Mientras más se van saliendo los congresistas de sus bancadas, como ha ocurrido en estos días, se vuelve ya caprichoso acusarlos de tránsfugas. Salirse de un partido o, más precisamente, de una bancada parlamentaria no es una novedad, pero la suma de estos acontecimientos está configurando cambios en los fenómenos y los términos que los cobijan, como el transfuguismo.
Si uno observa la vida de los partidos, así como cohesionados y disciplinados, pasaban también por tensiones internas y hasta rupturas. Casi no hay partidos políticos que no las hayan sufrido, como ha sucedido en la historia del Apra, el Partido Popular Cristiano, Acción Popular y la izquierda.
Pero aquellos partidos estaban integrados por miembros que intentaban hacer carreras políticas, combinando acuerdos programáticos con liderazgos reconocidos. Por eso, si uno repasa los gabinetes ministeriales, la representación en los parlamentos y las autoridades locales, la gran mayoría eran militantes de esos partidos, como ocurrió hasta fines de los ochenta. Las diferencias internas, que siempre han existido y existirán, podían llegar a, como señalamos, rupturas, pero estas eran producto de diferencias, si no ideológicas, sí programáticas. Por eso los desprendimientos eran grupales y no individuales, como sucede ahora.
El desplome del sistema partidario a inicios de los noventa pone fin a este tipo de organizaciones que, si bien logran mantenerse con vida y pueden tener desempeños electorales temporales, pierden también militantes y su capacidad competitiva decrece, en dirección inversa a la mostrada por los partidos personalistas que pueden, a su vez, ganar elecciones, pero son incapaces de movilizar a la gente, si no es con prebendas y buses.
El reclutamiento de los partidos personalistas, nacidos justamente desde los noventa, se hace, sobre todo, teniendo como base incentivos materiales y relaciones de corto plazo. Los que se acercan a ellos lo hacen para ser candidatos, no militantes. Quieren, como todos, llegar al poder, pero su universo político es el inmediato, no para producir grandes cambios. El partido es más que nunca un medio y ni siquiera los que llegaron al gobierno, salvo algo el Apra, lograron mantener sus miembros, como ocurrió con Perú Posible, el Partido Nacionalista y Peruanos por el Kambio (PpK). Si no obtienen un beneficio inmediato o si sus carreras políticas se ven en riesgo, pues se retiran del partido, sin ningún problema.
De esta manera, si antes las bancadas o grupos parlamentarios eran la forma de organización de los partidos en el Congreso, eso no es más así. Hoy, la aplastante mayoría de los parlamentarios no son militantes de ningún partido y ya alrededor de un tercio de ellos ha salido de sus respectivas bancadas. En concreto, la diferencia es que antes los partidos se rompían, hoy se deshacen. Así está ocurriendo con varios partidos que casi no pueden evitar su extinción, salvándose por alguna temporada cuando se convierten en vientres de alquiler.
Por lo tanto, el tránsfuga que nació públicamente a inicios de siglo relacionado con la corrupción ya no lo es ahora. Ha mutado tan drásticamente que el político que pasa de un partido a otro no es la excepción, sino la regla. En consecuencia, si antes se trataba de penalizar este fenómeno, hoy hay que replantearse el tema, pues el castigo no ha evitado la salida de las bancadas, como muestra lo ocurrido en estos últimos días en el partido PpK y poco antes en Fuerza Popular. No se trata de incentivar esta práctica, pero tampoco de incrementar medidas punitivas contra un fenómeno como el transfuguismo, que la historia ya despidió, pues dejó de dar cuenta y explicar la realidad (El Comercio, jueves 15 de noviembre del 2018).