El último lunes se cerró definitivamente la inscripción de candidatos a las elecciones municipales. Las discusiones, zancadillas y denuncias han demostrado que la democracia interna está lejos aún de los predios partidarios.
Pero, igualmente, mostró que más allá del entusiasmo de uno que otro candidato que busca reaparecer en la escena electoral (PAN, Movimiento 7 de junio), la competencia se dará entre las fuerzas del espectro político: APRA, IU y PPC. Se ha dicho que las elecciones municipales son políticas y que por lo tanto su discusión va más allá de lo vecinal. Y son más políticas en lugares donde está el centro de la política: en este caso Lima.
El PPC jugará todas sus cartas a ganar, no sólo el municipio limeño, sino también la oposición política al gobierno de Alan García. De esta manera, se erigiría como interlocutor válido del régimen desde la derecha e intentaría recuperarse de la inopia política. Es indudable que la apuesta pepecista se basa en el cálculo de la abstención populista y por que sabe que en Lima siempre ha obtenido su mayor porcentaje. Podría no faltarle razón, a final de cuentas los votos sumados de AP y PPC en el 85 igualaron a los de Barrantes. Pero en política, y por lo tanto en elecciones, no toda adición es suma. Su otra apuesta es que Luis Bedoya Reyes ya fue alcalde metropolitano y, a fuerza de repetición, su gestión se considera buena en la memoria colectiva ciudadana (hasta hoy no existe un análisis de su gestión municipal, realizada entre 1963-69). Pero, hay que tener en cuenta que la mayor parte de los votantes no experimentaron concientemente aquella gestión y menos aún votaron.
Bedoya es un candidato experimentado: ganó las elecciones municipales en 1963 y 1966, pero perdió las presidenciales en el 80 y 85. Su partido perdió también las municipales del 80 y 83 con Richard Amiel. El más conspicuo representante de la derecha política se reencontrará así con su candidatura 20 años después. Su oportunidad, es pues recuperar políticamente para los círculos del capital lo que históricamente han perdido. Para ello tendrá que convencer al electorado que su tercera vía: “ni aprista, ni comunista”, es algo más que una consigna macartista, teniendo en cuenta que en plena campaña electoral temas como democracia, militarización y derechos humanos serán de trato obligado. La derecha aquí tiene poco que decir.
Si algún candidato carece del poder carismático, del que nos hablaba Weber, ése es el candidato aprista Jorge Del Castillo. Como si el APRA demostrara lanzándolo, un cierto desdén hacia los comicios municipales. La preocupación y la concentración aprista en el parlamento y en la cosa pública, han contribuido a que el partido de gobierno entregue a este candidato, como si quisiera repetir sus derrotas electorales en competencias edilicias, como lo fue en 1963 y 1966 con la coalición APRA-UNO. En aquellas oportunidades sus candidatos, María Delgado de Odría, esposa del más feroz represor del APRA, y el ingeniero Jorge Grieve, perdieron ante la alianza AP-DC encabezada por Luis Bedoya. En los 80, el APRA perdió también con Justo Enrique Debarbieri (1980) y Alfredo Barnechea (1983). Con Alan García, por primera vez en la historia de diez competencias electorales, el APRA ganó en Lima. Por ello, esperan que el candidato aprista flote en la cresta de la popularidad que todavía mantiene el gobierno. El ex-prefecto de Lima no tiene a su favor las características personales ni las circunstancias históricas que acompañaron al triunfo arrollador de García. Tiene sí un doble aparato: el del APRA y el del Estado. Es indudable que la experiencia electoral del primero y los recursos del segundo serán elementos no deleznables. Pero, y acá lo importante, no hay que olvidar que es el candidato oficialista y como tal en él se concentrarán las críticas que se le hacen al gobierno. Las acciones de este último hacen más vulnerable al debutante candidato, ya de por si con serias limitaciones, que se acentúan ante dos competidores más experimentados.
Antes del 78 la izquierda no tenía ninguna significación electoral (2 por ciento en el 62) y su trabajo se diseñaba a largo plazo. Aquel camino difícil que significó enraizar en las clases populares para darle un contenido político a sus demandas comprometió a por lo menos dos generaciones de izquierdistas que entregaron mucho de sus vidas por aquel “asalto al poder” que construiría el mañana socialista. El Perú cambió luego de la década de los militares y la expresión política del voto de las clases populares por la izquierda el 78, no fue sino consecuencia de aquel trabajo. Con el reacomodo de la nueva década y el viraje del centro de la política a la derecha y luego del fracaso de la izquierda en el 80 surgió la figura de Barrantes. Extraño a la historia de aquellas dos generaciones, no se casaba con nadie. Su limitada formación, que él estoicamente reconoce, la recibió en el período del APRA de la convivencia. Por ello, tampoco salió con el APRA Rebelde. Veinte años después vino la prótesis. Encabezó y quedó segundo en las elecciones municipales del 80 y ganó las del 83. Todos aquellos que ignoraban la realidad electoral le atribuyeron el triunfo izquierdista casi exclusivamente. No podían ver que Barrantes, o cualquier otro con determinadas calidades políticas, era beneficiario de una historia colectiva en la que no participó. La operación entonces tuvo un alto costo histórico y político, no sólo por la anestesia a la parte más radical de la izquierda, sino por su propio destino como tal. Sus límites tienden a perderse. Así hoy el nuevamente candidato (cuarta vez) izquierdista ya no es el de consenso, como ha sido demostrado en estas semanas, sino cabeza visible de los palaciegos. Quien lee su libro, “Barrantes: sus propias palabras” (Ed. Mosca Azul) podrá darse cuenta que muchas de ellas se las ha comido, pero en lo sustancial es el mismo que recién algunos descubren.
Barrantes puede ganar, más porque está en la izquierda (IU) que por ser de izquierda, pese a la duda de muchos incrédulos. Como candidato es superior a Del Castillo y tiene lo que a éste le falta: carisma y experiencia. Con Bedoya se enfrentó el 85 y le ganó. Ahora tendrá que decirle que hacer un zanjón no es suficiente y que su gestión fue más eficiente, en una Lima más compleja. Felizmente, Henry Pease sigue en la lista. Para algunos él es quien verdaderamente va por la reelección edilicia.
Si, como dice Barrantes, el objetivo es fortalecer la democracia, el objetivo es retórico, confuso y un abuso de la abstracción. No señala el camino propio de la izquierda, aunque quizá no lo sostiene porque lo desconoce. Olvida que el camino del infierno está plagado de buenas intenciones. Y las suyas, con respecto al gobierno, van más allá de las tradicional -conservadora diríamos- cortesía. Barrantes tendrá que dejar de lado su capricho individualista, que si bien le ha dado réditos personales que le permiten ser el izquierdista aceptable por la derecha, hoy compromete seriamente el futuro de una fuerza política que, por esas paradojas incomprensibles de la historia, encabeza. Esperemos que su discurso sea de izquierda y que Alan García, más preocupado por su candidatura que por la de su compañero de partido, no lo aplauda.
(Amauta 14 de Agosto de 1986)