Las marchas de las últimas semanas han puesto la atención en los jóvenes, que han sido el núcleo principal y movilizador de estas protestas. Han pasado de protestar por la reglamentación de las AFP a concentrar su rechazo al Gobierno y al Congreso. Si bien no son numerosas, no cesan de convocarse y sorprende el número de policías que las enfrentan con particular violencia.
La mayoría de estos jóvenes se consideran parte de la denominada generación Z, nacidos en el último lustro del siglo pasado y la primera década del presente. Según datos del Reniec, el grupo de 18 a 29 años representa en la actualidad a uno de cada cuatro votantes (25.17 %) y, de ellos, votarán por primera vez dos millones y medio de jóvenes.
Como en otras latitudes, esta es la generación que ha nacido en el mundo de Internet y la virtualidad como acompañante diario. Si bien el individualismo es un elemento distintivo, también es cierto que están sometidos a presiones sociales por la competencia, la visibilidad de sus vidas privadas, la inmediatez de los resultados y la mayor incertidumbre en sus vidas. Políticamente, rechazan a los partidos políticos, pero tienden a apoyar agendas sobre cambio climático, justicia social, derechos de las comunidades LGTBI+, equidad de género y anticorrupción.
Pero en nuestro país tienen, además, un aditamento especial. Son los jóvenes que votaron por primera vez en 2016, cuando ganó Pedro Pablo Kuczynski, y los que votarán, también por primera vez, en 2026. Es decir, los que han vivido el ciclo de la mayor inestabilidad política de las últimas décadas: han visto pasar seis presidentes, tres parlamentos, el escándalo de corrupción de Lava Jato; padecieron la pandemia del COVID-19; observaron la primera disolución del Congreso de la historia y fueron quienes se movilizaron y acabaron con la ley pulpín y, en cinco días, con el gobierno de Manuel Merino. No están muy organizados y no son homogéneos, pero tienen algo en común: no se beneficiaron del crecimiento económico y ven la calle dura y la migración como salida. Es decir, han vivido el profundo deterioro de la democracia, sus instituciones y representantes. No conocen otra cosa.
Los políticos los ven como un mercado electoral interesante. Algunos consideran que se les puede captar con facilidad, los tratan como tontos útiles por marchar y creen que hay que darles mensajes banales y bobos. Suponen que por tener al lado a influencers o bailar o brincar los van a encandilar. Son muchos policías para pocos manifestantes. Pero un varazo que recibe un joven en la plaza San Martín, un perdigón que se incrusta en su cuerpo, una bomba lacrimógena que los daña y un discurso de la presidenta que los irrita más pueden tener un efecto multiplicador. Puede que no consigan nada, pero vaya que les temen (Perú21, lunes 6 de octubre del 2025).


