Por el inadecuado diseño institucional, un presidente puede tener al frente a una oposición mayoritaria que le impida gobernar y terminar con la quiebra del Estado de derecho, como ocurrió con José Luis Bustamante y Rivero (1945-1948), Fernando Belaunde Terry (1963-1966) y Alberto Fujimori (1990-1992).
Ese escenario lo vemos hoy con dramático parecido. Un presidente en minoría que se ha ido debilitando rápidamente, al tiempo que se fortalecía el Congreso, particularmente el partido mayoritario Fuerza Popular. ¿Terminaremos inexorablemente en un golpe de Estado como los casos anteriores? No necesariamente. La relación Ejecutivo y Legislativo es compleja y de tensión cuando una coalición de partidos controla el Congreso y se incrementa, sustantivamente, cuando se trata de un solo partido.
Como van las cosas, estamos delante de un gobierno de minoría con un presidente enredado en sus propias palabras, con escasa firmeza, muy debilitado por la propia administración de su imagen, sin dejar de recordar su ya conocida inclinación tecnocrática, estrecha y preferente relación con el empresariado, sin partido propio que sea una fuerza de contención y proveedor de recursos políticos necesarios y una bancada que es, centralmente, una suma de parlamentarios con baja cohesión interna, teniendo al frente a un partido mayoritario cuya oposición es tenaz. El problema de Fuerza Popular es que su fuerza radica exclusivamente en los votos que le genera el número alto de escaños y no en la calidad de sus miembros. Pero no hay oposición mayoritaria que no viva seducida por su poder para debilitar, cuando no subordinar, a un presidente.
Pero en la interrupción de los mandatos presidenciales en América Latina, ya no están presente las Fuerza Armadas. Distanciadas del poder y subordinadas al gobierno civil, estas sobrevienen por el lado de los juicios políticos, como el vivido por Dilma Rousseff en Brasil o el de la vacancia presidencial que, naciendo más como un deseo soterrado, está adquiriendo ribetes más presentes cuando el largo brazo de Odebrecht toca la puerta de Palacio y el presidente Pedro Pablo Kuczynski se enreda en su laberinto.
Si se demuestra que el presidente mintió en relación con las consultorías realizadas a la empresa brasileña, se puede dar inicio a la maquinaria de la vacancia, bajo el argumento de “incapacidad moral” para gobernar, artículo constitucional que se le aplicó a Alberto Fujimori en el 2000. Ahora, irónicamente, Fuerza Popular que en año y medio ha tocado todos los instrumentos para obstruir a un presidente atrapado por sus propios errores y al que nunca le reconoció el triunfo electoral del año pasado, puede vacarlo solo con sus votos.
No aprendemos de la historia y seguimos repitiendo los mismos errores. Un presidente con una mayoría opositora no gobierna. Pero una mayoría opositora, sin gobierno, tampoco. Si el presidente no es claro en sus declaraciones y firme en sus decisiones, las cosas irán mal. Pero, si no se frena esta carrera frenética contra el Ejecutivo, Ministerio Público, el Tribunal Constitucional y cuanto organismo autónomo, nos irá peor. Esto podría hacernos llegar al bicentenario sin democracia (El Comercio, jueves 14 de diciembre del 2017).