Las ideas allí expuestas pueden resumirse de la siguiente manera: 1. En el Perú hay una tradición de caudillismo político que se benefició primero y aprovechó después del tipo y sistema de partidos existentes. 2. La izquierda, a pesar que en el plano de la doctrina, privilegia la conciencia y la acción colectiva de las masas, recurrió en muchos casos a exaltar el papel del individuo en la dirección política, concentrándola en los cargos que hoy debatimos. 3. Siendo el partido político el germen de uno de los elementos funcionales del nuevo estado que se busca construir, una propuesta democrática pasa necesariamente por la supresión de cargos que centralicen las decisiones políticas exclusivamente en una persona.
Sobre lo anterior es válido preguntarse: ¿cómo una propuesta estatutaria evitaría el caudillismo político?, si así fuera ¿no imposibilitaría, por el contrario, el desarrollo de liderazgos necesarios en cualquier comunidad política? ¿no se procedería a sembrar las condiciones de una desestructuración partidaria que, con sus bemoles, mantiene unida la organización alrededor del presidente o el secretario general? ¿ellos no expresan acaso la opinión de una mayoría que al interior de una organización requiere ser personalizada?
Intentemos responderlas. El recambio de las funciones partidarias que se trasladan del ámbito individual (presidencia, secretaría general) al colectivo (dirección colegiada) sí restringiría el desarrollo de liderazgos caudillistas, en tanto éstos requieren para su reproducción necesariamente cargos de decisiones en una sola persona. En una dirección colectiva no hay posibilidad de asumir funciones y poder especial y superiores al resto. Este hecho no anula el desarrollo del liderazgo, pues, ningún líder político nato necesita para desarrollarse un cargo de dirección único y especial. Por el contrario, el líder mediocre, que muchas veces proviene de su control anterior en la maquinaria partidaria, sí demanda de dicho cargo particular y exclusivo para fundirse con su militancia o con la masa y, muchas veces -la historia política lo ha demostrado-, aprovechándose de dichas atribuciones especiales, descargar todas sus pasiones sobre sus dirigidos. Un partido que se mantiene unido en estas condiciones está subordinando la democracia partidaria que tanto se reclama. Sin embargo, puede ocurrir que algún dirigente -con dichas facultades- cumpla sus funciones de tal manera que revierta en la mejor organización y liderazgo político de su organización. Pero esta situación no abona en favor de dicha tesis, pues un cargo, de la envergadura monopólica del que hablamos, no puede basarse en el azar o en las características particulares de tal o cual persona, ya que la posibilidad de desarrollar lo contrario se mantiene latente.
Por ejemplo, el caso de IU. Si el Dr. Barrantes en su calidad de presidente del frente hubiera asistido a las reuniones del Comité Directivo, conjugando opiniones, vertiendo a título del frente sólo aquellas donde exista acuerdo, así como participar, dialogar o debatir en el caso que así lo decidiera el ente directriz del frente, es posible que el desarrollo de su liderazgo hubiera sido menos conflictivo. Esto no sucedió. Por el contrario, aprovechándose del cargo, que algunos pensaron, ingenuamente al otorgárselo, que sería simplemente de una inocua representación, dio rienda suelta a la más extensa arbitrariedad jamás vista y a la irresponsabilidad en un trato tanto de los aliados, como de los adversarios y enemigos políticos. Situación que hoy IU como frente está casi imposibilitado de revertir. A final de cuentas, de lo que se trata es de desarrollar en mayor medida los elementos democráticos constitutivos de las comunidades políticas y éstas pasan, necesariamente, por colectivizar sus direcciones para que el debate y liderazgo partidario se traslade al plano de lo táctico y programático y deje de lado el tantas veces visto enfrentamiento personal. El quid del asunto es que estamos hablando de rescatar aquel método de educación política que rompa con la -históricamente enraizada- enajenación de las masas que identifica su capacidad transformadora con las cualidades de un individuo.
(La República 21 de Mayo de 1987)