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Vladimir Putin. Diseccionando dos décadas de poder en el Kremlin

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For democrats everywhere, the only comfort is that even rulers-for-life don’t live for ever.

The Economist

Key Words: Putin, Russia, Politics and Power.

Hay quienes lo tildan de dictadorzuelo, sátrapa o diablo siberico. También hay quienes lo reconocen con respeto y hasta cierta huachafesca admiración. Sin embargo, muchos de estos juicios respecto al presidente ruso, Vladimir Putin, son por decir lo menos, controvertidos. Aquello, gracias a la pobre información que se tiene respecto a su persona y su accionar político desde y detrás de los cauces institucionales.

Gran parte de la responsabilidad recae en los medios de comunicación, incluidos los que se ponen el calificativo de “serios”, ya que raramente logran mantener la objetividad periodística como el eje de su actividad. Pues, en lugar de ofrecer datos verídicos en lo concerniente a Putin, o cualquier otro líder político de enjundia, suelen irse por la formulación de espejismos, astuta propaganda dirigida a un público amodorrado que ha hecho de las medias verdades o redomadas monsergas, conocidas coloquialmente como fake news, una de sus fuentes preferidas de conocimiento.

De ahí que lo que se pueda decir respecto a Vladimir Putin deba ser siempre formulado con sospecha y una sana incredulidad sobre los hechos “conocidos” si es que, claro está, se desea aproximarse al exigente concepto que los rusos conocen bajo el nombre de “pravda” o, traducido al español, “verdad”.

A ese respecto, y más allá de los tintes políticos que uno pueda tener, resulta evidente que Vladimir Putin es uno de los personajes más relevantes del siglo XXI y que sus recientes movidas políticas, las mismas que van desde la renuncia del consejo de ministros liderado por Medvedev hasta oscuros proyectos de reforma constitucional, junto a la efeméride, feliz o no, de sus veinte años a cargo de la política rusa, convirtiéndolo en el político ruso con más tiempo en el poder después de Stalin, sobradamente justifican el interés sobre su persona y a lo que ésta podría llegar a ser en lo sucesivo.

Su ingreso oficial al establishment ruso se dio en 1999 cuando Boris Yeltsin, presidente por aquel entonces, lo nombró primer ministro. Cuatro meses después, en las vísperas del nuevo milenio, Yeltsin renunció al cargo y dejó en su lugar al novel premier, Vladimir Putin, que en las elecciones presidenciales del 2000 arrasó en las urnas con el 52,94%. La hazaña se repetiría, y magnificaría, en las elecciones del 2004 en las que ganó con un nada despreciable 71,31% de votos (la posibilidad de fraude electoral no debe ser descartada en ninguna de las dos elecciones, aunque esto de modo atenuado debido a un real margen de popularidad que tuvo durante ese tiempo).

Con fraude o sin él, Putin en sus comienzos era visto como la clase de político que Rusia necesitaba, alguien preparado, en cuyo interior se mezclaba la nostalgia por lo mejor de la Unión Soviética con la voluntad modernizadora del capitalismo occidental. Algo así como el prototipo de zar que todo el mundo quería durante los años de la Rusia imperial, un reformador antes que un revolucionario, un puente que pusiese al alcance de los rusos lo mejor que tenía para ofrecer Europa, es decir, la cultura y los lujos; sin renunciar en el proceso a la misma esencia de la motherland, la madre patria.

El primer gran ejemplo de aquello se dio durante el corto interregno en el que Putin estuvo a cargo del premierato, periodo en el que demostró ser el “tipo duro” que muchos querían ordenando el ataque a Chechenia con el propósito de terminar la segunda guerra entre ambos países y garantizar la unidad federativa de Rusia. Hazaña controversial que, además de granjearle la popularidad que necesitaba para su futuro proyecto político, lo consolidó como digno heredero de la KGB, el servicio de inteligencia soviético; que, valga la aclaración, llegó a efectivamente servir en ella como coronel para después pasarse a la FSB, el “Servicio Federal de Seguridad”, cuando ésta clausuró sus puertas.

Así pues, visto como un líder sólido, Yeltsin le entregó el poder seguro de la lealtad de Putin hacía los mejores intereses de Rusia. Confianza que no defraudó dados los frutos que cosechó en su primer mandato, pues una vez que fue electo presidente en las urnas, Putin trabajó en la estabilización doméstica a través del fortalecimiento de la autoridad pública, el crecimiento económico y la pacificación de los territorios. Todo gracias a políticas duras, sostenidas principalmente por las abundantes ganancias provenientes de la explotación petrolera y demás recursos energéticos a disposición del capital ruso que, por aquel entonces, estaban en su mejor momento.

Posteriormente, y contando ya con una base solida de gobierno, el presidente Putin proyectó una agenda internacional ambiciosa que, junto con China y otros países, pusieron fin al unilateralismo estadounidense que venía funcionando desde el término de la segunda guerra mundial. Movida crucial que permitió el regreso de Rusia a la escena internacional en condiciones de un multilateralismo altamente competitivo que hasta el día de hoy viene funcionando de forma más o menos exitosa, véase por ejemplo el conflicto entre Estados Unidos y Venezuela, donde de no ser por el apoyo de Rusia y China al país llanero éste hubiese padecido un intervencionismo grotesco, propio del siglo pasado.

Evidentemente, tras veinte años de gobierno las condiciones en las que Putin entró como presidente no son las mismas que se dan en estos momentos. Para empezar, el poder internacional de Rusia se ha fortalecido a tal punto que son pocos los países que pueden ponerle un pare, la Unión Europea, y los países que la integran, no se encuentra dentro de éstos y si no véase la anexión de Crimea para el caso. Además de ello, el poder de Putin es hasta un extremo incuestionable para cualquiera, de ahí que ante el fin de su mandato son muchos quienes apuestan por la continuidad de éste bajo algún tipo de jugarreta legal, poniendo en cuestión un tema interesante que es el relativo a la calidad democrática que experimente Rusia actualmente.

A ese respecto, no cabe duda de que en Rusia todavía persisten los rezagos del autoritarismo zarista. Aunque, a decir verdad, tampoco quedaba de otra, pues dadas las particulares condiciones del país: su violentísima historia, lo vasto de su geografía, las peligrosas relaciones con sus vecinos y un largo etcétera; o Rusia desembocaba en un autoritarismo de corte absolutista o lo hacía en uno de corte conservador, un régimen liberal necesariamente hubiese sido catastrófico ya que el mismo acabaría implosionando al país en diferentes partes, prueba de ello fue el dramático caso de los últimos años de la extinta Unión Soviética en los que ni siquiera se aplicó un plan liberal sino una mera apertura liberalizadora.

De ahí que los veinte años de Putin en el poder podrían ser calificados como los de un conservadurismo populista donde el mandatario además de mantener cerca a las clases más privilegiadas del medio, (empresarios, militares, clero y aristócratas), participaba en una relación directa con el pueblo, especialmente con las clases medias urbanas que son las que a fin de cuentas salen a protestar cuando las cosas empiezan a ir mal. Situación que, por otro lado, se ha vuelto recurrente dada la baja en los precios de petróleo que explicaban buena parte de la bonanza económica de Rusia de los últimos años.

Por ello no sorprende en lo absoluto el precario margen para el disenso que tanto se acusa al régimen ruso. La prioridad para Putin, pareciese ser, el mejor funcionamiento del Estado, y si para ello tiene que reprimir al pueblo, con violencia inclusive, lo hará. Y es que, una vez más, Rusia no es una democracia plena y todo parece indicar que tampoco tiene la voluntad de convertirse en una. Sí existe el interés de conducir el régimen hacia cauces más democráticos, sea esto por un viejo anhelo de asemejarse al resto de sus pares europeos o, simplemente, a un ejercicio de realpolitik que aspira a legitimar el poder dentro y fuera de sus fronteras. Lo que no existe son las condiciones para que un viejo imperio, tan extenso como para alcanzar dos continentes, se transformé de un día para otro en algo que muy pocos llevan dignamente. El ideal del pueblo autodeterminándose queda todavía lejos de Rusia como también de buena parte de las democracias formales del globo.

Cualquiera sea el caso, en lo que le queda de mandato constitucional, Putin, de seguro buscará dos cosas: remontar a su país del inmovilismo económico en el que se encuentra, valiéndose de su posición internacional; y, crear las condiciones para una sucesión exitosa                que brinde sostenibilidad al proyectó que emprendió veinte años atrás. Lealtad y ambición serán los criterios que en su momento empleará para medir las aptitudes del siguiente al mando.

Puede que para esto último requiera más tiempo del que ya tiene, pero eventualmente lo hará; la tan mentada “eternalización” es imposible, ningún ser humano podría con tanta responsabilidad por tantísimo tiempo, y Putin, por más que se quiera crear un mito en torno a su figura, no es más que eso, alguien que vive, sangra y envejece. O, como se diría en The Economist, existe el consuelo de que los eternos gobernantes no viven para siempre. Sería pues una gran pena que veinte años de gobierno, con sus logros y fracasos, se vean empañados por un delirio inalcanzable, y creo que Putin está al tanto de aquello. La respuesta a lo que vendrá está tan solo a la vuelta de la esquina.

 

Elecciones en el Reino Unido: Un muy viernes trece para todos.

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Por lo general, se conoce a los viernes trece como días de mal agüero, fechas proscritas del calendario debido a su extraña capacidad de poner a los incautos con los pelos de puntas, dejándolos meditabundos sobre los peligros que implican vivir en un mundo como el nuestro. Evidentemente, aquello se trata de simples supercherías. Aunque hoy, viernes 13 de diciembre del 2019, muchos nos vemos tentados a reconocer la consumación de una auténtica catástrofe que, sin duda, repercutirá negativamente en el ya difícil escenario global que tenemos puesto en marcha.

En esta ocasión, el protagonista no se trata de ningún país latinoamericano, merito dudoso, sino de la vieja y relamida dama cuya legendaria obsesión por el té y por hacerse con el dominio de tierras más allá de sus confines, se contrasta hoy con el olvido practico en la que se encuentra relegada, dejando de ella un pobre espectáculo para quien sea capaz de verla.

La triste Inglaterra, agobiada por una banda de sátrapas autoproclamados como los paladines del libre mercado, cuando lo que en realidad hacen es predicar la desigualdad social, la precarización de la vida y de los medios que exige ésta para ser considera como mínimamente digna. Esa Inglaterra, y el conjunto de naciones que la componen y que le dan nombre al Reino Unido, se encuentran hoy ante unos resultados electorales que escandalizan, o que al menos deberían hacerlo, a propios y ajenos.

A propios, porque la mayoría absoluta con la que se ha hecho Boris Johnson en las elecciones generales de ayer está construida a base de un populismo puro y duro que, además de liquidar sus relaciones con la Unión Europea, en términos desastrosos como lo había prometido, tendrá también la odiosa tarea de conciliar el incremento del costo de vida, ya de por sí alto, con la inminente reducción de oportunidades para hacer negocios en un ámbito donde el principal agente será Norteamérica, con toda la volatilidad de su presidente y su agenda propia en favor de sus ciudadanos. América para los americanos, y no américa para los británicos, dirían algunos.

De cualquier forma, eso ya se veía venir desde antes de que el Brexit fuese oficial. Lo que no se preveía es que éste seguiría en trayecto kamikaze hasta el punto de afirmar el peor Brexit posible en las peores condiciones históricas posibles. Y es que el aislacionismo, hoy por hoy, es una movida que raya peligrosamente entre la audacia o la torpeza, y cuyo principal resultado será un Reino Unido tremendamente debilitado frente a la dura agenda internacional.

Sin un mercado común con el resto de los países de Europa, el Reino Unido deberá desplegarse a la joya más querida de la corona, la Commonwealth. Pero resulta que ésta ya tiene mejores tratos con otros países o, mejor dicho, ya tiene compromisos a largo plazo con el único país en capacidad de realizar tales jugadas, esto es, el gigante asiático, el dragón chino que en su paso a la hegemonía mundial no se detendrá ante nada ni nadie.

Entonces, cuando eso suceda, y que por otro lado ya viene sucediendo, ¿a dónde se dirigirá el Reino Unido? ¿seguirá acaso los pasos de Cuba y se convertirá en un isla “autárquica”? ¿Sus recursos propios, esos que crecen en suelo británico, serán lo suficientemente abundantes como para saciar el hambre de una población que ha decidido apostar por xenófobos confesos, fanáticos del cáncer neoliberal?.

Estados Unidos es su primera opción, quizá la única que tengan de momento y en un futuro próximo. Pero tal como ya han advertido algunos la alianza USA-UK será infinitamente humillante para la segunda, pues aquella estará expuesta a un constante asedio por parte de un presidente tan locuaz como ya ha dado abundantes muestras de serlo Trump.

Y aunque fuese así, quién podría culpar a Trump, o a China. Pues todo lo que está pasando es culpa de los británicos, dado que el Brexit y el post Brexit son dos caras de una misma moneda, la perversa consecuencia que traía consigo el conservadurismo británico en su persistente tarea de relegar las reformas estructurales que buscaban remediar la desigualdad entre sus ciudadanos, y que irónicamente, fue maquiavélicamente aprovechada por su ala fanática para distorsionar las causas y echarle toda la culpa a los inmigrantes, al mercado común, y al resto de la Unión Europea; diseminando a cada paso los venenos retóricos de la extrema derecha, el fascismo de nuestros días, cuyos resultados desdibujan la civilización para poner en su lugar los trazos de la barbarie.

Todo eso me hace pensar que hoy es un día más para la colección de la infamia. El país que antes era cuna y refugio del género humano, que en sus días llegó a acoger a tantos genios bajo su protección (Voltaire, Marx, y un largo etcétera), llegando inclusive a concederles el descanso inmortal al lado de sus reyes, esta mañana de viernes trece se ha consagrado como uno de los bastiones de la vergüenza que, tarde o temprano, acabará explotando llevándose consigo el peso de su candidez para, ojala, ponerse a forjar nuevas y mejores glorias.

Arequipa, 2019.

Source: Photo Gallery of the Turkish Presidency Web Page https://www.tccb.gov.tr/en/photogallery/

Men and Destiny. A Critic of Erdogan’s Golden Age

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The most popular politician of Turkey has won the election for a second presidential term. His populist strategy of nationalism and public services transmitted to every corner of the country, product of an intense use of mass media communication, has shown to the whole world that Erdogan is still on the play and he has no intentions to leave it.

He started his political career being mayor of Istanbul before he became the Prime Minister of Turkey from 2003 to 2014. After that he won the presidency on 2014 and inside office he changes the constitutional rules giving to himself the possibility of a third term that would end on 2028. In addition to that since last year the President and not the Prime Minister is the formal head of the Turkish government, «Mr. Erdogan can now appoint ministers himself, issue decrees, make crucial appointments in the judiciary, and authorize investigations of individual civil servants» (Karasz, 2018).

Erdogan won the election with a 53% of votes against the 31% that received his opponent Muharrem Ince. That numbers can be explained thanks to the shocking popularity of Erdogan. In the past years and under his leadership Turkey has developed crucial politics such as a cosmopolitan Islamism, open dialogue and recognition of Kurds and Armenians, and of course, the official entrance of the country to the European Union.

However not everything that shines is gold, the democratic institutions of Turkey were facing important problems since the merely beginning and now they can be labeled as not quite democratic yet. The Erdogan administration shows that political prosecution against all kind of critics is the daily bread on the streets of Istanbul as well in other parts of the Arabian country. Also, during Erdogan’s lead Turkey has faced «economic troubles that have increased inflation and unemployment while weakening the Turkish lira» (Daragahi, 2018). So the Erdogan´s victory on the polls are not a full triumph, «fascist regimes don’t usually win elections with 53%, they win with 90%. So this shows that progressive values are still here and can rise up» (Lowen, 2018).

Nevertheless, Erdogan´s level of popularity are enviable. He has the ability of a natural leader, he dominates the pulse of the public square giving speeches that influence the political appreciation of his audience. A good example of his charisma and rhetorical confidence is the next extract of his speech after his victory day: «The winner is our democracy. The winner is service-based politics. The winner is superiority of national will. The winner is Turkey. The winner is the Turkish nation. The winner is all the oppressed in our region. The winner is all the oppressed in the world» (Daragahi, 2018).

Evidently in politics exists opposite sides and that is always something good, especially if it is inside the logic of a democracy. The second term of Erdogan represents not just a continuity but moreover a new perspective of Turkish power over his internal matters and international affairs, the bonds with Russia are not well appreciated by the American and EU members and the scare of terrorism on the region is still open, those are examples of this point but quite limited by reality. The true is that Erdogan has more time and with it more power, his possibilities of becoming a real change for his country and the region are infinites. Men and destiny have once more the opportunity of impressed the world, let’s see if Erdogan would be that men.

Bibliography

Daragahi, B. Dispatch. Erdogan has Mastered Democracy. Foreign Policy.

Karasz, P.  Five Takeaways from Turkey’s Election. The New York Times.

Lowen, M. Progressive Values are Still Here. Obtein from BBC News: https://www.bbc.com/news/world-europe-44601383?intlink_from_url=https://www.bbc.com/news/topics/c6gzmx3zld1t/turkey-election-2018&link_location=live-reporting-story

 

EL IMPARPADEO ALEMÁN: UNA APROXIMACIÓN AL MITO DE ANGELA MERKEL

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Foto: ZDF

Soy un poco liberal, un poco social-cristiana, un poco conservadora[1]

Angela Merkel.

Marco Aurelio Denegrí, en su columna dominical del diario El Comercio, señaló que “el imparpadeo es signo de gran desarrollo interior y de elevación considerable de espíritu”[2], algo que es propio de almas selectas, de seres extraordinarios que viven bajo la luz de un occidente fluorescente. Ciertamente desconozco si la cancillera alemana, Angela Merkel, parpadea o no, pero lo que sí es de conocimiento público es que se trata de un alma selecta, y altamente excepcional para el mundo de emergencia en el que vivimos.

Las elecciones federales de Alemania se dieron este 24 de septiembre, y Angela Merkel candidata del CDU, democracia cristiana, que lanzó meses atrás su campaña en la pequeña ciudad de Dormunt es, con cierta estrechez (33%), la ganadora de la contienda democratica.

Merkel, de 62 años de edad, es considerada la mujer más poderosa del mundo, y dentro de las reglas de juego que tiene el sistema político germano, va decidida hacía su cuarto mandato, y de esa forma, logrará empatar a su mentor, Helmut Kohl, en el record de canciller de la posguerra con más tiempo en su cargo, nada más y nada menos que 16 años en el centro neurálgico del poder político alemán.

El sistema electoral alemán permite votar a sus ciudadanos en dos oportunidades para elegir 598 representantes en el Bundestag, en la primera elección se podrá votar directamente hacia el representante, escogiéndose la mitad de escaños disponibles; y en la segunda votación se escogerá en relación a los partidos y estos decidirán quienes serán los que ocupen el resto de escaños, en base a su resultado electoral.

Es en este contexto donde encontramos a Merkel, quien comenzó su etapa de canciller en el año 2005, y que desde entonces el rol de Alemania no hizo otra cosa que ganar protagonismo en el destino de Europa, de occidente, y también, del mundo. Se podría afirmar que ella es la única capaz de medir fuerzas en un escenario dividido entre la Casa Blanca y el Kremlin; en un mundo occidental que vive el día a día entre serias amenazas por el terrorismo islámico y la violencia mezquina de Corea del Norte, entre otros.

La agenda internacional de Merkel apostó en dos grandes frentes: el primero fue una política internacional basada en la relación con Estados Unidos que bien podría considerarse de continuista; sin embargo, y gracias al efecto Trump, el bilateralismo Alemania – EUA ha ido virando hacía un socio provocador como lo es Rusia o China. El segundo frente corresponde al gran proyecto europeo, proyecto que se ha visto en picada debido a los múltiples conflictos internos que se han dado en los últimos años dentro de la precaria Unión Europea; casos como la crisis portuguesa, española, y griega, el anexamiento de Crimea por parte de Rusia y el Brexit son ejemplos de aquello. Se podría afirmar que el único punto donde Merkel mantiene predilección es el de la OTAN, quizá el último gran resquicio de poder internacional fuera de la Eurozona que mantiene Alemania con el mundo, aunque el presidente Trump opina lo contrario.

En el otro extremo del ring tuvimos a su rival, Martin Schulz, expresidente de la Unión Europea, y líder del partido Social-Demócrata de tendencia centro-izquierda. Un hombre que fue capaz de pararle los pies a las bravuconadas de Berlusconi, pero que sin embargo no gozó de la popularidad necesaria para ganar a la política más odiada y amada de la Eurozona.

Tradicionalmente, y luego del trauma que representó la segunda guerra mundial, Alemania ha sido contraria a las mayorías absolutas. Razón por la cual el poder político de Merkel no es ni será absoluto, es decir, que la futura cancillera tendrá que pactar alianzas y coaliciones con el resto de partidos políticos que tengan representatividad en el Bundestag. A pesar de aquello, tal situación no es nueva para Merkel, su carácter frío, pragmático, aunado a su expertise política, será la mejor garantía que tenga para atravesar esa difícil, pero no imposible, situación.

Alemania es aún un socio hacia el cual la comunidad europea mira de reojo, cuyo pasado totalitario le produce hasta el día de hoy una gran variedad de sentimientos y percepciones contradictorios entre sí que le dificultan la fluidez integracionista del proyecto europeo. Sin embargo, todo aquello son factores que Merkel no ignora, por eso sus políticas están destinadas a convencer por las buenas a sus interlocutores. Utilizando el “poder suave”, la cancillera prefiere dialogar con la razón antes que con la coacción. Angela Merkel es plenamente consciente de los beneficios que trae consigo la globalización, una economía integrada y dinámica con el mundo dentro del cual se mueve resulta ser a todas luces un punto clave en su política de fortalecimiento para Alemania y la Eurozona.

Con todo aquello, Merkel ha demostrado, y demostrará, que está por encima de cualquier etiqueta. Alemania está segura del futuro que quiere, y es que cada día los alemanes confirman su fe en un horizonte que no es otra cosa que un punto de encuentro entre el deseo y el destino, El mundo puede seguir tranquilo, porque el futuro de Alemania se escribirá, sin lugar a dudas, con el imparpadeo infatigable de Angela Merkel.

[1] “I’m a bit liberal, a bit Christian-social, a bit conservative”, The Economist, Kaffeeklatsch, Septiembre 09 del 2017.

[2] El Imparpadeo, Marco Aurelio Denegri, El Ojo de Lima, El comercio. Lima 10 de septiembre del 2017.