Salvo escasas excepciones, en América Latina, los presidentes que van a la reelección no pierden elecciones, como ocurrió con Chávez este último domingo. No pierden o difícilmente pierden porque cuentan con el mejor aparato electoral que pueda conocerse: el Estado. La reelección en América Latina siempre está construida sobre la base de un tablero inclinado.
Si bien hay diferencias entre los países llamados bolivarianos de los otros, lo que los une es algo que ninguna oposición puede igualar, el uso de los recursos públicos a favor del candidato reeleccionista, que en Venezuela, son casi ilimitados. Puede haber incluso una jornada electoral limpia, pero en medio de un proceso electoral desigual e injusto.
Esa es la base firme del triunfo de Chávez, pero no lo explica todo. Los 14 años en el poder han creado una base firme de apoyo, del mayor engranaje y exitoso populismo clientelar alrededor de una figura carismática, que se conecta emotivamente con sus seguidores, que le pueden pasar por alto todo aquello que la oposición demuestra y denuncia. Esto no es nuevo en la historia de nuestra región.
Todo esto, no hay que olvidar, en un contexto inicial del desplome y desprestigio del sistema partidista y más tarde acompañado de un espectacular boom petrolero. Se ha construido así una base social chavista, que se expresa en un voto duro, leal y firme que ha llevado a Chávez a enfrentar el mismo número de procesos electorales, que años que tiene en el gobierno, acentuando su poder, su estilo y una vida pública alrededor de él. Masas que ciertamente se sienten representadas, política y simbólicamente en contraste con parte de la oposición chavista, para quienes el norte de Venezuela, es Miami.
Pero esta casi década y media no han eliminado, sino que se han acrecentado la inseguridad y la red de corrupción estatal, de un aparato ineficiente que despilfarra fondos públicos provenientes del petróleo y también de una cuantiosa deuda externa.
Si bien se abre para Venezuela un largo período de seis años del mismo gobierno, que completaría dos décadas en el poder, nunca como ahora está más dividido y polarizado. Chávez ha recibido el 55% del apoyo, suficiente para ganar, pero no para intensificar su modelo, a costa de comprometer la propia gobernabilidad.
Mientras Chávez ha recibido menos porcentaje de votos que en el 2006, la oposición ha crecido. Aquí es donde la figura de Capriles ha jugado un papel fundamental. No sólo es un joven político, sino que tiene mucha experiencia y ha logrado aglutinar a una oposición, antes dispersa e irresponsable, que ya dejó de ser escuálida, como la llamaba Chávez. El 45% de los votos conseguidos, no lo consiguió nadie y es un porcentaje nada desdeñable.
Sin embargo, el oficialismo ya apostó todo. Chávez no será más candidato y su gobierno pende de su quebrantada salud, en un sistema altamente personalista que implica sucesión nula. Detrás de esa unidad monolítica se juega una intensa disputa de sectores que una ausencia de Chávez develará con crudeza.
Se viene un ciclo político marcado por elecciones. A mediados de diciembre, elecciones a gobernadores y Parlamentos estatales. El próximo año, elecciones municipales y, el siguiente, elecciones a la Asamblea Nacional, en donde el chavismo tiene mayoría absoluta. La capacidad de endose de votos de Chávez ha disminuido, por lo que un sector de su electorado evaluará más su vínculo directo con la candidatura que tiene al frente, que con la promesa de un socialismo del mundo ideal.
La oposición puede ganar incluso en los Estados más poblados y con mayores recursos, solo si se mantiene unida. Por lo tanto, el control del poder y con ello los recursos de los niveles subnacionales y de la Asamblea, abre un panorama que no se percibe en estos días poselectorales. Por eso, el triunfo de Chávez es claro, pero también en estos siguientes procesos electorales, y su enfermedad, se juega gran parte del futuro político del país llanero, por lo que pensar una Venezuela sin él, no es un punto de agenda sin fecha (Infolatam y La República, 11 de octubre del 2012).