidos a fines de 1992 a la parte oriental del país. (En 1991, dicha transferencia anual ya había rebasado de sobra los 100 mil millones de marcos, mientras que, en el plano internacional, la CE colocó mil millones netos en la antigua RDA.)

La situación anterior, con su secuela de endeudamiento y déficit públicos, junto con la necesidad de aumentar los impuestos, y la existencia de sobreabundancia de circulante (herencia de la demagógica unificación monetaria de julio de 1990), determinaron, a partir de 1991, el establecimiento de un peligroso mecanismo de retroalimentación entre el aumento de la inflación y la exigencia de aumentos salariales por parte de los beligerantes sindicatos alemanes. En el año mencionado, la presión salarial (6.7 %) superó ampliamente el nivel de la tasa inflacionaria (4.2 %). (La inflación de 1990 había llegado apenas al 2.7 %) Este peligroso desarrollo inflacionario intentó ser combatido por el Bundesbank, a partir de agosto de 1991, con el aumento de las tasas de interés (véase el sub acápite 4.2.1). Las presiones salariales del sector público y del clave sector del metal continuaron vigorosas en 1992. Pese a esta circunstancia, y al crecimiento de la oferta monetaria, la tasa inflacionaria se doblegó recién a partir de julio de 1992 a un nivel por debajo del 4 %, luego de haber alcanzado una tasa anualizada pico (sin precedentes desde 1982) que rozó en marzo el 4.8 %

A consecuencia de un corto boom importador (que tuvo durante un período breve que siguió a la unificación un efecto benéfico particularmente para los socios comunitarios), y de una declinación del frente exportador (consecuencia de la desaceleración global de las economías desarrolladas), el superávit comercial alemán de 1991 experimentó una aparatosa caída en cerca de 86.6 mil millones con relación al registrado en 1990. Esta situación, junto con la reducción del superávit en servicios, trajeron como consecuencia la aparición de un déficit en la balanza en cuenta corriente alemana de 1991 (que se repetirá con seguridad en 1992). Esta delicada situación (empeorada por los enormes gastos en la antigua RDA), ha llevado a Alemania a recurrir al ahorro externo (generando escasez de capitales fuera de Alemania), y a romper, por lo menos temporalmente, con su imagen de proveedora de financiación para el resto del mundo.

El crecimiento germano occidental, visto en perspectiva, ofrece la siguiente trayectoria: 4.7 % en 1990, 2.7 % en 1991 y una modesta proyección de aproximadamente el 1 % para 1992. Las proporciones correspondientes a la antigua RDA son las siguientes: -15 % en 1990, -30 % en 1991 y una proyección del 7 % para 1992. El crecimiento conjunto de oriente y occidente previsto para 1992 se sitúa apenas en un 1.25 %. Por otra parte, en agosto de 1992, el desempleo real en la Alemania del este rozaba el 40 % de la PEA oriental.

4.2.1 Influencia de las tasas de interés alemanas

Entre los primeros días de agosto de 1991 y el 19 de diciembre de ese mismo año, la llamada tasa de descuento pasó del un 6.5 % al 8 %, mientras que el lombardo pasó del 9 % al 9.75 % Posteriormente, el 16 de julio de 1992, el Bundesbank subió la tasa de descuento hasta 8.75 %, pero mantuvo el más influyente lombardo en su nivel anterior. Este movimiento, orientado explícitamente a combatir la tasa de inflación alemana, tuvo un grave efecto de carácter internacional: al orientar el mercado mundial de capitales hacia el circuito financiero germano, esta alza de los intereses terminó acarreando un importante fortalecimiento del marco frente a otras monedas duras. De hecho, el 13 de setiembre de 1992, la tasa de descuento fue rebajada al 8.25 % y el lombardo al 9.5 % sólo a cambio de una devaluación de la lira. La insuficiencia de este realineamiento se vio con claridad a partir del 16 de setiembre, cuando, en un desarrollo dramático, la libra rompió su paridad estable frente al marco, se devaluó en un 10 %, y terminó abandonando el Sistema Monetario Europeo. El franco se libró de un destino similar, apenas una semana después, por la enérgica intervención y el apoyo decidido que le brindó el Bundesbank. En plena época de la campaña del referendum francés sobre Maastricht, la crisis monetaria dio pie a los enemigos del proyecto comunitario (desde Margaret Thatcher hasta Jean-Marie Le Pen) a hablar de la “fuerza destructiva” del deutsche mark. Reveladoramente, a fines de ese mismo mes de setiembre, comenzaban ya a perfilarse en la opinión pública dos opciones alternativas al proyecto comunitario, ambas enmarcadas dentro de un cierto rebrote de los nacionalismos europeos. Por una parte, desistir de una unión estrecha, y avanzar hacia una confederación laxa. Por otra, la posibilidad de encauzar el proceso hacia el establecimiento de una “Europa de dos velocidades” (con Francia, Alemania y el Benelux encabezando una integración más veloz en función de su mayor estabilidad económica).

CONCLUSIONES

Varios ejemplos pueden ser utilizados para ilustrar el cierto sesgo nacionalista que ha adoptado por momentos el gobierno alemán (y parte de la clase política alemana en general) luego de la reunificación del país. A contrapelo del punto de vista de la oposición socialdemócrata, que ha señalado las dificultades económicas derivadas del proceso de reunificación como el origen fundamental del crecimiento de los grupos neonazis entre 1991 y 1992, el gobierno del Canciller Kohl ha insistido en explicar este fenómeno básicamente en función de la exagerada afluencia de candidatos a asilo político que ingresan a Alemania todos los meses haciendo uso de la generosa cláusula constitucional que existe sobre la materia. En una abierta contradicción, el mismo régimen germano se ha opuesto a poner barreras al “retorno” de cientos de miles de alemanes “étnicos” procedentes del este europeo, cuyo arraigo fuera del actual territorio alemán puede datarse en términos de decenas de años o, incluso, de centurias (como en el caso de muchos de los provenientes de la Antigua Unión Soviética). Quizá más preocupante fue, sin embargo, la poca dureza desplegada por el gobierno para reprimir a los neonazis, así como los desconcertantes gestos políticos del Canciller Kohl de tomar parte (17.8.91) en el entierro ceremonial de los restos de Federico el Grande, el rey prusiano admirado por Hitler, y de brindar atenciones oficiales (27.3.92) al presidente austríaco Kurt Waldheim (acusado de haber participado en las atrocidades nazis de la Segunda Guerra Mundial). Aparentemente, estos tres gestos fueron realizados por el Canciller Kohl con el objetivo electoral calculado de no privarse, en un futuro próximo, de los votos de la ascendente extrema derecha alemana (44).

Pese a la aparición (o revelación) de estos rasgos nacionalistas luego de la reunificación del país, éstos no deben ser sobredimensionados. De hecho, en el plano de la política exterior alemana, no es en absoluto exagerado señalar que el gobierno del Canciller Kohl parece hasta la fecha sinceramente interesado en promover, en estrecha coordinación con el régimen socialista francés, el proyecto comunitario (ya sea en su versión original, o -en un plano todavía reservado- de acuerdo al criterio de la “Europa de dos velocidades”). Por otro lado, no ha ocultado su propósito de concluir la solución de los problemas históricos pendientes con Polonia y Checoslovaquia, de remover las barreras constitucionales que permitan la participación de la Bundeswehr en operaciones de mantenimiento de la paz de la ONU fuera del marco de la Alianza Atlántica, así como de respetar escrupulosamente las importantes limitaciones en política de defensa impuestas a Alemania por el Tratado de Moscú de setiembre de 1990.

Todas estas observaciones no niegan, sin embargo, la realidad de una lógica (y en gran medida inevitable) ampliación del margen de acción internacional de Alemania, claramente visible en la afirmación de criterios propios sobre política de renovación y venta de armas convencionales, en las gestiones para obtener un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, así como en las discutidas acciones alemanas en torno a la delicada crisis yugoslava.

Pese a esta creciente importancia de Alemania en los asuntos estratégicos y de seguridad, no parece probable que dicho proceso culmine, en el mediano y largo plazo, en una crisis europea o planetaria de balance de poder. El mundo de los noventa definitivamente no es el de los años treinta, o el que precedió a la guerra del catorce. Por el contrario, la caducidad del modelo de expansión imperial territorial (evidente en el caso del desplome de la antigua Unión Soviética), así como la explícita aceptación germana de los términos del Tratado de Moscú (que prohíbe el desarrollo de un poder nuclear y limita el número futuro de los efectivos de la Bundeswehr) hacen improbable la configuración de una superpotencia militar que ponga en peligro la estabilidad del equilibrio mundial. De hecho, una interpretación militarista de la propuesta del presidente Bush sobre una “asociación en el liderazgo”, no cuenta con respaldo popular ni oficial en Alemania. En todo caso, no es en la rica y democrática Alemania donde podría encontrarse el origen de un problema de esta naturaleza en el futuro sino, más bien, en territorios que combinan problemas políticos, poblaciones depauperadas y armamentos sofisticados -inclusive nucleares- como ocurre en el caso de la antigua Unión Soviética o del subcontinente hindú.

En el ámbito económico, tanto el cambio global de las circunstancias en Europa derivadas del fin de la Guerra Fría y de la desaparición de la URSS, como el proceso de la reunificación germana, han creado las condiciones necesarias para la configuración de dos fenómenos. Por un lado, tiene lugar actualmente un nítido y gradual proceso de expansión comercial, financiera y de cooperación de Alemania hacia el Este europeo que, en gran medida, retoma una tendencia que ya existía claramente desde antes de la Segunda Guerra Mundial, aunque esta vez sin la clara presencia de un componente militar y geopolítico. Por otro lado, la aparición de un contexto inflacionario en Alemania como consecuencia del enorme peso económico que viene significando la asimilación de la antigua RDA, ha conducido a un polémico manejo de las influyentes tasas de interés alemanas. Durante 1991, y lo que va del presente año, la tendencia del Bundesbank a mantener tipos de interés altos ha coincidido precisamente con un contexto generalizado de desaceleración de las principales economías europeas occidentales y ha terminado golpeando, consecuentemente, la estabilidad de muchas monedas fuertes europeas en beneficio del deutsche mark. No resulta sorprendente que este desarrollo haya sembrado actualmente dudas sobre la viabilidad de los acuerdos en torno a los proyectos comunitarios de Unión Política, Económica y Monetaria de los Doce, tal y como fueron concebidos durante la Cumbre de Maastricht de diciembre de 1991.

Berlín, octubre de 1992

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EL CORONEL UGARTE

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EL CORONEL UGARTE

“Reforzado el enemigo y agotándose las municiones, llegó un momento dudoso para la suerte de nuestras armas, por presentarse al mismo tiempo y a mi derecha caballería enemiga con dos columnas de infantería. Logrando reorganizar la división y proveyéndome de las armas y pertrechos enemigos, emprendí otro ataque, consiguiendo hacerlo retroceder hasta gran distancia. En este empuje estuve acompañado por el coronel Ugarte de la guardia nacional de Iquique y comandante Meléndez de la columna Naval de idem., ambos a la cabeza de su fuerza; y no obstante de resultar herido en la parte superior del cráneo, el coronel Ugarte continuó en el campo hasta los últimos momentos”

Del parte que el coronel Andrés A. Cáceres dirigió al Jefe de Estado Mayor del Ejército del Sur al día siguiente de la batalla de Tarapacá (Pachica, 28 de noviembre de 1879).

“..hombre abnegado y de grandes merecimientos…”

Gonzalo Bulnes. Guerra del Pacífico, v. II, c. IV.

Todos los 7 de junio son ocasión propicia para recordar al coronel Alfonso Ugarte Vernal, compañero de armas de Francisco Bolognesi en la defensa del Morro de Arica en 1880. Como ocurre con Miguel Grau, y desde hace más de un siglo, los niños peruanos oyen de Ugarte no sólo en el colegio sino, quizá principalmente, en el seno de sus hogares. Las que siguen son unas líneas de homenaje a este gran héroe peruano de la Guerra del Pacífico, que buscan situarlo, esencialmente, en su ambiente histórico y espiritual.

El término héroe ha sido siempre complejo y difícil de definir: puede ser héroe el mismo que, para otros, es simplemente un conquistador abusivo o un sátrapa. Héroe fue en la Antigüedad una persona que, por su extraordinario valor, alcanzaba a tener rasgos de divinidad. En una época más profana, el héroe fue descrito alguna vez como un individuo común y corriente que hacía hazañas extraordinarias en tiempos extraordinarios. Ambas definiciones enfatizan, sin lugar a dudas, el valor y el coraje en tiempos de guerra, pero tienen la limitación de no aludir, o de hacerlo sólo tangencialmente, a la grandeza de espíritu y al desprendimiento que pueden estar detrás de las acciones heroicas, ni tampoco a su valor intrínseco, por encima de banderías de facciones o de nación. A mi juicio (lo que brota también naturalmente de las fuentes), Alfonso Ugarte es un símbolo de todas las dimensiones del heroísmo.

Paradójicamente, pese a su ardiente patriotismo, el coronel Ugarte también es símbolo de la fragilidad que puede tener una nacionalidad en un territorio determinado, por más fuerte, antigua y arraigada que ésta sea. Ugarte es, en efecto, el más digno y trágico representante de esa peruanidad desaparecida a la fuerza que estuvo representada por los tarapaqueños ancestrales.

Hoy día, el territorio de Tarapacá, cuna de Alfonso Ugarte, es parte de la República de Chile. No obstante, hace cerca de 130 años, la árida región de este mismo nombre era el extremo sureño del territorio peruano. En esos desiertos salpicados de oasis característicos de la tierra tarapaqueña nació, a finales del siglo XVIII, Ramón Castilla, quien llegó a ser distinguido combatiente patriota en la batalla de Ayacucho y, posteriormente, el más famoso presidente del Perú. Las raíces peruanas de Tarapacá se hundían, sin lugar a dudas, en la profundidad de la historia prehispánica y virreinal y habían nutrido, después de la Independencia, a una interesante y activa comunidad de compatriotas. De otro lado, junto con sus arenales infinitos, Tarapacá tenía también salitre, fertilizante mineral que, exportado por mar, comenzaba a hacer reverdecer los exhaustos campos de cultivo de una Europa en creciente industrialización.

En resumidas cuentas, y dejando de lado pretextos y detonantes, fueron tres las causas de la invasión de 1879 contra el Perú y Bolivia y de la derrota de estas dos naciones aliadas frente al expansionismo chileno. En primer lugar, no nos olvidemos de que estamos hablando de la época de Darwin y de las arbitrarias consecuencias sociales y políticas que varios pensadores conservadores dedujeron -con motivaciones non sanctas– del pensamiento del gran biólogo británico: la ideología y la tradición jurídica de la época estimulaban, de hecho, las conquistas territoriales entre las naciones, y las sociedades encomiaban tácita y hasta explícitamente la supuesta superioridad “natural” del más fuerte frente al más débil. En el lenguaje racista de la época, la guerra fue, en efecto, vista y descrita reiteradas veces como la victoria de los más bien “blancos” chilenos frente a los “indios”, “cholos” o mestizos peruanos y bolivianos. En segundo lugar, al menos parte de la oligarquía “castellano-vasca” chilena, vio en el salitre de Tarapacá y de la Antofagasta boliviana un formidable recurso para superar angustiosas estrecheces económicas nacionales y para fomentar el desarrollo de su país. La tercera causa, quizá la más importante, fue el pavoroso desorden de la vida política e institucional en el Perú y en Bolivia, que sin duda hizo atractiva la posibilidad de una invasión chilena, y que de hecho debilitó hasta extremos grotescos el poderío terrestre y naval que los aliados necesitaron para cuidar de las valiosas riquezas naturales de sus respectivos territorios. En verdad, cuesta creer que si el Perú hubiese comprado oportunamente uno o dos barcos de guerra en los años inmediatamente anteriores a la contienda (como de hecho se pensó hacer) es muy probable que la Guerra del Pacífico no hubiese estallado nunca y que Arica e Iquique fueran hoy día puertos peruanos. El ahorro en vidas humanas y recursos habría sido enorme. El Perú no habría vivido la amargura de la derrota en una guerra que no buscó ni declaró. Tampoco existiría hoy el problema de la mediterraneidad boliviana. Por otra parte, de haber sido bien utilizado, el ingreso del salitre perdido en la guerra habría ayudado a la modernización de la sociedad peruana. Volviendo a lo que realmente ocurrió, la ausencia de una flota peruana respetable en esos momentos cruciales de la historia republicana fue decisiva y fatal para los intereses nacionales tanto en el corto como en el largo plazo. Al Estado peruano le faltó sentido moderno o, en pocas palabras, un enfoque realista que le hubiese permitido adelantarse a los hechos.

Fue en Pisagua (“la puerta del Perú sacudida de sus goznes” a la que se refirió alguna vez Basadre) donde se produjo el primer y terrible desembarco de fuerzas chilenas a comienzos de noviembre de 1879: los notables peruanos del lugar prefirieron sucumbir en combate, e incluso suicidarse, antes de caer en manos de un enemigo tan devastador. Ese día, el primero de una invasión que se prolongaría en el distintas partes del país hasta mediados de 1884, una pequeña guarnición peruano-boliviana débilmente artillada luchó durante varias horas, hasta el límite de su resistencia, para contener en el mar y en las playas a las largas hileras de lanchas de desembarco chilenas protegidas por artillería naval.

El auténtico drama, como es fácil imaginar, no fue la pérdida de los importantes ingresos del salitre, sino la incertidumbre y la angustia de peruanos de siglos que se sintieron súbitamente invadidos por otros acentos, por otras comidas, por otras músicas, por otros usos gubernativos, por otras lealtades ¿Qué habrá sentido, por ejemplo, el valiente tarapaqueño adoptivo coronel Ríos, último jefe militar de Iquique (el puerto principal de Tarapacá), cuando recibió la orden de marchar hacia el interior y de declarar a ese puerto como ciudad abierta? Discrepo en algo con los historiadores de tiempos posteriores, que acusan a los peruanos de entonces de dejar en manos del enemigo pozos de agua y ferrocarriles intactos a medida que retrocedían. Yo creo más bien que ellos tenían la convicción, tan usual en tiempos de grandes conmociones, de que sólo estaban viviendo una pesadilla, y que todo iba a volver pronto a la normalidad.

Quizá por su fuerza y antigüedad milenarias, y no obstante el drama colectivo que fue la chilenización forzosa y violenta de Tarapacá, la tradición peruana dejó, a la postre, una huella en ese territorio. Hoy los chilenos exhiben dentro de su folklore diabladas altiplánicas, y hablan también de tambos y de pucaras, sin reparar en que estos elementos no son sino restos de la ancestral herencia peruana del tiempo anterior a la invasión de 1879.

Pues bien, a Alfonso Ugarte le tocó vivir el comienzo de este holocausto nacional en el entonces Sur del Perú. Los Ugarte, y su familia materna, los Vernal, formaban parte de ese grupo de prósperos empresarios salitreros peruanos, que también contaba entre sus miembros a clanes como los Zavala y los Billinghurst. Alfonso Ugarte no fue un militar profesional, sino un civil al que jamás se le cruzó por la cabeza tomar algún día las armas. Aunque a muchos de nuestros contemporáneos les suene extraño, la invocación a la defensa de la Patria tenía, de acuerdo con la mentalidad de ese entonces, un efecto casi diríamos religioso (por emplear un término aproximado) sobre la voluntad de gran cantidad de personas. Dicen las fuentes que Ugarte era de temperamento amable y alegre, y que su constitución física no era tan adecuada para las agonías de una guerra. Su mundo era la administración de las salitreras de su familia donde convivía a diario con sus trabajadores y participaba incluso en sus fiestas y bailes. Muy rara era, para el Perú, esa clase alta de Tarapacá. Y muy diferente también de sus pares de más al norte, sobre todo de la ciega Lima, cuyos miembros no vacilaban en utilizar (en pleno siglo de industrialización) a trabajadores chinos esclavizados en los hechos, traídos con engaños desde Macao.

Es muy importante señalar que el Ugarte de la preguerra no odió jamás a los chilenos. No podía actuar de otro modo en un ambiente social en el que los trabajadores de sus salitreras eran, en una considerable proporción, esforzados y honrados inmigrantes de esa nacionalidad. Además, como tantos peruanos de la clase alta de entonces, había estudiado en prestigiosos colegios ingleses en Valparaíso y tuvo por ello, y por razones de su trabajo posterior, muchos amigos chilenos. Incluso en el ambiente violento e impiadoso que tienen todas las guerras, hay testimonios que retratan la humanidad de nuestro personaje, como ocurrió luego de la batalla de Tarapacá, en medio del desastre sufrido por las fuerzas invasoras que no afectó el curso de la guerra, cuando dedicó varias horas a recorrer el campo tratando de salvar de la furia de los rasos peruanos a los militares chilenos que yacían heridos en el campo.

Cuando Chile declaró la guerra al Perú, el 5 de abril de 1879, Alfonso Ugarte estaba próximo a partir a Europa en un viaje de negocios. Abandonó inmediatamente estos planes y se enlistó en el ejército para defender –como dice en su hermoso testamento- el santo suelo de mi Patria. Asumió por esa época el comando del Batallón Iquique Nro.1, y lo proveyó generosamente, a su costa, de armas y de vituallas.

Fue en este ambiente polvoriento de campamentos militares al borde del desierto, de prácticas de fuego y de manejo de la bayoneta, de marchas, de transporte de pertrechos, de voces de mando profesionales, y de soldados de línea del Zepita o del Dos de Mayo, acompañados de reclutas bisoños acabados de salir de sus empleos civiles en las salitreras, donde Alfonso Ugarte vistió por primera vez su uniforme de coronel improvisado. Y luego vinieron las primeras acciones de la guerra, en esos meses de pesadilla de 1879: Arica e Iquique embanderadas de rojo y blanco; hombres, mujeres y niños que dan vivas al Perú, al Huáscar y al contralmirante Miguel Grau; luego, perdido el dominio del mar, la caída de Pisagua y la abrasadora y terrible guerra del desierto; el desastre de San Francisco; oficiales inexpertos y sin mapas; soldados descalzos que sólo hablan en incomprensible quechua y aymará de sus pueblos de origen; la desesperada victoria de la infantería peruana en la quebrada de Tarapacá; la implacable voracidad de la metralla; los duelos de fusilería; la rabia del repase; la sangre, el desorden, los gritos y las bayonetas; la bala que roza el cuero cabelludo del coronel Ugarte y que casi lo mata; la sed y el polvo que ahogan; la imposibilidad de utilizar una victoria táctica; la penosa retirada hasta Arica por cordilleras pegadas al desierto de un ejército de espectros: el 18 de diciembre de 1879, Ugarte entró en el puerto de Arica como parte de una de sus cansadas columnas. Su uniforme estaba raído, las suelas de sus botas estaban deshechas, y traía en la cabeza una venda sanguinolenta con raro e insólito aspecto de turbante. Junto con él avanzaban soldados, refugiados peruanos de los territorios perdidos, y setenta prisioneros chilenos tomados en combate en el pueblo de Tarapacá. Había, entre ellos, una cantinera y un adolescente chileno, casi un niño, a quien el contralmirante Lizardo Montero preguntó dónde estaba su mamá.

A comienzos de enero de 1880, poco más de un mes después de la captura de Tarapacá, en un acto que ponía claramente al descubierto los auténticos móviles de la invasión, se dio inicio a la exportación del preciado salitre en el territorio administrado bajo ocupación militar.

Pese a los avatares del coronel Ugarte, y a todos los sacrificios de este civil que aprendió (quizás contra su naturaleza apacible) a dar mandobles y pistoletazos por su país con soltura de veterano, no había llegado todavía su momento supremo. Pese también a los consejos de muchos de sus amigos que le decían que ya había hecho lo suficiente por su Patria, Ugarte se negaba a dejar el servicio en el ejército.

El escenario definitivo fue el puerto de Arica, en junio de 1880, donde una guarnición de 1,800 peruanos se preparaba para resistir el asalto de poco más de 5,000 aguerridos chilenos, con la moral muy alta, luego de la reciente y reñida victoria de Tacna sobre el ejército de la alianza peruano-boliviana. La situación era desesperada. Las tropas peruanas y su guarnición de artillería naval terminaron virtualmente acorraladas al borde del mar: Arica, y el famoso Morro que lo domina, era el último resto del Perú en el sur, defendido por su también postrero ejército en esa parte del país. Desde el asediado puerto, quizá en el mismo Morro rodeado de los soldados de su querido batallón Iquique, Alfonso Ugarte se dio tiempo para escribir resignado a un pariente, diciendo: “Estamos resueltos a resistir con toda la seguridad de ser vencidos, pero es preciso cumplir con el honor y el deber”.

Hay una foto famosa de los oficiales y jefes defensores del Morro de Arica, que fue tomada poco tiempo antes de la batalla del 7 junio de 1880. Reapareció hace pocos años, y estuvo escondida, según deduzco, porque no coincidía con los moldes estereotipados (y absurdos) del heroísmo elegante de fines del siglo XIX. Es una extraña toma donde se respira un aire no se sabe si heroico o fúnebre. Arriba de los fotografiados se distingue incluso un borroso reloj de pared que parecería estar marcando implacablemente el tiempo y anunciando la cercanía de la muerte. La foto muestra en el centro al anciano coronel Francisco Bolognesi, último jefe peruano de la plaza de Arica, con uniforme distintivamente claro, rodeado de varios de sus oficiales superiores. Entre ellos hay también un argentino que —en elocuente solidaridad y protesta contra la guerra de conquista desatada por Chile— combate con uniforme peruano: es el coronel Roque Sáenz Peña, jefe del batallón Iquique, con barba cerrada y brazos cruzados. También aparece, en el otro extremo de la foto, un ojeroso teniente coronel Ramón Zavala, millonario tarapaqueño en sus épocas de civil, ahora jefe del batallón Tarapacá y esforzado veterano de la victoriosa acción de armas del mismo nombre: mira a la cámara como interrogándola, tal vez desafiante, con su mano derecha aferrada al correaje. Están también Marcelino Varela, Manuel C. La Torre, el infortunado capitán de navío Juan Guillermo More, el coronel Justo Arias Aragüez, y el teniente coronel Ricardo O´Donnovan. Y, con gesto indescifrable, nuestro coronel Ugarte, delgado y con una juventud que trasluce sus 32 años. Faltan otros oficiales, que se encontraban de servicio en ese momento, como el coronel José Joaquín Inclán, caído también, como la mayor parte de los retratados, poco tiempo (¿apenas horas?) después. Hay rostros altivos, pensativos, decididos, y también los hay impregnados de tristeza y de una especie de abatimiento no exento de dignidad: en los ojos del coronel Bolognesi aparecen reflejados no sólo el cariño y la incertidumbre por sus hijos oficiales del ejército en otro destino militar, sino también el peso de su responsabilidad como jefe de la plaza y, ciertamente, las grandezas, las miserias y los errores de la República, todos acumulados y como abrumando al viejo militar. De este grupo, y de los demás defensores de Arica, ha dicho el historiador chileno Gonzalo Bulnes, en insólito homenaje: “Estos nombres son dignos del respeto del adversario y de la gratitud de sus conciudadanos […] Bolognesi, More, Ugarte […] fueron los últimos defensores de su Patria […] y lucharon en el último pedazo de tierra firme que les era permitido pisar”.

Finalmente, el 7 de junio, en la madrugada, se produjo el feroz asalto sobre los parapetos peruanos. Comenzó, de manera imprevista, por los fuertes Ciudadela y del Este. En el primero —según referencia del chileno Nicanor Molinare— su bravo jefe, el coronel Arias Aragüez, rehusó rendirse y atravesó a un último adversario con la espada antes de caer acribillado a balazos. Además de hacer sentir su número de tres contra uno, los chilenos atacaban resueltos y destacaban, ciertamente, no sólo sus bayonetas y sus corvos, y su feroz y ensordecedor chivateo tomado de viejas tradiciones mapuches, sino también una destreza y una familiaridad con la violencia provenientes de una sociedad acostumbrada a la práctica de la guerra durante siglos. Enfurecían a los atacantes no sólo la resistencia desesperada de los defensores sino el estallido de minas que volaban a su paso. Del texto (a veces confuso y contradictorio) de partes y relatos de testigos oculares, se deduce que, antes del postrer y brutal asalto, los últimos defensores se agruparon en la cumbre del mismo Morro de Arica, en torno a Bolognesi, en una plazoleta donde ondeaba la bandera del Perú. Allí, baleados por los rasos chilenos que ingresaban al recinto en medio del desorden, hallaron la muerte el valeroso jefe de la plaza y varios de los oficiales que se encontraban junto a él. Unos pocos fueron hechos prisioneros y protegidos por oficiales enemigos que llegaron después. Al pie de la bandera, al declinar el combate, yacía muerto de bala uno de sus últimos defensores, el joven sargento mayor Armando Blondel, con la espada todavía aferrada a su diestra.

¿ Y qué era, a todo esto, del coronel Ugarte?

La imaginación literaria tiene, en algunos casos, una ventaja sobre la Historia, que es también imaginación, aunque restringida por las fuentes. Nos permite vislumbrar aquí, sin forzar las cosas, los últimos momento de este oficial moreno bastante delgado, de uniforme negro con presillas doradas de coronel, que defiende con desesperación, en compañía de sus soldados de uniforme blanco, el estandarte del batallón Iquique bordado con hilos de oro por damas tarapaqueñas. Las balas silban cerca de él, en ese Morro empapado en sangre peruana. Desde lo alto de esa eminencia natural, el joven coronel ve con claridad el mar. Tiene delante de él cientos y cientos de bayonetas chilenas y de fusiles apuntándole: ojos escrutadores bajo viseras y morriones enemigos que lo siguen sin cesar, como si fuera la presa anhelada de una cacería. ¿Qué recuerdos o pensamientos asomarían entonces por su mente allí donde predominan, en macabro concierto, la confusión y la violencia descarnadas, las cuchilladas, las cabezas reventadas a culatazos, los gritos de dolor, y el picante humo de pólvora de los últimos cartuchos? ¿Tal vez se le aparecen los rostros de su madre y de su padre muerto? ¿O las imágenes de su colegio de Valparaíso y de los amigos con quienes jugaba de niño? ¿O de la prima Rosa Vernal, que la guerra le impidió desposar, y del vacío —probablemente atroz en ese momento— de la familia que nunca alcanzó a fundar? ¿O los recuerdos, ya lejanamente eufóricos, de un tiempo de paz: de los bailes del último 28 de julio celebrado en algún oasis de la tierra tarapaqueña, o de sus promisorios años como empresario salitrero y de jovencísimo y elegante alcalde de Iquique?

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Alfonso Ugarte murió, en efecto, combatiendo como un héroe en ese último y trágico día de la Arica peruana. Es un hecho histórico que sus restos mortales fueron encontrados poco tiempo después al pie del Morro, cerca de la orilla del mar.

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