Ningún candidato deja de disparar a escasos días que separa de la elección regional y municipal, del 3 de octubre. Y si bien se ha hablado mucho de la guerra sucia, ésta resulta siendo un eufemismo del término diáfano llamada campaña electoral. Así como no existe guerra limpia, tampoco existe campaña sin contra campañas. En Estados Unidos, hace tiempo que tres de cuatro mensajes, son de esta naturaleza.
Lo que ocurre es que la presente elección municipal está recargada, desde el inicio. Dividir la elección entre decencia y corrupción, la tacha a Kouri, el ascenso vertiginoso de Susana Villarán, los audios ilegales y la participación activa de periodistas en la campaña, son elementos suficientes para una elección, ya de por sí inusual.
En este último tramo de campaña, ambas candidatas que las separa porcentajes pequeños, necesitan intensamente conseguir votos. Eso lo consiguen no sólo de los indecisos, sino de los votantes de los otros candidatos y de los de su rival. Los indecisos son importantes, pero no tanto como se cree. Del ellos, un porcentaje nunca se decidirá y votarán nulo o blanco. El porcentaje que se vuelca por algún candidato, lo hace en la misma distribución que los que votan por alguno de los nueve en competencia.
Los más sensibles, en estos últimos días de campaña, son los electores de los terceros partidos. Lo son porque un porcentaje importante estará presionado por el mensaje del voto útil y el voto perdido. Saben –o sienten- que su candidato ya no ganará, por lo que su voto se convierte en estratégico. Votará por la que más le simpatice o para que no gane la otra. Finalmente, los candidatos tratarán de ganar algunos electores de su rival, pues en cada caso siempre hay un porcentaje cuya decisión es débil y puede cambiar. Estos electores no cambian por las bondades que se digan del otro candidato, sino por los ataques que considere creíbles de su candidato.
Si lo anterior es cierto, lo que queda de campaña ya no es guerra sucia, sino simplemente una campaña electoral. Y es que, en democracia, la conquista del poder reglada, deja muertos y heridos, pero no mata, aunque pareciera.
El que va primero en las encuestas (digamos Susana Villarán), necesita que el tiempo discurra rápido y sus intervenciones deben ser medidas y dirigidas a los electores. Por el contrario, la que va segunda (digamos Lourdes Flores), requiere ganar tiempo para revertir la tendencia y necesita probar distintos temas para afectar a su rival. Su necesidad de impactar puede verse afectado por la desesperación, con lo que el riesgo de cometer errores crece.
Pero si sólo se tratara de dos actores con estrategias construidas, la campaña no sería tan compleja. En el Perú, si lo intempestivo se ha vuelto frecuente y hasta esperado, la certidumbre es una especie inexistente. Aquí ingresan a tallar los medios y sobre todo los periodistas que, como pocas veces, están jugando un partido con tanta o más vehemencia que los mismos candidatos. Muchas veces de comunicadores, se han reducido a propagandistas. Pero en cualquier caso crean un clima de opinión que al lado –o encima- de la difusión de audios ilegales, estimulan una tensa competencia por ganar votos. Así apelar a los temores, miedos y prejuicios se van a intensificar en estos días, pese a que se exija propuestas y debates, que pocos anuncian y muchos obvian escuchar.
El domingo 26 se publicarán las últimas encuestas, que más allá que coincidan, serán leídas según el color del cristal con que se miren. El debate servirá más que saber las propuestas sobre transporte, seguridad ciudadana u otros temas, conocer cómo se sienten las candidatas y cómo se desempeñan en momentos de presión. Situación para nada carente de interés, teniendo en cuenta que al frente hay una opinión pública es volátil, un presidente que no puede controlar sus impulsos intervencionistas, un alcalde que quiere defender su gestión, periodistas que consideran que tiene una misión que cumplir más allá de las de su oficio y audios que esperan ser escuchados. Así las candidatas tienen poco más de una semana para estar concentradas, porque la que pestañea, muere.(En Hildebrandt en sus Trece, viernes 24 de setiembre del 2010)