Esto colocaría un escenario de serias dificultades para construir mayorías, establecer acuerdos y tomar decisiones, por no decir problemas para elegir comisiones, elaborar la agenda legislativa o realizar reuniones de justa de portavoces. Un Congreso así atomizado y disperso siempre colaborará con inadecuadas relaciones con el ejecutivo, que es el ingrediente de toda ingobernabilidad.
Ante esto no hay medidas ni milagrosas, ni deterministas, pero lo que es indudable es que se tiene que tomar algunas. Dos propuestas pueden ayudar. La primera es imponer una valla mínima o umbral de representación para el reparto de los escaños. Esta es una medida que se toma en muchos sistemas electorales en el mundo, con el propósito de evitar el fraccionalismo. La Ley de Partidos Políticos señala que si no se obtiene el 5% de los votos emitidos, al partido político se le cancela la inscripción, pero no evita que participe en la repartición de escaños. Además, sostiene que no pierde la inscripción si consigue al menos un escaño. Esta parte del artículo convierte en inútil la medida. Se debe aplicar un umbral mínimo -5% por ejemplo- de los votos válidos a nivel nacional (no departamental) para que el partido político pueda acceder a la distribución de escaños, de acuerdo a su porcentaje obtenido. Por ejemplo, si esta medida se hubiera aplicado, en el año 2001, solo 5 de 13 partidos hubieran tenido algún escaño en el Congreso; en el 2000, 5 de 10; en 1995, 3 de 21; en 1990, 4 de 16.
La segunda medida, es realizar la elección al Congreso, en la fecha de la hipotética segunda vuelta electoral presidencial. Actualmente, existe una simultaneidad entre la elección presidencial y parlamentaria, por lo que el elector realiza un “voto ciego”, es decir, sin conocer ningún resultado. La consecuencia es la dispersión del voto, no solo presidencial, sino parlamentario. De esta manera, no se construyen mayorías y es el método por donde se alimenta el fraccionalismo. Si la elección parlamentaria se realizara posterior a la primera vuelta electoral, el elector tendría dos escenarios. Uno en donde gana un candidato en primera vuelta y el elector decidirá si otorga su voto al partido del presidente o fortalece a la futura oposición. Otro, si hay segunda vuelta, en cuyo caso tendría solo dos posibilidades de elegir a nivel presidencial y pensará mejor su voto para el Congreso. En ambos casos, el efecto es concentrador alrededor de los partidos más votados, en donde el elector ejercerá así un “voto estratégico”.
Con estas dos medidas, en algo se evitaría el fraccionalismo y quizá ayudaría a direccional el futuro del país lejos del abismo de la ingobernabilidad.