Hace más de un siglo, Francisco I. Madero se levantó contra el gobierno de casi tres décadas de Porfirio Díaz, dando inicio a la revolución mexicana. Todo esto bajo la consigna “Sufragio Efectivo, No reelección”. Madero se levantó contra un presidente reelecto innumerables veces. Para Porfirio Díaz, el mandato de un período alimentaba la sed de sumar otro.
El poder es tan atractivo que la permanencia en él desata muchas veces la necesidad de cambiar las reglas de juego y/o aprovecharse del cargo, para inclinar la balanza a su favor y ganar la siguiente elección.
A diferencia de Estados Unidos -en donde la reelección es una institución que busca premiar al buen gobierno, aun cuando después del cuarto mandato de Franklin D. Roosevelt (1933-1945) la reelección se limitó a dos mandatos consecutivos-, América Latina ha sido la región de la no reelección presidencial. En el primer caso, el equilibrio que muestra el bipartidismo norteamericano impide una reelección desigual. En nuestros países, en cambio, esta reelección desigual se volvió la norma.
Tras la llamada “década perdida” de los ochenta, los problemas de gobernabilidad y el desplome de los sistemas de partidos, la reelección presidencial sobrevino a gobernantes que sacaban a sus países de esos momentos límites. Presidentes carismáticos, generalmente ajenos o poco cercanos a los partidos de tradición histórica, aprovecharon esos momentos de éxito para modificar sus respectivas Constituciones.
Así, presidentes como Alberto Fujimori, pasando por Carlos Menem, Fernando Henrique Cardoso, Alvaro Uribe, Hugo Chávez, Rafael Correa y ahora Evo Morales, modificaron sus respectivas Constituciones, siendo ellos los primeros beneficiados: en los procesos electorales en que compitieron con ventaja -salvo el caso del nicaragüense Daniel Ortega en 1990- los presidentes siempre ganaron la reelección.
Bolivia, por estos días, transita por ese mismo camino. Evo Morales logró la presidencia -en medio del desplome del sistema partidista- a finales del 2005. Convocó a una Asamblea Constituyente que en el 2007 aprobó una nueva Constitución que amplió el mandato presidencial de cuatro a cinco años, y que permitía la reelección presidencial por una única vez. Evo Morales ganó las elecciones presidenciales por segunda vez en el 2009. Sin embargo, el MAS, su partido, acaba de lanzar su candidatura presidencial para el próximo año, señalando que este recién sería su segundo mandato con la nueva Constitución.
Es decir, una repetición de lo que vivimos los peruanos en el gobierno de Alberto Fujimori y la Constitución de 1993. Gracias a la llamada Ley de interpretación auténtica, su postulación a un tercer mandato en el 2000 fue interpretado como el segundo bajo la nueva Constitución. Así, Alberto Fujimori, quien postuló en 1990 para quedarse cinco años, se quedó diez años, y quería permanecer en el poder al menos quince. Su propósito se frustró en medio de elecciones cuestionadas y su fuga al Japón. Evo Morales postuló por un mandato de cuatro años, pero pretende quedarse -al menos- catorce años.
Quienes hoy critican a Evo Morales por estos actos perniciosos, aplaudieron a Alberto Fujimori cuando hizo lo mismo. Y quienes criticaron al fujimorismo por torcer las reglas para la reelección de su líder, ven hoy con simpatía lo que ocurre en Bolivia.
La reelección presidencial en América Latina no es el premio al buen gobierno, sino la vía más atractiva para permanecer en el poder bajo cualquier pretexto, y ha sido utilizada tanto por líderes de izquierda como de derecha. Por eso, un siglo después, la consigna de Madero sigue en pie (El Comercio, 7 de marzo del 2013).