Final: El Nacionalismo Campesino a fines de la Guerra con Chile: Una revisión historiográfica de la ejecución del guerrillero Tomás Laymes

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NOTAS

(1) Cabe hacer una precisión de términos. “Guerrilleros” o “guerrillas” son palabras utilizadas para referirse a los campesinos movilizados que tenían sólo una organización militar básica y armamento rústico (muy pocas veces armas de fuego) y que actuaban como fuerza de apoyo de las tropas regulares. El término “montonero”, en cambio, tenía dos significados distintos, uno en sentido positivo y otro negativo. En el caso concreto de la Campaña de la Breña, y omitiendo las referencias al término que existen desde los tiempos de la Independencia, “montonero” podía usarse como sinónimo exacto de “guerrillero”. Por ejemplo, en una carta personal fechada en Izcuchaca el 26 de junio de 1882, un peruano no identificado perteneciente a las fuerzas de Cáceres, conmovido con el dinamismo de los guerrilleros, decía: “En el ejército no hay novedad; mucho entusiasmo con la presencia de los montoneros…” (La Bolsa. Arequipa, lunes, 31 de julio de 1882, p.2.). No obstante, se empleó mucho más en un sentido negativo para referirse al integrante de una partida de salteadores, por lo general montados a caballo. Para los funcionarios y periodistas chilenos que vivían en la Lima ocupada de mediados de 1882, “montonero” era sinónimo de “malhechor” (Diario Oficial. Lima, lunes 31 de julio de 1882, p. 2.). Abusando del lenguaje, pero expresando bien la imagen propagandística violenta que deseaban transmitir, los chilenos llamaron a Cáceres, más de una vez, “montonero”.

(2) La nota apareció en el volumen III Nro.1 de la revista Histórica de la PUCP, de julio de 1979, mientras el artículo fue publicado en el Nro. 2 de diciembre de dicho año en la misma publicación periódica.

(3) De otro lado, desde las catástrofes de San Juan y Miraflores (enero de 1881), los restos del estado peruano comenzaron a trasladarse al interior y a operar desde allí, rompiéndose así un esquema, asentado en el pasado republicano, que organizaba la gestión pública global desde la costa. Finalmente, surgía un contraste notable entre el escaso dinamismo que habían mostrado los campesinos serranos movilizados para la defensa de Lima (la “raza abyecta y degradada” de la que había hablado el tradicionista Ricardo Palma en marzo de 1881) (Palma 1964: 13), y las evidencias de una movilización sacrificada que Cáceres estimulaba en los campesinos, cuyas potencialidades y energías comenzaban a ser canalizadas de una manera asombrosa, en gran parte del territorio, para los fines estatales de la defensa nacional. Sin duda, era algo que iba mucho más allá de los pequeños —y por momentos mezquinos— intereses regionales que habían predominado en el interior antes de la guerra. La resistencia de Cáceres, que se apoyaba fundamentalmente en el mundo campesino, significó también, sobre todo durante la primera mitad de 1882, la sincronización de esfuerzos que unificaron en forma temporal a distintos sectores sociales del país, desde los mencionados campesinos y los soldados profesionales, hasta buena parte de los terratenientes, los pequeños y medianos comerciantes y propietarios mestizos, y los curas de pueblo. Esta evidencia explica el tono de desconcierto, y hasta de rabia reprimida, que mostraba el diario chileno La Situación, que se editaba en la Lima ocupada hacia mayo de 1882, que llamaba a Cáceres “el más rebelde y testarudo de los montoneros de casaca y espada” en el contexto del “levantamiento de las indiadas en los pueblos vecinos a los que ocupan nuestras guarniciones del interior” (La Situación. Lima, mayo de 1882. La referencia sobre Cáceres se encuentra en la edición del 25 de mayo, p. 2 y la de las “indiadas” en la del 9 de ese mes, p.2.)

(4) El Comercio. Lima, sábado 19 de julio de 1884, p. 3. Este reportaje anónimo, titulado “Huancayo. Fusilamientos” (que originalmente iba dirigido al diario limeño La Opinión Nacional) es, sin lugar a dudas, la fuente primaria más importante para reconstruir la identidad de Laymes, sus últimos días y los detalles de su juicio y ejecución. Aparece fechado en Concepción, el 6 de julio de 1884, cuatro días después del fusilamiento. Como se verá, algunos incluso han tomado datos de esta fuente sin citarla.

(5) Oficio del general Andrés A. Cáceres a Tomás Bastidas, comandante militar de la zona occidental de Huancayo (Ayacucho, 28 de febrero de 1884) (Comisión Permanente… 1984: 318).

(6) Oficio del general Andrés A. Cáceres a Tomás Bastidas, comandante de la guerrilla de Chupaca (Huancayo, 26 de junio de 1884) (circular) (Comisión Permanente… 1984: 321).

(7) Que sepamos, ante la ausencia de comentarios relativos a este episodio en las Memorias de Cáceres (1973)[1924], éste es el único documento suscrito por el caudillo ayacuchano en que aparece una opinión sobre Laymes. Fue citado por Henri Favre, aunque sin precisión de la fuente, en un coloquio que tuvo lugar en Grenoble en 1973 (Favre 1975: 65).

(8) El Comercio. Lima, miércoles 18 de junio de 1884, p. 2. El despacho de Ferrandis a El Comercio está fechado el 10 de junio de 1884 desde Huancayo. La identificación de Laymes como el “sanguinario caudillo” aparece en la ya citada edición de El Comercio del 19 de julio (p.3).

(9) Véase, por ejemplo, el editorial de El Comercio del lunes 5 de noviembre de 1883, p. 2. Todavía en enero de 1884, los diarios de Lima seguían hablando de estas conmociones sociales que ocurrieron, al parecer, en distintas partes del Perú. Por ejemplo, La Prensa Libre, efímero diario cacerista del tiempo de Iglesias, de opiniones usualmente liberales, indicaba en su edición del viernes 4 de enero de 1884 (p. 2) que “el interior permanece todavía mal, porque no bien dejaron las fuerzas chilenas y peruanas Huancayo y Jauja, cuando el elemento aborigen oprimido y maltratado por muchos años, se levantó, declarando indistintamente guerra a todos los blancos que residen en esos populosos lugares. Se han destruido las haciendas, sacrificado vidas, robado los ganados, incendiado las casas, y cometido los mil y un excesos que se perpetran en una guerra de razas”. El comentarista de La Prensa Libre añadía que “cerca de una de las ciudades del norte” los indios habían colocado más de cincuenta astas cada una de ellas con “la cabeza de algún hombre o mujer blancos, asesinados por hombres salvajes”. El diario añadía que “en los lugares en que las mujeres no eran asesinadas, quedaban sujetas a terribles ultrajes, y se les obligaba a usar el vestido de sus raptores que en el interior del Perú se mira casi como un traje de servidumbre”. Este es un testimonio extraordinario porque coincide perfectamente con una práctica vengativa que fue bastante frecuente durante los levantamientos andinos del tiempo virreinal (Scarlett O`Phelan, comunicación personal). El periodista concluía diciendo que “las pasiones están excitadas de tal modo, que sólo se calmarán en el lapso de algunos años”.

(10) Véase El Comercio ya citado del 18 de junio de 1884.

(11) Ibid.

(12) El Comercio. Lima, sábado 19 de julio de 1884, p. 3.

(13) Ibid

(14) El Comercio. Lima, sábado 19 de julio de 1884, p. 3

(15) Ibid. Este reportaje llama a nuestro personaje como “Laynes”. Nosotros hemos preferido utilizar en este trabajo la forma “Laymes” que aparece en los facsimilares de la documentación oficial suscrita por Cáceres (Comisión Permanente 1984: 321). De otro lado, vale la pena comentar que la descripción física de Laymes fue copiada casi al pie de la letra, sin ninguna precisión de su fuente, por el historiador regional Ricardo Tello Devoto en su Historia abreviada de Huancayo (1944: 43).

(16) La Situación, 10 de mayo de 1882, p. 2.

(17) La importancia de los arrieros en estos movimientos sociales debe ser sin duda enfatizada más ¿Existía, por ejemplo, un gremio de arrieros? (Scarlett O´Phelan, comunicación personal).

(18) “La impunidad de la agresión de Comas trajo como un cuadro mágico el levantamiento de todos los pueblos de la banda occidental del valle. Premunidos de la enorme creciente del río de Jauja (más adelante llamado Mantaro) cortaron los puentes y se resistieron a seguir trayendo el tributo de víveres para las provisiones a que estaban obligadas las Municipalidades. Mientras los favorecieron el caudal del agua del río, se organizaron, mandaron sus expresos a Ayacucho donde el General Cáceres, a quien ofrecían ayudarlos a millares y formaron batallones numerosos de guerrillas armados de rejones, algunas escopetas y uno que otro rifle. Tomaron la denominación de Los pueblos aliados. Desde entonces han quedado en pie los famosos guerrilleros, que nos aborrecían de muerte a los que formábamos tropas en la verdadera época de la resistencia o sea antes de [la batalla de] Miraflores. Sintieron el calor del patriotismo, solo cuando la invasión les tocó sus reducidos patrimonios; la vaca, la ovejita, la gallina, la sementera y sobre todo los accesos brutales contra sus mujeres. Que los fuegos y rayos de la guerra esparcen la semilla de la civilización, lo confirman las expediciones chilenas, sin cuya presencia en las soledades de los Andes, los indios habrían seguido indolentes, fríos y estólidos la ruina de la Patria, con tal que el invasor siguiera torturando solo a los blancos. El pueblo que se puso a la cabeza del levantamiento fue Chupaca. La gente muy bizarra, poseen el castellano, expertos porque viajan continuamente a la Costa, son los arrieros de todo el comercio del valle, que trafican por Lima, Cañete y Chincha […] Y en las primeras bajas del río se lanzaron los carabineros en los magníficos caballos chilenos y una vez que ganaron la orilla opuesta sus ingenieros improvisaron un puente de cables de alambre. A las 24 horas de la conclusión del puente, la artillería chilena comenzó el bombardeo desde la altura de la Mejorada, sus blancos preferidos fueron las iglesias de los pueblos de Pillo y las otras del bajío, sobre todo Chupaca, a cuya entrada se presentó la caballería sable en mano. El combate fue horroroso; los invasores tuvieron que emplear unos la carabina y otros el sable; un indio empuñaba el caballo, otro lanzaba al jinete; los pocos rifles resistían a toda la infantería enemiga. los chilenos tomaron Chupaca a sangre y fuego. La matanza a los fugitivos fue cruel y los cadáveres los dejaron insepultos, por decenas y centenas, ocultando sus pérdidas los agresores. La población fue entregada al pillaje […] Las dos playas de Chupaca, fueron colmadas de cajones de huevos. En seguida, comenzó el incendio de esa población importante, que duró varios días, a la vez que [de] los caseríos anexos. En una quinta de esa comarca, fue víctima el D.D. Teodoro Peñalosa de una muerte alevosa y horrible […] Idéntica suerte corrió el pueblo de Huaripampa donde murió el cura D. D. Pablo Mendoza, batiéndose como un león…” (Duarte 1983 [1884]: 34-36).

(19) Esta considerable unión de los pobladores de la Sierra Central de todos los grupos sociales, estimulada por la actividad de Cáceres, comenzó a romperse desde la segunda mitad de 1882, sobre todo en el seno del sector terrateniente, a medida que iba ganando adeptos el partido de la paz, encabezado por Miguel Iglesias, desde el Grito de Montán del 31 de agosto de 1882. Aun antes de saber de este gesto del líder cajamarquino, Cáceres había confesado al presidente Lizardo Montero, en una carta personal que le dirigió a Arequipa desde Huancayo, el 20 de septiembre de 1882, que abrigaba “el convencimiento, que también lo tienes tú, de que el sentimiento de la paz domina toda la República…” Biblioteca Nacional del Perú (Sala de Investigaciones). Correspondencia original entre el general Cáceres y el presidente Lizardo Montero, sin número de catalogación.

(20) El Comercio. Lima, sábado 19 de julio de 1884, p. 3. Si se compara el oficio de Cáceres del 26 de junio de 1884 (de un día después del aprisionamiento de Laymes), transcrito líneas arriba, con el reportaje de El Comercio publicado el 19 de julio, en este último aparecen, además de Vilches y de Santisteban, otros dos procesados. El primero es “Briceño”, el ayudante “de más confianza” de Laymes, sindicado aparentemente por el propio líder guerrillero como “asesino de los señores Weelock y Giraldes”. El segundo fue “Zamalloa”, quien aparece mencionado como “secretario” de Laymes. Zamalloa parece haberse librado de la pena de fusilamiento, por lo menos en el marco de la ejecución del 2 de julio de 1884.

(21) Ibid.

(22) Cabe destacar que el punto de vista que Mallon presenta en su trabajo de 1995 es más moderado que el de sus trabajos precedentes, aunque sin dejar de tener un tono muy crítico (y, a nuestro entender injusto) contra Cáceres.

(23) Se trata de la parte central del decreto del Presidente Provisorio Andrés A. Cáceres relativo a la causa criminal seguida por Manuel Fernando Valladares sobre restitución de ganados (18 de julio de 1884).

(24) El Comercio. Lima, lunes 21 de julio de 1884, p. 2.

(25) “In the two years between the Chilean departure and his ascent to the presidency, Cáceres showed himself to be an extremely clever politician in his dealings with the central highland montoneras. In June 1884 he accepted the Ancón Treaty, marking the end of the national resistance and the beginning of the civil war. The following months, as he began his confrontation with Miguel Iglesias, he also began repressing the independent montoneras in Comas and the puna communities of the western bank. At the same time, he gave greater importance to the alliance of merchants, small landowners, and peasants represented by the montoneras near Jauja and in the lowland communities along the Mantaro. This well-planned change in the balance of forces among de region´s guerrilla forces would serve him well in 1885 when the montoneros along the river western side, suitably reorganized under the Chupaca notable Bartolomé Guerra, formed the first line of resistance against Iglesias´s ´Pacifying Army´”

(26) “Gone were the wartime qualifications of bravery and resisting the invaders. With a few strokes of the pen, Cacerista policymakers managed as of 1890 to transform Junin´s citizen-soldiers into barbarian «others». Official amnesia proved a wondrously effective political weapon”

(27) “Convencido de que el único medio de cortar los vicios sociales inveterados y que vienen desde la época del coloniage [sic], es atacar el mal de frente, cortándolo en su origen, esto es, fomentando la instrucción, que es la única independencia del indio, como será la base de la futura grandeza del Perú” El Perú Ilustrado. Nro. 156, Lima, sábado 3 de mayo de 1890.

(28) El pasaje más extraño de la cita de Larson es el que se refiere a la conspiración de oficiales a la que Cáceres se habría unido en mayo de 1886 para “desacreditar a las guerrillas y borrarlas del recuerdo oficial de los héroes de la guerra”. No hemos podido ubicar la fuente de esta insólita afirmación. Lo que sí hemos podido averiguar es que, precisamente por esos días de 1886, Cáceres se entrevistó en quechua, en los términos más cordiales, con el varayoq Atusparia, quien había viajado a Lima para reafirmar su cacerismo y a solicitarle un alivio “de la contribución que se les exigía”, en un tiempo posterior a la gran conmoción social del Callejón de Huaylas de 1885 (Stein 1987: 112-116). El texto Rasgos militares del ilustre y benemérito General Andrés Avelino Cáceres, Presidente de la República. Homenaje a sus relevantes méritos en el día de su cumpleaños, noviembre de 1886 (que parece haberse generado en un contexto castrense), donde los grandes protagonistas de la campaña son los guerrilleros, también refuta frontalmente las aseveraciones de Larson. Volviendo al tema inicial, el comentario de Larson simplemente no tiene sustento, sobre todo cuando se refiere a un personaje como Cáceres que conservó durante toda su vida, precisamente al revés de lo que se afirma, una enorme admiración por los guerrilleros. De hecho, no hemos encontrado ni un solo oficio o carta personal firmada por él donde transmita siquiera la más pálida actitud de doblez o de desprecio por los guerrilleros y por los indios en general. Usando como marco comparativo la historia de los EEUU, la acusación de Larson contra Cáceres sería tan absurda como sostener, por ejemplo, que Lincoln detestaba secretamente el objetivo de la abolición de la esclavitud durante la Guerra Civil de los EEUU.

(29) Citada en Bonilla 1990: 213.

(30) Dra. Scarlett O´Phelan (comunicación personal).

(31) “From Huancayo to Huancavelica to Huanta, from Ayacucho to Acobamba to Chongos Alto, the montoneros constantly harassed the iglesistas. Between Novembrer an December of 1884, Mas was forced to send special expeditions to Acobamba and Huanta to deal with rebellion. In Huancavelica fifteen hundred Indian guerrillas yelled «Viva Cáceres» as they plunged into battle, burning and sacking de houses of Iglesistas”.

(32) El Comercio. Lima, miércoles 14 de enero de 1885, p. 2.

(33) Del informe de Andrés Avelino Aramburu a Manuel Tovar (Jauja, 8 de julio de 1884). El Comercio. Lima, 15 de julio de 1885, p. 1.

(34) Ibid.

(35) El Comercio. Lima, jueves 5 de noviembre de 1885, p. 2.

APÉNDICE DOCUMENTAL

1) Nota del general Andrés A. Cáceres al Honorable Cabildo de Ayacucho (Ayacucho, 29 de noviembre de 1883)

“Ayacucho, Noviembre 29 de 1883

Honorable Cabildo:

Esta Jefatura Superior ha tenido la patriótica satisfacción de recibir el oficio colectivo de ese Honorable Cabildo de fecha 20 de los corrientes.

Cuando todo el país es desmoralización i desconcierto; cuando la ruina de nuestras instituciones no reconoce otra causa que la falta absoluta del sentido moral; cuando los grandes móviles sociales han desaparecido ante el empuje de los innobles propósitos i de los mezquinos i personales intereses, es ciertamente consolador i de fecunda enseñanza el glorioso contraste que ofrecen el pueblo de Acostambo i los demás del Centro de la República levantándose con toda la altivez de la dignidad nacional herida pero no humillada, con toda la desesperación del patriotismo que no se detiene ni ante el sacrificio, resueltos a morir combatiendo contra los enemigos de fuera i de dentro del Perú.

La resistencia que hasta el último instante hacen los pueblos por salvar la integridad i el honor nacional merecerá un lugar en las pájinas brillantes de la historia del Perú, así como ha merecido ya el aplauso i la admiración sincera del mundo, cuyo alto criterio no juzga de las causas humanas por el éxito que tienen sino por la justicia que defienden.

En el trájico poema de nuestra guerra de cuatro años, los que mantenemos nuestra
mente i nuestro corazón, tenemos forzosamente que desprender esta verdad que implica el remedio de nuestra rejeneración en el porvenir.

Dos clases de elementos ha contado el Perú en la lucha sangrienta a que Chile lo provocara. El elemento de los capitalistas i el de los audaces: compuesto el primero de comerciantes enriquecidos con la fortuna pública, i el segundo de empleados civiles i militares sin talento i sin carácter encumbrados por su propia miseria a la sombra de revoluciones injustificables que han desmoralizado la República.

Con bases tan efímeras, con medios de acción tan nulos, el resultado de la contienda tenía que ser fatalmente el que ha sido: una serie de derrotas ignominiosas i de estériles sacrificios individuales que sirven como de puntos luminosos en la oscura noche de nuestros infortunios sin ejemplo.

Mas cuando el vigor del patriotismo parecía haberse extinguido por completo; cuando el hundimiento del Perú amenazaba revestir los oprobiosos caracteres de la cobardía, entonces las grandes virtudes cívicas que no existían en las clases directoras de la sociedad reaparecen con más prestijio i esplendor que nunca en el corazón generoso de los pueblos, de esos mismos pueblos a quienes se titulaba masas inconscientes i a los que menospreciaban siempre, haciendo gravitar sobre ellos en la época de la paz los horrores del pauperismo i la ignorancia, i en el de la guerra los sacrificios i la sangre.

Por mi parte, jamás olvidaré esta lección que puede calificarse de providencial, i desde cualquier punto en que me arroje el destino, tendré una palabra de aplauso i un sentimiento de admiración para los pueblos del Centro i especialmente para el distrito de Acostambo que tantas pruebas de grandeza i valor ha dado en estos últimos años.

Reciba el Honorable Cabildo la expresión de mis respetos i del profundo dolor que esperimento por las nuevas víctimas de la guerra en esa comunidad, i tenga en todo caso presente que el sacrificio de hoy ha de ser la gloria de mañana.

ANDRÉS A. CÁCERES.

Al Honorable Cabildo de Ayacucho”

FUENTE: Pascual AHUMADA MORENO, Guerra del Pacífico…(tomo VIII), p. 329.

2) Nota del general Andrés A. Cáceres al señor alcalde del Honorable Concejo Provincial de Tayacaja (Ayacucho, 3 de diciembre de 1883)

“Ayacucho, Diciembre 3 de 1883

Señor Alcalde:

Esta Jefatura ha recibido la solicitud de los vecinos de Tayacaja, elevada por el mismo órgano de VS.
Sensible es ciertamente la actitud hostil de los indios contra la raza blanca. Ella reclama justicia i la obtendrá completa, pues la moral social i política, así como los intereses permanentes del país imponen a los gobernadores el deber de sujetar con mano vigorosa ese torrente que amenaza volcar las instituciones i desquiciar la sociedad bajo el imperio de la barbarie.

No entra en el propósito de este despacho analizar las causas eficientes de tremenda conmoción de los indígenas, pero sin pretender justificarla no es posible desconocer que ha dado marjen a ella, en mucha parte, el carácter dócil i acomodaticio de las clases superiores por su fortuna i posición, carácter que les ha permitido transigir constantemente con los enemigos del país i con los traidores hasta prestarse a firmar actas contra la causa de la defensa nacional.

Aunque esta conducta tiene honrosísimas excepciones, que en todo tiempo merecen un aplauso, hai que convenir en que la raza indígena no es tan culpable como se la pinta, careciendo como se carece del ilustrado criterio que es necesario para establecer distinciones; habiendo sido antes de la guerra, como es notorio, por parte de los mestizos i los blancos, objeto de especulaciones clamorosas i despotismo sin nombre.

La historia de todas las naciones nos presenta a cada paso ejemplos de sucesos que revisten un carácter análogo a los que denuncian los vecinos de Tayacaja.

Cuando la desmoralización política parte de las clases elevadas i los sentimientos del honor i el patriotismo han llegado a ser meras palabras i que sólo sirven para trastornar el sentido moral y explotar la buena fe de las multitudes, éstas concluyen siempre con estallar con grande estrago, arrastrándolo todo en su empuje ciego i fatal, lo malo i lo bueno, lo que merece destruirse i lo que debe conservarse, efecto inevitable i desgraciado de la cólera de un pueblo que sacrificado en masa hiere en masa también.

Con todo, i resuelto a poner un dique a este desborde peligroso, he dictado ya las más eficaces medidas para evitar en lo sucesivo la repetición de hechos tan lamentables i que vienen, por decirlo así, a recargar de sombras el ya bastante siniestro cuadro de nuestras miserias i desastres.

Anúncielo así al Honorable Consejo de esa digna provincia i a su laborioso vecindario.

Dios guarde a VS.

ANDRÉS A. CÁCERES

Al señor Alcalde del Honorable Concejo Provincial de Tayacaja”

FUENTE: Pascual AHUMADA MORENO, Guerra del Pacífico…(tomo VIII), p. 329 y s.

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ANÓNIMO. Rasgos militares del ilustre y benemérito General Andrés Avelino Cáceres, Presidente de la República. Homenaje a sus relevantes méritos en el día de su cumpleaños, noviembre de 1886. Lima: Imp. de Torres Aguirre, Mercaderes 150, 1886.

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 * Publicado en En: Histórica (Pontificia Universidad Católica del Perú), Vol. XXVIII, Num. 1., 2004, pp. 131-175.

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