Mientras en Honduras se mantiene la incertidumbre por saber si el presidente Juan Orlando Hernández logra la reelección, en Bolivia el presidente Evo Morales ha sido beneficiado por una discutida decisión del Tribunal Constitucional que le permite candidatear por un cuarto mandato, pese a que un referéndum al que se sometió el año pasado se lo negó. Evo Morales, que seguramente ganará las elecciones del próximo año con cancha inclinada, completaría en total dieciséis años en el poder y nada indica que, posteriormente, no hará todo lo posible para permanecer más tiempo en él.
El poder es tan atractivo para los políticos que la permanencia en él desata muchas veces la necesidad de cambiar las reglas de juego o aprovecharse del cargo para inclinar la balanza a su favor y ganar la siguiente elección.
A diferencia de Estados Unidos –en donde la reelección es una institución que busca premiar al buen gobierno, aun cuando después del cuarto mandato de Franklin D. Roosevelt (1933-1945) la reelección se limitó a dos mandatos consecutivos–, América Latinafue la región de la no reelección presidencial. En el primer caso, el equilibrio que muestra el bipartidismo norteamericano impide una reelección desigual. En cambio, en nuestros países la no reelección se volvió la norma.
Pero a fines del siglo pasado, en América Latina se desarrolló un proceso nuevo que mostraba cómo la permanencia en el poder podía lograrse no a través de gobiernos militares, sino modificando normas constitucionales para beneficio del presidente reeleccionista que aprovechaba su alto apoyo ciudadano. Se pasaba del Mesías que nacía de las armas a otro que nacía de los votos. De esta manera, Alberto Fujimori cambió la Constitución (1993) y se reeligió primero en 1995 y luego intentó un ilegal tercer mandato, que fue el inicio de su fin. Su ejemplo fue seguido por Carlos Menem, que se reeligió luego de cambiar la Constitución argentina; Fernando Henrique Cardoso, Hugo Chávez, en Brasil y Venezuela; y, posteriormente, Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia y Álvaro Uribe en Colombia.
Lo que no ha cambiado es la casi imposibilidad, salvo poquísimas excepciones, de derrotar a un candidato-presidente, quien utiliza el aparato del Estado para su campaña. Contra los que piensan, mirando mucho la irrepetible experiencia norteamericana, que la reelección presidencial produce incentivos para el buen gobierno, el presidencialismo latinoamericano no ha producido aún los mecanismos para defendernos de un gobernante reeleccionista. En efecto, la reelección presidencial en América Latina no es el premio al buen gobierno, sino la vía más atractiva para permanecer en el poder bajo cualquier pretexto y ha sido utilizada tanto por presidentes de izquierda como de derecha.
Por eso, quienes hoy critican a Evo Morales por estos cuestionables mecanismos reeleccionistas, aplaudieron a Alberto Fujimori cuando hizo lo propio. Y quienes criticaron al fujimorismo por torcer las reglas para la reelección de su líder ven hoy con simpatía lo que ocurre en Bolivia. Doble rasero le dicen (El Comercio, jueves 30 de noviembre del 2017).