En octubre último, Hugo Chávez postuló a la reelección presidencial, con lo que su mandato, sino fuera por su enfermedad, se hubiera extendido por casi dos décadas. En febrero próximo, en Ecuador, Rafael Correa hará lo propio por un mandato más. En nuestro país, la discusión sobre la reelección se da de manera indirecta, a través del caso de Nadine Heredia. Sin embargo, los que antes se opusieron a ella, hoy la aplauden y los que la alentaron antes, ahora se escandalizan. Por eso, vale la pena preguntarse: ¿La reelección es de derecha o de izquierda? ¿La reelección ha cambiado de color político?
En América Latina, históricamente la reelección se discutió bajo el concepto de la no reelección. En esta tradición confluyeron dos elementos de sustento: el fuerte presidencialismo, que acentuó la necesidad de perpetuarse en el poder, y los procesos electorales fraudulentos. En muchos países, particularmente con experiencias reeleccionistas o dictatoriales, el principio de la no reelección se implantó como una norma constitucional fundamental de la democracia. Desde Porfirio Díaz, en México, que fue reelegido siete veces y gobernó 27 años, provocando un movimiento no reeleccionista que atizó la Revolución Mexicana, pasando por Alfredo Stroessner en Paraguay o Joaquín Balaguer en República Dominicana, la reelección presidencial fue el mecanismo para perpetuarse en el poder.
Sin embargo, en América Latina se desarrolló un proceso nuevo que mostraba cómo el reeleccionismo podía lograrse no a través de gobiernos militares, sino modificando normas constitucionales para beneficio del presidente reeleccionista. Se pasaba del Mesías que nacía de las armas, a otro que nacía de los votos. De esta manera, Alberto Fujimori cambió la Constitución (1993), se reeligió, primero en 1995, y luego intentó un ilegal tercer mandato. Su ejemplo fue seguido, con entusiasmo, por varios presidentes en ejercicio. Así, en 1994, Carlos Menem hizo lo propio y se reeligió luego de cambiar la Constitución argentina. En Panamá, en 1997, Ernesto Pérez Balladares aspiró a la reelección modificando la Constitución, pero perdió en el referéndum.
Si bien hicieron lo mismo Fernando Henrique Cardoso (1998) y Hugo Chávez (1998), en Brasil y Venezuela, en Perú, a la caída de Fujimori (2000), sobrevino la eliminación de la reelección presidencial, constituyéndose en una medida de reivindicación democrática. Si la reelección de Fujimori fue un ejemplo, su eliminación pasó casi inadvertida.
Con el inicio del siglo, se produjo la ola de triunfos de gobiernos llamados de izquierda, que no eliminaron la reelección (Lula, en Brasil), sino, por el contrario, la postularon como bandera de sus modificaciones constitucionales, tal como ocurrió con Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia, o con los movimientos prorreeleccionistas que no dejaron de seducir en Uruguay y Paraguay. Uno de los pocos presidentes de signo político distinto con un propósito reeleccionista fue Álvaro Uribe, en Colombia, quien por cierto se vio beneficiado por la medida.
Lo que no ha cambiado es la casi imposibilidad –excepción de Daniel Ortega, en Nicaragua, en 1989– de derrotar a un candidato-presidente, que utiliza el aparato del Estado para su campaña. Contra los que piensan, mirando mucho la irrepetible experiencia norteamericana, que la reelección presidencial produce incentivos para el buen gobierno, el presidencialismo latinoamericano no ha producido aún los mecanismos para defendernos de un gobernante reeleccionista.
Si la izquierda –que antes luchó contra la reelección– hoy aplaude o se queda en silencio sobre la reelección presidencial y la derecha –que la apoyó y se benefició con ella– quiere convertirse ahora en la abanderada del antirreeleccionismo, no solo es manifestación de cierto daltonismo político, sino pragmatismo oportunista. Por eso, con independencia de quién se beneficie, hay que oponerse a la reelección presidencial en América Latina, por ser institucionalmente nociva (La República, 20 de diciembre del 2012).