Las candidaturas, y sus campañas, han colaborado en gran medida en que esto sea así. Sólo perfilan, en el caso de Lima, contornos individuales a sus propuestas mas no significativas diferencias programáticas, que no quiere decir que no existan, permitiendo que la confrontación electoral se centre en argumentos adjetivos y no sustantivos. Es legítimo, por lo tanto, preguntarse, sin considerar el normal decaimiento que se repite en toda elección municipal, ¿por qué no entusiasman estas elecciones? Una respuesta podría intentarse considerando que para la ciudadanía promedio el acto eleccionario municipal no cambiará nada de manera importante, por una reafirmación o alternativa de alcaldes. De otro lado, el gobierno de Alan García mantiene largamente la iniciativa política, a pesar que van apareciendo los principales límites de una gestión gubernamental, esperada por muchos durante décadas. El voto por Alan García, luego del desastroso gobierno del segundo belaundismo, fue un voto marcado por la esperanza. La renovación y el cambio moderado fueron los móviles de su abrumador respaldo.
Si bien el gobierno aprista no ha realizado nada sustantivamente nuevo o transformador, sin embargo, redujo notoriamente la inflación, controló la devaluación, que el elector cataloga como meritoria y, a pesar que podrá sentir que sigue económicamente mal, puede considerar que se encuentra relativamente mejor que antes. Es decir, el programa económico no se ha agotado en el corto plazo y esto es importante para las elecciones, porque, aunque en el Ministerio de Economía esté esperando decretar medidas nada populares luego del 9 de noviembre, la postergación oxigena al candidato oficialista. No existe un desgaste gubernamental, como sí ocurrió con Belaúnde en el 83, que permita una actitud ciudadana de rechazo que pudiera ser canalizada por la oposición.
Otro hecho de singular importancia para que el clima electoral se encuentre cargado de apatía es el grado de zozobra y temor que la violencia política ha teñido el país. La singularidad de este fenómeno más allá de las acciones terroristas, es la permanencia por los largos ocho meses del estado de emergencia y principalmente del toque de queda. Los efectos en la campaña política y en el incentivo ciudadano hacia ellas son mayúsculos porque mantienen un clima de libertades restringidas y de recurrente temor. Pero por otro lado ¿las agrupaciones políticas han presentado alternativas políticas, programáticas distintas y superiores que muestran los límites y carencias gubernamentales y activen el movimiento social? La respuesta, mirando hacia atrás, tiene que ser negativa. Asimismo, vivimos un largo periodo, desde 1979, de descenso en la lucha de masas y de movilización política, a pesar que en muchos momentos la crisis económica ha recrudecido.
Los partidos políticos, salvo en momentos muy puntuales, no han logrado organizar en los últimos años a vastos sectores sociales que emergieron en la vida política nacional luego del gobierno militar. Particularmente la izquierda fue incapaz de convertir la lucha sindical en lucha política de alternativa de poder, estancándose en oposición política en la escena oficial. La beligerancia social y combatividad sindical de los años setenta se está diluyendo por la, cada vez más grande, separación existente entre la lucha política, entre dirigentes y masas, creando peligrosos vacíos de identificación como no se dio en los años anteriores. De otro lado, los partidos de masas como Izquierda Unida y el APRA no dinamizaron ni democratizaron su vida partidaria, permitiendo que la conciencia prejuiciosa sobre el quehacer político se impusiera sobre el pensamiento común entrampándose en la creación y mantenimiento de caudillos. Por eso vale la pena preguntarse si la militancia de los distintos partidos no estará sintiendo que solo se le llama a participar activamente a nivel político cuando hay elecciones. De la misma manera el elector y ciudadano común ¿no sentirá poco entusiasmo ahora por cuanto su participación e influencia política se reduce cada vez más a votar cada cierto tiempo? Si la respuesta es afirmativa, los partidos políticos deberían comenzar a preocuparse acerca de la forma en que están desarrollando su práctica política que, en un país como el nuestro, necesariamente requiere ser transformadora, de lo contrario la fuerza social que depositó sus esperanzas en ellos durante los últimos años, sólo será un recuerdo del pasado.
(La República 3 de Noviembre de 1986)