En la soledad absoluta, Pedro Pablo Kuczynski renunció a la presidencia luego de casi veinte meses en el cargo, con un altísimo rechazo de su desempeño, con un mensaje a la nación que sirvió para escuchar que responsabilizaba de los problemas del país a sus ocasionales opositores, que ciertamente en parte la tienen, pero ninguna palabra de arrepentimiento, autocrítica y menos disculpa a sus votantes por haber creado expectativas que rápidamente fueron frustradas. Así se fue PPK, sin pena ni gloria, por la puerta trasera de Palacio de Gobierno. Su permanencia en el cargo llegó a ser, pues, insostenible.
Hay dos escenarios que se pueden configurar. El primero es que Martín Vizcarra asuma la presidencia con el propósito de mantenerse en el cargo hasta el 2021. Él no puede convocar a elecciones adelantadas, como no lo puede hacer ningún presidente en el momento que así lo crea conveniente. Este escenario puede crear ciertos niveles de estabilidad y es favorable a Fuerza Popular, agrupación a la que le conviene que los sucesos presentes, incluido Odebrecht, se alejen de un proceso electoral en el que Keiko Fujimori tentaría una tercera oportunidad de llegar al poder. Requiere, pues, tiempo para resolver sus problemas internos y externos.
Vizcarra carece de partido, así como de una bancada propia, lo que lo muestra con bajos niveles de autonomía en relación a los partidos en el Congreso. Sin embargo, esto puede ser una ventaja, pues tiene las manos libres como para designar un Gabinete Ministerial compuesto por personalidades políticas de experiencia, con ministros destacados, por ejemplo, de la última década y media. Todo esto sobre la base de coaliciones políticas y sociales, que le permitan no ser un fujidependiente (tanto de Keiko como de Alberto-Kenji).
Pero el gobierno de Vizcarra debe resolver las demandas ciudadanas embalsadas en estos casi veinte meses. Si no lo logra, su gobierno puede ser más débil que el de PPK y el fantasma de la renuncia puede acechar. En ese momento, los partidos, sin contemplaciones, tomarán distancia. Si Vizcarra renuncia –y también lo hace la segunda vicepresidenta Mercedes Araoz–, eso nos colocaría, ahora sí, en el partidor de elecciones anticipadas.
En este escenario, el presidente del Congreso, probablemente de Fuerza Popular, asumiría la Presidencia de la República para convocar a elecciones generales. En el diseño institucional nuestro, significa presidenciales y parlamentarias. De lo contrario, sus mandatos ya no serían concurrentes, como sucede desde 1931. Sin embargo, la lectura que están haciendo los congresistas es que solo sean presidenciales. El problema de este escenario es que, entre la convocatoria de esas hipotéticas elecciones y la asunción del mando de quien las gane, transcurriría casi un año.
En ese período, el presidente provisional no puede dejar de gobernar y eso puede ser contraproducente para Fuerza Popular, que estaría en plena campaña electoral para alternar el poder. Por lo demás, los tiempos se acortarían para los candidatos que no tienen partidos inscritos (Guzmán, Mendoza o Kenji). En todo caso, la crisis política puede amenguar, pero el fantasma de la ruptura del mandato presidencial se puede mantener y así, probablemente, lleguemos al bicentenario sin haber aprendido de la historia (El Comercio, jueves 22 de marzo del 2018).
Cuidado con la posible designación de Popolizio en la Cancillería… recuerden sus vínculos con Montesinos y el gobierno fujimorista… llevo dinero del SIN a Torre Tagle… es una persona que oculta muchas cosas… busquen y encontrarán! #FujiratasNuncaMás