Parece que el presidente Humala sabía a lo que se metía con el llamado diálogo nacional, por lo que le entregó el encargo a su premier, quien optó por el largo y farragoso camino de convocar a la dirigencia de los partidos políticos. Esto ha provocado que el primer ministro deba estar cansado de dar la mano y tomarse fotos con un número casi ilimitado de partidos que siguen llegando, proponiendo, exigiendo y dejando documentos de todo tipo y calibre.
Más aún hay voces que reclaman visitarlo porque señalan que los partidos presentes no son representativos, en cambio ellos sí lo son. Así la primera ronda de reuniones del diálogo puede extenderse tanto, que la segunda puede quedar atrapada por el siempre inmovilismo de fin de año y el siempre verano antipolítico.
Es que cuando se trata de partidos políticos el fraccionamiento es de tal envergadura que no se sabe cuántos son. Tanto es así, que se ha invitado a un partido que tiene un congresista, una bancada parlamentaria que no representa a un partido y, en estos días, hasta partidos que ni siquiera están inscritos. Esto ya es un problema para el propio proceso del diálogo nacional, en el que la amplitud de la convocatoria atenta contra la eficacia de este esfuerzo gubernamental.
El otro tema es ubicar en dónde se encuentra la autoridad del partido. Si bien es cierto varias organizaciones han llevado una combinación de dirigentes partidarios y congresistas, hay evidencias que muestran que estos últimos, tienen márgenes de autonomía que les permite contradecir o desoír a sus propios partidos. Es decir, si se llega a buen puerto en los acuerdos interpartidarios y algunos de ellos deben pasar por el parlamento, estos pueden quedar entrampados en los difíciles acuerdos de las bancadas. Por ejemplo, si como se está planteando, se acuerda eliminar el voto preferencial, crear un senado, desbloquear el financiamiento público, es altamente probable que varios congresistas que visitaron palacio, no cumplan con lo acordado con el premier. Es decir, los partidos no deciden todo, por no decir que deciden poco.
Las bancadas parlamentarias no solo se han incrementado en número sino que no son una exacta expresión partidaria. Hay bancadas que tienen más de un partido, como hay otras que no representan a ninguno. La falta de cohesión, alimentada por el origen del voto preferencial, que produce en el parlamentario una sensación de legitimidad propia, choca con cualquier propósito común. Si a eso se le agrega que 56 de los 130 parlamentarios no están inscritos en sus respectivos partidos, se podrá colegir que la disciplina interna de las bancadas es tan baja como alta su informalidad. Que voten todo lo que se acuerde en el diálogo nacional, será tan difícil como cualquier acuerdo importante que se propone en el parlamento y ya sabemos los resultados.
Finalmente, los partidos políticos hace un buen tiempo no dirigen las organizaciones –incluidas las informales–, que están presentes en los conflictos sociales, así como las reivindicaciones regionales. En esos espacios los partidos son considerados limeños y parte del Estado ineficiente. No tienen autoridad, ni legitimidad, por lo que los acuerdos del diálogo serán conocidos, pero no necesariamente aceptados.
El otro camino que se pudo escoger es menos popular, pero quizá más realista. En un país de partidos débiles y altamente informales, la dirigencia partidaria oficial no manda sobre sus parlamentarios. Sí lo hacen sus líderes, así no tengan cargos directivos. En otras palabras, un acuerdo celebrado entre el presidente Humala –que es a la vez presidente del PNP, como él a recordado–, los ex presidentes García, Toledo, las lideresas Lourdes Flores, Keiko Fujimori, Susana Villarán y los ex candidatos PPK y Luis Castañeda pudo ser más eficaz que estas maratónicas sesiones que deben de dejar sin jornada laboral a toda la PCM. Ellos son líderes indiscutidos en sus partidos y toman las decisiones partidarias, más allá del cargo. Un acuerdo entre ellos, con todo lo dificultoso que puede ser, tiene más probabilidad de crear compromisos políticos que los de sus dirigencias partidarias. De lo contrario el diálogo nacional puede pasar de las carátulas a las perdidas páginas interiores de los diarios, así el premier siga dando la mano y tomándose fotos (La República, 12 de setiembre del 2013).