En abril del 2000, se elegía un nuevo parlamento. El principal efecto de los resultados fue retirarle la mayoría absoluta que ostentaba el fujimorismo, desde 1992. Pero gracias a los eficientes servicios de Vladimiro Montesinos y la fácil recepción de prebendas y dinero por parte de una nueva generación de congresistas, la bancada oficialista Perú 2000, que ganó el 43% de los escaños del parlamento, llegó a controlar el 58% del mismo, convirtiendo en mayoría, lograda bajo la mesa, aquello que el electorado no se lo permitió a través del voto.
El transfuguismo en el Perú nació así asociado a la corrupción. Varios de esos tránsfugas fueron sancionados. Mientras los partidos políticos convencionales se desangraban perdiendo electores y militantes ante el empuje del fujimorismo de los noventa, muchos políticos abrazaban las tesis del antipartidismo, saliendo de los partidos o formando nuevos, pero constituyendo organizaciones con un alto grado de personalismo, bajo nivel organizativo, alto pragmatismo, así como débiles lealtades e identidades partidarias.
Pero el transfuguismo ha mutado. Ahora son los transpolíticos. Ya no está asociado necesariamente a la corrupción. Los políticos cambian de partidos y los partidos de programas. Los partidos se multiplican tanto como su corta vida. Surgen así necesidades, debido a carencias mutuas. Los partidos necesitan candidatos y estos requieren partidos inscritos. Si a nivel parlamentario es alto, a nivel regional y local la tendencia es exponencial.
Solo a nivel del presente Congreso observamos seis partidos que superaron el umbral del 5%: PAP, Fuerza 2011, Gana Perú (en alianza informal con pequeños partidos nacionales y regionales), Perú Posible (en alianza con AP, Somos Perú), Solidaridad Nacional (en alianza con UPP, Cambio 90, Siempre Unidos y Todos por el Perú) y Alianza por el Gran Cambio (PPC, PH, APP y RN). En realidad, se trataba de trece partidos, en seis bancadas. Tres años después, tenemos diez bancadas, de las cuales hay dos nuevas y dos modificadas. En total tenemos 28 congresistas que se han cambiado de agrupación y, en algunos casos, en más de una oportunidad.
Todo esto es facilitado también gracias a las reglas de juego institucionales. El voto preferencial es una de ellas. El parlamentario siente que se debe al elector y no al partido, pese a que sin él no le es posible candidatear.
Un incentivo es el propio reglamento del Congreso que si bien exige un mínimo de seis para constituir un grupo parlamentario o bancada, permite que se constituyan con más de un partido y que se formen nuevos a lo largo del mandato. Estar en un grupo parlamentario permite negociar muchas cosas, con mayor razón en un diseño perverso de cambio anual de mesa directiva y comisiones del Congreso. Mucho por negociar y mucho por ganar.
Pero, ¿qué es el transfuguismo? ¿El parlamentario que sale de una bancada parlamentaria o de un partido, que no es lo mismo? ¿Y los expulsados (caso Bruce) son tránsfugas? ¿Y qué pasa con las rupturas partidarias, tan recurrentes en la historia? ¿Y si un parlamentario sale de un partido e ingresa a otro, cuando ambos son parte de una coalición o alianza partidaria? ¿Y a nivel de las organizaciones regionales y locales es posible tratarlos de la misma manera? Ciertamente hay una serie de medidas que pueden limitar este fenómeno, más que eliminar su presencia. Por ejemplo, no permitir el ingreso de partidos que no cumplen el mínimo de seis congresistas para constituir una bancada parlamentaria, eliminar el voto preferencial, impedir la figura del invitado en los partidos e incrementar el umbral para las alianzas electorales. Pero si los partidos no se organizan alrededor de ideas fuerza y crean identidades que no se circunscriban al líder fundador de la organización, los transpolíticos crecerán en número e importancia (La República, 13 de agosto del 2014).