En principio, los partidos que llegan al gobierno se deben fortalecer. Pero en el Perú, país de contracorrientes, ocurre exactamente lo contrario; si no, veamos.
Perú Posible (PP) llevó al poder a Alejandro Toledo. En la siguiente elección, PP no pudo presentar candidato presidencial y tan solo alcanzó dos escaños en un Parlamento de 120 escaños. El Apra, partido del ex presidente Alan García, reconocido como el más organizado, después de su gobierno tampoco pudo postular un candidato presidencial y solo consiguió cuatro curules, en este caso, en un Congreso de 130 parlamentarios. El partido del ex presidente Ollanta Humala, el Partido Nacionalista, al término de su mandato tampoco presentó candidato presidencial y retiró su lista parlamentaria.
Las cosas se encaminan en la misma dirección para el actual partido de gobierno. Peruanos por el Kambio, la organización política que fue el vehículo electoral que usó el presidente Pedro Pablo Kuczynski (PPK), se gestó más como un intercambio de intereses. La agrupación en gestación, inicialmente llamada Perú+, necesitaba que el partido se asociara a la figura del candidato. Por eso el cambio de nombre, para que arrastrara votos a favor de sus listas parlamentarias y Pedro Pablo Kuczynski necesitaba un partido inscrito. Pero hasta allí la satisfacción de necesidades.
La elección del 2016 mostró a un candidato con buena reputación profesional, pero con carencias para engancharse con gran parte del electorado nacional. Las salidas de César Acuña y, sobre todo, de Julio Guzmán en primera vuelta y la coalición social y política antifujimorista de la segunda vuelta llevaron al poder a PPK, no su carisma y menos su partido que, más allá de los esfuerzos que pudieron realizar sus miembros, mostró las grietas de una débil organización con claras muestras de falta de cohesión.
Ser partido de gobierno y conseguir 18 escaños convirtiéndose tan solo en la tercera bancada del Congreso fue resultado de la debilidad de Peruanos por el Kambio, pero eso no fue todo, pues las diferencias en la bancada eran notables. Poco en común tienen Gino Costa, Alberto de Belaunde, Guido Lombardi con Gilbert Violeta, Salvador Heresi o Roberto Viera (expulsado hace algunos meses). Del mismo modo, Mercedes Aráoz y Martín Vizcarra con dirigentes del partido como Jorge Villacorta. Ciertamente, la mayoría de miembros de la bancada no están inscritos en el partido, hecho por lo demás recurrente en la mayoría de bancadas.
Es decir, PPK no tiene en Peruanos por el Kambio una organización de apoyo de masas, de fuente de cuadros de gobierno, tampoco una bancada cohesionada. Esto lo sabe y conoce bien el presidente, por lo que no hay un solo miembro del partido en el Gabinete ni puestos de gobierno. Los pocos que entraron salieron rápidamente. Esto ha producido un permanente resentimiento partidario con el Gobierno, que se muestra en cada oportunidad que se presente.
Quizá hace un par de años PPK pensó que “tercerizar” la construcción partidaria era no solo posible, sino conveniente, pues se quitaba un peso de encima. Para conseguir la inscripción esto sí resultó; para gobernar, no. El partido Peruanos por el Kambio se ha convertido en fuente de conflicto y no de apoyo. La construcción de un partido programáticamente liberal quedó en el deseo, si algún día lo tuvo, del presidente. Lo que sí parece inevitable es que al final del mandato su organización se encamine por la dirección de otras que pasaron por el Gobierno. Alcanzar el poder puede ser épico, pero administrarlo puede ser una tragedia. PPK lo demuestra (El Comercio, jueves 31 de agosto del 2017).