Terminó el primer año de un período presidencial de cinco, la quinta parte del total, pero el discurso de Pedro Pablo Kuczynski (PPK) por 28 de julio no ha tenido ese impulso esperanzador que requiere un cambio de rumbo para dejar atrás a un año olvidable.
La forma en que nace un gobierno marca, en parte, su desarrollo. En este caso, las limitaciones que tuvo PPK una vez ganada la elección se pudieron convertir en grandes oportunidades, pero no ha sido el caso. Recordemos que su triunfo electoral fue inesperado y por una mínima diferencia. Carecer de un partido organizado del que pudiera nutrirse de personal para gobernar, al que se le agregó una bancada pequeña y no cohesionada, constituía una desventaja enorme para gobernar. Tener al frente un Parlamento con mayoría absoluta de Fuerza Popular (FP), como nunca en el último siglo, resultaba más que dificultoso.
Está demostrado que este escenario en nuestro diseño institucional de un presidencialismo parlamentarizado es altamente erosionador para la gobernabilidad democrática. Si el Parlamento se hace (mal) llamar el primer poder del Estado, no solo es una afirmación falaz, sino provocadora. Por eso, si bien Kuczynski gobierna, el fujimorismo hace sentir su peso en el Congreso. Si PPK apenas gobierna, FP no lo puede sustituir, aun si así lo quisiera. El bloqueo nace de las entrañas del mismo diseño institucional.
El Gobierno, por errores propios y por la guillotina parlamentaria, ya perdió cuatro ministros y ha tenido que cambiar otros tres en julio. Pero ninguna de las dos fuerzas políticas ha ganado en esta tensión entre poderes del Estado. Basta ver cualquier encuesta para recordarnos que este es un peligroso juego en el que ambos pierden, e indirectamente el sistema democrático.
PPK depositó la confianza en su experiencia y la de sus ministros, que carecían en su mayoría de los recursos para enfrentar contextos políticos adversos. Pero además confió en una relación con el Parlamento dados los amplios campos de coincidencia, sobre todo en materia económica.
Por eso, no intentó crear coaliciones políticas y sociales más allá de los partidos, más aun con quienes lo encumbraron en el poder a través del voto. Guardando las diferencias, Alberto Fujimori, en parecidas condiciones, buscó el apoyo de la ciudadanía, como se demostró luego del golpe de Estado. Aquella salida golpista e inconstitucional no era ni inevitable ni necesaria. El punto aquí es cómo un gobernante puede apelar a la opinión pública para enfrentar situaciones adversas. La tarea de PPK era encontrarla dentro del marco constitucional.
La economía quizá pueda mejorar, pero la política parece algo más complicada. Los antecedentes no son muy promisorios: PPK es el cuarto presidente elegido de manera consecutiva, solo comparable a los presidentes elegidos entre 1896 y 1912, es decir, hace más de un siglo. Esto muestra una gran inestabilidad de la vida institucional peruana. El otro elemento inquietante que se recoge de la historia es el hecho de que cuando los gobiernos tuvieron al frente parlamentos opositores terminaron en golpes de Estado, tal como ocurrió en 1948, 1968 y 1992.
Por lo tanto, llevar con extremo cuidado una compleja relación Ejecutivo-Legislativo es un tema pendiente para el Gobierno. Cambiar o rotar ministros puede oxigenar un rato, dialogar con la oposición extenderlo algo más, pero en sistemas como el nuestro, el presidente es quien conduce el país y es con quien este necesita verse representado. En un segundo año de gobierno, tardar en esa conexión llevaría a un envejecimiento prematuro (El Comercio, jueves 3 de agosto del 2017).