En el Perú el fallo de La Haya sobre el diferendo marítimo con Chile no ha dejado plenamente contento a todos. Si bien las expectativas eran altas, el resultado no ha producido un triunfalismo extremo, pero tampoco la desazón de la derrota. Quienes pensaban que íbamos a conseguir todo, estaban muy equivocados y por lo tanto, han quedado frustrados. Pero siempre depende cómo y desde dónde se mire. Hemos ganado lo que no teníamos en los hechos. Si no conseguir todo, es perder, quiere decir que no se entienden los complejos procesos de las controversias internacionales. Por lo demás, hay que reconocer que dejamos por años (los gobiernos) que los hechos se impusieran al derecho. Esa es parte de la factura que debemos pagar o, si se quiere, parte de las ganancias que no vamos a recibir.
Más allá de los sentimientos iniciales, el fallo debe ser leído por sus resultados, pues en este tipo de procesos como ya se ha dicho nadie gana todo. Conseguir algo y no tan poco, allí donde en la práctica no se tenía nada, es resumidamente lo que ha ocurrido. Que se haya ganado alrededor de 50 mil kilómetros cuadrados de mar es altamente significativo, con mayor razón si se ha hecho por la vía de la justicia internacional, a la que los dos países se han sometido de manera libre.
El resultado favorable también puede ser leído por la reacción de los gobiernos, los políticos y los medios de comunicación. Mientras en el Perú se acepta como una victoria parcial y sobre todo con un alto significado simbólico, mirado desde la historia, en Chile, desde el presidente Sebastián Piñeira, la electa mandataria Michelle Bachelet, hasta la Cámara de Senadores han calificado en distintos tonos que se trata de una derrota inexplicable y dolorosa. Es más, es preocupante que en algunos sectores se esté anidando un sentimiento de injusticia y de cierto resentimiento con el Perú, al que se acusa de haber “construido un problema” allí donde todo estaba claro.
Pero hay un elemento que es importante subrayar, más allá de los propiamente de política exterior. Se resume en lo siguiente: La continuidad democrática permite crear las condiciones para desarrollar políticas de Estado. Si bien en el Perú hay una precaria institucionalidad política en medio de un crecimiento económico que no tiene precedentes, al término del mandato del actual presidente Ollanta Humala se habrá quebrado el ciclo nefasto de no tener tres presidentes electos de manera consecutiva. Esto es significativo, pues ha permitido establecer una política de Estado en materia exterior que ha ofrecido beneficios tangibles.
Los cancillerías desde el gobierno de Alejandro Toledo hasta Ollanta Humala, pasando por Alan García, han producido una continuidad en política exterior que ha alcanzado su punto de mayor éxito con motivo del diferendo marítimo. Eso lo que en Chile es algo de larga data, en el Perú es un logro reciente. Esto quiere decir que diseñar políticas de largo plazo avaladas por un amplio consenso político y social, con un norte de estabilidad que supere las tantas veces miopes miradas de largo plazo, permite éxitos. Si esto ha sido posible en materia de política exterior ¿no es posible que los peruanos nos pongamos de acuerdo en temas como salud, educación, seguridad, por solo señalar algunos? Si todos estamos de acuerdo en que ello es posible, entonces es la hora que lo ocurrido en La Haya nos permita mirar hacia adentro y llegar al Bicentenario de la Independencia con el logro de haber construido políticas de Estado que, a su vez, fortalecerá la democracia en nuestro país.
En concreto, se debe aprender de esta política de Estado en materia exterior, para aplicarla a otros ámbitos de la vida nacional. Solo así, la política del buen vecino tendrá internamente, frutos duraderos (República, 30 de enero del 2013).