Hoy Perú 2000, que ganó el 43% de las bancadas del parlamento, controla el 58% de las mismas. Es decir, convirtió en mayoría aquello que el electorado no se lo permitió en elecciones, atrayendo, bajo métodos por decir lo menos sospechosos, a alrededor de 18 entusiastas congresistas que esgrimieron para su rápida mudanza, argumentos poco creíbles. Pero si esto nos muestra que el gobierno no escatimó esfuerzos y métodos para manejar su poder y la poca calidad de la nueva representación parlamentaria, también pone en evidencia la responsabilidad de las organizaciones opositoras que se forman para competir en política y particularmente luchar contra Fujimori.
Y es que mientras los partidos políticos convencionales se desangraban perdiendo electores y militantes ante el empuje del fujimorismo de los 90, muchos políticos abrazaban sus tesis de la superioridad de los movimientos independientes. Los logros electorales parecían darles la razón. A final de cuentas se trataba de agrupar a un puñado de amigos y allegados y tentar una aparición en medios y sus respectivos rebotes en los sondeos de opinión, para tentar suerte. Esa es también la gracia de la videopolítica.
De esta manera, con leyes laxas y permisivas, se crearon la gran mayoría de los grupos actualmente existentes. Sus características principales mostraban un alto grado de personalismo en la toma de decisiones, un nivel bajo de organización, un fuerte pragmatismo entre sus integrantes, que hicieron que las lealtades y solidaridades de grupo estén fuertemente influenciadas por el poder y la ubicación de sus principales líderes en el escenario actual. Los niveles variados que se combinaron estas características hacen que las organizaciones de Alberto Andrade, Fernando Olivera o Henry Pease, resistan con mayor éxito al transfugismo. En cambio, las de Alejandro Toledo, Luis Castañeda, Rafael Rey o los seguidores de Ezequiel Ataucusi, sean fuertemente afectadas.
En otras palabras, las organizaciones independientes han caído, pasada una década, en la propia trampa que les permitió un éxito inicial. Difícilmente pueden mantener a sus militantes en sus organizaciones, menos evitar a los tránsfugas y, su capacidad de enfrentar y liderar luchas contra gobiernos como el actual, se pueden debilitar rápidamente. Y es que la debilidad de las organizaciones se nota hasta en la forma en que son reclutados los candidatos. Y no se trata que el líder los conociera poco, pues se ha visto gente conocida que no tuvo problemas en cambiar de casa política. En el mejor de los casos, el líder recibía currículos, como si fuera una competencia por un puesto de trabajo, aunque al final terminó siendo eso.
Lo dramático de la democracia peruana actual, ha terminado siendo el problema de los partidos políticos, contra los que se alzó el fujimorismo. Diez años bajo su influencia no han hecho sino confirmar aquel axioma insuperable y que hoy es más urgente tenerlo en cuenta: no hay democracia real sin partidos políticos. Esa debe ser una enseñanza para todo aquel que desee participar en política, con el propósito de transformarla.
(Canal N, Lunes 7 de agosto 2000)