Esta calma chicha que se respira en el Congreso luego de la elección de la Mesa Directiva y de las comisiones parlamentarias, no presagia buenos tiempos. El fraccionamiento parlamentario es el síntoma de un mal que no se quiere ver, ni menos enfrentar en un contexto en el que hay muchos incentivos para que las cosas sigan igual como la vemos hoy. El círculo vicioso no tiene por qué cambiar, sino no hay presiones externas a un Congreso en en el que los parlamentarios responsables son arrastrados o consumidos por la inercia de la representación mayoritaria.
Desde el colapso del sistema partidista a inicios de la década de los noventa partidos emergentes como los que conformaron Fujimori, Toledo, y Humala, a nivel nacional, Andrade y Castañeda, a nivel de Lima, triunfaron electoralmente sobre las tradicionales organizaciones partidarias como el Apra, AP, PPC y las izquierdas, pero no construyeron un nuevo e institucionalizado sistema de partidos, como ocurrió en otros países de la región.
Es más, los triunfos electorales se apreciaron a nivel nacional, pero fueron incapaces de replicarlo a nivel sub nacional, permitiendo que este espacio sea cubierto por organizaciones de alcance regional. Tampoco les importaba. Es decir, los partidos emergentes se contentaban con lo que conseguían, pues con poco esfuerzo, lograban mucho. Tan fácil resultó conquistar el poder que el partido con más antigüedad apenas tenía un lustro de fundado.
Es decir, la pretensión de los partidos emergentes no ha sido organizar a los ciudadanos bajo banderas programáticas y articular demandas, sino conquistar la presidencia, la alcaldía de Lima (no todos) y escaños parlamentarios. Con esa meta corta, el horizonte no podía ser muy alentador.
Un sistema de partidos endeble, frágil como el peruano, refuerza estas características, que se extreman con reglas de juego que incentivan las prácticas individuales y centrífugas. Los partidos al no plantearse definiciones claras, con horizontes de cambio, ni reclutar ni formar cuadros, son poco atractivos para el ciudadano promedio.
Al momento de enfrentar una elección, los partidos necesitan candidatos que atraigan votos, recursos económicos o ambos. Las identidades y lealtades no cuentan. De esta manera, la seguridad del presente, es la fragilidad del futuro. Aquí juega un papel fundamental el voto preferencial. El candidato que consigue un escaño, siente que su triunfo es personal, por lo que le debe poco o nada al partido. Total pudo estar en este o aquel otro, cuyas diferencias se difuminan de tal modo que, luego pasarse a otra bancada parlamentaria es solo un trámite administrativo y no un desgarramiento político que sufría quien lo experimentaba antiguamente.
Esta situación es facilitada por la propia ley de partidos políticos y el Reglamento del Congreso. La primera permite que ingresen al parlamento partidos políticos que han conseguido un número de escaños menor al exigido para la Constitución para la conformación de una bancada parlamentaria, es decir, seis parlamentarios. El segundo, permite que se constituyan bancadas que no nacen directamente de la elección, sino del posterior reagrupamiento de parlamentarios, salidos de sus primeras tiendas políticas.
En consecuencia, en el Congreso tenemos bancadas parlamentarias que representan a un partido político o alianzas de partidos, al lado de bancadas que representan a más de un partido, sin que estos hayan sido parte de una alianza electoral y bancadas que no representan a ningún partido político. Entre ellas, unas crecen, otras decrecen, unas nacen y otras podrían desaparecer. Por lo que, cinco años después de la elección parlamentaria, los partidos no tienen los mismos escaños y los congresistas no están en los mismos partidos.
El Congreso, con bajísima aprobación ciudadana, cobija detrás de las ahora ocho bancadas parlamentarias a muchos partidos, por lo que ponerse de acuerdo resulta un parto de los montes, como la ya famosa “repartija”. No hay nada que indique que esta dinámica cambiará en un sentido positivo. En un país con crecimiento económico sostenido como el nuestro, este panorama parece menos importante, pero en una situación adversa, esta situación podrá ser explosiva (La República, 15 de agosto del 2013).