Todos estamos pendientes del Mundial Brasil 2014. Se dividen las simpatías, se discuten los partidos, se suspenden debates en el Congreso, se reúnen familias y amigos para ver algunos encuentros, así como se venden televisores, camisetas hasta figuritas de álbumes mundialistas. Y cómo no, se gritan los goles como propios. Exacto, como propios, cuando ninguna es nuestra selección. Este hecho paradójico solo se puede encontrar en el fútbol, muy patriotero y muy universal a la vez.
A mí me gusta el fútbol, tanto como a los políticos el poder, con pasión. No hay otra manera de entenderlo. Por eso soy hincha de estadio, que es como se debe ver el fútbol. No me acuerdo desde cuándo soy hincha de Alianza Lima, aunque me parece de nacimiento. En los sesenta, si no ibas al estadio, no había posibilidad de ver a tu equipo, pues no transmitían los partidos por televisión. Solo quedaba leer los diarios o escuchar radio. Es decir, total despliegue de imaginación. Así de niño escuché la final del mundial Inglaterra 66, cuando como local venció 4 a 2 a Alemania con un dudoso gol. Ya jugaba Franz Beckenbauer, el extraordinario capitán alemán. Juntaba, por cierto, el clásico álbum de figuritas, aun cuando no existía el Panini, por lo que conocí jugadores como Eusebio, la “Perla de Mozambique”, jugando por Portugal; a Paco Gento, aquel grande de las selecciones españolas o al ruso Lev Yashin, la famosa “Araña Nagra”. Y, desde 1970, he visto doce mundiales que se transmiten por televisión, con lo que hemos reemplazado la imaginación por las imágenes directas.
Mis alumnos nunca han visto clasificar al Perú a un mundial de fútbol, al igual que tres décadas de peruanos. Es que aunque no se crea, había una vez un fútbol peruano. Ese que hace 45 años eliminó a Argentina y 33 años a Uruguay de los mundiales de 1970 y 1982. El mismo que derrotó al Scratch 3 a 1, siendo una de las tres únicas derrotas de la historia de Brasil como local que, posteriormente, nos permitió ser campeones sudamericanos. Ese mismo fútbol que muestra a Teófilo Cubillas, como uno de los goleadores históricos de los mundiales.
He salido en caravana para celebrar clasificaciones, triunfos en mundiales y copas de América. Pero si bien, hoy carecemos de triunfos y un presente deprimente, el fútbol me ha dado muchos momentos de felicidad.
¿Cómo entender esa locura por el fútbol, esa pasión de multitudes, incluso en países como el nuestro en donde la vitrina de las copas y medallas es tan pequeña, como vacía? Es que el fútbol es más que un deporte y una recreación moderna. Es la manifestación simbólica de la vida misma, que se muestra en una competencia y rivalidad, envuelta en mitos, ritos y símbolos, como ningún deporte lo puede hacer. Basta ver a diario lo que ocurre en Brasil.
En el fútbol hay mucho de primario y tribal, que se manifiesta en la propia lucha por vencer, en la dicotomía de la victoria y la derrota, en la adhesión de las barras convertidas en tribus con gritos de guerra, creando ídolos y héroes populares. El fútbol es recuerdo, memoria y emoción. Pero es también el intento constante de crear una comunidad que crea armonía y estética que sólo lo logran unos pocos, para la algarabía de muchos.
A través del fútbol, también se puede entender un país, muchos rasgos de su cultura y su organización. No por gusto estamos fuera del Mundial. Por lo que, mientras no se entienda lo que es el fútbol y lo que muestra, seguiremos viendo los partidos por televisión y vivando por colores que no son los nuestros. Así, el fútbol peruano seguirá siendo un cuento (La República, 19 de junio del 2014).