No es un presidente de cinco mensajes, sino de tres, pues llegó a la mitad de un mandato, tratándose de un caso excepcional. Como excepcionales han sido las crisis que, por lo visto, seguiremos transitando. Pero este mensaje, si bien tenía características propias, parecía, por el tono, la prolongación, ya desgastada, de aquellos que dio desde el inicio de la cuarentena y que acompañaron al encierro forzado. El mensaje político debe llegar, debe calar. Pero el mensajero parece -cualquiera lo estaría- agotado. Pese a ello, ha sido de los mensajes más largos (de casi dos horas). Muy distante, por ejemplo, al de cuarenta minutos que dio Pedro Pablo Kuczynski en el 2016.
Si bien el mensaje de 28 de julio debe dar cuenta de lo realizado en el último año, la proximidad con la presentación del Gabinete Cateriano ante el Congreso, donde tendrá mucho tiempo para llegar al detalle de las medidas presentadas, hubiera permitido elaborar un mensaje más corto con algunas ideas fuerzas que combinen lo realizado con una seria autocrítica y los trazos de un horizonte de no más de un año.
Se optó por el clásico mensaje largo, donde las propuestas se perdieran en un mar de detalles de los diversos y numerosos sectores que componen el Ejecutivo. Por esa razón, se multiplican los esfuerzos de medios y analistas por destilar lo importante de lo accesorio, lo sustantivo de lo adjetivo.
Pero, como se trató de abarcar mucho, se precisó poco. Es el caso de la reforma política. Si bien el presidente Vizcarra reafirmó su compromiso con ella, lo cierto es que las referencias fueron imprecisas y confusas. Más aún, no tomó posición clara sobre asuntos cruciales con miras a las elecciones del 2021. Hizo referencias, de manera conjunta, a la reforma judicial y política que, si bien fueron las que impulsó su Gobierno, no son iguales en su naturaleza y sus propósitos.
En realidad, no ha habido avances sustantivos en la reforma política, pero el presidente se limitó a hacer invocaciones muy generales, llenas de buenos propósitos, pero que no sirven en este momento, pues no hay nada que indique que las elecciones del 2021 puedan producir mejor representación e instituciones políticas. Dejar de lado las elecciones primarias, para dar paso a elecciones internas, bajo métodos reiteradamente probados como antidemocráticos y, además, presenciales, es prueba de ello. Solo elecciones internas de militantes a través de Internet, garantizan seguridad sanitaria y alta participación, como nunca ha ocurrido. La reforma requiere además, la eliminación del voto preferencial, un umbral mínimo de participación en las elecciones internas para poder inscribir listas, la división de varias circunscripciones grandes como Lima, mejorar la regulación del financiamiento de los partidos políticos, la elección del Congreso en la segunda vuelta presidencial, entre las más importantes. Nada de eso estuvo en el mensaje.
Finalmente, se presentó la propuesta del Pacto Perú que, bajo cinco temas, busca generar un diálogo que permita ponerse de acuerdo en puntos mínimos de largo plazo. Es decir, políticas de Estado. El presidente señaló que convocará a cada partido ¿Pero se trata de los nueve partidos con representación en el Congreso o los 24 partidos legalmente inscritos? Si se trata de los primeros, el espacio es el Congreso mismo. Si se trata de los segundos, el espacio de diálogo, es el Acuerdo Nacional, tantas veces mentado y pocas veces usado. El número de organizaciones dificulta que cualquier diálogo ofrezca razonables resultados. Justamente, reducir el número es uno de los objetivos de la reforma política.
Quizá esta posición del Ejecutivo, genérica y sin la firmeza requerida, esté condicionada por la carencia de un partido oficialista y una bancada que lo apoye. A diferencia de otros momentos, no le conviene enfrentamientos con el Congreso, pues carece de mecanismos para presionar, ya que podrán negarle muchas cuestiones de confianza y censurar gabinetes, pero el presidente no podrá disolver al Congreso. Ese también es el mensaje (El Comercio, jueves 30 de julio del 2020).