La Comisión de Constitución del Congreso rechazó esta semana la eliminación del voto preferencial, pero aprobó el dictamen a favor de la paridad y alternancia en las listas de candidatos al Parlamento, generando entusiasmo en muchos sectores por tratarse esta úlima de una reivindicación de las mujeres varias veces postergada. Esto, sin embargo, se consiguió sin medir el efecto negativo del voto peferencial, que limita y reduce los beneficios de la medida afirmativa a favor de las mujeres.
En muchos países, la debilidad o el rechazo a los partidos políticos llevó al desbloqueo de las listas bajo el formato del voto preferencial (que se comenzó a usar en Brasil, Colombia, Costa Rica, República Dominicana, Panamá, Paraguay y el Perú), siendo el nuestro, además, el primer país de la región en aplicarlo, desde hace más de tres décadas. Los argumentos a favor del voto preferencial pueden resumirse en que permite al elector un mayor margen de elección, que el candidato se relaciona de manera más estrecha con el elector que con el partido político, que el candidato puede aspirar a ser elegido sin que el puesto que ocupa en la lista sea una limitación para ello y que el ciudadano valora más este tipo de elección que el de la lista cerrada. Sin embargo, está claro que la lista desbloqueada produce una dinámica interna en los partidos políticos, con independencia de la voluntad de los involucrados. La popularidad del voto preferencial entre la opinión pública no debe impedirnos observar que su impacto sobre los partidos políticos y los procesos electorales ha sido severo. Así pues, los argumentos en contra de las listas desbloqueadas gracias al voto preferencial son mayores
El voto preferencial debilita a los partidos políticos, pues desata una inevitable lógica fratricida dentro de ellos. Esto, porque cada candidato, al necesitar ganar más votos que sus compañeros de partido, debe diferenciarse de ellos, surgiendo competencia interna allí donde debería haber colaboración. La competencia intensa por el voto ha originado tensiones y pugnas que, en muchos casos, han dejado huella de conflicto entre los candidatos, creando, a su vez, dificultades en las relaciones partidarias internas. Así, el partido político queda incapacitado para desarrollar una campaña unificada, en la medida en la que cada candidato hace la propia, impidiendo un mensaje partidario claro. También resulta casi imposible conocer el origen y el gasto de los recursos económicos de los partidos, pues el candidato no informa –o solo lo hace parcialmente– sobre sus ingresos. Sin embargo, el partido político se hace responsable por los recursos obtenidos por todos los candidatos. La lucha al interior de cada partido es tan intensa y competitiva por el voto que, incluso, algunos candidatos intentan impugnar actas de escrutinio. En muchos casos, no hay confianza en el personero o el representante oficial del partido, pues cada uno defiende sus intereses individuales. Si pudiera, cada candidato tendría su propio personero.
El voto preferencial, asimismo, impacta negativamente en los organismos electorales, pues dificulta la labor de control que estos realizan sobre el financiamiento de los partidos. Al necesitar dinero individualmente, los candidatos terminan siendo vulnerables al apoyo financiero privado y pueden, en algunos casos, caer en manos de dinero mal habido. Así, la organización del procesos electoral se vuelve más dificultosa, tanto en la parte administrativa y logística, como en la capacitación de los miembros de mesa y de la ciudadanía.
Del mismo modo, el voto preferencial impacta negativamente en el elector, pues este recibe miles de mensajes (poco claros) que obstruyen su capacidad de escoger adecuadamente. El elector no distingue fácilmente lo que es una oferta partidaria de una personal ni, mucho menos, diferencia lo que puede hacer o no un parlamentario. Ante tremenda bulla comunicativa, es fácil ser presa del márketing más banal. Y pese a que este mecanismo está vigente desde hace más de tres décadas, el número de los votos nulos para el Parlamento cuadriplica al presidencial, por lo que cientos de miles de votos se desperdician.
Finalmente, el voto preferencial impacta negativamente en las listas con paridad y alternancia pues, en la medida en la que los hombres tienen el mayor control de los recursos materiales y económicos de los partidos (como el de toda la red organizativa, comunicativa y logística), la campaña electoral se torna desigual a favor de ellos. De este modo, la composición de la representación nacional elegida probablemente no sea paritaria, sino que incluso puede terminar habiendo un porcentaje menor de mujeres parlamentarias que el actual (El Comercio, jueves 18 de junio del 2020).