La política está compuesta por toma de decisiones, mensajes y gestos. En este caso, el que hace poco era un silencioso embajador peruano en Canadá en una especie de autoexilio, varias veces acusado de traidor, está asumiendo la Presidencia de la República con un estilo que lo distancia del reemplazado Pedro Pablo Kuczynski.
Mientras convoca al conjunto del Gabinete Ministerial, ya designó al primer ministro, César Villanueva. Además de su cercanía personal y política, tienen en común que ambos provienen de provincias, donde han sido (de las pocas) exitosas autoridades representativas. Ante una política limeña y centralista, la combinación Vizcarra–Villanueva es un claro giro sobre el que reposa la clave del poder en este nuevo gobierno: una lógica descentralista. Ambos son políticos con trayectoria y saben lo que significa relacionarse con partidos y ciudadanos en contextos de demandas y conflictos.
Si parte de los ejes del gobierno de Martín Vizcarra son las políticas sociales en los complejos sectores de salud y educación, su presencia en el Hospital del Niño y el emblemático colegio Melitón Carvajal envía un mensaje: el de un presidente presente en los lugares donde se lo requiere, con visitas inopinadas. Y por si eso no era suficiente, al viajar a Piura fustigó el atraso de los trabajos de la reconstrucción en una clara alusión al gobierno de PPK, del que formó parte pero del que también se quiere distanciar. Finalmente, para que no existan dudas, estuvo presente en la promulgación de la ley que fortalece a la Contraloría General de la República, allí donde PPK la había observado. El paquete, pues, busca colocar la idea de un presidente con presencia, sencillo, comprometido, descentralista, de acción efectiva en el gobierno y en la lucha contra la corrupción. Y, por lo tanto, aquel presidente débil de inicio da los pasos para fortalecer sus posiciones.
Pero estos son solo los inicios de un largo recorrido de 40 meses de gobierno, en los que los gestos y mensajes se pueden diluir con más rapidez de la que aparecieron. Si hoy goza de un período de gracia de la oposición y la opinión pública, el tiempo es corto. Requiere tejer coaliciones políticas y sociales que le den sustento, para lo que requiere visión y destreza política, para saber con quiénes, para qué y de qué manera construirlas. Es decir, una labor compleja, pues siempre hay el riesgo de ser tan acotadas que dejen a muchos potenciales aliados en el camino o tan anchas que se diluya cualquier propósito de cumplir los objetivos, que no deben ser muchos pero sí los suficientes como para que su gobierno tenga sentido y propósito. Pero, además, que no se vea atrapado por compromisos políticos que siempre endeudan y limitan. Ese equilibrio, tan difícil de precisar, pero tan necesario y urgente de encontrar en la hora presente, es lo que hará al gobierno de Martín Vizcarra distinto y distante del que encabezó PPK (El Comercio, jueves 29 de marzo del 2018).