Elecciones en el Reino Unido: Un muy viernes trece para todos.

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Por lo general, se conoce a los viernes trece como días de mal agüero, fechas proscritas del calendario debido a su extraña capacidad de poner a los incautos con los pelos de puntas, dejándolos meditabundos sobre los peligros que implican vivir en un mundo como el nuestro. Evidentemente, aquello se trata de simples supercherías. Aunque hoy, viernes 13 de diciembre del 2019, muchos nos vemos tentados a reconocer la consumación de una auténtica catástrofe que, sin duda, repercutirá negativamente en el ya difícil escenario global que tenemos puesto en marcha.

En esta ocasión, el protagonista no se trata de ningún país latinoamericano, merito dudoso, sino de la vieja y relamida dama cuya legendaria obsesión por el té y por hacerse con el dominio de tierras más allá de sus confines, se contrasta hoy con el olvido practico en la que se encuentra relegada, dejando de ella un pobre espectáculo para quien sea capaz de verla.

La triste Inglaterra, agobiada por una banda de sátrapas autoproclamados como los paladines del libre mercado, cuando lo que en realidad hacen es predicar la desigualdad social, la precarización de la vida y de los medios que exige ésta para ser considera como mínimamente digna. Esa Inglaterra, y el conjunto de naciones que la componen y que le dan nombre al Reino Unido, se encuentran hoy ante unos resultados electorales que escandalizan, o que al menos deberían hacerlo, a propios y ajenos.

A propios, porque la mayoría absoluta con la que se ha hecho Boris Johnson en las elecciones generales de ayer está construida a base de un populismo puro y duro que, además de liquidar sus relaciones con la Unión Europea, en términos desastrosos como lo había prometido, tendrá también la odiosa tarea de conciliar el incremento del costo de vida, ya de por sí alto, con la inminente reducción de oportunidades para hacer negocios en un ámbito donde el principal agente será Norteamérica, con toda la volatilidad de su presidente y su agenda propia en favor de sus ciudadanos. América para los americanos, y no américa para los británicos, dirían algunos.

De cualquier forma, eso ya se veía venir desde antes de que el Brexit fuese oficial. Lo que no se preveía es que éste seguiría en trayecto kamikaze hasta el punto de afirmar el peor Brexit posible en las peores condiciones históricas posibles. Y es que el aislacionismo, hoy por hoy, es una movida que raya peligrosamente entre la audacia o la torpeza, y cuyo principal resultado será un Reino Unido tremendamente debilitado frente a la dura agenda internacional.

Sin un mercado común con el resto de los países de Europa, el Reino Unido deberá desplegarse a la joya más querida de la corona, la Commonwealth. Pero resulta que ésta ya tiene mejores tratos con otros países o, mejor dicho, ya tiene compromisos a largo plazo con el único país en capacidad de realizar tales jugadas, esto es, el gigante asiático, el dragón chino que en su paso a la hegemonía mundial no se detendrá ante nada ni nadie.

Entonces, cuando eso suceda, y que por otro lado ya viene sucediendo, ¿a dónde se dirigirá el Reino Unido? ¿seguirá acaso los pasos de Cuba y se convertirá en un isla “autárquica”? ¿Sus recursos propios, esos que crecen en suelo británico, serán lo suficientemente abundantes como para saciar el hambre de una población que ha decidido apostar por xenófobos confesos, fanáticos del cáncer neoliberal?.

Estados Unidos es su primera opción, quizá la única que tengan de momento y en un futuro próximo. Pero tal como ya han advertido algunos la alianza USA-UK será infinitamente humillante para la segunda, pues aquella estará expuesta a un constante asedio por parte de un presidente tan locuaz como ya ha dado abundantes muestras de serlo Trump.

Y aunque fuese así, quién podría culpar a Trump, o a China. Pues todo lo que está pasando es culpa de los británicos, dado que el Brexit y el post Brexit son dos caras de una misma moneda, la perversa consecuencia que traía consigo el conservadurismo británico en su persistente tarea de relegar las reformas estructurales que buscaban remediar la desigualdad entre sus ciudadanos, y que irónicamente, fue maquiavélicamente aprovechada por su ala fanática para distorsionar las causas y echarle toda la culpa a los inmigrantes, al mercado común, y al resto de la Unión Europea; diseminando a cada paso los venenos retóricos de la extrema derecha, el fascismo de nuestros días, cuyos resultados desdibujan la civilización para poner en su lugar los trazos de la barbarie.

Todo eso me hace pensar que hoy es un día más para la colección de la infamia. El país que antes era cuna y refugio del género humano, que en sus días llegó a acoger a tantos genios bajo su protección (Voltaire, Marx, y un largo etcétera), llegando inclusive a concederles el descanso inmortal al lado de sus reyes, esta mañana de viernes trece se ha consagrado como uno de los bastiones de la vergüenza que, tarde o temprano, acabará explotando llevándose consigo el peso de su candidez para, ojala, ponerse a forjar nuevas y mejores glorias.

Arequipa, 2019.

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