¿Cómo hacer para no repetir aquel mismo trazo que nos ha llevado a que la política sea el peso muerto con el que deben cargar la economía y la sociedad peruana? En esta columna, hemos insistido en que, si no hay cambios sustantivos en las reglas de juego institucionales, no hay nada que nos indique que las cosas van a cambiar de cara a las elecciones del 2021. Si antes se tenía que hacer una profunda reforma política, ahora esta resulta más urgente que nunca.
Pero la incertidumbre en nuestra vida política es no saber aún cuáles serán las reglas de juego que nos acompañarán en las elecciones del 2021. El Congreso tiene tiempo, hasta setiembre, modificar las normas. Pero mientras más pronto lo haga, mejor. Sin embargo, se ha discutido poco y sin rumbo. Esto, debido a que se confunden normas de diverso tipo y alcance. Así, por ejemplo, se entrecruzan aspectos del sistema electoral con los de derecho electoral, o aspectos de la administración con los de justicia electoral; mucho y nada, cuando no se tiene un plan y se desconoce el especializado campo de las elecciones.
De esta manera, se incorporan o se descartan mecanismos que requieren un tratamiento más adecuado. Uno de los descartados es el relativo a la elección del presidente de la República. Se ha instalado la idea fuerza que el sistema de las dos vueltas electorales o “ballotage”, de origen histórico francés, es el que otorga más legitimidad al ganador y, por lo tanto, es que se tiene que instalar y mantener. Pero, en realidad, se desconoce los efectos que este mecanismo de dos vueltas produce en el sistema político y en el de partidos.
Solo se repite que es un mecanismo de voto-veto con el que, en el caso peruano, no se vota por el mejor, sino por el que no se quiere que gane. Esto último ocurrió con Vargas Llosa en 1990, con Ollanta Humala en el 2006 y con Keiko Fujimori en el 2016. Se crea, pues, una mayoría ficticia, ya que el verdadero apoyo es el que se consigue en la primera vuelta presidencial (PVP) y no en la segunda (SVP).
Una última publicación del Instituto Electoral del Estado de Querétaro en México, titulado “Segunda vuelta presidencial: una experiencia global”, muestra que casi 4/5 partes de los países con un sistema presidencial utilizan el mecanismo de la SVP, siendo este el método más extendido para elegir un presidente. Se encuentra en 71 países de cuatro continentes, 14 en América Latina.
Sin embargo, no existe un modelo único de SVP. Este depende de qué tipo de régimen político existe, así como de cuándo se realiza la elección parlamentaria: si antes de la elección presidencial (Colombia), después de ella (Francia) o en simultáneo con la PVP (Perú). De la misma manera, si se decide el umbral de la SVP por mayoría absoluta (como Chile, Uruguay, Brasil o Perú) o mayoría calificada de entre 40% o 45% (Argentina y Costa Rica). O si se toma para el cálculo a los votos válidos (Perú) o votos emitidos (Colombia) -que le agrega los votos blancos para el cálculo de los resultados-. En algunas repúblicas, asimismo, se establece entre elecciones un periodo de una semana (como en Bulgaria), de dos semanas (Francia o Croacia), de tres semanas (Colombia), de cuatro semanas (Austria), seis semanas (Perú) e incluso hasta de dos meses (Costa Rica). Cada una de las variables anotadas, pueden combinarse y crear efectos distintos, por lo que los modelos institucionales importan.
En el Perú, la coincidencia de realizar elecciones parlamentarias en simultáneo con la primera vuelta de las presidenciales abre la posibilidad de lo ocurrido en el 2016. Un gobierno con una tercera y pequeña bancada (18), teniendo al frente a un partido opositor con una mayoría absoluta de escaños (73), lo que hizo ingobernable el país en este quinquenio presidencial. Elegir al parlamento después de conocer quién salió elegido como presidente (Francia), o al menos en la segunda vuelta, permite frenar la construcción de este escenario desolador. Esto se tiene y se debe discutir. Si no, seguiremos armando la deforma política (El Comercio, jueves 16 de julio del 2020).