Para algunos, las elecciones presidenciales del 2016 están condicionadas, en parte, por las elecciones regionales y municipales, dos años antes. Entre especulaciones y proyecciones, lo único seguro parece ser que Alan García, Alejandro Toledo y Keiko Fujimori, serán candidatos presidenciales. Su soporte organizativo, partido o coalición de partidos, así como el resto de candidaturas, sería producto de negociaciones que se irán aclarando, como es lógico, conforme se avecine la fecha.
Sin embargo, es poco probable que los resultados de estas elecciones prefiguren lo que sucederá, dos años después. En pocas palabras, no existe una relación estrecha entre los resultados electorales de unas y otras. La principal razón es que la representación nacional y la subnacional ha incrementado su distancia y casi no se relacionan entre sí. Esto incluye que el apoyo a los candidatos presidenciales, no expresa un apoyo a sus respectivos partidos y menos puede ser endosable a candidaturas subnacionales.
Hasta fines de los noventa, el sistema partidista peruano competía en todos los ámbitos de poder, sean estos nacionales o subnacionales. Las elecciones municipales entre 1963 y 1989, mostraron resultados en los que los partidos nacionales ganaban municipios en una proporción muy alta. La relación entre la representación era estrecha. Así varios alcaldes electos pasaron a ser figuras políticas de sus respectivos partidos.
Pero a inicios de los noventa, el desplome del sistema partidista se manifestó con una pérdida significativa de votos, que se tradujo en la pérdida de escaños parlamentarios y municipios, tanto provinciales como distritales. Esto estuvo acompañado por un creciente desprestigio de los partidos políticos.
Los nuevos partidos emergentes (Cambio 90/Nueva Mayoría, Movimiento Obras, Perú Posible, UPP, Renovación, entre otros), ganaban escaños y algunos municipios en Lima, pero fuera de la capital estaban totalmente ausentes. Por el contrario, las listas locales tanto provinciales, como distritales, conquistaban municipios derrotando a los partidos de tradición histórica y a los partidos emergentes.
Pero, desde el 2002, el proceso de regionalización creó un nuevo poder en el gobierno regional al que se le fue sumando competencias y transferencias que incrementaron su poder. De esta manera, el presidente del gobierno regional pasó a ser una de las nuevas figuras políticas, con capacidad de negociación con el gobierno central y cooptación con el nivel subnacional.
Los partidos nacionales, tanto de tradición histórica como emergentes, son vistos como partidos limeños, incapaces de entender la realidad distinta y diversa de las provincias. En la medida en que los partidos nacionales reducían su desempeño al ámbito del Congreso, en medio de un contexto de débil organización, las organizaciones nuevas regionales eran sentidas como más próximas.
Es por el lado de la negociación con las listas locales, en donde las organizaciones regionales se muestran más eficaces. Estas ofrecen ayuda económica y logística a las listas locales, con la condición que candidateen al interior de sus listas. De esta manera, los candidatos locales se aseguran recursos y la organización regional, votos. Cosa distinta ocurre con los partidos nacionales, que se presentan tarde y desean imponer condiciones a cambio de membresías, que no tienen crédito en provincias.
Al mirar los resultados de la última década y observar cómo los partidos nacionales han perdido en cada oportunidad gobiernos regionales y municipales, no es difícil concluir que esto no cambiará para el 2014. Esto es de conocimiento de los partidos nacionales que seguramente se abstengan de participar o lo hagan en pocos lugares. En consecuencia, el ancho campo del poder que se pone en juego en las elecciones del 2014, estará servido para la reproducción de las listas regionales. Pero de la misma manera, una derrota o abstención de los partidos de los candidatos presidenciables, no afectarán sus pretensiones con miras al 2016 (La República, 10 de setiembre del 2012).